Elba, sumisa, por fin sé quién soy 1
Este no es un relato directamente sexual, sino que se centra en la evolución psicológica de Elba. Poco a poco va llegando al climax. Elba conoce a Juan Carlos y él le explica por qué se siente mal y que necesita liberarse de todo lo que la sociedad le ha metido en la cabeza y también de sí misma.
Conocí a Elba en un bar cerca de mi trabajo, donde tomo café casi a diario. Podría decir que fue por casualidad. Creo que ella hablaba con un amigo y discutían, y al terminar murmuró algo sobre los malditos auriculares que llevaba. Dirijo una empresa de tecnología especializada en audio por lo que no pude evitar acercarme a ella y hacerle un comentario:
Perdona, he escuchado lo que decías
¿Mi conversación? - preguntó moleta.
¿Qué conversación? - sonreí -. No, lo que has dicho sobre los auriculares. Tengo atención selectiva.
¡Ah!- se relajó -. Sí, no son muy allá.
Durante los siguiente minutos le expliqué lo que debía saber sobre el tema y cómo escoger unos buenos al mejor precio posible. La conversación fue breve y me despedí sin darle mayor importancia.
Una semana después me la encontré de nuevo en el bar y se acercó a mí para darme las gracias. Estaba emocionada por la compra y quería saber más del tema. Me sorprendió, pero me contó que era artista, escribía, dibujaba y componía alguna que otra canción, y quería aprender sobre música electrónica y temas similares. Durante las siguientes semanas nos fuimos viendo casi a diario hasta que ya quedábamos en el bar par desayunar y charlar media hora. Y así nos hicimos amigos. Poco después la invité a venir a mi oficina una tarde para enseñarle la tecnología en la que estábamos trabajando. Pero cuando vino y entró en mi despacho vi que estaba destrozada y con los ojos hinchados. Al principio me preocupé, sin saber qué le había ocurrido, pero luego me contó lo que era y me tranquilicé.
-Es que esto es una mierda, Juan Carlos -lloriqueó -. Una mierda, joder.
-Explícame qué es exactamente lo que te pasa, Elba.
Ella me habló de su novio, de sus padres, de lo que sentía, y vi que era una amalgama de sentimientos confusos que la aturdían.
-Elba. Voy a explicarte algo. Durante años te han ido metiendo cosas en la cabeza. Cosas que no eran tuyas, pero que han ocupado tu espacio. Cosas que tus padres, tus amigos y la sociedad pensaban que eran correctas. Tanto, que tú misma las das por supuestas. Y no lo han hecho por joderte la vida, pero la verdad es que así ha sido. Lo han hecho para marcarte un camino y que no te pierdas, pero ese camino no solo no te hace feliz, sino que te amarga y abate.
Se echó las manos a la cara y se puso a llorar, hasta que pudo articular palabra. Poco a poco me explicó, avergonzada, que había visto algunos videos en internet de mujeres atadas y azotadas y que de algún modo le atraían con locura. Lo había hablado con su novio pero él se había enfadado muchísimo y le había dicho que debía darle vergüenza y que no se lo contaba a sus padres y amigos por respeto, pero que fuera pensando en ir a un psicólogo.
-Perdona que te cuente esto, joder, no te conozco apenas, pero es que no tengo con quien hablarlo. Ni mis hermanos ni amigos ni amigas entenderían nada. Joder, Juan Carlos, pero entonces qué soy. ¿Qué es lo que soy? Yo quiero hacer las cosas bien pero me siento una mierda. Necesito algo y me maldigo a mí misma por ser así. Ojalá fuera normal, solo quiero ser normal.
-Tranquila -dije acercándome a ella para abrazarla. Dejé que llorara y se tranquilizara antes de seguir. Deprimida, abatida, amargada, asqueada de ti misma. Te sientes mal hasta el punto de que estallarte la cabeza. Y no entiendes nada, ¿verdad?
-¿Cómo lo sabes? -preguntó.
-Lo veo en tu cara, en tus manos, en tu piel, en tu voz.
-¿Tan evidente es?
-La pregunta que debes hacerte es cómo librarte de todo esto que sientes. Todo el mundo tiene derecho a ser feliz, o al menos a intentarlo, y tú no eres la excepción a la regla.
-Sí, yo quiero ser feliz, pero no puedo.
-O no sabes cómo.
-¿Y tú sabes cómo? -preguntó Elba.
-Verás, amiga mía. Tu cabeza estalla, porque está llena de cosas que no te pertenecen, pero para meter dentro las que son tuyas primero hay que sacar todo esto. Y eso es un proceso duro, muy duro.
-¿En qué consiste?
-Necesitas liberarte de ti misma. El problema está dentro de ti, en ningún otro sitio, ni en tus padres ni en tu novio. Solo dentro de ti. Eres tú la Elba que te somete y te esclaviza. Eres tú la que te presionas, limitas y acosas. Solo tú. Y tienes que liberarte de ti misma.
-¿Puedes hacer eso?
-Sí.
-Por favor, hazlo.
Al escucharla me puse de pie, detrás de ella, que seguía sentada en la silla de enfrente de mi mesa de despacho.
-No te muevas, lo primero es terminar con este dolor de cabeza -dije mientras mis manos apretaban su sien suavemente -. Quiero que te concentres en tu respiración, Elba, y poco a poco en mi voz. Solo existe mi voz, nada más -noté cómo se relajaba al escucharme -. Ahora Elba, estás en una playa, al atardecer. No hay nadie más, solo tú.... y Elba. Está sentada frente a ti, mirándote. Imagina que hablas con ella, que le dices que la entiendes, y que te ha protegido en el pasado, pero que ahora debe dejarte partir, que ahora tienes un guía, un maestro, que te llevará por otro camino.
Miré su entrepierna y vi cómo el pantalón blanco tenía una mancha de humedad en su entrepierna. Desabroché un botón de su blusa para que mis manos alcanzaran sus hombros sin problema y continué apretando en los lugares donde notaba tensión hasta que estuvo completamente relajada, casi hipnotizada.
-Ahora vas a despedirte de Elba y a volver a mi voz... eso es, buena chica, lo estás haciendo muy bien -. La mancha de su entrepierna se extendió por el pantalón . Y ahora vuelve con mi voz, ven conmigo, sin dolor de cabeza.
Me senté a su lado y abrió los ojos, asombrada. Sonrió y se acerco a mí para besarme. Yo dejé que me besara con suavidad pero le impedí continuar cuando quiso tocar mi miembro por fuera del pantalón.
-Elba -le dije -. Una sumisa no es un juguete. No es una puta perra sin valor. Al contrario, una sumisa es alguien a quien respetas, valoras y cuidas, y por eso la sometes, la educas, la adiestras y la usas. Pero un Amo no puede tener prisa y jamás se precipita. Una sumisa puede ser caprichosa, porque su Amo la corrige, o impaciente, porque aprenderá a ser paciente, pero su Dueño tiene que tener un control absoluto sobre sí mismo y sobre todo aquello que hace. No voy a follarte porque tenga la oportunidad, no funciona así.
-Eres el primer tio que me dice que no- se quejó.
-Soy el primer Amo que conoces. Y no te he dicho que no, te he dicho que... así no. Yo digo cuándo y cómo, siempre, en todo. Y tú agachas la cabeza y te limitas a contestar sí Señor.
-Sí Señor -respondió.
-¿Estás mojada, verdad?
-Mucho, Señor.
-Te vas a ir a casa, Elba, y vas a pensarlo bien durante un par de días. Cuando lo tengas claro dímelo.
- No es el típico relato directamente sexual, sino que se centra en la mente de la protagonista y en su evolución. Si os gusta decídmelo en los comentarios o por email y continúo hasta llevarlo al climax. Gracias por leerlo.