El Vuelo del Fénix (2)

Raquel me miró con ojos tiernos: –Te dije que me encanta el coito anal, y no mentía. Pero para que sea realmente el vuelo del fénix hay que convertirlo en algo realmente especial. Si quieres aprender, yo te puedo enseñar ...

EL VUELO DEL FÉNIX (II)

Prematrícula

Traté de estar a solas con ella durante toda la m

a

ñana siguiente, pero me fue imposible. En el descanso del mediodía tenía la intención de buscarla en la cafetería donde ella solía comer, pero ella ya me estaba esperando en la salida. Como no queríamos la compañía de nadie más, nos fuimos a comer a un restaurante poco frecuentado por el personal de la empresa.

En cuanto tuve ocasión le dije:

–Lo de ayer fue fantástico, Raquel; gocé como nunca con el vuelo del fénix.

Ella pareció querer contradecirme; dudó un momento antes de hablar:

–Aquello no fue el vuelo del fénix, Oscar; aquello fue una enculada brutal. ¿No te dabas cuenta de que me hacías daño?

–Bueno, pero también disfrutaste, no? Si realmente te gusta que te lo hagan así, supongo que el placer y el dolor tienen que ir de la mano

–De eso nada, guapo. Placer es placer, y dolor es dolor; son cosas distintas que yo no mezclo. Si buscas sado-maso, conmigo no tienes nada que hacer, sabes?

–Perdona, chica, es que era tan excitante… ¿Tú crees que el Bisonte se dió cuenta?

–Escucha Oscar: me trataste como a un trapo viejo. Te aprovechaste de que llamó el jefe para coger lo que tú querías y dejarme a mí sin nada, con el pompis hecho un desastre e intentando salvar la situación con el segurata. No, decididamente ayer no me lo pasé bien. La próxima vez, dedícate a tu muñeca hinchable.

Raquel parecía verdaderamente enfadada. Decididamente, las chicas nunca son tan fáciles como aparentan. Traté de mostrarme arrepentido, y la pedí disculpas. Ella dulcificó un poco su expresión antes de decirme:

–Tienes mucho que aprender, Oscar. Hacer el amor con una mujer es compartir algo, no sólo meterla en un buen agujero… Estoy segura de que tú tienes cualidades, de que puedes dar mucho placer y recibir aún mucho más para tí. Pero te pasa como a la mayoría de los tíos, que tenéis demasiada prisa.

–Escucha Raquel, yo he hecho el amor con otras chicas, y siempre las he dejado satisfechas. Lo de ayer fue porque llamó el Bisonte, y porque era por detrás, y eso es más difícil, no tengo práctica en eso… si tú quieres, podemos dejar eso y hacerlo normalmente

Raquel me miró con ojos tiernos:

–Te dije que me encanta el coito anal, y no mentía. Pero para que sea realmente el vuelo del fénix hay que convertirlo en algo realmente especial. Si quieres aprender, yo te puedo enseñar a disfrutar largamente del coito anal. No me mires así y cierra la boca, tonto. ¿Qué dices?

Yo alucinaba. ¿Iba a darme clases de cómo darle por el culo? ¡Realmente, esta tía era especial…!

Matrícula

Habíamos quedado el sábado por la tarde en su casa, un apartamento en un barrio tranquilo de las afueras. Llamé al timbre, bastante nervioso. Ella me abrió, sonriente como siempre, distendida y jovial. Llevaba un vestido de coctel muy ajustado, escotado y muy sexy, de color malva, zapatos de tacón a juego y medias negras. Vestida para matar. Nos servimos una copa, y ella inició una conversación intrascendente y divertida;  tenía clase, la pequeña Raquel. Pronto me sentí como en casa, relajado y cómodo, aunque aún no sabía si debería de hacer alguna insinuación. En lugar de eso la conté una historia graciosa que ella acogió con risas. Entonces se sentó en la alfombra, a los pies de mi butaca, dejando la copa en la mesita de café. Dejó de reírse y me miró a los ojos, poniendo su mano sobre mi rodilla. Estaba claro que era ella quien iba a comenzar el ataque. A cuatro patas, apoyó sus codos en mis muslos y comenzó a jugar con mi bragueta. Yo bajé los tirantes de su vestido, descubriendo aquellas tetas que ya tuve ocasión de catar días atrás. No llevaba sostén, aunque la verdad es que no lo necesitaba; ahora que podía verlas bien, las tenía tan tiesas y frescas como una chavala de bachillerato. Había encontrado algo en mi bragueta y le estaba dando volumen rápidamente con las manos. Seguía mirándome a los ojos, sonriendo enigmáticamente. Se incorporó como para besarme, pero lo que pretendía  en realidad era alojar mi pene entre sus tetas y masajeármelo con ellas. Eché la cabeza hacia atrás. ¡Dios, cómo me estaba poniendo! Con mi mano derecha acariciaba su cabeza y con la izquierda justo llegaba a magrearle el culo mientras trataba de levantarle el vestido. Entonces se fue deslizando hacia abajo, con lo que la subí el vestido hasta la cintura mientras su boca tomaba contacto con mi pene. Al principio me besó sólo la punta, luego jugueteó con su lengua en todos los recovecos, y por fin se la introdujo hasta casi la campanilla. Juro que jamás nadie me había hecho una mamada como aquella. Se detuvo bruscamente, retrocediendo a cuatro patas; yo trataba de retenerla, pero sólo conseguí quitarla el vestido por encima de su cabeza. Se incorporó, vestida sólo con los zapatos, las medias con ligas bordadas y bragas negras, y habló con voz burlona:

–Creo que nos estamos pasando con el calentamiento, ¿no crees? No olvidemos a qué has venido

Era cierto. Yo tenía que hacer verdaderos esfuerzos para no correrme. Me levanté y me desnudé en un santiamén, mientras ella sugería que pasáramos a su dormitorio. Una vez allí, miré estupefacto al extraño arnés que colgaba del techo, a un lado de la cama. Unas correas blancas terminadas en brazaletes acolchados se perdían en sendas aberturas en el techo.