Él y ella I - Partirse en dos

"Pensando qué más podía hacerla solo por el hecho de saber que podía" Primer relato de una saga de dominación (D el y s ella)contado a dos puntos de vista. Bien escrito, va in crescendo) "Quiero que siga. Quiero que haga más. Quiero que me lo haga todo"

Soy Lovelace, tengo 22 años y soy de Madrid. Este es mi primer relato, me he registrado exclusivamente para compartirlo con vosotros. Agradezco cualquier comentario y sobre todo las críticas, para mejorar.

Como extra al relato añadiré al final un detalle sobre el "making off" :O

-Vamos a casa

-Aún no hemos terminado,  falta comprar la fruta...

-Vamos a casa, ahora. ¿Por favor? Lo dice poniendo carita de cachorro, haciéndola reír.

-Vale, vale,  muy bien. Vamos a casa.

En el ascensor la besa suave, dulcemente,  mientras la aprieta levemente contra el espejo (todo ascensor que se precie tiene uno). Sonríen a la vecina de al lado, que sale mientras abren la puerta. Y al cerrarla,  ella apenas tiene tiempo de dejar las bolsas de la compra en el suelo antes de él diga:

-Desnúdate.

Y sin inmutarse, ella se apresura a obedecer. Lo hace tal cual se lo ha pedido; sin aspavientos ni juegos. Simplemente se está quitando la ropa, no seduciéndole. Y sin embargo,  eso es lo justo que va haciendo. Se quita la chaqueta mientras se descalza, luego la camiseta. Se desabrocha el botón de los vaqueros y,  agarrándolos de la cinturilla,  los empuja más allá de sus caderas y sacude las piernas para que terminen de caer. Pisando el vaquero amontonado en sus tobillos con un pie, saca el opuesto. Hace lo propio con el otro pie y se inclina sin doblar las rodillas para quitarse los calcetines. Lleva las manos a su espalda para desabrocharse el sujetador.

- Para – y se detiene. Todo el tiempo él ha permanecido de pie junto a la puerta,  vestido,  observándola – Date la vuelta.

Y ella se gira,  quedando de espaldas a él y de frente al espejo del recibidor.

- Pon tus manos sobre los muslos. Ahora deslízalas hacia abajo,  sin flexionar las rodillas. Más. Apóyalas en el suelo. Muy bien. Buena chica.

Se aproxima y coloca las manos sobre el final de su espalda,  a ambos lados de su columna. Las desliza hacia sus hombros como ella acaba de hacer en sus propias piernas,  y su cadera queda irremediablemente pegada a ella. Sube las manos por su cuello y las enreda en su pelo,  tirando hacia arriba.

-¿Te ves?

-Sí

-Me refiero a si realmente te estás viendo. Si te ves tal y como lo hago yo.

La fuerza de la pregunta queda en el aire mientras ella deja de mirarlo a él en el espejo y se mira a sí misma. Sigue teniendo las manos el suelo,  con las piernas abiertas y estiradas,  luchando para guardar el equilibro. En ropa interior. En el recibidor,  con la compra y su ropa en el suelo. Mientras un hombre vestido tiene el paquete contra su culo y la sujeta por el pelo. La suelta y se aleja hacia el salón,  rompiendo la tensión del momento, y permitiéndola rehuir su propia imagen.

- Sígueme – y ella obedece,  dando con dificultad uno, dos y hasta tres pasos que le hacen sonreír,  complacido- Puedes apoyar las rodillas.

Y solo entonces las dobla y camina tras él a cuatro patas, atravesando una puerta,  pasando de largo la cocina  un baño y el pequeño salón,  hasta el final del pasillo. Junto a la puerta,  de un mueble con cajones él saca un antifaz de avión,  destinado a sus ojos. No conoce nada de la casa, a excepción del recibidor,  la cocina,  el saloncito donde reciben a los amigos. Sabe que hay otro salón,  pero no lo ha visto nunca. A partir de ahí, siempre lleva los ojos tapados.


Entro y reconozco el tacto de la moqueta en mis rodillas,  como dándome la bienvenida. “aquí” me dice, mientras oigo como se sienta en el sofá. Me dirijo hacia allí,  conozco el camino. Me ayuda a subir a su lado, me tumbo de lado y apoyo mi cabeza en su regazo. Me acaricia el pelo, despacio. Introduce los dedos separados como un rastrillo,  de la frente a la nuca. Empieza a pasar las uñas por mi cuero cabelludo, estremeciéndome. Ahora agarra puñados de pelo tras cada pasada. Yo sigo inmóvil, como ida. Me relaja tanto...

Cada vez duran menos las caricias,  hasta el punto que creo que me ahora simplemtente me está tirando del pelo. Y empuja sus caderas. Caricia,  tirón, empuje . Apretándose contra mi mejilla. Caricia,  tirón,  empuje . Cada vez más,  cada vez más fuerte. El último tirón de pelo, en la base de la cabeza, lo utiliza para rotarme la cara hacia abajo. Y empuja. Y no se retira,  simplemente empieza un vaivén,  sin soltarme,  sin retroceder. Se restriega contra mi cara,  y puedo notarle a través del pantalón. El bulto pasa la mayoría de veces entre mi nariz y mis labios,  mientras el sigue apretando,  yendo y viniendo – Abre la boca – dice,  y ahora se roza con el canal que forman mis comisuras. – Levanta el culo – y yo hinco las rodillas y obedezco. Se mueve, ahora está de rodillas frente a mí mientras yo sigo bocabajo en el sofá,  la cara contra la tapicería, mi respiración caliente,  y su mano firme en mi pelo. Se inclina  y la presión del sujetador alrededor de mi espalda desaparece,  sustituido por sus uñas. Espalda arriba,  espalda abajo. Otra vez. Y lo siguiente que oigo es una cremallera, y ya se lo que viene después.


Me encanta poder verla así. Es como una cena de lujo perfectamente emplatada. Su piel blanca,  su perfección. Su ropa interior,  su culo en alto,  la espalda bajando mientras lo erótico de la escena va in crescendo. Su pelo en mi puño y su cara contra el sofá. Es tan jodidamente perfecta. Levanto su cabeza,  obligándola a apoyar las manos e incorporarse. Tiene la cara roja y caliente de respirar contra el cojín y jadea,  liberada.

- Abre la boca – Antes de terminar la frase ya lo había hecho – Saca la lengua. Más. Más. ¡Más! Muy bien. Pase lo que pase, no la cierres.

La suelto,  me levanto,  y la miro. Sobre el sofá,  a cuatro patas,  el sujetador desabrochado, el pelo revuelto,  la mandíbula desencajada y la lengua tan forzada que tenía que dolerla. Guapísima a pesar de todo,  o quizás precisamente por ello. Y sin embargo,  aún estaba pensando qué otro elemento podía añadir a la escena. Era tan frecuente encontrarme en esta situación,  pensando qué más podía hacerle solo por el hecho de saber que podía.


Sé que se ha ido. Pero no me muevo. Estoy segura de que no está en la habitación y me duele la mandíbula y los dientes de abajo se me clavan en el envés de la lengua,  que se me seca.

Pero no se me pasa por la cabeza parar. Porque puedo cerrar la boca pero eso sería parar y estoy tan excitada. Quiero que siga. Quiero que haga más. Quiero que me lo haga todo. Así que mientras espero ese todo,  mantengo la postura,  arqueo más la espalda,  aprieto los párpados bajo el antifaz y espero. Con la boca abierta. Con la lengua fuera. Lo que parece ser una eternidad.

De repente algo entra en mi garganta. Porque tal y como estoy el acceso es demasiado fácil,  y apenas tengo tiempo de notarlo entre los labios cuando ya está en mi garganta. Y sus dedos,  sujetando lo que sea que se estrella contra mi campanilla, rozan mis labios. Mantiene el objeto unos segundos y luego lo saca,  lo justo para dejarme respirar.


–  Qué suerte que nos diese tiempo a comprar la verdura antes de venir – y vuelve a empujar. Y esa es su forma de hacerme saber que uno de los calabacines que hemos comprado,  es lo que está ahora mismo entrando y saliendo de mi boca. Y mientras me doy cuenta de lo mucho que tengo que abrir la boca para no rozarlo con los dientes,  me pregunto si acabará en algún otro sitio.

Después de pocos minutos,  el juego se vuelve aburrido,  y es hora de volver a improvisar. Qué más, qué más. Dejo el calabacín en su boca. La escena de hoy acabará siendo barroca,  rellena,  pesada,  sobrecargada,  intensa. Caerá y explotará por su propio peso. Hoy,  jugaremos a lo grande.

Me voy al dormitorio,  me desnudo. Doblo la ropa,  la guardo. Busco a los nuevos invitados a la fiesta,  los selecciono y vuelvo. Sigue ahí,  con la boca abierta,  la lengua fuera y el calabacín en su boca. Limpio con cuidado la baba de sus comisuras – Puedes dejar de sacar la lengua, puedes morder el calabacín, pero que no se te caiga – y engancho en su cuello un collar. Tiró, se cae del sofá más que bajar,  y gatea hasta el centro de la habitación. La rodeo y tiro del collar hacia atrás,  obligándola a erguirse sobre las rodillas. La quito finalmente el sujetador. Cubro sus pezones con cinta aislante,  en forma de cruz y ato sus brazos a la espalda,  desde los codos hasta las muñecas. ¡Qué cliché más espantoso! Con un placer perverso la empujo,  y cae de bruces contra la alfombra. El calabacín sigue en su boca,  mordido. Y verla estrellarse de boca contra el suelo amortiguado sin poder hacer nada para evitarlo me enciende. Enciende esa parte de mí que es salvaje, y que siempre apaga esa parte de ella que es reticente.


Tira de mis caderas mientras apoya una mano en mi espalda. El mensaje es claro, y una vez más hinco las rodillas mientras mi cara permanece en el suelo,  esta vez sujetando una hortaliza con las mandíbulas desencajadas como si se me fuese la vida en ello. ¿Y ahora?

Acaricia mis caderas, bajando hasta los muslos,  subiendo hasta mi cintura y bajando otra vez. Al volver a trepar por mis caderas,  lo hace bajo mi ropa interior,  y al descender, me baja las bragas hasta justo bajo mis nalgas. Un poco más.

Y pasa un dedo entre mis nalgas, sin llegar hasta mi sexo,  pasando por el ano. Humillándome burlón. Y sé que se ha activado en el esa vena maliciosa,  y mi sistema entra en alerta y me digo “prepárate,  porque hoy va a ser una velada cojonuda, guapa. Y tienes que aguantar,  aguantar hasta el final”. Y entonces empieza a hablar.

- Y ahora,  ¿te ves como yo lo hago? No creo que en tu cabeza puedas verte siquiera como la mitad de lo que eres. Estas aquí, con el culo en pompa, ofrecida – vuelven a pasar el dedo,  torturándome – abierta – otra vez – con ese calabacín en la boca. Un espectáculo sublime y lamentable al a vez. ¿Te pone esto? – Pasa las manos por mis nalgas antes de darme el primer azote – contesta.

Asiento como puedo con la cabeza.

¿Quieres más ? – Vuelvo a asentir y me complace,  bajando la mano otra vez – “Nada de azotes,  ni sexo anal ni cosas raras” – pone voz de falsete,  imitándome – Me apuesto lo que quieras a que ahora mismo te dejarías follar el culo con ese calabacín si yo te lo pidiera. Y sin que te lo pidiera. No hace falta que respondas,  lo sé.

Y,   que Dios me perdone,  tiene razón.


Quería hacer durar este momento,  pero tras diez azotes estoy a punto de explotar. Y está aquí para que la use. Asique eso es lo que hago,  apunto,  y agarrando  su cintura con fuerza empujo hasta el fondo. Giro las caderas y me retiro.

- Estás tan mojada que creo que de verdad podría metértela por el culo ahora mismo,  y entraría como un guante. De hecho...

Acerco la punta de mi pene a su estrecho agujero y sujetando el tronco con mi mano derecha y su cuerpo con la mano izquierda,  restriego y presiono levemente, la noto tensarse, me retiro y restriego y presiono y presiono otro poco hasta que su fortaleza cede y ella se retrae,  emitiendo un gemido de queja a través de la improvisada mordaza que sujeta con sus dientes – Shhhh,  quieta. Hoy voy a romperte el culo,  y lo haré sin piedad. Es una promesa. No puedes hacerme parar,  asique lo mejor es que te relajes – Entonces solo empujo una vez más, imperceptiblemente, pero  suficiente para demostrar mis palabras,  antes de volver a introducirme en su sexo.

– Estás tan mojada que casi ni tiene gracia...

Me retiro y me dirijo hacia el frente. Tiro del calabacín.


Tengo un pálpito,  un dolor sordo en mi mandíbula repentinamente libre. Sé que empeorará al cerrarla, asique la muevo de lado a lado y la voy cerrando poco a poco. Me incorpora agarrándome del pelo y me empuja hasta que estoy de rodillas,  sentada en mis tobillos,  con los codos juntos a mi espalda,  esperando.

Me acerca su polla a la cara (“Quieta”, susurra) y empieza a pasarla por mis mejillas,  como si pintara con ella sobre mi cara – no abras los ojos – y me quita el antifaz y yo obedezco. La pasa por mi frente,  y yo intento controlar mi aversión a esta situación. Excitación,  y perversión. Quien soy ahí afuera,  quien soy aquí dentro. Mi centro,  hinchado y pegajoso,  siempre gana. Y me entrego a ello,  e intento imaginarme qué imagen debo presentar. De rodillas,  con la cara vuelta hacia arriba,  los ojos cerrados,  la expresión serena. Cómo esperando una bendición. Y la bendición llega en forma de bofetada. Una bofetada sin manos. Me da con su polla en las mejillas, me golpea en la nariz. Va ganando fuerza y llega un punto en que llego a pensar si no se hará daño. Quizás para él,  como para mí,  el placer gana. El morbo. La perversión. La diversión. Es lo mismo.

Cambia de táctica, y agarra mi pelo con las dos manos,  con fuerza. Ha perdido todo rastro de delicadeza y yo empiezo a sentirme perdida,  a la deriva. Estoy en trance,  y casi disfruto cuando con brusquedad estampa mi cara contra sus huevos. Y mueve mi cabeza contra ellos,  y contra su polla y su pubis. Sin ningún objetivo más que el de restregar mi cara contra su entrepierna. Bueno,  y burlarse.

¿También te excita esto?  ¿Realmente eres capaz de sentir placer mientras restriego la polla en tu cara? Eres tan sucia...

Y estoy dividida. Como mi cuerpo,  dividido en dos, entre asco y placer,  humillación y placer. Entre mi yo de fuera y entre mi yo de ahí abajo. Y sé quién gana,  porque tiene razón. Soy tan sucia...

Me da fuerte esta vez.

- CONTESTAME! ¿Te gusta? ¿Es lo que te va? ¿Puedes verte ahora? ¿Ves lo que eres?

Con cada frase me azota la cara con su pene,  y cuando finalmente contesto (“ Si,  me gusta. Es lo que me va. Soy un niña tan sucia” ,  al ritmo de más envites) me empuja la cabeza hacia abajo,  hacia sus huevos y me dice “Chupa”

Y abro la boca y le succiono las pelotas. Y la pequeña parte de mi yo de afuera que todavía me rondaba la cabeza desaparece, porque me estoy partiendo,  me rompo en dos, y me dejo ir. Y ya,  no hay nada más que placer, y no hay más pensamientos. Porque me vacío de mí para ser llenada.


Él se la mete en la boca. Y la suelta,  y la deja hacer. Ella chupa,  moviendo la cabeza, frotando la parte delantera del tronco,  succionando el glande,  lamiendo desde los huevos hasta arriba e introduciéndosela otra vez. Y poco a poco cada vez entra más,  hasta llegar a su garganta.

En ese momento,  cuando siente que ella lo recibe hasta el fondo,  él vuelve a agarrarla y comienza a follarle la boca despacio,  pero profundo. Ganando en fuerza e intensidad. Finalmente,  la empuja de la nuca hacia él,  y con la cadera presiona hasta el fondo. Su nariz esta contra su vientre. La sujeta ahí.

– Abre los ojos

Ella lo hace,  y solo ve su piel. Y él la mantiene ahí hasta que boquea por aire y un sonido ronco sale de su garganta. Entonces sale de ella,  y mientras un hilo de saliva densa une todavía su boca a su polla, empieza a correrse sobre ella. El hecho de que no sea deliberadamente, lo hace mucho más excitante. Su leche ha salpicado en su mejilla,  en su pelo,  en sus pechos. Verlo hace que sus espasmos se prolonguen,  aumentando el placer hasta las últimas gotas,  dirigiéndolas ya intencionadamente hacia ella.

Cuando ha terminado, lñ desata los brazos, vuelve a colocarle el antifaz y la ayuda a incorporarse.

– No te duches. Queda mucha noche por delante

– ¿Qué hora es?

– Las tres. Vamos a comer.

EL DETALLE DEL MAKING OFF

Quería añadir que me solidarizo con mi "personaja" (pobre!;) y desde que tiene que abrir la boca hasta que terminé de escribir, yo también busqué y llevé una mordaza improvisada. Nada cómodo, pero muy excitante. Ideal para entrar en su piel.

No olviden dejar su comentario o crítica.

Con cariño, Lovelace.