El yerno de doña gaudencia

EL YERNO DE DOÑA GAUDENCIA Don Heraclio era un hombre de muy buena planta. Tenía clase. Allí donde iba, las señoras y las que no lo eran, lo miraban con los ojos de corderas degolladas. Para no crear problemas donde no tenía que haberlos, a las señoras a las que gustaba, les hacía ver que no...

GARCIA MÁRQUEZ, GABRIEL,(Nº1928), NOVELISTA COLOMBIANO

El amor es tan importante como la comida, pero no alimenta”

EL YERNO DE DOÑA GAUDENCIA

Don Heraclio era un hombre de muy buena planta. Tenía clase. Allí donde iba, las señoras y las que no lo eran, lo miraban con los ojos de corderas degolladas. Para no crear problemas donde no tenía que haberlos, a las señoras a las que gustaba, les hacía ver que no las miraba. En casa tenía una mujer que le adivinaba hasta los pensamientos. Muchas veces hasta pensó si no tendría algo de adivina. También en muchos momentos la hubiese mandado a tomar viento al Círculo Polar Ártico. Pero en contrapartida, tenía cosas que nunca encontró en otras hembras de las muchas que conoció a lo largo y ancho de este planeta que pisaba. Doña Gaudencia, el día o la noche que le daba por joder, se convertía en uno de aquellos ciclones que arrasaban aquellos países americanos, en que se llevaban casas, coches y todo lo que les daba la gana, que para esto los llamaban así.

Don Heraclio, de dos hijas que tuvo, la mayor se fue a Estados Unidos a estudiar y de allá ya no volvió. Hasta un día les dijo que si les interesaba verla, fuesen hasta Pensilvania, que allí la encontrarían. Aquella hija era todo un carácter, la hermana menor era más dócil, más comprensiva. La única cosa que desafinaba y que solo ella sabía, era que siempre estaba pensando en lo mismo, en follar. Desde temprana edad que ya se metía en su chocho aquellas bolas chinas que cuando andaba se le movían, dándole más placer que algunos de los novios que tuvo. Hasta que conoció un semental que le hizo olvidar aquellas bolitas que fabricaban los chinos.

El gachó aquel, además de un físico como el de un boxeador, tenía una polla como la trompa de un elefante. Aquel Adonis, era el que soñaban las mujeres de medio mundo, o quizá de todo. De solo verlo las había que se corrían, y si se lo podían tocar y acariciar era algo para recordar toda la vida. El único problema que tuvo la hija menor de Don Heraclio, fue que en su culo no había manera que le entrase, aunque allí se pusiese mantequilla u otra cosa que lubricarse. Aquello, para aquella hija de don Heraclio, sí era un problema. A ella le gustaba que se lo metiesen hasta el fondo y allí lo fuesen moviendo todo el tiempo que fuese. El culo de ella ya era tan voluminoso como el de su madre, pero su agujero no daba para entradas de aparatos tan mayúsculos. Hasta que un día se lo consulto. La mamá, al oírla se quedó con la boca abierta, a ella todos los que se la tiraron, entraron y los había que tenían una talla como el mango de un pico.

A la mamá aquello la ilusionó. Ella deseó que aquel novio de la hija fuese a parar a aquella casa. Quería saber así como probar un cipote como el que le había hablado su hija. Solo de pensarlo le crecía la saliva, y también entre sus piernas sentía tanta humedad como si se hubiese hecho pis. Gozar con un mango de aquellas medidas dentro del chocho, la hacía soñar despierta.

Cuando Gaudencia, la hija menor, se casó con aquel gachó, en la iglesia no se cabía. Don Heraclio tenía amigos y colaboradores por medio mundo que fueron invitados. Su señora doña Gaudencia, a otro nivel tenía tantas amistades que también la hubiesen llenado, pero ella solamente invitó a las amistades más cercanas.

Aquel novio con pinta de actor, fue el punto de mira de todas las damas que había en el templo. Todas hubiesen deseado ser ellas las que fuesen al altar con aquel pollo de raza pura, aunque no sabían que lo que este llevaba en la bragueta, más que una maza de mortero era un diamante.

Mientras la pareja emprendió el viaje de bodas, don Heraclio aprovechó para preparar el futuro de los recién casados. A su hija la pondría a controlar la fabricación de la empresa, y aquel hermoso yerno a controlar las ventas. Dos sectores en los que ya llevaba tiempo deseando hacer cambios. La vivienda, en un chalecito que estaba a solo 300 metros del que él y su mujer ocupaban. La vida, a don Heraclio le sonreía. En su interior, los cambios que quería hacer eran para el poder estar más libre y de cuando en cuando hacer algún viaje a ciudades en dónde podía encontrar lo mejorcito de las hijas de Eva. Era una solución para que doña Gaudencia no enterase de sus excursiones, con y sin calzoncillos. Así cuando volvía a casa su mujer tenía más ganas y el otro tanto!. Lo que don Heraclio ignoraba era aquella frase que decía que “el hombre propone y Dios dispone”. Él, práctico cómo era, no daba demasiada importancia a los dichos, acertijos y otras paridas del imaginario popular. El solo creía que dos y dos sumaban cuatro.

El primer viaje que tuvo que realizar aquel yerno fue a Bélgica, dónde tenían dos clientes. A este lo acompañó una empleada rubia como el oro que hablaba varios idiomas. Aquella gamba era un número 10. Andando sobre dos altos tacones su culo se le movía como las olas del mar. Frank, el yerno de doña Gaudencia, en cuando por lo que fuese ella iba delante, sus ojos seguían hipnotizados aquel vaivén diabólico. Como era costumbre en el hotel tenían 2 habitaciones reservadas. Mientras subían por el ascensor fue ella quien dijo de dormir en la misma habitación.

  • Verás, de muy pequeña mi papá me llevó de viaje y pernoctamos en un hotel, y a media noche hubo un cortocircuito que quemó un trozo de cable de la luz, y en unos instantes la habitación se llenó de un denso humo negro que faltó bien poco para que nos ahogáramos. Desde aquel día que siento aprensión a los hoteles. Si quieres, siguió ella, yo dormiré en el sofá, así no te molestaré.

Frank le sonrío al oír aquellas palabras.

  • Los dos cabemos bien en estas camas, y ¿por qué dormir separados? - añadió con sonrisa algo perversa - yo también tengo miedo cuando duermo solo en un hotel.

Cómo buenos entendedores y ya con los pijamas puestos, cada un se acostó dejando un considerable espacio en medio. Apagada la luz, fue ella quien le preguntó si estaba herniado.

  • De momento no, salud que me pase esta noche.

Al estar la luz apagada, ella no pudo verle una sonrisa tan larga como un cepillo de dientes. Como hija de Eva que eraa, ella insistió.

  • Es que al ponerte el pijama te he notado un bulto como si estuvieses herniado.

A Frank, aquella conversación le producía ganas de reír.

  • En mi pueblo a estos bultos les llamaban pollas.

Esta vez fue ella quien soltó la carcajada.

Pocos minutos después Frank dormía apaciblemente. Quién no lograba conciliar el sueño era aquella inquieta y curiosa hija de Eva, cuando creyó que Frank dormía, silenciosamente fue alargando su mano hasta encontrar aquel misterioso bulto que tanto la atraía. Una mano de Frank se posó por encima de la de ella, que la tenía encima de aquel bulto.

  • Como veo que ninguno de los dos dormiremos, lo mejor es iniciar lo que tú deseas y yo también.

Frank encendió la luz para que ella viese que aquello nada tenía de hernia. Este bulto ahora ya había crecido como un hongo y su aspecto imponía.

  • ¡Pero Frank - le dijo gozosa- esto más bien parece la pata de una mesa! ¿Y tú crees que me entrará?
  • Ven mi amor, y ponte encima, después vas bajando tu chochín y verás cómo te va entrando. Ponle un poco de saliva como lubricante.

Unos momentos después, aquel enorme cipote lo tenía totalmente incrustado en su coño. El sube y baja lo fue iniciando pausadamente, y tal y como la cosa se iba calentando, aumentó de revoluciones hasta que entró en un alocado galope. Aunque aquel mango le había entrado muy ajustado, ella le repetía continuamente que se lo destrozase, y después destrozarme el culo , le dijo con descontrolada pasión.

Frank, ante la calentura de ella y después de llegar al orgasmo, cuando se recuperó la emprendió con aquel hermoso culo de vedette teatral. Para entrarle y que no sangrase, le puso empastado en su agujero un generoso trozo de mantequilla casi derretida. Después con el dedo pulgar le lubrificó el interior para a continuación apuntar con su polla aquel agujero y cuando estuvo seguro de que su príapo le entraría sin lastimarla, de un seco golpe se lo clavó. De momento chilló como la pelasen en vida, pero después fue bajando el tono hasta que quedó en un lamento que daba la impresión de no ser de dolor. Entonces Frank comprendió que ella necesitaba más castigo, brava si lo era mientras le iba entrando y saliendo le empezó a dar palmadas en el culo con tanta fuerza que se le fue poniendo rojo como las amapolas del Tíbet. Poco tardó ella en pasar de ser una señora a convertirse en una procaz zorra. Las entrecortadas palabras que soltaba no tenían nada que ver con las señoras de bien, pero si de aquellas putas de los barrios chinos de Nueva York. Tanto era el placer que sentía que sin apercibirse se le escapó el pipí dejando la cama hubiese goteras.

Mientras ella se duchaba, Frank cambió las sábanas. Después acurrucada de espaldas contra su pecho se durmió prácticamente como una gatita al sol de invierno.

La vuelta a casa fue una página de besos y caricias. Aquella rubia criatura se había enamorado como una chiquilla. Esto confirmaba la frase lapidaria que dejó caer un sabio de Despeñaperros cuando dijo que: “No hay nada mejor para enamorar que una buena polla para retozar” . Después aquel sabio se quedó más ancho que el Océano Atlántico.

El próximo viaje que la empresa le tenía programado era a Inglaterra. Cuando doña Gaudencia se enteró, más que pedirlo fue una orden que su marido tuvo que cumplir. Ella, junto a aquel yerno, embarcaron en dirección Londres. Cuando llegaron a Londres eran las 6 de la tarde, y una hora después estaban en el hotel. Después, mientras cenaban, fue doña Gaudencia quién preguntó al yerno que se podía hacer cuando terminasen.

  • Querida suegra, Londres es inmenso y aquí se puede hacer casi de todo, le contestó este hermoso yerno.

  • Y entre este “de todo” ¿qué propones querido yerno?

  • Hay varias opciones, suegra, ver una película de estreno, o bien entrar en una sala de baile, si es que le gusta, claro.

  • Como hace tantos años que no bailo, preferiría lo del baile.

En la sala que entraron actuaba una orquesta cubana con repertorio de los boleros de siempre. La vocalista estaba en consonancia con aquellos formidables músicos, que los tocaban como solo lo saben hacer en el Caribe. La voz de ella era una invitación a gozar de aquella música y sus canciones, la dama además de cantar admirablemente, estaba más buena que un batido de coco con ron antillano. Su culo era una manzana miraba con cristal de aumento, y sus pechos que se le veían casi totalmente, grandes y hermosos como una diosa del Olimpo. Ella, sabedora de su belleza, entre canción y canción coqueteaba con el que tocaba el saxo, al cual hacía hablar.

La suegra, en brazos de aquel yerno se sentía la reina de la noche, ambos pegados como si fuesen un sello de correos gozaban de su sensual abrazo. Gaudencia pronto notó entre sus piernas el artefacto aquel del que le habló su hija, se apretó un poco más sí cabía.

Al yerno le pasaba más de lo mismo. Al tener en sus pechos los voluminosos de ella, hacía que su príapo se mantuviese tan duro como el raíl de una vía de tren. Como vio que la suegra estaba por la labor, bajó una mano de su cintura y se la puso en su voluminoso culo. Como ella continuaba danzando entregada a aquel placer, Frank bajo su otra mano. Ella, quizá agradecida por aquellos ardientes contactos, lo besó en el cuello.

  • Querido yerno, creo que no será esta la última vez que te acompañe. Lo estoy pasando divinamente, le dijo con los labios pegados a su oreja, su cálida voz y el contacto de su piel en la cara hizo que aquel yerno diese otro pasito adelante.

  • Suegra si continuamos así no podré resistir el subirle la falda hasta la cabeza.

  • Querido yerno, no sufras que muy pronto tendrás la ocasión sin tanta gente delante.

Frank no pudo contenerse y le dio un suave beso en los labios, a cuenta de los otros que después vendrían. Si su suegra estaba encendida como las hogueras de San Juan, a él le pasaba lo mismo. Intuyó que aquella suegra era más que eso, mucho más. Frank deseó irse hacia el hotel lo más pronto posible. La suegra, como si leyese los pensamientos, le dijo de irse. Ambos cogidos del brazo esperaron que algún taxi les llevase al hotel.

Cuando llegaron a su habitación lo primero que hizo aquella suegra sin ni siquiera quitarse las ropas, fue sacarle de la bragueta aquel espectacular carajo para cerciorarse de que no era un sueño. Después ya tendidos en la cama y dejando en penumbra la habitación, la emprendió con aquel mango de azada, mientras el yerno buceaba en su poblado chocho de intenso bello. Este dejaba escapar un olor a bacalao que daba gloria, pero aquello, para aquel yerno, aún le aumentaba los deseos. Tras horas de explorarse todos los rincones, la querida suegra le ofreció su más que exuberante culo para que con él hiciese lo que quisiese. Sin ninguna clase de lubricante el yerno se lo metió, mientras se lo calentaba a palmetazos. La llegada al orgasmo de ambos fue como el rugir de los leones estando enjaulados y cabreados. Cuando ya acabaron de aquella intensa entrega, quedaron abrazados encima de la cama y mientras el yerno le iba chupando los pezones. Ella como si este fuese un bebé, le fue acariciando sus cabellos.

Don Heraclio estaba sorprendido gratamente del cambio que se había producido en la familia e incluso en la empresa. Si antes doña Gaudencia siempre estaba inquiriéndole, ahora ella estaba más amable y relajada, más dedicada a otras cosas dejándolo tranquilo para que siguiese con sus aficiones. Aquello le daba la posibilidad de continuar con sus corridas, no en plazas de toros, en las otras que no se empleaban estoques ni banderillas, e incluso capotes. Don Heraclio gozaba de la vida como nunca lo había hecho antes.

Su yerno, su querido yerno también era tremendamente feliz. Si no estaba de viaje, dos días a la semana iba a hacer footing durante varias horas lo que le daba un aspecto saludable, como si fuese un jovenzuelo. En sus largas caminatas, siempre iba a parar a una discreta casa que había comprado en las afueras y que cuando allí llegaba ya estaba esperándole su querida suegra, que como siempre hacía con los modelitos de últimas creaciones francesas que resaltaban más la hermosura de su culo, así como la de sus exuberantes pechos. Después de varias horas de gozarse, cada uno volvía a su casa con el placer de haber cumplido con sus adorables ocupaciones.