El volar ¿Es para los pájaros?
Los dedos de Alberto comienzan a resbalar sobre la madera pintada y ante un nuevo tirón de Federico se sueltan y ruedan por el piso los dos. Alberto queda acostado boca arriba sobre la alfombra y Federico sobre su costado con la cabeza cerca de la cadera de Alberto. Cuando abre los ojos ve la pija de su amigo paradita y bien dura. Estira la mano y la toma por el tronco. Se miran con una sonrisa. Alberto mira a su costado y ve que la pija de Federico está también dura pero entre las piernas
El volar ¿Es para los pájaros?
Este relato no tiene nada en común con la película de Robert Altman. Me gustó el nombre y como de eso se trata en este relato… se lo puse, claro, algo modificado.
También deseo advertir que no es un relato lineal en el tiempo. Las escenas van hacia adelante o hacia atrás según lo requiera el argumento. La diferencia del tiempo está marcada por separadores (
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Alberto apretó fuertemente los labios, succionando mientras con su mano retiraba de su boca el miembro erecto de su amigo. Levantó los ojos y lo miró. Su mano izquierda le presionaba suavemente el escroto.
- ¡Sabía que me harías un chupada genial! ¡Seguí,… seguí,…! Exclamó Federico, mientras gemía y pasaba su mano por el pecho. Su espalda estaba recostada sobre la pared recubierta de finas cerámicas de la ducha de los baños del personal jerárquico de la empresa.
-¡Te voy a deslechar…!
-¡Seguí,… seguí,…! – Dijo en medio de jadeos entrecortados.
Alberto volvió a meterse la pija en la boca y con la lengua frotó el frenillo mientras su otra mano masajeaba el escroto y algún dedo se internaba algo más atrás.
Federico lo dejó hacer. Sintió que con los dientes jugaba con el prepucio y el frenillo sacando y metiendo el glande en su boca. Entonces un estremecimiento recorrió su cuerpo y un gemido bastante fuerte sonó en las paredes de la ducha mientras el agua tibia caía sobre sus cuerpos. Se enderezó, tomó con fuerza a su compañero de los hombros lo hizo incorporar. Alberto lo miró extrañado, pero no tuvo tiempo de preguntar nada. Federico, con habilidad y rapidez lo dio vuelta y puso su pecho contra las cerámicas de la pared cercana. Apoyó su cuerpo con toda su energía contra el de Alberto.
-¿Qué me vas a hacer?...
- Ahora vas a ver… mmm… sentir, ¡MEJORRRR DICHOO…! - Con una sonrisa de oreja a oreja.
Le acariciaba los brazos mientras frotaba su pecho en la espalda de su pareja. La pija, dura, recorría las redondeces de las nalgas de Alberto y alternativamente frotaba el surco entre ellas.
-Levantá los brazos... más… así…
Le tomó con una de sus manos las dos muñecas y las levantó por encima de su cabeza y las mantuvo apoyadas contrala pared. Alberto sintió la superioridad física del que hasta hace menos de una hora fuera su nuevo jefe. Apenas un susurro se escapó de sus labios cuando la presión de esos dedos fuertes apretaron sus muñecas.
-¿Te hago daño?
-No, solo un poco fuerte… tu mano es muy fuerte…
- Te llevo seis años de ventaja, seis años de gimnasio… y… otras cosas…- Dijo sonriendo. – Unas horitas de gimnasio no te vendrían nada mal. Estos hombros están muy flaquitos. - Le dio un beso en la nuca, bajó hasta el cuello y con besos, mordisquitos y chupaditas llegó al lóbulo de la oreja y lamió ese trocito de carne del que caían gotitas del agua de la ducha.
Alberto hizo una exclamación de placer moviendo los hombros.
¡Y parece que éste, tu nuevo jefe te gusta…
Mucho… - dijo en un susurro. – Me gustaste desde que te vi tomando el examen de admisión. Cuando te pregunté el sentido de esa pregunta algo capciosa y me tomaste del hombro para explicar a todos creí que me lo acariciabas…
Ganas tenía… pero no podía tirarme a la pileta delante de los demás; y fuiste el único que se dio cuenta que ahí había una trampita.
Pero después no me diste ni bola…, bueno,… salvo aquella tarde que me ofreciste el vaso de agua fresca del surtidor.
Sabés que no me acuerdo de eso.
Salías de una reunión con el capo en la gerencia.
Eso fue el día en que pedí más personal y no me lo dieron…perdóname no me acordaba.
-No importa… yo si me acuerdo.
- Entonces si te acordás de eso también te vas a acordar de esto.- dijo mientras empujaba su pija y las metía entre las piernas hasta sentir que rozaba el escroto de Alberto. Y con el dedo pulgar de esa misma mano le acarició el ano presionando con suavidad primero, luego un poco más fuerte hasta que presionó con firmeza como para que penetrara.
Alberto apenas se movía dejando que Federico moviera ese dedo dentro de él. Suaves exhalaciones denotaban que eso le estaba dando mucho placer. Después de hacerlo unas cuantas veces sacó el dedo y lo volvió a meter. Varias veces. Luego cambió de dedo, metió el del medio. Primero movió el dedo dentro. Lo sacó y metió varias veces.
-¡Ay…! ¿Qué estás haciendo?
Tratando de meter un segundo dedo. ¿Te dolió?-
Un poco…
¿Lo saco?
No, seguí. Despacio… ¿Qué me vas a hacer? –
-T e estoy dilatando. –
¡No me la metas, por favor! –
¡¡Qué!!… ¿Sos virgen de ahí?
¡No! Pero la tuya es muy gruesa y las pijas que entraron por ahí eran más chicas.
Vos no te quedás atrás, tu pija tampoco es chiquita. Estoy tratando de dilatarte para que si te duele sea muy poco. Pero te aseguro que después vas a pedir más. –
Los dos dedos repitieron el juego del pulgar. Una exhalación apenas indicó un cambio.
- Estoy metiendo un tercer dedo.-
-Me di cuenta. – Dijo con una sonrisa, - ¡Besame!
Te estoy besando el cuello…
Ya sé, pero quiero tu lengua en mi boca. En venganza de lo que le hacés a mi culo te voy a morder la lengua. –
¡Tomá!, es toda tuya. –
¿Tanta confianza me tenés?
¡Absoluta! De no ser así no te hubiera pedido. Y pedí el pase inmediato.
Cuando me llamaron de Presidencia pensé que era para tirarme la bronca… -
¿La bronca? ¿Porqué?-
Porque estuve fotografiando con mi celular al pibe ese que dicen que salió con vos. -
¿Y por qué lo fotografiabas? –
Quería saber cómo era, por qué te gustaba… -
¡Ohhh!… ¡Estabas celoosoo!
Mmmm…un poco… ¿Tee… loo… coj…?- Titubeando.
Lo interrumpió Federico: -¿Querés saber si me lo cogí? Si, dos veces. Pero me mintió. Se dejó romper el culo solo para saber si lo aceptaría como segundo mío. Es un trepador, trató de ganarme por el sexo. No arrugues la cara. Me gusta más la sonrisa que tenías recién…
- Besame, quiero tu lengua…
Mientras los dedos de Federico jugaban con el ano de Alberto, éste jugaba con esa lengua tan deseada.
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Un timbre agudo y fuerte despertó a Margarita. Dormitaba en un silloncito junto a la cama en que su hermano, Alberto Griggio, recién operado, estaba bajo los efectos de los anestésicos. Alarmada, miró los aparatos que lo monitoreaban y vio en la pantalla de uno de ellos la raya roja.
¡Enfermera! ¡Enfermera! – exclamó mientras salía al pasillo. De una puerta unos metros más allá apareció una enfermera corriendo. Al asomarse a la habitación vio el monitor. Rápidamente desconectó la alarma, sacó de su bolsillo un aparatito y pulsó un botón varias veces. Margarita entró preguntando:
¿Qué le pasa a mi hermano? –
¡Salga por favor ¡ dijo la enfermera, -Ya viene el médico. – Y la llevó fuera de la habitación.
Sintió correr a alguien en el pasillo y vio que dos enfermeros empujaban un carrito y detrás venía corriendo el médico.
Miró por el vidrio de la habitación y vio que estaban masajeándole el pecho. Entraron. El médico dijo algo a los enfermeros que sacaron unos cables y miró a la enfermera que cerró la puerta y corrió la cortina. Margarita quedó afuera, llorando. Pasaron los minutos. Algo se oía pero no lograba entender nada. Cuando se abrió la puerta la llamó el médico.
Señora…
Margarita Griggio.-
Señora Griggio. Hemos recuperado a su hermano. Tuvo un paro cardíaco. Ahora respira normalmente. Creemos que ha pasado el peligro. Su corazón es fuerte pero ha perdido mucha sangre. Se hicieron dos transfusiones. Hace falta por lo menos una tercera, pero el grupo sanguíneo de su hermano es difícil de conseguir…
Si lo sé. Mamá es igual. En eso los dos son iguales. Por desgracia mi sangre no es compatible, no se la pude dar.-
Las tres costillas rotas al perforar el pulmón hicieron que perdiera mucha sangre. Está muy débil. No creo que vuelva a suceder. He pedido recién a la Academia de Medicina que nos envíe una bolsa de ese grupo sanguíneo, pero hay que esperar, viene desde Chivilcoy. Allá encontraron un donante. Por el brazo y la pierna quebrados no hubo pérdida de sangre. No como para debilitarlo tanto. –
Me dijeron que se le cayó una moto encima, ¿Es así?-
Eso dijo el médico que lo trajo en la ambulancia. Parece que él la manejaba. ¿Es de él?
No. Le gustaban pero nunca tuvo una. No la hubiésemos podido comprar. Si sé que tenía licencia para conducir varios tipos de vehículos. –
El médico hizo un gesto como diciendo esto es todo y agregó:
La enfermera Bellini va a estar con él un buen rato controlándolo. Si quiere puede salir a tomar algo. –
Gracias pero ya a esta hora no creo que quede algo abierto por los alrededores. Pero no importa no quiero dejarlo. Me voy a quedar con ellos.
¿Quiere un poco de café o té de la máquina que tenemos en la sala del personal?
Bueno, gracias, algo de café por favor. –
¿Quiere algo para comer, un sándwich, unas galletitas? –
No, gracias, solo algo para tomar.-
Se despidió el médico. Margarita se quedó mirando a la enfermera que junto a la cama de Alberto miraba la pantalla de los aparatos a los que estaba conectado. Una pregunta brotó espontánea: - ¿Porqué manejaba una moto que no era de él?....
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Federico movió los dedos en el ano de Alberto mientras éste lo besaba, jugando con la lengua y los labios, besándolo, mordisqueándolo, metiendo la lengua por cada rincón de la boca de Federico.
¿Está bien?-
¿Qué?-
Los dedos.-
Me gusta. Seguí….
Entonces esto ya está…
-¿Qué vas a hacer?, ¿Me la vas a meter…? -
¿Porqué, querías otra cosa? - Dijo riendo.
No hables tanto y besame otra vez. –
No. Enderezate. – Otra vez le puso el pecho contra la pared y le separó las piernas.
Aquí va. – Primero pasó unas cuanta veces la cabeza por la raja, hasta que la ubicó justo en la entrada y presionó. Suave primero hasta que creyó que el músculo daba paso y presionó más.
-¡Hayy! ¡Duele! –
¿Mucho? -
¡Sacala por favor! -
Perdoname, creí que ya estaba dilatado.-
Besó el cuello y siguió por la espalda más abajo mientras con los dedos seguía la línea de la columna hasta el coxis. Se agachó y abrió con ambas manos los glúteos y metió la cara dentro hasta que la lengua pudo jugar con el agujerito.
La cara de Alberto cambió radicalmente. Del dolor inicial a una expresión de placer.
Nunca me hicieron esto. ¡Qué lindo! – Abrió un poco más las piernas para facilitarle la llegada a esa lengua que le daba ese placer hasta ahora desconocido. Los gemidos de placer fueron aumentando, cada vez más sonoros. Entonces Federico sacó la cara y se paró. Puso otra vez la pija frente a la entrada y presionó. Esta vez cedió. Entró parte de la cabeza.
¿Te duele? -
-Un poco, seguí….
En vez de seguir, Federico la sacó y dio un paso atrás.
-¿Porqué? No la saques.-
Vamos a otro lugar. Quiero verte la cara. Vení. – Lo tomó de la mano y lo llevó donde dejaban las toallas. Tomó una y la extendió sobre un tablado.
Acostate boca arriba. –
¿Acá? Puede venir alguien.-
Somos los últimos, todos se fueron ya. –
El jefe de guardia hace la recorrida después que todos nos vamos. –
¿Víctor? Tranquilo, no va a venir.
-¿Cómo sabés? –
Le dije que no viniera.-
¿Le dijiste?…
Sí, también le dije porqué.
¡Noo! Ahora se va a enterar toda la oficina.
Víctor no es un bocón.
-¿Cómo lo sabés?-
Fue mi primer amante. Me abrió el culo y la mente. Yo era un tiro al aire. Me hizo estudiar. Entré acá por él. Si no hubiera sido por Víctor quién sabe qué habría sido de mí. –
¿Fuiste su pareja? –
No. Él estaba casado y separado. El hijo, grande ya, no le daba bola. Soy para él algo así como su hijo o su ahijado si querés.
¿Lo querés mucho? –
Como si fuese mi papá, el padre que nunca tuve. Mi vieja laburaba y con mi hermano Luciano nos criamos juntos. Es mayor que yo, cinco años.
¿Te seguís acostando con Víctor? –
Poco, casi nada. Mientras que mis ganas de sexo aumentaban con la edad, las de él disminuían. Ahora es más el abrazo o una caricia que otra cosa. Una vez me dijo que yo le llené el alma y yo te digo que él le dio sentido a mi vida. –
Me hubiera gustado tener alguien así a mi lado. Papá murió cuando era chico. Apenas recuerdo algo de él. Y solo tengo una hermana, Margarita, que es un amor. Y mi mamá, claro. -
Me tenés a mí, y ahora yo te tengo a vos. ¿Me querés o solo soy tu jefe con el que tenés sexo? -
Te dije que me gustaste desde que entré a la empresa. –
¿Solo te gusto? ¿Esto es solo un metejón? –
No. Es mi sueño desde que te vi. Tenerte así, en mis brazos. No deseo otra cosa en la vida. –
¡Eh…! Veintiún años, casi contador, brillante, y das por acabada tu vida. –
Quiero muchas cosas. Pero juntos. Vos y yo. –
¿Es una declaración de amor? –
¿Recién te das cuenta? –
Federico abrazó a Alberto. Besó suavemente la frente, las mejillas, la nariz. Un piquito en los labios y con la punta de la lengua le mojó los labios. Alberto tomó la cabeza de Federico y se unieron en un largo y muy profundo beso al ritmo del roce de sus cuerpos.
Cuando les faltó el aire se separaron.
No te voy a coger, vas a sentir mi amor… - Lo empujó suavemente hacia la tarima. – Acostate. -
T… tu amor ¿es para siempre? , ¿O es solo por hoy? –
Federico sonrió, le besó la nariz y se la mojó con la lengua.
- ¡Qué cursi!... Pero si. ¡Para siempre!
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- ¿Usted pidió hablar conmigo? - Preguntó el director del sanatorio asomándose por la puerta de su despacho.
Si doctor. Soy Luciano Martínez Bas, hermano de Federico. –
Soy director de este instituto Dr. Cantarello, Daniel Cantarello. Pase por favor, siéntese. -
Vengo desde Rio Cuarto donde vivo. La jefa de recursos humanos de la empresa donde trabajaba mi hermano me avisó del accidente y me tuvo al tanto de lo sucedido hasta que pude viajar. Hace 24 horas que estoy viajando. –
Su hermano llegó con traumatismos múltiples y muy severos. Estaba bañado en sangre. Inmediatamente se lo ingresó a la sala de operaciones. Tuvimos que sacarle el casco que estaba roto. Un pedazo de metal de la ventanilla contra la que dio su cabeza lo había atravesado y también la calota craneana con daño muy importante en la masa encefálica. El casco preservó el cuello pero no las clavículas, los omóplatos y los hombros. –
No entiendo doctor. Si él manejaba ¿cómo pudo ser despedido de esa moto y atravesar con la cabeza la ventanilla de ese transporte? -
-Él no manejaba, Iba atrás. Un joven que también ingresó con lesiones múltiples y severas era el conductor. –
- Si, un empleado de la misma empresa. A Federico le gustaron siempre los muchachos. Pero de éste chico estaba muy enamorado. Nos contaba de sus ilusiones. Y sus planes para más adelante. Planeaban vivir juntos. Pensaban venir a casa para que lo conociéramos. –
Luciano agachó la cabeza y no pudo reprimir un sollozo. – Disculpe doctor.- dijo mientras se llevaba un pañuelo a los ojos.
-Lo comprendo muy bien. Todos, alguna vez en la vida, hemos perdido a alguien muy querido. –
Luciano siguió: - Era muy inteligente y un poco rebelde. No congeniaba con la mentalidad de la gente del pueblo. Vivíamos a pocos minutos de la capital y viajaba para trabajar. Para esa época eramos nosotros dos, mi vieja había muerto. El ganaba muy poco. Cuando me casé me fui a vivir en Río Cuarto y le mandaba todos los meses algo de dinero. En menos de un año y medio me dijo que no hacía falta que le mandara dinero. Que tenía trabajo, que se podía mantener solo. No lo podíamos creer. El vuelco que había dado. Se recibió rápido y lo ascendieron a jefe. Nos tenía al tanto de su vida con frecuencia. Su trabajo, el ascenso. Cuando nació mi hija se apareció un día con conejo de peluche que todavía hoy es más grande que ella. Compró la moto y le dijimos que porqué no un auto. Pero él quería la moto…
A veces lo que tanto deseamos es lo que nos perjudica. – Dijo el director del instituto. Tanto como para decir algo mientras Luciano se recomponía de su emocionado recuerdo.
Me dijeron que hay una fotografía de cómo quedó la moto.-
No la tengo, pero salió en el noticiero. La rueda de adelante está destrozada y un poco la horquilla. El resto ni un raspón. –
¿Sabe como fue el accidente? –
Según dijeron un transporte pequeño de pasajeros cruzó con luz roja esa avenida. Ellos venían a velocidad normal y con luz verde de su lado. En el transporte no hubo víctimas, solo algunos contusos. Su hermano llego con vida pero murió en la mesa de operaciones; horas después también falleció el otro muchacho que era el que manejaba la moto. –
¡Los dos murieron!…
Si. Con horas apenas. Al más joven lo aplastó la moto. Se le cayó encima, y el manubrio le fracturó tres costillas que le perforaron el pulmón. Perdió mucha sangre y su grupo sanguíneo es un poco raro para conseguir. Se llamaba… -
- Alberto Griggio. – dijo Luciano
¿Lo conocía Ud.?
Nos escribió tanto sobre él. Como si lo conociera. –
En eso suena un teléfono: - Si, Dirección… Bien, y dónde está… ¿La documentación está completa?, ¿El Juzgado autorizó? Completen la planilla y los formularios que ahora bajo a firmarlos… Si los dos cuerpos, aquí está el hermano de uno de ellos… Bien, bien. – Cuelga y le dice a Leonardo: - Sr, Martínez Bas, me informan que ha llegado la señorita Griggio, la hermana de Alberto. Viene a firmar los papeles para retirar el cuerpo de su hermano. El juzgado ya dio la autorización para inhumarlos. Tengo que firmar los papeles. - Supongo que también debo hacer eso. Me dijeron en la empresa que ellos se encargan del sepelio de los dos. No me lo voy a llevar a Rio Cuarto. Quiero que estén acá los dos juntos. –
- Como Ud. Disponga. Venga conmigo, le voy a presentar a la Sta. Griggio. -.-
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Alberto se acostó boca arriba en la tarima. Federico tomó con una mano los tobillos de Alberto y le levantó las piernas dejando visible la entrada. Pasó la mano acariciándola haciendo presión con los dedos. En ese momento se acordó de algo y miró por los alrededores de la tarima.
¿Qué buscás?
Los forros. - (Condones, en lenguaje popular).
Acá están, los tengo yo. -
¿Dónde estaban? –
Al lado de la tarima. Los tapaste cuando pusiste la toalla. También el gel. -
¡Estás en todo! No se te escapa nada. Dámelos.
No, yo te lo pongo. – Dijo Alberto mientras tomaba el pene de su pareja atrayéndolo hacia sí.
– ¡Está durito! Pero le voy a hacer un trajecito de saliva antes de poner el forro. – Y comenzó a lamerlo de la base hacia la punta. Recorrió todas las sinuosidades del glande y los pliegues del prepucio mojando con saliva cada centímetro de piel.
Mientras, Federico le acaricia la cabeza, le pasa los dedos por el pelo y trata de sujetárselo pero es tan cortito que se le escapa. - ¿Porqué lo tenés tan cortito?, no puedo agarrarlo. –
Alberto dice algo inentendible con la boca llena. Se saca la pija de la boca y mirando hacia arriba dice: - Es más práctico. No me tengo que peinar. Paso la mano y ya está. –
- ¡Me estás pajeando!, ¡Ponelo de una vez, sino voy a acabar antes de empezar! - Dijo riendo.
Al terminar de ponerle el forro lo unta con algo de gel y se recuesta sobre la toalla; levanta las piernas, con las manos separa los glúteos y pasa los dedos sobre la entrada del ano untándolo, lo acaricia en forma circular y después empuja un dedo. Con la primer falange adentro lo mira a Federico y le dice: - ¡Dale! –
Se miran y se sonríen. Federico dice poniendo gruesa la voz: -¡Ahoora vaaas a verrrrr...!!! – Ríen los dos mientras comienza a empujar la punta del pene por el ano. Alberto cierra los ojos. Pasó el primer tramo. La cabeza entró toda y siguió empujando tratando de no causar dolor. Federico levanta la vista ve que Alberto tiene los ojos cerrados y una mueca de dolor. Deja de empujar y pregunta: - ¿Te duele? –
-No importa, seguí… no pares. –
Con la mano libre acaricia la cara y el pecho de Alberto. Cuando casi toda ha entrado Alberto tiene una pequeña sacudida seguida de un estremecimiento. -¿Qué te pasa?, ¿Estás bien? –
Alberto se contorsiona: - Muy bien, esto es fantástico… ¡Otra vez!.. Sacala y métela otra vez…
¡Estás temblando, Alberto! –
No, es genial. ¡Otra vez! ¡Otra vez!
Federico la saca y vuelve a meter, varias veces y cada vez más rápido. – Si pudieras verte la cara…
Alberto abre los ojos y le dice: - Besame…
El beso se prolonga mientras su miembro entra y sale de Alberto hasta que llega el final. Se miran sonriendo, se acarician. Federico se incorpora, se saca el forro, levanta a Alberto en vilo y lo lleva a la ducha y abrazados dejan que el agua caiga sobre sus cuerpos...
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- Buenas tardes, Señorita Griggio. ¿Cómo está Ud.? Lamento profundamente lo sucedido a su hermano. – Hace un silencio y tomando del hombro a su acompañante de dice: - Este es el señor Luciano Martínez Bas. Hermano del otro accidentado. -
Los dos familiares se miran, se saludan, se dan la mano algo cohibidos. Ninguno dice nada. Solo se miran.
La empleada administrativa del hospital le entrega unos formularios al director, que pregunta: -Señorita: ¿La empresa se comunicó con Ud.?
-Sí, ellos me avisaron que los trámites estaban terminados. –
-¿También lo del sepelio?, ¿Está de acuerdo? –
Si, los dos juntos. Ya firmé en la empresa el consentimiento. Solo vengo afirmar el resto de los formularios. –
Llegué hace unas horas. No me dijeron que tenía que firmar el consentimiento en la empresa. –
No hace falta, lo hace acá. Nosotros tenemos los formularios. – Dice el director.
-Gracias, me soluciona el problema.-
Margarita se dirige a Luciano: - Señor, la moto ¿era de su hermano? –
-Sí, ¿por qué? -
Entonces, ¿por qué la manejaba mi hermano? –
Eran amigos. –
-Pero, ¿Se presta una moto así… a un amigo? –
Luciano se sonríe y dice: - Eran MUY amigos. –
-Disculpe, pero qué quiere decir con que eran MUY amigos. Nos contó que era su Jefe, no su amigo. –
Luciano se da cuenta pero no quiere decir más que lo necesario. –Bueno… es que… -
Margarita rápida: - Ud. Quiere decir que tenían otro tipo de relación. -
Entonces Luciano se anima: - Sí, tenían una relación. –
Con firmeza: - No puede ser… Señor Luciano, somos una familia de convicciones. Mi hermano nunca podría… No era… gay. – Esto último titubeando.
Lamento contradecirle. Pero si, los dos eran gay. Se querían mucho. Federico nos contaba en sus correos todo, desde el principio. –
No, no puede ser. – Nerviosa. - Hay un error en esto. -
Desgraciadamente no tengo la computadora para mostrarle lo que nos contaba de él y de Alberto. Querían viajar a Río Cuarto para que lo conociéramos. Pensaban, algún día, vivir juntos. –
Margarita desconcertada: - No puede ser… no, no…
¿Por qué no puede ser? ¿Qué tiene de malo? –
Porque no está bien, no es correcto. -
¿Por qué no es correcto? ¿Quién lo dijo?
¿A Usted se lo contó? –
-¡SÍ!
¿Y estaba Ud. de acuerdo? –
Era mayor de edad. Era dueño de su vida. ¿Cree que si le hubiese dicho que no estaba bien me haría caso? –
Margarita nerviosa, confundida, mira para abajo. En voz baja: – No…no puede ser… No nos dijo nada…
- Federico nos contó que Ud. se está por casar. –
-Sí. ¿También les habló de mí? -
- Alberto las quería mucho a Ud. y a su mamá, y no las quería dejar solas. –
Margarita no pudo aguantar más y rompió en llanto desconsolado.
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Alberto abre los ojos. A su lado Federico duerme profundamente. Están abrazados tal como se durmieron. La habitación está en penumbra, las persianas filtran la luz. Trata de incorporarse para mirar el reloj pero los brazos de Federico le limitan los movimientos. Con suavidad retira su pierna izquierda de debajo de la de su compañero y mueve el brazo de su costado. Se para junto a la cama y lo mira. Sigue durmiendo. Camino al baño se mira en el espejo que cubre toda la pared y la puerta del baño. Está desnudo, se pasa la mano por el pecho y encuentra restos del semen de los juegos de la noche anterior. - ¿De cuál de los dos será? –
Abre lentamente la puerta del baño y no puede evitar que la luz que entra por el ventanal lo deslumbre. Entra y cierra la puerta. Se mira al espejo. Le ha crecido la barba en estos tres días que ha pasado en casa de Federico. - ¿Y si me dejo la barba? ¿Qué dirá Federico si me dejo la barba?-
En eso se abre la puerta y aparece Federico detrás de él, lo toma de un hombro y de la cadera: - ¡Así que fugándose de mi cama! -
Creí que estabas dormido…
Estaba despierto mirándote dormir cuando empezaste a moverte. Me hice el dormido, pensaba que recibiría tus besos pero… ¡HUISTEEE! – Riendo - ¡Sooosss un fugitivooo! – Lo toma entre sus brazos, apretándolo contra su cuerpo y lo zamarrea suavemente. Ríen los dos.
Alberto siente la dureza del pene de su amigo contra su cuerpo y se frota contra él. Juega a liberarse y dice con ese mismo tono de voz: - ¿Me vas a llevar preso? –
¡SI! Atado de pies y manos. –
¿En la cárcel me darán el desayuno? Lo quiero con muuucha leche. –
¡Yo también quiero mi desayuno, tengo haaaambre! – Ríen los dos, se abrazan y besan enredando sus cuerpos.
Alberto queda de espaldas al espejo. Por encima de sus hombros asoma la cara Federico. Mira esos hombros, la espalda, el cuello. Pasa sus manos, los acaricia y dice: - ¡Macho, flor de cuerpito sacaste en estos meses! Mirá esta espalda. Los brazos… La primera vez no tenías este cuerpo. –
- No solo sos mi jefe. Sos mi entrenador, mi maestro en todo. ¿Qué no me enseñaste? -
En una de esas Alberto rodea con sus brazos el cuello de su amigo y éste aprovecha y lo levanta en vilo y se lo carga al hombro como una bolsa y grita: - ¡Vendo una bolsa de papas…! - Abre la puerta del baño y sale al dormitorio. Al pasar Alberto se agarra del marco de la puerta y tironea. Federico no puede avanzar, aunque lo toma de los tobillos. Tironea. Los dedos de Alberto comienzan a resbalar sobre la madera pintada y ante un nuevo tirón de Federico se sueltan y ruedan por el piso los dos. Alberto queda acostado boca arriba sobre la alfombra y Federico sobre su costado con la cabeza cerca de la cadera de Alberto. Cuando abre los ojos ve la pija de su amigo paradita y bien dura. Estira la mano y la toma por el tronco. Se miran con una sonrisa. Alberto mira a su costado y ve que la pija de Federico está también dura pero entre las piernas.
Alberto estira su mano y también la toma por el tronco y dice: - Vos ya conocés a mi muñequito. Saludalo y dale un besito y pedile que te dé el desayuno. –
Federico se ríe y le dice: - Y vos saludá al mío y pedile lo mismo. - Con una mano se toma de la cadera de Alberto y acerca su boca al prepucio de su amigo, que chupa y mordisquea.
Los dos simultáneamente. Con las primeras gotas del líquido deseado se excitan cada vez más. Cada tanto se miran pero vuelven rápidamente a lo suyo. Federico es el primero en obtener su recompensa, y recuesta su cabeza sobre el vientre de Alberto, pero casi enseguida siente las sacudidas que anuncian que el cometido está próximo. Se miran. Federico se relame haciendo muecas para que Alberto se ría. Ríen juntos y acercándose se besan.
Pasan unos momentos acariciándose y, dándose besitos, suaves. Entonces Federico se incorpora sobre su brazo y le dice: -Esto lo quiero hacer todos los días. ¿Por qué no querés venirte a vivir conmigo? ¡Te lo pedí tantas veces! –
Albero se pone de rodillas y se sienta sobre sus talones.
- Ya te expliqué que no quiero dejar a mi viejita sola.- (viejita=mamita)
-Pero está tu hermana. –
Margarita se casa en dos o tres meses y se va a vivir a Rosario. Al novio lo nombraron tesorero de la nueva sucursal del banco. –
Hace diez meses que nos estamos viendo los fines de semana un día o dos por vez. Quiero despertarme todos los días y verte junto a mí y tocarte y… hacer esto… o lo que sea. ¡Sabés que cada día que no te tengo a mi lado es un tormento despertarme! –
Nos vemos todos los días en la oficina.-
Pero allí no te puedo besar ni tocar ni nada. -
A esta altura de los acontecimientos todos saben ya lo nuestro. –
En la última reunión con el Jefe de área se refirió a vos con elogios. –
No me contaste nada de eso. –
Si te dije algo pero no pude terminar. Sonó el teléfono, ¿te acordás? Fue en la semana en que la tormenta derrumbó el tinglado del depósito de Floresta y quedaste vos al frente de la oficina porque yo me tuve que quedar una semana supervisando las tareas de salvataje de la mercadería. Dicen que no se notó mi ausencia. Las planillas presentadas en tiempo correctamente, los datos precisos. Y en la reunión semanal tenías toda la información al momento. Dijo textualmente “que estabas en todo”. –
Alberto se sonrió. -¡Caramba con los elogios! Porque hace diez meses que las carpetas para esas reuniones te las preparo yo. Y las preparo yo porque has sido mi mejor maestro. En la oficina y en todo los demás. -
- Esto que te voy a decir ahora me lo dijo el viernes a media tarde mirando la carpeta que le entregaste a medio día. -
-….¿?
Dijo que nos tendrían que ascender a los dos. A vos porque esta oficina te va como un guante.-
¿Y a vos adónde te mandarían? –
A supervisor, seguiría siendo tu jefe y nos veríamos todos los días.-
Pero ya no estaríamos en la misma oficina. – Dijo Alberto con tristeza
Te da tristeza que no nos veamos todos los días en la oficina pero no querés venir a vivir conmigo. –
-No, no es así. Es por mi viejita y por… bueno, otras cosas. Si se casa mi hermana y se va a Rosario mamá se queda sola. De no haber sido por eso me hubiera venido a vivir con vos desde el principio, aunque tuviese que dormir en la cucha del perro. –
¡Si no tengo cucha ni perro! – Riendo.
No importa, al lado tuyo no me importa dónde. – Hace gesto de un beso con los labios
Tampoco yo puedo pensar mi vida sin vos. –
Así de rodillas como están, uno frente al otro, se miran y después se abrazan. No hay besos solo el sentir el calor y palpitar de sus cuerpos. Así están hasta que suena el teléfono y se separan.
- Si… ¡Hola!... Ah… Víctor… Si vamos para allá. Nos quedamos dormidos… si, podés encender el carbón y poner la carne que en media hora llegamos… Bueno,… si, ponele tres cuartos de hora. Bueno… Nos vemos. – Cierra el celular. Mira a Alberto y hace un gesto con las cejas y la boca. – No nos dimos cuenta y se nos fue la hora. Víctor desde el martes que nos invitó a un asado en su casa. –
-Sí, yo me acordé cuando me levanté y fui al baño, pero… -
No nos queda tiempo para tomar mate. Lo tomamos allá, los mates de Víctor son especiales, con espumita, hummm. – Hace el gesto de llevarse la bombilla a la boca y disfrutar del sabor.
Bueno, está bien. Pero apurémonos. Duchate vos primero, porque si nos duchamos juntos nos vamos a ”DISTRAER “ otra vez. –
Federico entra al baño y abre la ducha. Alberto junta su ropa y espera su turno. Cuando Federico sale le dice: - Te dejé el agua abierta. –
Alberto entra, se acuerda algo y se vuelve: - Te acordás del pibe aquel de me tenía celoso. Las pocas veces que me lo cruzaba en algún pasillo no me miraba o ponía mala cara, pero hace dos días me pasó algo diferente. Estaba en el baño meando cuando volvía de entregar las planillas del día. Estaba solo. En eso se abre la puerta y entra él. Va hacia los lavatorios, se lava las manos y la cara. Cuando va a sacar las toallas de papel, mira por el espejo y me ve. Viene hacia mí y me dice: “Tuviste suerte con Martínez Bas, es un buen jefe y un gran tipo.” Me quedé de una pieza. Cuando reaccioné se había ido. –
En la reunión de la semana pasada su jefe lo elogió mucho y pidió que lo pongan en la lista de los ascensos del semestre. Creo que me equivoqué con él. –
¿Estás arrepentido? - Preguntó Alberto.
¡No! , solo digo que fui injusto. -
Alberto dio la vuelta y se metió bajo la ducha.
Luego de vestirse tomaron rápidamente un vaso de jugo como desayuno. Estaban esperando el ascensor que los bajaría al garaje donde Federico guardaba la moto Alberto le dice: ¿Me dejás manejar a mí? – Federico lo mira como para decir que no. Alberto insiste: - ¡Dale! Un ratito… -
No puede resistirse. –Bueno, tomá. – Le da la llave. No dice nada más. Al abrir la puerta del ascensor se dan un breve beso.
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Federico se despierta. Tiene frio y está oscuro. Está en una camilla, se incorpora y salta al piso. El frio del piso recorre su cuerpo y se da cuenta que está desnudo.
- ¿Dónde estoy? Esto parece una heladera. –
Aunque oscuro, algo alcanza a ver. Ve que en su misma camilla hay alguien más y piensa:
-¡Qué raro. En una camilla tan angosta han puesto a dos personas. –
No lo puede ver quién es porque está tapado por una sábana. El frio lo acucia. Busca algo de ropa. Encuentra algo que no sabe que es pero se lo pone igual y busca una salida. Llega a una puerta que da a un pasillo con poca iluminación. Lo recorre. En una de las puertas ve que apenas está entornada y por donde se ve algo de luz. La abre y la luz lo ciega. Se cubre los ojos con las manos. Va retirando las manos de a poco. Cuando puede ver se da vuelta buscando la puerta pero ya no está. No hay puerta. Mira alrededor, está en medio de un parque parado en un sendero casi cubierto de hojas que trae y lleva un vientito suave que va y viene.
¡Qué raro que es todo esto! –Ve los canteros con plantas, las hojas van cayendo de los árboles y al caer bailan con la brisa. Nunca se había fijado en los parques, pero este le agrada y también el solcito que hace el aire agradable. Ya no tiene frio. Juguetea un poco con las hojas mientras se calienta con el sol, suave de un otoño apacible. Supone que debe ser mediodía. Trata de ver a lo lejos pero hay bruma que no le deja ver el fin del sendero por el que está caminando.
Algún lugar llevará este camino, supongo. -
Camina siguiendo el sendero. Hay tramos rectos, en otros hace curvas. Las hojas van y vienen. A veces juega con ellas con los pies. Después de caminar un rato largo y dar vueltas le parece que está en el mismo lugar. Cuanto más avanza la bruma retrocede pero no desparece ni él llega a entrar en ella. En todo el trayecto no encontró a nadie.
- ¡Estaré solo en este parque sin salida! –
La tensión que ha estado creciendo en su ánimo ahora está a un paso de ser angustia.
- ¿Dónde estaré? No hay nadie a quien preguntar qué es esto, o dónde estoy. –
Da una vuelta mirando alrededor. A lo lejos ve un banco y en él sentado alguien sentado mira para otro lado. Es otro sendero distinto. Corre hacia él, cruza algún cantero con pasto, salta por sobre unas pequeñas plantas y cuando está casi por llegar ve quién es el que está sentado en el banco.
-¡Alberto! – Grita moviendo los brazos. Alberto gira la cabeza y cuando lo ve se levanta y corre hacia su amigo. Se abrazan largo tiempo. Se separan, se miran. Uno frente al otro juntando sus manos.
- ¡Qué alegría encontrarte! No vi a nadie más en todo este parque. ¿Cómo llegaste? –
-No lo sé. Aparecí acá. Solo y sin nadie para preguntar. Me cansé de caminar y me senté acá. –
Vos tampoco sabés cómo llegaste, ¡Qué raro! -
Me desperté con un ruido como un timbre ensordecedor. Me levanté para averiguar qué era y de golpe se llenó de gente que rodeaba la cama en la que estaba. Había otro tipo en la misma cama. Di un paso atrás y me encontré en un corredor. Como una galería. Caminé unos pasos y se abrió una puerta. Se veía algo de luz. Abrí creyendo que era otra habitación y me encontré acá. Y la puerta no estaba más, despareció. –
¿Estuviste así mucho tiempo?
No lo sé. Me entretuve con las hojas, los árboles. ¿Estamos en otoño? –
Parece. Estamos juntos otra vez. –
¿Y ahora qué hacemos? Debe ser medio día. No podemos quedarnos acá mucho más. –
¿Encontraste una salida? Yo no la encontré. –
Yo tampoco. –
Alberto mira por sobre el hombro de Federico:
- Mirá allá, detrás tuyo. Por el otro sendero viene un grupo de gente. Vamos a preguntarles. –
Caminan un poco y de repente Alberto se para en seco:
-¡Margarita! ¡Qué hace acá en ese grupo de gente! –
- ¡Luciano! Dice Federico. – ¡Vamos!- y le da una palmada en el hombro a Alberto. Corren los dos acercándose al grupo. Les hablan y hacen gestos pero nadie del grupo levanta la vista para mirarlos.
Van por un sendero paralelo, casi a la par pero no los ven ni los oyen. Van tristes. Margarita ha llorado. Detrás de ellos van algunas personas más y un obrero empujando un carro.
Alberto dice: - Margarita, mirame, estoy acá… -
Margarita no lo oye, pero rompe en llanto. Federico trata de cruzar un cantero para juntarse con su hermano pero unas plantas como una valla se lo impiden.
- No nos ven, ni nos oyen… -
Uno de los del grupo se acerca a ellos. Cruza el cantero y las plantas no son un obstáculo.
- ¡Hola! Otra vez nos encontramos. –
Alberto y Federico se miran con extrañeza y miran al recién llegado.
¿No se acuerdan de mi? Soy Rafael. –
No, ¿quien sos?
-Nos conocimos hace mucho tiempo. –
-No me acuerdo. – Dicen a dúo.
- Para que se acuerden tendría que explicarles algunas cosas. Pero… -
Mientras habla Federico se ha acercado otra vez al grupo y mira el carro. Vuelve y dice:
¿Qué está pasando? En ese carro hay dos ataúdes y llevan nuestros nombres. El de él y el mío. – Dice señalando a Alberto primero y después a sí mismo.
Lo van a entender cuando les explique ciertas cosas. –
Si nuestros nombres figuran en los ataúdes es porque estamos adentro. –
Decime. ¿Estás adentro o estás acá, hablando conmigo y con él? – Señalando a Alberto. – Mirate, miralo a él y decime si estás en ese cajón. – Rafael pone énfasis en todo lo que dice. – Los toma del hombro y les dice muy suavemente: - Lo que hay en ese cajón ya no les sirve. Es como si se acabaran de sacar algo de ropa que ya no van a usar más. –
No te entiendo. – Dice Federico.
-¿Qué querés decir? – Dice Alberto.
No se alarmen. Vengan conmigo y lo sabrán, pero no puede ser acá. –
¿Cómo vamos a salir? ¿Esto tiene salida? –
¡Claro que tiene salida! Yo los voy a llevar.
¿A dónde? –dijeron otra vez a dúo Alberto y Federico. Se miraron y se rieron.
¡Bravo!!! – Dijo Rafael. - ¡Así me gusta!!! Un poco de alegría… Hace bastante tiempo alguien dijo: “un santo triste es un triste santo” ¿Saben quién fue? Se llamaba Francisco de Asís. – Los mira a los ojos y les dice:- La alegría es la sal de la vida, no dejen que la tristeza los gane. –
¿Cómo vamos a estar alegres si no sabemos qué nos está pasando? – dice Federico
Mirá ese grupo que pasó. Mi hermana y el hermano de él van como si arrastraran toneladas. – Dice Alberto.
Entonces vamos porque hay mucho que explicar. – Dice Rafael.
Y… ¿Dónde vamos? – Dice Federico.
¿Vamos a estar solos? –
¡No!, nos están esperando un grupo de gente. Amigos que los quieren. –
¿Qué nos quieren? ¿Los conocemos, quienes son? – Preguntó Alberto.
Tu papá, por ejemplo. –
Papá murió hace mucho. ¿Cómo me va a estar esperando? –
Te puedo asegurar que él me pidió que viniera. –
-¿A mí solo, y a él? – dice señalando a Federico.
No, a los dos. – Dice Rafael
¡A mí ni me conoce! ¿Cómo puede pedirte que me lleves? –
Si, te conoce. Me encomendó que los lleve a los dos y eso voy a hacer. ¿Vamos? – Rafael los toma de las manos, los junta y dice: - Tómense de las manos. –
¿Y ahora? Dice Federico.
Yo los guío. Vayan por delante. Voy detrás de ustedes. – Rafael se pone detrás de ellos y dice. – Miren para adelante. -
Alberto y Federico miran hacia abajo y ven que no tocan el piso. -¿Qué nos pasa?-
- No miren abajo. Miren adelante. – Dice Rafael. Y desde atrás coloca sus manos en los hombros de ellos.
Entonces… ellos comienzan a volar.
FIN