El Voyeur
Desde la posición donde me encontraba, escondido en el armario, veía como aquel tipo sodomizaba a mi esposa.
Se puede decir que esta historia es en realidad la historia de una persona enferma, la historia real de una persona que socialmente está bien situada pero que sin embargo padece un extraño caso de voyeurismo que no le permite disfrutar de una sexualidad normal, a menos que esta ocurra con personas de su entorno y que además sean observadas por él. Es en realidad, mi historia, mi pesadilla.
Todo comenzó desde muy temprana edad, exactamente a la edad de 9 años, con esa edad ocurrió un hecho que despertó mi curiosidad y marcaría en el futuro mi sello sexual, la de voyeur. Era un día normal de verano, de caluroso verano, mis padres tenían una casa en las afueras de la ciudad, en el campo, allí trabajaban unos sirvientes, concretamente una cocinera, un jardinero y una chica que hacía las labores de limpieza en general. Esa casa era utilizada como casa de verano y en realidad era así, pues todos los veranos nos trasladábamos hasta el campo para pasar allí tres largos meses. Como decía, un día caluroso de verano yo jugaba en los establos con un amigo del pueblo, oímos un ruido en la parte alta y con la curiosidad propia de esa edad, mi amigo me hizo una seña y ambos nos apresuramos a observar con máximo sigilo para ver qué provocaba aquel ruido, se oían lloros o quejidos, nos llamó mucho la atención. Desde donde nos encontrábamos era imposible divisar nada, así que Pablo, que así se llamaba mi amigo y compañero de juegos, se subió en unos fardos de paja que estaban amontonados al final del establo y con mucho cuidado me extendió la mano para ayudarme a subir y así ver lo que motivaba aquellos lamentos. Una vez en la posición privilegiada de observación, pudimos comprobar que el jardinero estaba de rodillas, de espaldas hacia nosotros y con los pantalones bajados, sus nalgas eran increíblemente blancas. Jacinto, como era conocido, era un hombre rústico de unos 45 años de edad, bastante pueblerino y muy mal aseado, apenas se afeitaba y sus ropas eran muy andrajosas.
Estaba este hombre agarrando algo que su corpulencia nos impedía observar, era la primera vez que yo veía a un hombre desnudo, estaba haciendo unos movimientos extraños y su mirada estaba fija en el techo, pero él no producía los lamentos, estuvo en esa posición y con esos movimientos adelante y atrás durante un buen rato, Pablo y yo no quitábamos la vista de aquella escena, así estuvo nuestro jardinero durante un largo rato, hasta que expelió un alarido que a punto estuvo de hacernos caer de los fardos donde nos encontrábamos, del susto que nos dio. Acabado este grito se recostó hacia adelante y permaneció así un breve tiempo, recostado sobre lo que tenía debajo. Cuando se incorporó, se subió los pantalones y fue cuando nos dimos cuenta lo que tenía delante, mejor dicho a quién tenía delante, era Rosita, la chica de la limpieza, una joven del pueblo de unos diecisiete años que se ganaba unas monedas manteniendo la casa en orden tres veces a la semana. La visión de las nalgas de Rosita se quedaron grabadas en mi mente para el resto de mis días, el traje largo hasta los pies que llevaba Rosita había sido remangado hasta la cintura, dejando al descubierto un culo redondeado y blanco digno de una diosa, en el centro se destacaba claramente una forma rojiza y muy peculiar que años después descubriría como la parte más apetitosa de las mujeres. Rosita se mantuvo en aquella agradable posición durante unos segundos para deleite de nuestras atentas miradas. Una vez se hubo incorporado, el jardinero le dio unas monedas a la chica que ella cogió muy alegremente.
Con el paso del tiempo pude comprobar que tanto Pablo como yo, estábamos al acecho de Rosita, seguíamos todos sus movimientos, ya no jugábamos como antes, ahora sólo vigilábamos los pasos de nuestra diosa del amor y así fuimos testigos privilegiados de sus escarceos amorosos, no sólo con el jardinero, no, por sus brazos, o mejor dicho por su sexo pasaron una lista interminable de hombres, muchos de ellos personas respetables del pueblo. Los lugares escogidos eran de lo más inverosímiles, establos, habitaciones, campo, lavaderos, etc. imagino que el patrimonio de esta chica era muy boyante a tenor de los pagos que recibía en compensación de sus servicios. Ella tenía una especial predilección por la posición a cuatro patas, esto hizo que más adelante sintiera una especial veneración por esa posición en mi vida sexual. Una vez, cerca del riachuelo, en unos lavaderos de piedra donde se solía lavar la ropa, Rosita estaba con un labriego del lugar, él estaba semidesnudo y ella se había agachado entre sus piernas, para de esta manera chupar su miembro que tenía cogido entre sus diminutas manos. Ella se la introducía hasta el fondo de su garganta, y se mantenía en esta posición durante un buen rato, viendo el tamaño del miembro de aquel labriego, creo que Rosita debía de ser una experimentada en estas lides. Así estuvo mucho rato mientras el labriego seguía de pie con las piernas abiertas, pasado un rato Rosita se incorporó y tras levantarse las enaguas se bajó las bragas hasta quitárselas del todo, acto seguido se puso de cuatro patas, tal como nos tenía acostumbrados a mi amigo y a mí, y el labriego procedió a follarla por detrás. Debo decir que el diminuto cuerpo blanquecino de Rosita contrastaba bastante con el rudo cuerpo del labriego, ennegrecido por el sol y la mugre. El labriego estuvo bombeando durante un rato, en el cual dada las brutales embestidas de este hombre Rosita cayó de bruces un par de veces. Una vez se hubo corrido, se incorporó y pasado un breve tiempo en que Rosita no se había movido del lugar ni de posición, este hombre murmuró algo a la joven a lo que ella se negó haciendo ademán de levantarse. Ella le exigió el dinero acordado y justo en este momento el labriego miró para ambas direcciones y le dio un fuerte manotazo a la chica hasta arrojarla al suelo sin sentido, después la levantó de un tirón y se la colocó sobre los hombros de manera que la cabeza de ella caía sobre su espalda. Caminó unos 20 metros y tras arrojarla con gran violencia al suelo, la tumbó sobre la hierba y de espaldas a él, se abalanzó sobre el torso de la infeliz muchacha que comenzaba a despertar y hacía todo lo posible para incorporarse, esto sólo motivaba una sucesión de golpes hasta que ella desistió de oponer resistencia. Fue en ese momento cuando ella le imploró que por allí no, pero el animal apenas podía oír de lo excitado que se encontraba, la agarró por los pelos y tras hurgar con su miembro en la entrada que ansiaba, la metió dentro con un espantoso grito de la chica, así estuvo durante un buen rato mientras Rosita se dejaba hacer a sabiendas que nada podía impedir aquella agresión. Cuando el labriego hubo terminado de satisfacer sus necesidades, salió corriendo del lugar. Ni siquiera le dio a la chica lo acordado. Ella estuvo tumbada boca abajo mucho tiempo, después se levantó y con una visible cojera en su andar se dirigió hacia la casa para asearse. Aquella escena marcó el resto de mis días, pues Rosita nunca más fue la misma.
Después de aquello regresé a la rutina de mi vida, fui creciendo y ya adulto llevé una vida bastante boyante, tenía dinero, carrera universitaria y tierras. No volví a ver a Rosita. Me dediqué a la política y me casé con una joven de buena familia de la nobleza. Todo parecería normal pero no lo es, lo noté desde la noche de bodas, algo me estaba pasando que yo achaqué al vino de la fiesta de bodas, no pude consumar el matrimonio pues sólo tenía en mente a Rosita. Con el tiempo esto causó una crisis inevitable en el matrimonio, aunque a vista de los demás éramos una pareja modélica. Sólo me sentía bien, espiando a los demás cuando hacían el amor, así que decidí poner en práctica un plan para salvar el matrimonio y era menester que para que tuviera éxito mi esposa estuviera de acuerdo. Después de comentárselo y tras una pelea de campeonato, decidimos probar, pero con una persona que ella elegiría. No tuve más remedio que aceptar. Iniciamos nuestro plan en un club de intercambio de parejas. Lo pasamos fatal al entrar, ya que nunca habíamos entrado en un sitio como ese. Estuvimos durante un rato en la barra tomando alcohol para quitarnos el miedo y después de un rato una pareja de unos 40 años se nos acercó y comenzó a intimar, ella se puso a mi lado y su acompañante al lado de mi esposa. Pasada una media hora me encontraba oyendo a la mujer de ese tipo hablando sin parar de su matrimonio, de lo liberales que eran, de lo mucho que se querían y yo mientras, con el rabillo del ojo veía a mi esposa junto aquel tipo hablando muy íntimamente, se le notaba asustada, él sin embargo estaba mucho más a su aire, le tenía puesta la mano en el muslo, sobre el pantalón. La mujer de aquel tipo había hecho lo propio conmigo, me había puesto la mano en mi bragueta y debo reconocer que me sobresaltó, pero mi mirada estaba en mi esposa y su acompañante. Llevaban así unos minutos cuando él le susurró algo al oído y se levantaron para pasar a un reservado muy oscuro que existía en el local, tapado sólo con una cortina roja y una luz en su interior también roja pero muy tenue. Me puse nervioso y tuve que aceptar que aquella señora me masajeara sobre la bragueta, aunque mi pensamiento estaba en el interior del reservado.
-¿Qué estarían haciendo ahora? pensé.
Mi pegajosa acompañante me había desabrochado la bragueta e introducido su mano en mi entrepierna, mientras le ponía cara de buenos amigos no dejaba de tragar nudos por lo que podía estar pasando dentro del reservado, ya llevaban veinte minutos ahí y no sabía qué estaba ocurriendo tras la cortina. Le dije a mi acompañante que tenía que ir al servicio y con esa excusa intenté acercarme sigilosamente a la cortina. Las parejas que había en el local eran tan numerosas que pude pasar desapercibido. Me aproximé lo suficiente a la cortina como para pegar la oreja, pero la música me impedía escuchar nada, así que poco a poco intenté mirar por la rendija lateral de la cortina y fue entonces cuando los vi, el corazón me dio un vuelco, comenzó a latir deprisa mientras yo me excitaba en el acto. El tipo tenía a mi esposa agarrada con la mano izquierda por el pelo y apoyada en la pared, de pie, con el lado derecho de la cara aplastado literalmente contra la pared, el brazo derecho sujetándola por la cintura. Ella tenía los pantalones bajados hasta las rodillas y con sus manos intentaba separarse de aquel tipo, pero él se lo impedía y en esta posición estaba follándola por atrás con unos violentos y pausados golpes de pelvis que hacían que mi esposa chocara contra la pared. A ella no le estaba gustando pero no hice nada para impedirlo, me mantuve inmóvil, observando la escena completamente excitado hasta que aquel hombre se corrió dentro de mi esposa. Cuando terminó la escena, se separó de ella y sin despedirse se dirigió en busca de su esposa que aún estaría esperando por mí. Yo me hice a un lado para que no se percatara de que lo había visto. Unos minutos después salimos del local y al llegar a casa, sin mediar palabra durante el trayecto, ella me dio una bofetada y se dirigió al dormitorio. Después de aquello todo fue más fácil, pues los contactos los encontrábamos en el trabajo de ella, en las páginas de los periódicos, en las fiestas de casa
Si era en casa yo me escondía en el armario empotrado que habíamos preparado al efecto, tenía incluso una silla para sentarme y un orificio camuflado desde el que incluso llegué a grabar escenas para deleitarnos después visionándolas. Una vez, ella sedujo a un repartidor de pizza, muy joven, tendría unos 18 años. Después de encargar la pizza nos preparamos para lo que iba a acontecer, después de que sonara el timbre, subí al dormitorio y me escondí en el armario como otras veces, ella, cubierta con un albornoz y sin ropa interior se dirigió hacia la puerta. Al recibir al chico, hizo que entrara con la excusa de que iba por el dinero, el chico puso las pizzas en la cocina como le indicó mi esposa y ella regresó supuestamente con el dinero y con el albornoz "descuidadamente" entreabierto que podía verse brevemente y a intervalos, según se movieran sus piernas al caminar, su sexo rasurado en toda su plenitud. Me encontraba en ese momento tras una gran cortina que decoraba el pasillo superior de la estancia. El chico tragó saliva intentando disimular, pero mi esposa se lo ponía más difícil, hacía como si no se diera cuenta de la apertura del albornoz y procuraba cada vez más que la apertura durara un tiempo más largo ante los ojos del impresionado joven. Ella lo entretenía con una banal conversación ofreciéndole incluso una cerveza para intentar entretenerlo más y así poder seducirlo con más tranquilidad. El muchacho aceptó la cerveza y cuando mi esposa se la entregó, dejó caer intencionadamente el abridor para poder agacharse a recogerlo y de esta manera terminar la escena con las piernas semiabiertas y en cuclillas ante la mirada atónita del afortunado joven, que ya no intentaba disimular. Mi esposa desde esta posición le entregó el abridor al joven y sin levantarse le observó directamente a los ojos mientras él abría el botellín y se lo llevaba a la boca para dar un trago, en ese momento ella extendió sus manos hacia el pantalón del chico y mientras le abría la bragueta sin dejar de mirarlo a los ojos, le sacó el erecto pene del joven para acto seguido masajearlo con su mano derecha. Mi esposa que era una contumaz felatriz, se llevó hasta su garganta la polla de aquel muchacho y jugó con ella hasta que creyó que era suficiente. El chico estaba a punto de estallar, con la cabeza caída para detrás, intentaba aguantar sus jadeos, pero al sentirse libre de la boca de mi esposa tomó él la iniciativa y agarrándola por la cintura le dio la vuelta, alzó el albornoz y lo tiró sobre la cabeza de mi esposa, de tal manera que no podía verle el rostro, pues la ropa lo impedía. Con una mano consiguió que mi esposa se agachara tanto que creí iba a tocar con su nariz la punta de sus pies, mientras las piernas totalmente rectas le ofrecían al repartidor, quizá la mejor escena que nunca había visto. El joven miró hacia los lados como si estuviera delinquiendo y penetró a mi esposa con todas sus fuerzas. Ella aguantaba las embestidas apoyándose las manos en el suelo, la verdad que era una verdadera equilibrista. El chico, dicho sea de paso, tenía muchas ganas de terminar o muchas pizzas que repartir, pues se corrió en apenas unos brevísimos minutos, se subió el pantalón y se marchó a toda prisa como alma que lleva el diablo.
A medida que pasaba el tiempo, mi esposa y yo tuvimos muchas experiencias con desconocidos, algunas muy desagradables. Recuerdo una en particular con un gigoló de esos que viven de las mujeres y se venden al mejor postor. Lo contratamos en una agencia y cuando acudió a la cita ya el aspecto daba verdadero pánico. Era un musculoso de un metro noventa de estatura, su cara estaba marcada por cicatrices y quizá por haber padecido la viruela de niño, tenía un aspecto barriobajero que lo llevaba escrito en la frente. El tipo llamó a la puerta y preguntó por el propietario. Mi esposa lo recibió diciéndole, como siempre hacía en estos casos, que ella era la dueña de la casa y que vivía sola, mientras, yo me había colocado en el armario de siempre. Pasados unos quince minutos de charla que apenas podía oír desde lo alto, llegaron al dormitorio y tras una breve conversación ahora más nítida por la cercanía, el tío fue directamente al grano, la agarró por los hombros y la atrajo hacia él para besarla en la boca, ella sintió rechazo y quiso impedirlo ladeando la cabeza e intentando retroceder. Pero bruscamente el tipo aquel se encolerizó y la empujó sobre la cama con gran fuerza.
-¿Qué pasa, no te gusto zorra?- le gritó.
-Por favor no me malinterprete, es que - le contestó mi esposa.
Mientras le agarraba fuertemente el pelo haciéndole daño, se desabrochó la bragueta y con un movimiento brusco aplastó la cara de mi esposa contra su entrepierna. Ella completamente aterrorizada, se la llevó a la boca y comenzó un juego que ya conocía perfectamente. Engullía el miembro de aquel tipo, que resultaba imponente en la diminuta boca de mi esposa, y la sacaba despacio al principio, para después de unos minutos y sin que el tipo soltara el pelo de ella, aumentar el ritmo de las embestidas. Estas llegaron a provocar horcajadas que a punto estuvieron de provocarle vómitos. Pasados unos quince minutos, él la agarró por el cuello y la arrojó sobre la cama, después se abalanzó sobre ella mientras le rasgaba la camiseta. Aquello estaba tomando un cariz peligroso que era nuevo para mí. Mi esposa se encontraba ahora solamente con la minifalda, pues ya le había roto la camiseta y el sujetador, ella intentaba con sus manos quitarse aquella mole de encima. Estaba experimentando una excitación como nunca me había ocurrido, pero ¿debía intervenir? ¿O por el contrario debía aguantar hasta que la escena llegara al límite permisible? En este dilema me encontraba cuando la bestia dio la vuelta a mi esposa y mientras con una mano la sujetaba por la nuca, con la otra le rompía las bragas, aquello era lo más excitante que había experimentado en toda mi vida sexual, me recordaba a Rosita. Mi esposa intentaba, presa del pánico, escapar de aquel predador, pero teniendo en cuenta que ella sólo mide 155 cts., podrán darse cuenta lo difícil que lo tenía. Ya la había arrastrado bajo su vientre, cuando agarró aquel descomunal falo ennegrecido colocándolo entre los muslos de mi esposa y sin más preámbulos la penetró, lo supe enseguida por el alarido de ella, después del grito y tras varios intentos de quitárselo de encima, se dejó hacer, creo que consciente de que nada ni nadie la salvaría, ni siquiera yo. Aquel monstruo la bombeaba y la bombeaba sin darle tiempo a resollar, lo hacía con gran rapidez, como si estuviera en un concurso de velocidad, entraba y salía, entraba y salía, una y otra vez. Sus babas resbalaban de aquella horrible y descuidada boca, para caer sobre la nuca de mi esposa. Cuando creyó que tenía amansada a la presa, con parsimoniosa tranquilidad, la obligó a que levantara el culo, afincándole las rodillas en la cama con la cabeza ladeada sobre la cama, una vez en esta posición, la penetró analmente, sabía que le estaba haciendo daño pues desde donde me encontraba veía las lágrimas de mi esposa resbalar por sus mejillas, mientras su cara se fruncía de dolor. El tipo profería gritos y palabrotas de tal soez que me sería imposible repetirlas nunca, era de imaginar que aquel energúmeno había salido de los bajos fondos de la ciudad. Después puso a mi esposa en una posición acrobática muy peligrosa, le levantó nuevamente el culo pero con la nuca apoyada en la cama, de manera que las rodillas y las puntas de los pies los tenía apoyados en la cama. Él se puso de pie y ahora desde arriba, volvió a penetrarla con suma facilidad, pues ya había preparado el terreno para su miembro. Una vez se hubo corrido dentro del culo de mi esposa y en un momento en que se había relajado dándome la espalda, salí sigilosamente y cogí el revolver que tenía en la mesita de noche, le llamé y al saltar, desconcertado por mi presencia, le disparé dos veces en el pecho, aquella mole cayó desplomado sin ni siquiera dar un gemido. Mi esposa, que seguía en la misma posición, sollozaba por todo lo ocurrido, yo la abracé pidiéndole perdón, mientras ella me decía que nunca más, que tenía que curarme de una vez por todas, pues esta sería la última oportunidad. En esta difícil situación sonó el timbre de la puerta y esta vez fui yo el que abrió, bastante nervioso por todo lo ocurrido y porque el cadáver aún estaba en la estancia.
-Buenas noches, me envía la agencia. me dijo.
-Buenas noches, lo siento, ha llegado tarde. le contesté mientras cerraba la puerta.
Rápidamente supuse que el cadáver era de un ladrón o algún intruso, que había entrado para robar y si no lo era, esa sería la excusa que yo daría a las autoridades. Y funcionó. Yo tuve que seguir una terapia con un siquiatra a exigencia de mi esposa y en eso estamos, he hecho algunos progresos, pero todavía no estoy curado. El siquiatra me ha dicho que tengo complejo de Edipo, que mi madre fue el centro de mi vida y que por eso no he podido borrarla de la cabeza.
-Tenga en cuenta que su madre era la persona que más quería usted y que nunca ha superado su muerte, a pesar de haber pasado tanto tiempo. Por eso ha puesto en su imaginación un escenario de su niñez ficticio, para hacer creer al subconsciente que esa niñez que le hubiera gustado vivir era la real. me dijo el siquiatra.
-Sí, quizá sea eso doctor. le contesté.
-Su subconsciente ha creado una imagen idílica de su madre, una diosa, un mito más o menos. Para usted es su heroína de la infancia. Créame, debe vivir la vida con su esposa y superar la ausencia de su madre, es lo mejor. Por cierto ¿cómo se llamaba su madre? me pregunta.
-Rosa, se llamaba Rosa, pero la llamaban cariñosamente Rosita. le respondí.
He aquí mi historia que espero les haya entretenido y de la cual agradecería sus comentarios y valoraciones.