El yogur es mio

Como una aburrida noche se puede convertir en una extraña aventura.

Las horas pasaban muy despacio, demasiado despacio. Acababa de conseguir el Pokémon ciento veintisiete cuando me empezaron a doler los dedos. Mis padres se habían ido a cenar con sus amigos estirados y yo me había negado a ir. Con catorce años ya era libre de tomar decisiones así que me quedé en casa jugando a la consola. La verdad que estar solo en casa era más aburrido de lo que pensaba. Había llamado a mis colegas pero ninguno había podido venir.

Aburrido como estaba me levanté y me dirigí a la cocina para ver que había en la nevera para alimentarme. De entre todas las exquisiteces que habitaban en ese baúl ártico me decidí por un mísero yogur caducado de limón. Me volví a sentar en el sofá y encendí la tele. Entre los muchos canales me decidí por uno en el que dos tías buenísimas debatían sobre quién se había tirado más veces a no se qué deportista. El programa era una mierda, pero las pavas estaban tremendas y encima llevaban unos vestidos con unos escotes cachondísimos. De fondo, mientras discutían, salían imágenes de ellas posando sin ropa para diferentes revistas. La verdad es que ese maldito programa me estaba excitando.

Le quité la tapa al yogur y me dispuse a comérmelo pero se notaba que mi erección no dejaba que mi corazón regara bien, porque me había dejado la cuchara. Aunque que estaba tan cachondo que no sabía si prefería comerme el yogur o pelarmela. Finamente ganó mi gula y puse el yogur encima de la mesita de té y me fui a la cocina a coger una cuchara. Al volver ocurrió lo esperado.

El cabrón de mi perro estaba lamiendo el yogur. Había aprovechado mi ausencia para abalanzarse sobre él.

¡Serás cabrón! ¡Ese yogur es mío!- le grité.

Él se agazapó asustado al oír mis gritos pero sus lametones anteriores me habían dado una perversa idea. Si quería yogur lo iba a tener.

¡Ven Coqui bonito! ¡Ven!- le intenté decir con un tono tranquilizador.

El animal picó y se acercó a mi. Yo me senté en el sofá cogí el yogur y lo cogí a el del collar. Me quité los pantalones como pude y mi pene quedó al descubierto ya que no llevaba calzoncillos. Estaba bastante duro pero no lo suficiente. Unté mi glande con un poco de yogur para ver si funcionaba. Mi perro se acercó y empezó a lamer el sabroso lácteo. Mi pene lo agradeció endureciéndose un poco más. Cuando se lo acabó volví a untarlo y así sucesivas veces. Me estaba gustando cada vez más y para darle más excitación al momento me iba masturbando a la vez que me lamía. Después me puse un poco en los testículos y en el perineo hasta que se acabó el yogur.

Después de una chupada tan buena por parte de Coqui, y viendo que se había acabado el yogur, decidí recompensarle de otra forma. Lo atraje hacia mi y empecé a tocarle el pene. Me sorprendió ver que se le endurecía al instante y poco a poco le fui retirando la piel hacia atrás. Coqui no se quejaba así que fui acelerando mis movimientos hasta que empezó a agitarse y eyaculó. Su jugo salió disparado y cayó encima de la mesita de té dejando un manchurrón que luego debería acordarme de limpiar.

Pero ahora pensaba en otras cosas. Coqui ya había disfrutado pero ahora me tocaba a mi. Sus lametones, aunque eran muy excitantes, dudo que me pudieran hacer correr así que planeé algo mejor. Busqué mi cartera y saqué aquel condón que pensé que jamás usaría. Me lo puse torpemente y llame a mi perro. El acudió rápidamente en busca de más ración de yogur, pero éste no iba a ser precisamente de limón. Tal como llegó lo giré y estudié su retaguardia. Tenía el ano muy estrecho así que me dispuse a dilatárselo de alguna forma. Lo masajeé con los dedos y me llevé una grata sorpresa al ver que no le disgustaba. Acerqué la punta de mi pene hacia ese pequeño agujero que me proporcionaría seguro un pequeño tiempo de placer. Mi glande inflado más allá de lo que creía posible rozaba los cuartos traseros de Coqui justo cuando un ruido de llaves sonó más allá de la puerta de mi casa. Empujé al perro cogí mis pantalones y corrí hacia el lavabo. Entré pasé la balda y me senté en la taza.

Parece que ya se ha dormido.- hoy que decía mi madre.

Rápidamente me masturbé para no salir con la pistola cargada. Acabé rápido, me limpié y tiré de la cadena. Salí del lavabo y me encontré de frente a mi padre.

¡Oh! Veo que estás despierto hijo.- dijo él

Si.- contesté yo escuetamente.

¡Antonio eres un cerdo!- exclamó mi madre. Los peores pensamientos pasaron por mi cabeza. Un perro en pleno orgasmo, un instante de placer y una mancha de semen canino en la mesita de té.- Si ves que se te derrama el yogur encima de la mesa ¡podrías limpiarlo!

Si madre.- contesté aliviado.