El zapatero mirón
Mi vida no se diferencia en exceso de las vuestras. Vosotros miráis, yo simplemente sostengo la mirada unos segundos más.
EL ZAPATERO MIRON
Las mujeres serían encantadoras si uno pudiera caer en sus brazos sin la necesidad de caer en sus manos. Yo admiro a las mujeres. Admiro el envoltorio de vivos y llamativos colores pero huyo como alma que lleva el diablo del envenenado regalo que todas ocultan en su interior. Prefiero limitarme a mirar. Por eso (y no por ningún otro motivo) soy un voyeur. Un mirón. Un de esos mal llamados viejos verdes que echa un rápido vistazo a los escotes y las piernas de toda mujer que se cruce a mi paso. Uno de esos tipos que siempre pasea con gafas de sol (incluso en pleno invierno y lloviendo) para que nadie mire mis furtivas miradas. Si, un mirón "de esos". Exacto. Habéis acertado. ¿Qué tiene de malo? La gente se viste en mayor o menor medida para ser mirados.
¿Qué debería hacer? ¿Arrancarme los ojos? La condición de mirón está desprestigiada precisamente por aquellas que lo alientan. "¿Y tu que miras?" suelen preguntarme mujeres de grandes escotes y cortas faldas. Bueno yo no miraría nada si ellas no se vistiesen de esa manera. Ya lo dijo Oscar Wilde "Si usted quiere saber lo que una mujer dice realmente, mírela, no la escuche." Yo me limito a mirarlas, de arriba a abajo. Después de abajo a arriba. Finalmente en todas direcciones. Adivinar sus pechos, sus formas, sus colores, sus texturas. Olerlas. Rozarlas. Mirarlas. Necesito el verano para salir a la calle y ver esas livianas texturas, esas faldas mínimas, esas camisetas impúdicas. Viva el verano, vivan las mujeres.
Mucha gente se preguntara como es la vida de alguien como yo. La respuesta es simple. Mi vida no se diferencia en exceso de las vuestras. Vosotros miráis, yo simplemente sostengo la mirada unos segundos más. Vosotros pedís perdón cuando tropezáis con vuestros semejantes, yo simplemente doy gracias porque esos casuales roces formen parte de nuestra vida. ¿Qué sucedería si descubrieseis a vuestra vecina del piso de enfrente completamente desnuda paseando por casa? ¿Verdad que la curiosidad os impediría apartar la vista? Bien, para un tipo como yo todas las mujeres con las que me cruzo son la vecina de enfrente. Necesito ver más. Unos centímetros de piel más que vosotros. Aquello que esconden. Pieles blancas sin broncear. Necesito eso y más. Mi vida no es demasiado diferente a la vuestra ni mi profesión tampoco.
Trabajo en una zapatería. La mejor de las profesiones. ¿Por que? No, olvidad esa estúpida idea. No soy ningún fetichista de los pies. Soy un fetichista de la mujer entera, no solo de sus pies. Dejadme que os cuente. Las mujeres cuando acuden a las zapaterías se sientan en incómodos taburetes o sillas, algún silloncito desvencijado o bien en una especie de gradas de madera. ¿Solamente yo me he dado cuenta de lo terrible de los asientos de las zapaterías? Bueno, no importa. Lo verdaderamente importante son esos escotes que se abren completamente cuando mis clientas se agachan para probarse los zapatos. Es en esos momentos que estoy completamente a salvo pues ellas se dedican a atarse cordones, hebillas, etc.
Incapaces de advertir mis miradas a sus escotes que se abren maravillosamente mostrándome esa maravillosa comunión que es la ropa interior en la piel de una mujer. Tengo clientas de todas las edades, razas y condiciones y todos y cada uno de sus escotes son magníficos. Más de una vez he tenido que salir corriendo hacia la trastienda con la excusa de buscar otro modelo o talla pero con una erección que hubiese podido traspasar el más tenaz de los tejanos. Alguna vez me he masturbado rápidamente en esa trastienda. Me conozco de memoria los escotes de todas las mujeres del barrio. Los pechos inflados y turgentes de la panadera con esos sostenes blancos de algodón. Los pechos pequeños y magníficos de una de las vecinas del mismo inmueble, siempre sostenidos por un pequeño sujetador semitransparente que me permite adivinar sus pezones. Los pechos antaño gravitatorios y ahora ajados de la anciana vendedora de cupones de la once.
Los pechos púberes, suaves y cambiantes de las niñas del barrio. Lo se es inmoral. Pero incluso el peor de los escotes es el mejor paraíso para mí. Nunca les haría nada reprochable a ninguna de esas mujeres pero tampoco nunca podría dejar de observar sus escotes. Solo soy un mirón. Un vendedor de zapatos que espera diligente a que la clienta se pruebe cuantos más zapatos mejor para posar mi vista en sus escotes cuanto mas tiempo mejor. No pido más. Pero tampoco menos. No sabría vivir con menos.
Dijo el sabio que no hay en el mundo nada peor que una mujer, excepto otra mujer. Estaba completamente equivocado. No hay en el mundo nada mejor que una mujer excepto el escote de otra mujer.
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