Elena

Nunca pude suponer que en esa tarde de estudio mi amiga del alma pasaría a ser mi amiga del cuerpo...

Elena estaba guapísima ese día. Habíamos quedado en mi casa para estudiar juntos un tema difícil de matemáticas. Elena y yo somos amigos desde que los dos teníamos 12 años, y en el momento de la historia teniamos dieciocho. Si bien es una chica muy guapa y bien que me gustaba su cuerpo, nunca había pensado en llevar nuestra relación mas allá de la amistad.

Ella tiene el pelo castaño y liso, los ojos marrones y la piel clara. Un cuerpo bastante bueno y, como comprobaría mas tarde, un excelente movimiento de caderas. Tras perder un rato contándonos las cosas que nos habían ocurrido desde la última vez que nos vimos, nos pusimos a trabajar en el salón de la casa. Tras unos cuantos minutos intentando concentrarnos mientras oíamos a mi hermana Ana con la televisión muy fuerte, Elena sugirió que fuéramos a mi cuarto, donde pondríamos la música y así no nos molestaría el sonido.

Acabamos de traspasar los libros de una habitación a otra y pusimos musica suave. Tras otros cuantos minutos, mientras le intentaba explicar un complicado problema de geometría ella me dijo que quería descansar un rato de tanto número, y se tumbó en una mitad de la cama. Yo, ingenuo de mí, me tumbé en la otra y comenzamos a hablar de temas intrascendentes. Pensando en lo que hacía ahora que todo ha pasado me doy cuenta de lo que tardé en darme cuenta de sus intenciones y de su paciencia.

En medio de un chiste que le estaba contando Elena me sorprendió echando su cabeza sobre mi pecho. Sus senos me rozaban el cuerpo y yo, que no estaba preparado para eso, reaccioné de forma exagerada.

  • ¿Y eso?

  • Nada, me apetece estar mas cómoda.

Intenté continuar con el chiste, a pesar de mi nerviosismo evidente, pero ella me cortó en ese mismo momento.

  • Vamos tío, ni a ti ni a mi nos apetece hacer matemáticas ni escuchar chistes, ¿verdad?.

Algo mas tranquilo y decidido a sacar tajada del asunto, comencé a seguirle el juego.

  • ¿Ah, no?. Entonces, ¿que nos apetece?.

Me dirigió una mirada y una sonrisa que parecía decirlo todo y se puso de rodillas delante mía. Se acercó a mí y comenzamos a besarnos durante un largo rato, sin que ninguno dijera nada. Al poco yo comencé a quitarle las distintas capas de tela que me impedía llegar a lo que mas deseaba en este momento, sus tetas. Ella me ayudó a desvestirla y, cuando ya tenía el manjar casi en los labios se levantó un poco:

  • ¿Te crees que nunca me he dado cuenta de como las mirabas?. Llevas muchos años poniendome cachonda con esos ojitos fijos en ellas... ¿las quieres? - dijo sujetándolas con ambas manos.

  • Si Elena, dámelas. Es lo que más deseo ahora.

Ella se sentó abierta de piernas sobre mí y acerco sus tetas de nuevo a mi cara. Yo comencé a lamerlas, y como quería que el momento durara, lo hice suavemente, con la punta de la lengua. Pasaba la puntita de una a otra, por los pezones y el canalillo, y ella suspiraba de vez en cuando. Tenía los ojos cerrados y la cara en la misma expresión de lujuria que me había mostrado antes.

Se separó de mí, y comenzó a bajarme los pantalones lentamente. Yo la miraba hipnotizado, ver a una chica que conocía tanto agachada de forma que sus tetas rozaban contra mis piernas mientras me quitaba los pantalones me daba un morbo increíble.

  • Eres un mal anfitrión. Me invitas a tu casa y ni siquiera me invitas a un buen vaso de leche. ¿Me dejas que la ordeñe yo misma?.

La muy zorra sabía como ponerme a cien. Asentí con la cabeza y ella comenzó a besar la punta de mi polla mientras sobaba mis huevos. Me encantaba, y Elena lo sabía perfectamente. Siguió metiendo mas y mas en su boca, hasta que al bajar y subir la cabeza me daba la impresión de que le estaba follando la boca.

  • Mmmmm... mmmmm... - gemía Elena.

Pero ella no quería que esto acabara en su boca, o al menos no por el momento. Otra vez se separó en el mejor momento, y se levantó de la cama. Ante mi sorpresa cambió la canción que estaba sonando y puso una con mucho mas ritmo. Se colocó de pie enfrente de mí y comenzó a moverse con la música.

Yo la había visto bailar en las discotecas muchas veces, y todos llegaban a la misma conclusión: si te hiciera ese mismo baile encima te morirías de gusto. Ella comenzó a agitar las caderas sensualmente y a bailar mientras se acariciaba los pechos. Se desabrochó el pantalón y se desprendió de él con mucha soltura, quedandose con un tanga negro. Tras un baile que hico que se me pusiera como una roca se puso sobre mí.

  • Quiero cabalgarte - me confesó -, quiero botar sobre tu rabo hasta caer rendida.

Yo la cogí por las caderas y la acerqué a mi miembro. Ella se lo clavó entero al primer golpe, y comenzó a saltar sobre ella como una posesa, hasta el punto de que el placer que sentía parecía fuego. A la vez continuaba contoneándose, y ese movimiento de su cuerpo a la vez que la penetraba era lo mejor de todo. Ahora apretaba los dientes y lanzaba gemiditos y suspiros. Acabé cogíendola por las tetas para sentirlas saltar y levantándome para recibirla cada vez que bajaba; era delicioso. De pronto se movió mucho mas suavemente y su vagina se inundó: se estaba corriendo. Tras tomar aire se levantó y se puso a cuatro patas.

  • Quiero que me revientes el culo.

No lo podía creer. Elena, a la que creía conocer tan bien, era una culera. Quizá me hubiera visto mirarle de vez en cuando las tetas, pero lo que sí miraba con plena atención era su trasero. Firme y redondito, cada vez que andaba se contoneaba de una forma que me encantaba. Le escupí en el ano y comencé a meterle un dedito suavemente para abrir la apertura. Ella me suplicó que fuera mas rapido y comencé a meterle tres. Si bien me apretaba mucho los dedos y a ella debía de dolerle, no dijo nada. Probablemente era una fantasía que tenía conmigo y que quería complacer cuanto antes.

La agarré por la cintura que tan bien movía y mi polla comenzó a abrirse paso por su entrada trasera. Primero iba muy lentamente, y la presión que hacía su culito intentando liberarse del cuerpo extraño era fenomenal. Con la voz entrecortada me dijo:

  • Quiero que me destroces el culo cabrón, no que me lo folles como un marica.

Definitivamente no conocía a esta chica, al menos en lo que a sexo se refiere. Las cosas que dijo me enfadaron y me calentaron a la vez, y la clavé de un golpe. Ella tuvo que morder la almohada para no lanzar un grito, y sus ojos se llenaron de lágrimas. Yo comencé a bombearla por detrás cada vez mas rápido. Ella seguía lagrimeando pero a mi no me importaba. Si tantas ganas tenía de que la petara no se iba a ir con las ganas. Tras un par de minutos metiendosela hasta casi los huevos, ella empezó a gemir otra vez y se vió que ya si estaba disfrutando. Yo la tenía fuertemente cogida y cada vez que la penetraba tiraba de su cuerpo para atrás para penetrar un poco mas en su ano.

  • Aaaaaah.... aaaaaaah...

Ella estaba gimiendo como una perra, y cuando se lo dije pareció gustarle todavía mas. Al rato me susurró:

  • Llenamelo de tu leche cabrón... enculame...

No pude mas, mientras le sobaba las tetas y sin parar de petarla solté un inmenso chorro de leche (creo que el mas grande de mi vida) en sus intestinos. En ese momento ella se derrumbó y yo me tumbé sobre ella sin sacar el rabo.

A los pocos minutos parecía estar mas recuperada y pudo decir algo.

  • Oye, despues de esto quiero que sigamos siendo amigos.

  • ¿Con derecho a buenos roces como este?.

  • Claro tío, no he gozado tanto en mi vida y esta la repetimos.

Y puedo asegurar que cumplió su promesa, y que esta maravillosa tarde de sexo salvaje tuvo consecuencias imprevistas y placenteras.

Espero ansiosamente sus mails diciendome que les parece chicas.