Elecciones

Afrodita y Dulce, pese a ser Diosa y sumiso, también van a votar.

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El despertador en forma de música había sonado en los auriculares que Dulce se había puesto para no despertar a su Ama. Ella le había dejado bien claro que quería que antes de acortarse terminara de pasar a ordenador las decenas de folios de su trabajo escritos en bolígrafo y había acabado de obedecerla alrededor de las 5 de la madrugada; ahora en su reloj marcaban las 8:00 h.

Se levantó del suelo, se aseó, se vistió rápido, desayunó, y se dirigió hacia el colegio electoral. Afrodita se lo había dejado bien claro: debía ser el primero en votar. El hombre llegó 10 minutos antes de que abrieran, hizo uso del gran privilegio de elegir a su representante político más afín a sus ideas y sin entretenerse se dirigió a su casa. Cuando llegó eran las 9:30 h. Fue a la habitación, vio que ella seguía durmiendo y se arrodilló sobre la alfombra donde había dormido minutos antes a los pies de la cama de su Diosa. Allí permaneció observándola en silencio, viendo como respiraba tranquila como una niña, aunque ya no lo era. La silueta de sus senos debajo de las sábanas le recordaba quien era la maravillosa mujer a la que debía servir sin condiciones.

Al cabo de dos horas su Princesa empezó a moverse lentamente. Él conocía cada gesto de su cuerpo y esos sosegados movimientos le alertaban que pronto iba a despertarse. Ella se había acostado sobre las 12 de la madrugada y ahora eran las once y media de la mañana. Dulce dejo de arrodillarse, camino a cuatro patas hacía la parte baja de la cama y empezó a lamerle suavemente los pies para que su despertar fuese más placentero. Así siguió durante varios minutos hasta que su Ama le dijo "basta" apartando con sus pies su cara con un golpe suave. A continuación regresó a la alfombra y se volvió a arrodillar a la espera de que ella posase sus pies sobre ésta con el fin de ponerle con delicadeza sus zapatillas rosas.

Después de que ella regresase del lavabo la ayudó a vestirse y se dirigieron a la cocina.

Al cabo de unos minutos su Diosa estaba desayunando dando pequeños sorbos de la taza de café y contemplando satisfecha en el portátil el trabajo que había hecho su perro mientras ella disfrutaba del placer del descanso. En esos instantes él estaba a sus pies de rodillas calzándole los botines que hace unas semanas había contemplado presumida en un escaparate. No se había atrevido todavía a hablarla. Sabía que a veces ella se despertaba de mal humor.

Cuando acabó de desayunar tomándose tranquila su tiempo, el chico cogió los dos sobres, uno blanco y otro anaranjado, los mismos que su Ama iba a depositar en el interior de las urnas dentro de muy poco. Posteriormente abrió la puerta de la entrada y junto a ella se dirigió de nuevo hacía el colegio. Allí no pudo más que contemplar su arrolladora amabilidad ante los vocales y presidente de su mesa, que no dejaban de admirarla con su mirada y sonrisa.

Al salir del colegio y pasear por un parque cercano, entre los dos se estableció un silencio que hablaba sin cesar. Hablaba de tolerancia, y democracia. Hablaba de que el ser humano a veces es capaz de los peor, pero también de derramar hasta su última gota de sangre por una causa justa que jamás debería despreciarse: LA LIBERTAD.