El vouyeur
Begoña es una mujer separada dispuesta a rehacer su paralizada vida sexual a cualquier precio (nunca mejor dicho), aunque es posible que el precio le acarree consecuencias.
Begoña había rechazado ya muchas de las invitaciones de sus amigas para salir por la noche porque estaba harta de escuchar siempre la misma cantinela, en vista de que parecía que no conocían otro tema de conversación. Las frases más ilustradas eran: “qué bueno está ese y qué macizo está el otro”. Ese parecía ser su mejor discurso y ella, aunque también apreciara el atractivo en los hombres, se sentía vacía, e incluso incómoda hablando siempre de lo mismo. No es que se considerara superior, ni mucho menos, pero oyéndolas, reconocía que sus amigas de soltería eran bastante superficiales. Por tanto, prefería quedarse en casa a tener que escuchar el monotema una y otra vez.
Hacía cuatro meses que Begoña se había separado y en durante ese tiempo el pan y el agua habían sido su único sustento. Los placeres de la carne se habían ausentado de su vida. Sus opciones pasaban por seguir saliendo con las solteras de oro y ver qué caía, algo que seguía sin hacerle ninguna gracia. A sus treinta y nueve años y sin cargas familiares sus apetitos sexuales estaban a flor de piel y tenía sus necesidades como cualquier hija de vecino.
Otra de sus opciones pasaba por acceder a las propuestas de Sebastián, un compañero de trabajo que vivía en el piso de enfrente y que se notaba que se moría por sus huesos, o mejor dicho, por sus carnes, sin embargo no era del agrado de Begoña y no deseaba ningún tipo de relación con él. No era su tipo, pero, al margen de que no lo fuera, le resultaba alguien de lo más siniestro. Sea como fuere, su cortejador no flaqueaba en el intento de que al menos, por desidia, le diese una oportunidad, por lo que se ofrecía a diario a llevarla al trabajo, dada su cercanía vecinal.
Begoña no era una mujer guapa, tampoco era fea, no era delgada, ni gorda, ni alta, ni baja, simplemente era una mujer deseable y esa noche su cuerpo reclamaba las atenciones de un hombre, pero no un hombre como Sebastián, por el que sentía aversión.
A falta de algo mejor, la autosatisfacción pasaba por ser su opción más factible, incluso se había comprado un consolador para apaciguar sus noches agitadas, y le iba bien, le gustaba el placer que le proporcionaba, pero necesitaba también sentir el calor humano y el contacto, precisaba que la poseyera un hombre de verdad, sentir sus besos, sus caricias y los embates de las carnes golpeando, aunque por el momento estaba meridianamente claro que tenía que seguir recurriendo a su juguete de látex.
Todavía era pronto para acostarse. Se sirvió una copa de vino, abrió la plataforma de Netflix y buscó una película que fuese de su agrado. Eligió una comedia titulada: “ Tenía buena pinta ”, pero a la media hora comprendió que no le apetecía reírse, lo que le apetecía era follar, y en vista de que no tenía con quien, decidió estimularse viendo otro tipo de cine.
El argumento, desde luego, brillaba por su ausencia, y ni qué hablar del guion, no obstante, pese a todas las carencias argumentales, aquella película cumplía el cometido para el cual había sido pensada.
En una selva, y sin muchas explicaciones previas, una joven caminaba perdida en la jungla con su ropa hecha jirones, y sin muchos prolegómenos, encontró un poblado indígena. Sólo había dos habitantes, como cabía esperar, quizás el presupuesto no daba para más. Los dos protagonistas masculinos parecían de todo menos indígenas. Eran negros, eso sí, pero negros bien alimentados y proporcionados.
Al entrar en el poblado, la muchacha se encontró con ellos haciendo sus tareas, y entró en pánico, quizás pensando que iban a violarla, sin embargo, la admiración pronto sustituyó al miedo para seguidamente cederle el paso al deseo como por arte de magia. Acto seguido, la muchacha estaba arrodillada zampándose dos enormes vergas en una escena que duró cinco largos minutos. A continuación, uno de los negros la cogió como si fuera una muñeca y la levantó en brazos, de tal manera que la joven enroscó sus piernas en su cintura y se dejó caer incrustándose un pollón que parecía un vara rígida. Por detrás el compañero no perdió el tiempo y le taponó el otro orificio sin preparación previa, aun así, no parecía sufrir, sino todo lo contrario. Parecía impensable cómo una joven aparentemente tan frágil era capaz de albergar en sus entrañas a aquellas dos bestias pardas. No sólo eso, sino que parecía disfrutar del sándwich de carne negra.
La película estaba cumpliendo su cometido y el sexo de Begoña empezó a segregar flujos al contemplar las calientes y morbosas secuencias, imaginándose, —como no podía ser de otro modo—en la tribu de aquellos dos guerreros.
Abandonó la película y curioseó en otras páginas buscando otras motivaciones. Se topó con una de escorts lo suficientemente atractiva para escudriñarla. Examinó la amplia variedad de especímenes masculinos que había en disposición de contratar sus servicios. ¿Qué buscaba realmente? Sin duda, ningún interés definido, lo que la movía era el morbo y la curiosidad de explorar página tras página y recrear la mirada en los apolíneos modelos que se exhibían, sin el propósito de contratar los servicios de ninguno de ellos
Tanteó la idea de hacerlo, pero creyó que era algo descabellado, hasta que en pantalla apareció lo que parecía ser una estatua griega tintada de un marrón brillante. Era un escultural mulato con una musculatura reluciente que semejaba más a un dios del Olimpo que a un ser humano. Sus manos se posaban en la goma de sus slips un poco bajados mostrando el inicio de un pubis completamente depilado. Begoña avanzó a la siguiente fotografía y los slips ya estaban a mitad de pierna mostrando una herramienta que bien parecía una salchicha en vez de un pene en estado de reposo. En la siguiente fotografía estaba sentado en un sofá y se cogía el badajo que estaba ya cogiendo tamaño. Siguió avanzando y en la siguiente toma se mostraba de frente, igualmente sentado en el sofá, pero con su miembro en completa erección, mientras se lo cogía exhibiéndolo en toda su magnitud. Begoña se mordió el labio inferior al tiempo que contemplaba la estampa de aquel mulato de ojos verdes, y empezó a leer aquellos datos que le resultaron de interés. Comprobó que vivía en su misma ciudad y que estaba disponible las veinticuatro horas. Medía un metro ochenta centímetros, pesaba ochenta kilos y su arma letal parecía la espada de un samurái.
—Madre del amor hermoso, —exclamó en voz alta sabiendo que nadie la escuchaba.
Miró su número de teléfono y dudó unos instantes antes de marcar los dígitos, a continuación los marcó y esperó un lapso de tiempo de un minuto antes de darle al botón de llamada. Aún no estaba segura. Finalmente posó el dedo en el icono verde y se oyeron tan sólo dos tonos de llamada que dieron paso a un saludo al otro lado de la línea.
—Hola, soy Dexter, ¿Quién eres?
—Hola, me llamo Begoña.
—Tú me dirás Begoña, —dijo, pronunciando su nombre con acento inglés.
—¿Estás disponible?, —le preguntó, sin ningún preámbulo.
—¿Para cuándo?
—Para ahora.
—Sí.
—¿Cuál es tu tarifa?, —se interesó, por si los servicios de aquel mulato eran desorbitados.
—Cuatrocientos euros una hora, seiscientos dos horas y mil toda la noche.
Begoña pensó que dos horas daban para lo que ella necesitaba y aceptó el precio. Le dio su dirección y se dio una ducha antes de que llegara, después se perfumó y se puso unas braguitas de lencería extremadamente sexis y un picardías transparente que cubría la diminuta prenda, sin ocultarla. Aquellas transparencias mostraban sus encantos y confió en que fueran del agrado de su amante.
A los cuarenta y cinco minutos el portero del edificio llamó a su apartamento anunciándole la visita de un desconocido, por consiguiente, necesitaba su consentimiento para dejarle subir. Begoña se ruborizó pensando que el portero sumaría dos y dos y ya estaría imaginándose la película. No había pensado en ese detalle, las cartas estaban echadas, así que le dio el consentimiento para que le dejara pasar. A los tres minutos recibió al que iba a ser su amante en la puerta, y si en las fotos en las cuales se anunciaba parecía una estatua griega, en vivo y en directo aquel hombre de veintiocho años poseía un sexapil que hacía que despertase en cualquier mujer sus deseos más primitivos. Begoña se encontraba sujetando la puerta con sus diminutas y sexis prendas de lencería y él avanzó hasta ella con una atractiva y pícara sonrisa, mas, cuando llegó a su altura, ambos se saludaron con un beso y entraron en el apartamento, cerrando la puerta.
Contrariamente a lo que pudiera pensarse, él iba muy elegante, con un pantalón violeta y una camisa de manga larga blanca en la que se dibujaba su cincelada musculatura. No tenía un cuerpo de gimnasio, sino que aquel individuo era poseedor de una genética envidiable heredada de sus ancestros africanos.
—Eres muy bella Begoña, —le dijo Dexter, pero viniendo de alguien como él, ella no estaba segura si realmente le resultaba tan atractiva o simplemente lo decía como un cumplido porque ese era su trabajo.
—Tú también eres muy bello, —dijo Begoña, tras intentar encontrar una frase halagadora, ya que los calificativos que cruzaban por su mente eran más ordinarios. Después cayó en la cuenta de que no era la definición más apropiada para un hombre, pero al joven le pareció apropiado y no le dio más importancia.
—Gracias.
—¿Te apetece una copa? —le ofreció ella mientras se servía dos cubitos de hielo y un poco de whisky en un vaso.
—No bebo, gracias.
—¿Y qué haces? —le preguntó lanzándole una mirada traviesa, a la vez que se mojaba su labio superior con la lengua de forma lasciva.
—Todo lo que me pidas.
Begoña se sentó en la cama con el vaso de whisky en la mano.
—¡Desnúdate! —le ordenó dejando de lado la timidez.
Dexter no dudó, se desabrochó la camisa y se deshizo de ella, mostrando un torso que cualquier escultor clásico hubiese querido esculpir, después se desabrochó el cinturón lentamente, haciendo el tiempo necesario para provocar cierta expectación hasta que tuviera que mostrarle todo su potencial. A continuación, se quitó los zapatos y los pantalones de una forma insinuante, quedando únicamente con unos gayumbos que dejaban adivinar lo que ocultaban. Dexter bajó su prenda poco a poco, mientras Begoña daba pequeños sorbos de su vaso, y no perdía detalle del sugerente striptease que estaba presenciando. Conforme iba bajando la prenda, iba asomando una serpiente que nacía de un pubis totalmente depilado, entretanto la prenda iba resbalando hacia abajo en un interminable descenso que parecía impedir que se mostrara completamente, hasta que llegó el ansiado momento de verla completa, y a Begoña se le abrió la boca involuntariamente vislumbrando por primera vez, en vivo y en directo, aquel péndulo oscilante.
Después de la sesión de striptease, Dexter se acercó a ella desnudo con el colgante oscilando de lado a lado, mientras Begoña seguía el movimiento como si fuese el reloj de un hipnotizador y pretendiese sugestionarla con él. El mulato se detuvo a su altura, en la cual su miembro estaba al alcance de su boca y ella lo cogió con la mano, lo palpó y lo introdujo en el vaso de whisky para posteriormente metérselo en la boca, volverlo a sacar y recorrer con su lengua toda su longitud. Después de unas cuantas caricias, la verga del mandingo adquirió una envergadura desproporcionada y su dueño contempló desde arriba como la mujer se empleaba a fondo con la felación. Después, el placer le obligó a levantar la cabeza y cerrar por un momento los ojos.
En el edificio de enfrente, un enigmático mirón, no perdía detalle y se masturbaba con una mano, mientras que con la otra sujetaba sus prismáticos observando, al mismo tiempo que una cámara dispuesta en un trípode captaba cada detalle.
Tras diez minutos devorándole la tranca al mandingo, éste se recostó en la cama y ella se deshizo de sus prendas para colocarse encima de él, acoplándose en un magnífico sesenta y nueve. La cabeza de Begoña empezó a balancearse a través del poste con un movimiento reiterativo que de vez en cuando cesaba con la intención recrearse durante un breve espacio de tiempo en los testículos, para después ir subiendo por aquel tronco que parecía no tener fin. Cuando finalmente llegaba a la punta, se complacía con ella lengüeteando, y por último se lo introducía de nuevo en la boca.
En el lado opuesto, su amante repasaba cada rincón de su abertura completamente encharcada e intentaba llegar a su nódulo del placer, descapuchándolo y dándole unos golpecitos con la lengua para seguidamente introducirla en la gruta y penetrarla con ella, al mismo tiempo que el caldo resbalaba por su boca.
La excitación de Begoña iba in crescendo y quería sentirlo. Se incorporó, se acercó a la mesita y extrajo una caja de condones que había comprado para emergencias, cogió uno y se lo colocó, percatándose de que la goma apenas llegaba a poco más de la mitad de aquella lanza y Dexter sonrió sabiendo la reacción que solía causar.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó ella viendo el preservativo como si se hubiera encogido.
—No te preocupes. Siempre suelo traer los míos.
Extrajo uno del bolsillo del pantalón y se lo dio a Begoña para que volviera a repetir el proceso. Cogió de nuevo la anaconda que parecía haber perdido su dureza y se la puso en la boca notando como volvía a adquirir la rigidez deseada. Abrió el blíster, sacó el condón y lo puso en el glande, desenrollándolo hasta la base del pubis. Desconocía que existieran preservativos de ese tamaño. Cuando estuvo todo en orden, se montó encima de él, dándole la espalda e intentó ensartarse aquella verga de dimensiones descomunales. Mientras seguía con la tarea de ensamblarla toda, sus gestos y sus gemidos revelaban las sensaciones que le estaban provocando la tuneladora que se abría paso hacia su interior, y cuando consiguió la intrépida hazaña de albergarla toda dentro, empezó a saltar sobre ella. Entre tanto, los gemidos y jadeos eran señal inequívoca de que estaba disfrutando de aquel garañón. Poco después, Dexter, sin sacársela la tumbó de lado, le levantó la pierna e inició una cópula en la que las pupilas de Begoña desaparecían completamente detrás de sus párpados. Estaba completamente en éxtasis sintiendo el miembro entrar y salir de su interior, y su amante, para incrementar el placer, buscó el pequeño botón, masajeándolo mientras copulaba.
—¿Te gusta Begoña? —le preguntó con cierta serenidad, pero los jadeos de Begoña indicaban de todo menos sosiego.
—Me encanta. Me vuelves loca, —respondió en un tono elevado y no menos agitado.
Dexter sacó de nuevo el miembro de su interior y Begoña se tumbó boca arriba esperando volver a sentirse penetrada y, mientras él conducía su verga a la abertura, ella lo miró lascivamente al tiempo que su boca se abria de deseo, evidenciando sus más lujuriosos apetitos. Begoña permaneció con las piernas abiertas a la espera de que el taladro se abriese paso hacia lo más profundo, después se lo cogió al mismo tiempo que lo hacía él, para mostrarle el camino. Tres empujones bastaron para tenerlo completamente dentro, a continuación, inició un frenético mete y saca que llevó a Begoña a conocer un nuevo placer, un rincón todavía inexplorado de su útero, dado que ningún otro miembro había llegado a tal profundidad, sin embargo, no se quejaba, todo lo contrario, sus gemidos revelaban el placer que aquel mulato le estaba otorgando a su ansioso coño.
Las manos de Begoña se pasearon por toda su anatomía, desde el torso hasta su espalda, resbalando hacia sus glúteos que apretaba al mismo tiempo que él le daba unas últimas embestidas que la llevaron al orgasmo entre gritos, resoplidos y jadeos.
Dexter comprobó que había cumplido su primer cometido y estaba listo para terminar, de manera que extrajo la verga del húmedo sexo, se quitó el preservativo, se dio unas cuantas sacudidas y eyaculó en la barriga de Begoña un potente lechazo que remató con otro menos intenso. Begoña le agarró el miembro y lo atrajo hacia su boca. Quería saborear los restos del elixir de aquella polla negra. Después de la golosa degustación, el miembro empezó a perder su firmeza.
—Tienes un cuerpo divino, —dijo buscando calificativos para intentar describirlo lo mejor posible.
—Y tú eres una mujer muy hermosa y realmente ardiente. Me gustas mucho.
—¡Cásate conmigo! —le pidió chistosamente Begoña.
Dexter se rio.
—Supongo que estarás habituado a que te adulen.
—Sí, pero viniendo de una mujer tan bella como tú, es especialmente halagador.
Después de aquella excelente cópula, ambos amantes estaban recostados en la cama descansando. Dexter tenía una mano detrás de la cabeza y con la otra cogía a Begoña. Ella estaba girada hacia él y sintió la necesidad de acariciar su torso sin, en principio, ningún otro propósito, sólo para deleitarse deslizando su mano por aquel cuerpo que Dios le había otorgado a aquel hombre.
Su mano recorrió toda su morfología superior y después se deslizó hasta su sexo para tocarlo y cogerlo en ese estado de flaccidez en el que no había otra intención que la meramente curiosa. No sabía si iba a tener alguna vez la ocasión de volver a estar y a tocar a alguien como él. Dexter miraba y notaba como Begoña jugaba con su miembro, y éste empezó a cobrar vida y ganar solidez hasta erguirse por completo. Ahora, el hecho de tener la verga en todo su esplendor en la mano, provocaba que la sensación fuese diferente y apretaba el madero mientras subía y bajaba la mano sobre él. Un cosquilleo se instaló en su entrepierna y la instó a desplazar sus caderas reclamando las atenciones del mulato, quien parecía conocer sus deseos a la perfección. Begoña notó unos dedos deslizándose por su humedad aliviando su ansiedad. Al mismo tiempo descendió para engullir el miembro y saborearlo.
—Saca otro condón, —le ordenó Begoña.
El mulato fue polla en ristre a por otro preservativo, lo abrió y puso su hombría al alcance de Begoña para que se lo pusiera. Antes volvió a degustarlo durante unos instantes. Seguidamente desenrolló la goma en la verga, lo empujó en la cama y volvió a montarse en él para ser ella quien lo cabalgara, y la insuperable sensación de volver a tener la estaca en su interior la puso de nuevo tan caliente como lo estaba hacía unos instantes.
Subía y bajaba a un ritmo moderado, queriendo sentir cada centímetro del madero que engullía cada vez que bajaba y se hundía, y volviendo a notar cuando se elevaba y emergía de su cavidad. Mientras fornicaban, el dedo de Dexter hacía incursiones en su otro agujero, pero él no sabía hasta donde era capaz de llegar aquella madura. Él insinuaba y esperaba su reacción y, viendo que no había oposición por su parte, introdujo el dedo en aquel otro orificio más estrecho. Mientras ella saltaba sobre su verga, se planteaba si realmente quería tener aquella amenazadora verga dentro de su ano, y una vez más, la decisión fue afirmativa. Quería amortizar el dinero que aquel semental le iba a cobrar por rellenar sus orificios de carne negra y hacerle ascender a las puertas del cielo.
—¿Vas a metérmela por el culo?, —le preguntó sabiendo la respuesta.
—¿Es lo que deseas?
—Sí, pero tendrás que ir con cuidado.
—Lo haré. Serás tú quien marque el ritmo que quieres en cada momento.
Begoña sacó de su mesita de noche un bote de gel lubricante y le embadurnó todo aquel chorizo negro, a continuación, descargó un chorro en el agujero de su ano. Dexter la puso de nuevo de lado y le introdujo su dedo corazón, después añadió el índice, posteriormente el anular y por último el meñique. Con esos cuatro dedos la dilatación empezó a ser productiva y las sensaciones satisfactorias, después sustituyó los dedos por su miembro para iniciar la penetración y notó que entraba mejor de lo que había pensado. Se dijo a sí mismo que no era la primera vez que aquella mujer madura disfrutaba de aquella práctica, y no se equivocaba. Era una práctica que en sus mejores momentos, tanto su ex como ella no desaprovechaban la ocasión de disfrutar de una buena enculada.
A pesar de la tuneladora, no cabía ninguna duda de que él estaba siendo suave, introduciendo un poco más cada vez, y ella meneaba sus caderas alentándolo a que se moviese con más celeridad, aunque no la hubiese introducido toda. Él entendió sus movimientos y aceleró los empujones, y con cada uno de ellos, su verga iba incursionando un poco más en aquel túnel que no le hacía ascos a nada. No todas las mujeres estaban por la labor tener sexo anal con él al ver sus proporciones, sin embargo, Begoña estaba disfrutando y no se quejaba lo más mínimo de la follada que le estaba dando.
Estaba encendida sintiendo los embates de su amante y él no lo estaba menos. Sacó el miembro de su orificio, lo que provocó un sonoro pedo que hizo que ella se ruborizara, pero él no hizo caso. Estaba acostumbrado a aquello. La puso apoyada sobre sus manos, con su trasero en alto, mostrando sus encantos y se colocó de cuclillas para hacerle una penetración más profunda. Volvió a ensartársela y Begoña gritó y jadeó sintiendo como el pollón de Dexter entraba y salía de su esfínter.
—Vas a amortizar tu dinero, Begoña.
—¡Jodeeeer… y tanto! —dijo totalmente consumida por el deseo.
—Te gusta por el culo ¿eh? —le preguntó mientras aceleraba cada vez más sus movimientos.
—Me encanta, —respondió mientras movía sus nalgas queriendo albergar toda la verga—, ¡métemela toda!
—Sí…
Dexter estaba conteniéndose e intentando no hacerle daño, por eso no acababa de introducir su miembro todo lo que daba de sí, pero al pedírselo ella, acabó de penetrar el pedazo que faltaba, y una punzada de dolor la hizo gritar, sin embargo, en pocos segundos el dolor desapareció mientras aquella salchicha se perdía en sus profundidades para volver a emerger de su esfínter.
—¡Fóllame más fuerte, cabrón! ¡Dámela toda hasta que me corra!
Su dedo corazón atendía su clítoris, mientras la polla del mulato seguía amartillando su ano y, a pesar de su dilatada trayectoria sexual, era la primera vez que una mujer disfrutaba tanto con su verga en el culo, y pocas la habían podido albergar completamente en el interior de aquel reducido agujero. Era más el morbo que las mujeres sentían que el placer que podía provocarles, pero Begoña parecía no fingir y pronto vislumbró el inicio del orgasmo, de ahí que acelerara los movimientos de su trasero al mismo tiempo que Dexter incrementaba sus empujes, estallando ambos en un fortísimo clímax.
Begoña dio rienda suelta a sus instintos más salvajes y a su abstinencia masculina durante meses, gritando sin ningún pudor y sin contemplaciones. La polla de Dexter empezó a perder la dureza y el ano de Begoña la escupió con un sonoro “plof” junto al viscoso líquido de apariencia pardusca.
Los dos amantes permanecieron dos minutos sin decirse ni una palabra, totalmente extenuados, y a continuación fue él quien rompió el silencio, interrumpido únicamente por las respiraciones.
—Ha sido increíble. Eres una mujer espectacular.
—Ya te he pedido que te cases conmigo, pero no quieres, —volvió a repetir bromeando.
—No quiero casarme contigo, pero puedes llamarme siempre que lo desees, —le dijo.
—Mm… Tendré que hacer horas extra. Tu tarifa no es de saldo, que digamos, —añadió mientras sacaba de su cartera seiscientos euros y se los entregaba.
—¿Pero ha merecido la pena el dinero que has gastado?
—Totalmente, creo que voy a ponerte en nómina, —añadió sonriendo.
—La próxima vez te haré un precio especial.
—Qué detalle por tu parte, —dijo bromeando.
Dexter terminó de vestirse y le entregó una tarjeta suya. También se guardó su número en la agenda, indicando con un icono verde el calificativo de preferente. A continuación, le dio un beso y se despidió de ella, mientras salía por la puerta. Y dando por concluida la sesión de dos horas del más auténtico sexo hardcore, el asiduo vigilante apagó la cámara de video y limpió las salpicaduras del suelo, fruto de las dos gayolas que se hizo desde su privilegiado palco.
Begoña se dejó caer en la cama completamente satisfecha, siendo por completo ajena a que su dicha iba a ser la antesala del siniestro horizonte que se le avecinaba.