El yerno y las cosas de la vida - capitulo 2

2º capitulo de la viuda y su yerno

SEGUR, JOSEP A.

- ESCRITOR FRANCÉS.-

(1576 – 1805)

‘’ LOS HOMBRES DICEN DE LAS MUJERES LO QUE A ELLOS LES GUSTA. LAS MUJERES HACEN CON LOS HOMBRES QUE LES GUSTA A ELLAS”.

EL YERNO Y LAS COSAS DE LA VIDA

(Capítulo 2)

La prueba del 9 le llegó a Doña Hortensia el día que fue invitada a una boda de la sobrina de su difunto marido. Invitados también, fueron la hija y el yerno. Cuando Doña Hortensia apareció entre los numerosos invitados, los que la conocían quedaron sorprendidos ante el cambio hecho por esta. De ser una apenada viuda, convirtiose en la mujer más admirada, de todos los asistentes a la boda. Incluidos su hija y su amado yerno. Después de haber pasado por una peluquería que le transformó el peinado como a la Reina de Inglaterra, estrenó un escotado vestido de color azul claro, y zapatos, de medio tacón, que le realzaban la belleza, como si fuese una de aquellas damas que aparecían en las revistas. Y algo que ella, nunca hacia, se pintó los labios y se hizo la manicura en que le quedaron las uñas como a una modelo. En el escote, un collar de oro que tenía guardado desde que se casó. Aquello causó sensación hasta a su hija, que nunca la había visto tan bien arreglada. Al yerno, se le fueron los ojos, pero tuvo que hacerse el distraído para que nadie se diese cuenta de que allí había tomate.

Cuando terminada la opípara comida se llegó al baile, uno de los asistentes que no la perdía de vista se le acercó para solicitarla a bailar. El Don Juan, tan pronto la tuvo en brazos la apretó contra si como si fuese el marido o el amante pero ella no hizo ni caso, y siguió bailando. Doña Hortensia sabia que al yerno le daría celos. En realidad si se puso tan elegante fue para llamar la atención de este, y que no continuase viéndola como a una suegra de tantas. Como ella no le dio importancia al apretado de su pareja, el Don Juan algo tocado por tantos vasos y no de agua, bajo su mano hasta el culo de ella. Doña Hortensia continuó bailando como si tal cosa. Desde la mesa en donde comieron, la hija acercando sus labios a los oídos de su marido le dijo que a su madre ya no la conocía. ¿No crees que se le ha ido la olla? – le dijo a este escandalizada. El marido que ya estaba rojo de indignación ni se atrevió a contestar.

El Galán que la llevaba en brazos, entre la calentura del culo de ella y sus prominentes pechugas, y el vino trasegado bajó su otra mano también hasta el culo como si fuese a tirársela. Esta vez Doña Hortensia si le susurró algo al oído y el Galán la dejó en medio de la pista.

Cuando fue a sentarse al lado de su hija y el yerno, esta le preguntó que le había dicho a aquel Don Juan para que se largase tan rápidamente. – Nada importante – le contestó – que si quería tocar culos se lo tocase a su madre. – esta vez sí que a la hija la dejó más que sorprendida. Nunca, esta, la había oído hablar y proceder de aquella manera…. ¡Pero mamá, que te ha pasado, que ya no te conozco!. – a tu mamá no le ha pasado nada, pero alguna vez tenía que volver a vivir,  ¿no lo crees así? – Si me prestas a tu marido – continuó lanzada – bailaré con él porque sé que es un caballero, y las manos en el culo seguro que no me las pondrá – les dijo riendo alegremente como nunca hacia.

Ya dentro de la pista. Doña Hortensia le dijo al oído del yerno, que las manos no se las pusiesen allí, que si quería irían a los lavabos y en el culo le metiese su polla. Al yerno le sobraba calor y le faltaba valor, para seguir el ritmo, de aquella gozadora suegra. ¡Te lo digo en broma, hombre!. – Mañana – siguió ella – tan pronto puedas ven a casa que te enseñaré una cosa que te gustará, y también te tengo reservado un regalo que aún te gustará más.

Cuando a la mañana siguiente se presentó el desconcertado yerno, Doña Hortensia lo hizo pasar a su habitación y quitándose el albornoz que llevaba encima, dejó ante los asombrados ojos de su yerno una de las ultimas combinaciones aparecidas en Paris. Con ligueros y toda la parafernalia para momentos especiales. Como la braguita llevaba un clip, esta se la abrió dejando a la vista del azorado yerno, su frondoso chocho. Tumbándose encima de la cama le dijo que empezase por allí, pero con la lengua. Lo de dejar a aquel capullo – continuó – tocarme el culo solo fue para darte celos. ¿No creerás que aquel Don Juan de pacotilla me gustaba? – Pues a mí si me lo pareció – le dijo este con cara inexpresiva – Anda,… anda, que tú no entiendes de juegos amorosos – le dijo ella riendo como una adolescente. ¡Ven, chúpame el coño bien chupado! – que después te enseñaré el regalo. Ah… si no me lo haces bien no lo tendrás, así que dale marcha. – Esta vez fue el yerno quien se preguntó si a esta suegra se le había aflojado algún tornillo. – Cuando esta estaba ya a punto de caramelo le dijo a este que si se enteraba que se tiraba a otra que no fuese su hija o a ella, que le cortaría los huevos. Este, sacando la lengua de su cueva y quitándose un pelo de la boca, solo pudo decirle que haría lo mismo con ella si lo engañaba con otro.

Quizá no fuese por el encendedor de la casa Cartier de oro macizo, regalado, pero lo cierto que aquel día el amado yerno de Doña Hortensia estaba más animado que de costumbre. Lo que este no llegó a decirle, era que estaba obsesionado con ella, y que la deseaba locamente. Durante horas el yerno le fue entrando por todos sus agujeros, pero en un receso la enamorada suegra, dentro de una taza de café le puso 2 grageas sin que este se enterase. Este al cabo de poco y creyéndose SUPERMAN, continuó, con la labor, hasta las 22 horas. La suegra, aquella noche  ya no tuvo ni tiempo para soñar… Cuando se durmió el último pensamiento fue para su amado yerno.

Doña Hortensia tanta ilusión había puesto en aquella relación, que ya no se acordaba ni de su familia. Si durante casi 30 años, les había dedicado toda su atención, quizá ya le tocaba gozar algo de la vida, aunque fuese con aquel hermoso yerno. A la hija no le gustaba nada. Más bien era una de tantas historias que se daban en tantas y tantas familias, en donde estas cosas quedaban entre cuatro paredes, y lo que no se sabía; como dijo alguien – no existía. Lo de los pecados que decían los santos padres de las iglesias costaba bastante creerlos. Quizá el día en que desde el cielo o del infierno volviese alguno de estos pecadores se sabría la verdad. Pero de momento desde allá no venia nadie. Mientras, los hombres se preparaban para habitar otros planetas. En estos, nadie dijo que allí se encontrasen signos de santos, pecadores y alguna que otra cruz. Y menos, suegras y yernos.