El Vuelo del Fénix (y 3)

Excitante e inesperado desenlace de una historia que se ha ido construyendo en los anteriores capítulos.

EL VUELO DEL FÉNIX (y III)

Lección Uno

–¿Duermes colgando de ahí o en la cama? –bromeé.

–La verdad es que cuando las uso no duermo mucho. Anda, ven aquí, angelito, que estás para comerte

Me hizo ponerme debajo y me puso los brazaletes con un suave clic; yo pregunté:

–¿Para qué es esto?

–No te apures, es para que no te muevas demasiado durante la penetración. He aprendido que no se puede dejar galopar a rienda suelta a sementales como tú

Ella cogió un mando a distancia como si fuera a encender la luz, pues la habitación estaba en penumbra. Pulsó un botón y sonó una música sensual. Pulsó otro botón y se oyó un suave zumbido. Las correas se elevaron y tiraron de mis brazaletes, obligándome a levantar los brazos; tiré con fuerza hacia abajo, pero la maquinaria oculta en el techo no cedió, y pronto quedé con los brazos levantados por encima de la cabeza. Yo estaba francamente alarmado, allí desnudo, sin poder hacer nada. Ordené (o más bien supliqué) a Raquel que me bajara, pero ella se me abrazó, tratando de calmarme:

–¡Por favor, corazón, no te asustes, que no va a pasarte nada! Es parte del juego, ya verás cómo te va a gustar, en serio! –parecía sincera, y me tranquilicé, sobre todo cuando se arrodilló y me la volvió a chupar con la misma delicadeza que antes. Sacó un condón de no sé dónde y, como hizo antes en el archivo, se lo metió en la boca. Lo chupó como si fuera un caramelo y me lo puso hábilmente sin sacárselo de la boca, con los labios y la lengua. Siguió lamiéndome un rato. Sin embargo pronto lo dejó, porque ya estaba yo otra vez más que cachondo. Se puso en pie y se volvió, restregando sus nalgas contra mí. Mi verga se introducía  entre ellas todo lo que la braguita negra permitía. Raquel se movía ondulante, como una bailarina oriental, y yo me moría por agarrarla y penetrarla, lo cual era imposible en mis circunstancias. Si yo movía la cintura hacia delante ella se zafaba, sin despegarse de mí, volviéndome loco. Cuando yo me quedaba quieto ella acariciaba mi glande con la punta de sus dedos, lo introducía entre sus muslos, lo frotaba contra su entrepierna mientras bailaba, segura de que yo seguiría cada uno de sus movimientos. La verdad es que era muy placentero, y me fui haciendo a aquello.

También ella se estaba poniendo cachonda. Tiró de su braguita introduciéndola entre sus nalgas, como si fuera un tanga escotadísimo. Tenía un culo precioso, redondo y

suave, y dentro de nada sería mío otra vez. Mi tranca estaba ya tan dura como nunca, resbalando entre aquellas suaves esferas musculosas, lubricada con la saliva de su boca. Raquel agarró la tela de la entrepierna de la braguita y la desplazó a un lado, dejando el paso libre hacia las profundidades de su valle anal. Embestí suavemente, sabiendo que una reacción brusca llevaría a una nueva huída. Era como acosar poco a poco a una cierva hasta que ella decidiera rendirse sin condiciones. Raquel se dejó hacer, y en algún momento echó leche corporal sobre mi ariete, que chapoteaba sin obstáculos por su culo, llegando ahora a presionar contra su esfínter.  A veces, ella contraía el culo con fuerza, como para rechazarme, apretando mi polla y causándome un intenso placer. En uno de mis avances ella presionó hacia atrás; su prieto culo empezaba a ceder con la presión, dilatándose poco a poco. Mantuve una presión suave pero sostenida, con suave balanceo atrás y adelante. Ella gimió, y no de dolor. La punta de mi pene entraba ya suavemente en ella. Me esforcé por presionar un poco más.

–Despacio –murmuró ella quedamente.

La sensación era inenarrable. Ella se movía en círculo, haciendo la danza del vientre en cámara lenta, acostumbrándose a sentir aquella dulce intrusión. Al rato varió el movimiento hacia adelante y hacia atrás. Yo sentí que se me permitía empujar más fuerte, y mi enorme polla penetró entera más allá del umbral. Ella jadeó de placer, meneando las caderas cada vez más deprisa. Yo estaba en la gloria, bombeando como el pistón de una máquina de vapor. Veía mi polla entrando y saliendo cada vez a mayor velocidad en su distendido agujero. El corazón casi se me salía por la boca. Estuvimos así no sé cuánto tiempo, hasta que por fin tuve un tremendo, glorioso orgasmo.

Aunque me fallaban las rodillas yo seguí empalmado un rato, tratando de seguir con el meneo, pero mi exhausta verga perdía dureza y tamaño hasta que salió del ano de Raquel. A mí me parecía evidente que aquello ya se había acabado. Me equivocaba.

Raquel se dio la vuelta, me quitó el condón  y me cogió de la cintura, mirándome con ojos soñadores:

–¿Te ha gustado, guapo, mmmh? ¿A que está mejor así, con más calma?

–Ha sido genial, preciosa… pero me hubiera gustado más agarrarte mientras te enculaba

–Aún no estás preparado, amor, quizá más adelante… Al fin y al cabo, ésta era la Lección Uno.

Lección Dos

–¿Ah sí? –dije sonriendo– O sea que habrá más lecciones, ¿no?

–Por supuesto amor, toda la carrera si quieres

–¡Pues claro! Estoy deseando aprender, si la profesora es tan guapa… ¿Cuándo hacemos la lección dos?

Ella arqueó las cejas, sonriendo de manera enigmática.

–Si quieres ahora mismo, precioso. Yo aún quiero más.

–¿Qué? ¿No has tenido bastante? ¡No me digas que te he dejado insatisfecha…!

–Hombre, no es eso. Me ha encantado, me has hecho sentir como una verdadera mujer; me has puesto casi en órbita… casi.

–Pues lo siento, pero yo necesitaré algo de tiempo, como comprenderás

Raquel se apartó de mí unos centímetros:

–De eso nada, guapo; ahora mismito estás a punto de caramelo para la lección dos.

Había algo que se me escapaba, no sabía qué exactamente. Ella levantó los brazos, posando como si estuviera ante un fotógrafo. Miro su cuerpo perfecto, la corta melena rubia, los suaves hombros, los pezones oscuros coronando sus hermosas tetas, la esbelta cintura, las redondas caderas… Mi horror no tiene límites al llegar a las bragas negras; a la altura del pubis muestra un abultado paquete! Todo lo demás es perfecto, las hermosas piernas, las proporciones… pero el paquete! Apenas le cabe en las bragas… ¿Cómo no me he dado cuenta?  Ahora comprendo lo de su voz un poco grave, femenina, pero grave. Estoy sin habla, anonadado. Ella (¿él?) se quita las bragas tranquilamente, quedándose con las medias negras. Una imponente verga se alza triunfante y poderosa entre los muslos. Por fin, consigo decir algo:

–¡Eres un tío!

–Si quieres hacerme un cumplido dime otra cosa, por favor. Estoy más orgullosa de mi condición femenina que de la masculina… – comienza a caminar sobre la cama para ponerse detrás de mí – …pero guardo ciertos privilegios de la virilidad.

Yo intento desesperadamente encararla, pero las correas del arnés me tienen colgado como un muñeco. Raquel (o como se llame) se coloca detrás de mí y rodea mi cintura con sus manos. Yo protesto, desesperado:

–¡No me toques! ¡Me has engañado! ¡Eres un tío, y yo con tíos no quiero saber nada! Suéltame y déjame marchar.

–¡Ay por favor, no reacciones así, cariño! Tú querías aprender a hacer el amor por el pompis, no? Pues yo te estoy enseñando cómo lo disfruta un hombre y cómo lo disfruta una mujer, con placer y sin dolor

–¡Pero yo no necesito aprender lo que siente una mujer!

–Ssshhh, calma, ya verás cómo todo va bien. Además, ves? me pongo condón, para que no pase nada, y una crema hidratante para que todo vaya muy bien.

Efectivamente, pronto noté cómo me cogía de las caderas y trataba de deslizar su polla entre mis nalgas, y estaba húmeda. Estaba furioso conmigo mismo: había dado por el culo a un tío ¡dos veces! y ni me había enterado. Ahora entendía el por qué de su voz grave, por qué no solía vestir pantalones ajustados, por qué en el archivo no permitió que la metiera la mano hasta el pubis, por qué decía que le gustaba hacerlo por detrás; ahora empezaba a entender a qué se refería cuando decía ‘coito anal’, y cuál era mi papel en ello.

Me revolví todo lo que pude, pero con sólo tirar de mí hacia atrás Raquel me dejaba colgando de las correas. Además, estaba visto que físicamente era más fuerte de lo que parecía. Pronto quedé extenuado y con los ojos llenos de lágrimas. Deslizó su pene suavemente pero a buen ritmo entre mis bien lubricados glúteos.

–Siento no haberte dicho la verdad –dijo– pero ¿qué podía hacer? Si supieras cómo soy me hubieras rechazado en el acto y… y la verdad es que yo te deseaba mucho, desde el primer día… Pero amor mío, si estás llorando! Ay no, por favor, no llores

Pasó una mano untada en crema delante de mí y agarró mi pene, que estaba reducido a su mínima expresión, y lo acarició con suavidad sin cesar el movimiento. Sus palabras me fueron calmando. Sonaba como una mujer, pensaba como una mujer, y me sentí menos engañado. Por otra parte, no era desagradable; disminuyó un poco la frecuencia del movimiento

y presionó contra mi esfinter con algo que mi sentido del tacto me decía que era enorme. Pero Raquel no tenía prisa. Oscilaba a un lado y a otro, empujando sólo un poco, ablandando mi ano y provocando sensaciones desconocidas en mí. Yo permanecía inmóvil. Su mano derecha trabajaba hábilmente en mi pene, que empezaba a reaccionar.

–Mmmm, ves? –murmuró en mi oído– Empieza a gustarte, eh? No tiene nada de malo experimentar y cambiar de rol de vez en cuando. Tienes un cuerpazo de película; te lo habrán dicho muchas chicas, supongo.

Pasó la izquierda también delante y me la fue meneando a dos manos. Estaba muy pegada a mí y notaba sus pezones en mi espalda y su aliento en mi nuca. Trató de penetrarme con cuidado y yo me puse instintivamente tenso. Ella desistió y no dijo nada; siguió masajeando mi ano con la cabeza de su pene, oscilando en círculos. El mío se estaba empezando a poner duro, un poco contra mi voluntad, pero la verdad es que ella era muy hábil.

Volvió a intentarlo un rato después; empujó hacia adelante y yo noté que me abría sin resistencia. Su verga empezó a entrar en mí, y la sensación era realmente indescriptible. No había dolor en absoluto; procedía muy despacio, ensanchando mi esfínter con gran precaución. Noté cuándo su glande pasaba mi umbral y retrocedía un poco para volver a avanzar, provocándome un intenso placer; debía ser mutuo, a juzgar por sus jadeos. Mientras, mi erección era completa. Sus dos manos me masturbaban  lentamente, al ritmo de lo que ocurría detrás. Yo también empecé a jadear. Mi culo aceptaba ahora la penetración sin condiciones y, progresivamente, Raquel introdujo más su pene en él. Yo notaba todo aquello, duro y caliente, deslizándose en mi interior, cada vez con más fuerza. Era una sensación extraordinaria, sobre todo cuando la oí decir con voz ronca:

–¡Ooohh, qué culazo tienes! ¡Mmmmh, sí…! ¡Me vuelves loca, loca del todo!

Sin darme cuenta, yo estaba colaborando. Era yo quien oscilaba ahora con ella, atrás-adelante al mismo ritmo. Sus manos apretaban mi pene ahora, meneándomela con más fuerza y velocidad, al tiempo que el meneo de mis caderas imprimía velocidad a la penetración. Su polla entraba ahora hasta el final, presionando dentro de mí como un martillo pilón, resbalando en mi prieto ano. Yo sentía una confusa mezcla de sensaciones; un poco como ser hombre y mujer a la vez. Raquel dijo:

–¿Ves lo que te decía? Esto sí es el Vuelo del Fénix

Noté que su verga se ponía más rígida aún, preludio de la eyaculación; arqueé la espalda furiosamente, haciéndome empalar por su polla, buscando su orgasmo, apretando el esfínter todo lo que podía. Todavía tuve que golpear su bajo vientre con mis nalgas varias veces, hasta que noté en mis entrañas la convulsión de su órgano y el chorro de semen, al tiempo que él (ahora no había duda) rugía con verdadera voz de hombre.

Ni siquiera durante su orgasmo dejó de masturbarme con las dos manos y yo, consciente de haberle dado todo lo que deseaba, sentía cómo una ola incontenible crecía y crecía en mi interior hasta correrme de manera desbordante.