Él y ella

Primera sesión de una pareja de sumisos ante su Amo

Ella abre la puerta de par en par mientras mantiene la mirada al suelo. Viste, como le he ordenado, un vestido corto y transparente que se ciñe a su cuerpo. Se que debajo lleva medias negras hasta medio muslo, tanga y sujetador a juego.

Me pide por favor que pase, pero yo me tomo mi tiempo. Se que le da miedo que algún vecino pueda verla vestida así, abriendo la puerta a un desconocido, pero me excita verla así. Finalmente, me decido a pasar y cierro la puerta tras de mi. Ato sus manos a la espalda y le coloco un collar de perro en el cuello, lentamente, me gusta saborear el momento. Así, inmovilizada, le susurro a la oreja: “ahora puedo hacer contigo lo que quiera”, mientras acaricio sus pechos con brusquedad. Ella sigue avergonzada, humillada, con la mirada al suelo y suplica: “por favor amo, no me haga daño, haré lo que usted ordene”.

Siempre empiezo así las sesiones con mis esclavas y siempre es éste el momento que me produce las sensaciones más estimulantes, la primera entrega.

Puesto que me ha obedecido, entiendo que él debe estar atado a una silla, desnudo salvo por unas ridículas medias negras y un tanga transparente que apenas puede contener su pene, excitado como está. He dejado claro que es mi deseo que sea ella la que actúe como dómina en mi ausencia, por lo que ha sido ella quien le ha obligado a desnudarse y a vestirse de esta guisa. Le he sugerido que lo dejase expuesto a la vista de algún vecino, pero no he sido taxativo a ese respecto: todavía no los conozco. Siento curiosidad por saber si se ha atrevido a hacerlo o no. Veremos.

Ato una correa a su collar y me dirijo al comedor, con ella siguiéndome cabizbaja.

Ya en el salón, él nos oye entrar, está de espaldas. Tiro de la cadena hasta llevarla delante de él para mostrarla y para avergonzarlos. Le estrujo los senos mientras le explico todas las vejaciones a las que será sometida sin que el inútil de su marido haga nada por defenderla. La desato y le ordeno que se suba la falda del vestido despacio, muy despacio, con calculada lentitud para que el pueda asimilar plenamente el momento en que su mujer se somete a un desconocido mientras el está atado y feminizado ridículamente.

“Quítatelo del todo”. Me mira suplicante pero no cedo. “Del todo he dicho”. “Si amo”, responde en un susurro y me obedece.

Le entrego un collar y le ordeno que se lo ponga al esclavo y que lo desate. Me acomodo en el sofá y les ordeno que permanezcan frente a mi con actitud sumisa: las manos a la espalda, la mirada al suelo y una rodilla ligeramente flexionada sobre la otra. Me gusta esta posición y me tomo mi tiempo para disfrutar de la escena. Finalmente, me dirijo a él y le ordeno que le ate las manos a la espalda.

“Puesto que por tu culpa tu  marido va a ser un cornudo sumiso, me parece justo que te castigue, ¿no crees?”, pregunto burlón. “Vas a ser expuesta a humillación publica por tu descaro. Tu! –le digo a él- llévala a la terrada y déjala ahí”.

“No por favor amo, noooo, los vecinos podrían verme…noo…”, suplica mientras se postra de rodillas ante mi. Suplica, pero no dice “naranja”, solo suplica. “Naranja” es la primera palabra de seguridad que hemos acordado. Significa “esto me desagrada mucho pero lo haré amo”. La otra palabra es “amarillo”, que significa: “se acabó la sesión”. Me encanta que mis esclavas supliquen, me excita sobremanera. Cuando una esclava suplica piedad significa que una mitad de su alma quiere el castigo o la humillación y la otra mitad la rechaza…a veces soy compasivo.

Pero hoy decido que no, no tendré piedad.

“Tenia pensado dejarte de pie y con la ropa interior, pero por tu insolencia serás severamente castigada”. “Tu! – me dirijo al esclavo- bájale el sujetador”. El obedece sin dudar, dejando sus senos al aire (veo que el muy pervertido ha aprovechado la ocasión para manosearla, lo dejo pasar, de momento). “Ahora las bragas, a medio muslo, pero no se te ocurra tocarla, cerdo!”

“Llévala a la terraza, la obligas a arrodillarse y le atas los tobillos, para que no pueda moverse. En mi mochila encontrarás lo necesario”.

Ella sigue gimiendo: “Noooo, piedad amo... por favor… haré lo que usted quiera pero esto noooo….”

(continurá)