El viudo IX: Mercedes descubre el secreto de su ma
Una mujer casada que accede a satisfacer los caprichos sexuales de su cuñado viudo a cambio de dinero se encuentra observando a su madre siendo taladrada por el empleado de mantenimiento.
Sigue otra entrega de la zaga que espero sea del agrado de quienes la vienen siguiendo. Para los que no hay leído capítulos anteriores propongo que lo hagan. Pero dada la longitud que toma la zaga, incluyo un brevísimo resumen para los que quieran saltear lecturas anteriores.
Resumen
Cap. I: Ariana y Juan Alberto son un matrimonio de inmigrantes (de distintos países) que viven en USA y mantienen a la familia de la mujer en su país de origen. Al morir la mujer, el viudo asume el compromiso de mantener su familia política: a la suegra Graciela y a su cuñada Mercedes. Pero lo hace con la condición de tener a Mercedes como esclava sexual y de mandar sobre el hogar de toda la familia política.
Cap. II: El viudo visita a su familia política e impone su voluntad sobre ellos. Despojando al parasítico esposo de Mercedes, Gregorio, de todo el poder que siempre había tenido y humillándolo hasta límites insospechados. Mercedes le agarra el gustito a ser la putita de Juan Alberto.
Cap. III: Juan Alberto comienza a dar lecciones de manejo a Mercedes mientras sigue demandándole favores sexuales que ella presta gustosa. Gregorio no puede hacer nada al respecto, pero su impotencia sexual crónica parece remediarse temporariamente al escuchar cómo su mujer es cogida por su amante.
Cap. IV: Los amantes son descubiertos en plena faena sexual por Graciela (la madre de Mercedes y suegra de Juan Alberto), que les hecha una bronca enorme. Pero luego la convencen de que están cumpliendo la voluntad de la difunta Ariana y la suegra se convierte en voyeur de su hija y su yerno.
Cap. V: Durante un viaje Juan Alberto promete una 4x4 Audi a su amante. El Viudo conoce a Imelda, hermana de su concuñado Gregorio y nace un interés mutuo. El cornudo Gregorio intenta suplir su frustración sexual llamando a una prima de su esposa y extorsionando a la empleada de la casa, Raquel, termina más frustrado que nunca y se ve obligado a acabar escuchando como el culo de su esposa es taladrado por el viudo. Juan Alberto termina realizando sexo anal a Mercedes en presencia de Doña Graciela que se entusiasma y participa verbalmente. A cambio de su ayuda, Graciela recibe la promesa de un televisor plasma de regalo que es instalado por un fornido y musculoso joven de origen afro-caribeño llamado Edilson.
Cap. VI: Juan Alberto invita a su Amigo Damián a un fin de semana en Las Vegas, donde comparte incondicionalmente a su amante.
Cap. VII: Juan Alberto, Mercedes y su familia visitan a la hermana de Gregorio, Imelda, que se presta un trio con Mercedes y el viudo. Gregorio por primera vez puede ver a su odiado concuñado
Cap. VIII:
Mercedes y Graciela visitan al viudo en su casa y la suegra participa cada vez mas activamente cuando su hija y su yerno tienen sexo. Y mientras esos tres se dan la gran vida, Gregorio es obligado a permanecer solo en su casa y a realizar los quehaceres del hogar como castigo por intentar abusar nuevamente de su empleada, Raquel.
La estadía en casa de Juan Alberto se prolongó por dos meses más durante los cuales Graciela participó como “espectadora interactiva” en los juegos sexuales de su hija mayor, Mercedes, y del viudo de su hija menor, Juan Alberto. Sin aburrir al lector con detalles, diremos que Graciela participó de buena gana sin poder llegar nunca a cumplir su ya insistente sueño de ser poseída por su yerno.
Por ejemplo, en cierta ocasión, fue invitada a embadurnar el esfínter anal de su hija y el miembro de su yerno con jalea lubricante, tarea esta última en la que la septuagenaria abuela se demoró largamente disfrazando su pajote lujurioso de innecesaria minuciosidad lubricatoria. Pero, para su propia desazón, fue apartada por el viudo con un cariñoso, pero enérgico mensaje.
—Bueno, Bueno, suegrita, que es para ayudar a Merce para que no le duela, no para ayudarme a mí. Jajaja. —Alegó el viudo mientras apartaba la mano de su suegra de su engarrotado miembro viril, para tranquilidad de su amante, la hija de la rechazada Graciela.
En otra ocasión, Graciela fue invitada por su propia hija a acariciar su espalda mientras era poseída en estilo perrito y la vieja se tomó la licencia de besar la nuca y espalda de su propia hija hasta acercarse a los glúteos de ella, para luego intentar besar el abdomen de su yerno que se abalanzaba y retiraba de los glúteos de Mercedes con cada embestida del ciclo penetratorio.
—¡Epa, Graciela! Cuidado, no se pase—instruía el viudo mientras empujaba la cabeza de Graciela cuidadosamente, después de recibir dos o tres besos y lamidas de la suegra en sus marcados abdominales.
—Sí. Ma-mi. Escu-cha a Juan Alber-to y da-me cari-ño a mí, mejor—Rogó Mercedes con la voz entrecortada por su propio jadeo y por los brutales empujones de su amante.
Para entonces estaba claro para Mercedes que Juan Alberto había logrado despertar una lujuria de enormes proporciones en su anciana madre, y que por lo tanto, quedaba totalmente librado a la voluntad del viudo satisfacer dichos deseos. Sin embargo, Mercedes notó que Juan Alberto jugaba mucho con su madre (y con ella misma), rechazando a la vieja sin llegar nunca a concretar el sexo explícito con ella. Y la esperanza de Mercedes se centró exclusivamente en mantener ese status quo (y en aprender a disfrutarlo también).
Después de la prolongada estadía en casa de Juan Alberto, las mujeres retornaron a su país de origen con la promesa que el viudo pasaría Navidad con ellas. Faltaba para dicho evento apenas 3 meses más.
De regreso en su hogar, Mercedes hizo que Raquel se reincorporara a sus tareas, pero mantuvo ciertos trabajos domésticos para su esposo, incluidos el de limpiar el baño y lavar y salir a la terraza a colgar la ropa. Tareas que resultaban humillantes para el esposo impotente, pero no tan malas como si hubiera tenido que ganarse la vida con un empleo real, claro.
Desde el punto de vista sexual, Mercedes fue autorizada a interactuar con su mejor amiga, Soledad, siempre y cuando las dos mujeres se filmaran para compartir el video con Juan Alberto. Al principio Mercedes intentó evitarlo, preocupada por la posibilidad que Juan Alberto se obsesionara con su mejor amiga, pero luego, y dadas sus propias necesidades carnales, accedió a realizar dichos encuentros con su amiga y compartir el resultado con su amante.
Juan Alberto dejó bien en claro que le gustaba mucho verlas realizando sendos 69 o “tijereteando” (como llamaba el viudo al frenético frotamiento vulva-vulva entre las dos mujeres). Y dijo que les gustaría verlas en vivo durante su visita.
Cruzada esa barrera, Mercedes comprendió que resistirse a mostrarse con su amiga sólo tenía un resultado para ella: perderse orgasmos, por lo tanto se entregó a dicha práctica con frecuencia semanal dado que la inclusión de su amiga en el sexo con su amante era solo cuestión de tiempo.
Por otro lado, Graciela, se decidió a recibir visitas semanales de Edilson, el muchacho de mantenimiento, que le realizó todo tipo de servicios. Juan Alberto, enviaba suficiente dinero a Mercedes para que pagara dichos servicios, a pesar de las protestas de su amante.
—Si, Juan Alberto, yo sé que tú quieres que mi mamita tenga su casa perfectamente al día. Pero… ¿es necesario repintar cada rinconcito? ¿Y limpiar el horno? ¿Para qué contratar a alguien? Yo le puedo mandar a Raquelita y “nos sale gratis”— Se quejaba la hija de los gastos de su madre.
—Primero que nada, es MI dinero, no me molesta gastarlo en eso. Segundo, el trabajo de Raquel es en tu casa. Enviarla a lo de tu madre sin paga extra sería explotarla. Y por último, el trabajo de Edilson será mucho más minucioso porque puede revisar los picos de gas, el chispero y todo lo demás. Es limpieza y mantenimiento. —Respondía impasible y autoritariamente Juan Alberto.
Los días fueron transcurriendo hasta que, cerca de las navidades, Juan Alberto llegó a casa de su familia política. Como siempre, el recibimiento fue efusivo por parte de todas las personas que esperaban regalos de aquél hombre. Y no las desilusionó.
De más está decir que el viudo y su amante se dedicaron a coger como roedores en celo casi todos los días. Ya sea en casa de Mercedes, frente a las propias narices de su esposo, o en casa de Graciela, con la peculiar hinchada de la suegra, que siempre los alentaba. Pero en una de esas mañanas, Juan Alberto sorprendió a Mercedes con el pedido de visitar a Graciela.
—¿Vamos a la casa de tu mami, Merce?—Dijo Juan Alberto como al pasar durante un desayuno.
—Emmm… Bueno. Si tú quieres… Pero mira que estará ese muchacho Edilson, barnizando la mesita del living—Recordó Mercedes, para advertir a su insaciable cuñado que posiblemente no podrían tener sexo allí aquel día.
—Precisamente por eso quiero ir, Merce, para ver cómo trabaja ese muchacho. —Explicó el viudo.
Cuando llegaron a casa de Graciela, el cuñado indicó a Mercedes que no golpeara.
—Mejor no llamemos a la puerta, entremos con la llave que nos dio tu mamá. Así no ponemos de sobre aviso al empleado y lo “sorprendemos” en sus condiciones normales de “trabajo”.—Sugirió el viudo taimado.
A Mercedes le encantó la idea. Ella era profundamente clasista y explotadora de empleados por naturaleza (las condiciones en que siempre mantuvo a su empleada Raquel, antes de la intervención de Juan Alberto, son prueba fehaciente de eso) y nunca le había agradado la simpatía que Juan Alberto mostraba por la “mano de obra barata”, como ella llamaba a todos los explotados.
Al entrar en la casa, en un primer momento, la creyeron vacía, y excepto por el fuerte olor a barniz que percibieron al ingresar al living, no vieron rastros de Edilson, ni siquiera de Graciela.
Pero una vez dentro del apartamento, se hicieron obvios los ruidos que provenían del dormitorio. Eran jadeos y estertores que sonaban a desenfreno sexual. Mercedes abrió los ojos como el dos de oro y frunció el ceño.
—¿Ese “negrito de mierda” usa la casa de mi madre como motel para cogerse a sus amigas?—Susurró Mercedes con cara de indignación, asumiendo siempre lo peor de la servidumbre.
—shhhhh—indicó el viudo poniéndose un dejo en la boca en el clásico gesto de los que piden guardar silencio—Vamos a ver sin hacer ruido.
Pero la indignación de Mercedes se fue convirtiendo en pánico cuando pudo reconocer inequívocamente la voz de su propia madre.
—¡Sí, m’hijito, sí! ¡Métame ese huevo enorme! ¡Rómpame en dos, Edilson, SI!
Juan Alberto tuvo que empujar suavemente a su amante para hacerla llegar hasta la puerta de la habitación, y cuando los dos se asomaron, vieron un espectáculo Dantesco.
Sobre la cama, a cuatro patas estaba Graciela totalmente desnuda. Sus enormes y viejas tetas colgaban estiradas, con los pezones casi llegando al colchón, y se bamboleaban péndulas con las embestidas que el cuerpo de la anciana recibía. Las arrugas que cubrían el cuerpo de la septuagenaria se agitaban como un flan o una gelatina en manos de un mozo con mal de Parkinson. La vieja tenía el culo en pompa y la cabeza apuntando hacia arriba, como mirando al cielo porque estaba siendo jalada de los ralos pelos por el brutal amante.
En efecto, detrás de la vieja se encontraba el escultural cuerpo fibroso del Africano llamado “Edilson”. Evidentemente un médico podría haber dado una clase de anatomía muscular con aquel formidable espécimen de ébano. El joven amante mantenía a la vieja por sus pelos como si fueran las crines de una yegua salvaje, y embestía bestialmente con certeras estocadas fálicas a la distendida y peluda vulva de Graciela. Y por si fuera poco, cada tanto, soltaba la cadera de la vieja que sostenía con la otra mano para propinarle un chirlo a mano abierta en el gelatinoso cachete que resonaba en el ambiente y lo dejaba temblando. En ese momento los gritos de asentimiento de la vieja recrudecían y demandaban más.
—¡SIIII ESOOOO Demuéstrale a esta vieja lo que es un hombre de verdad, no seas maricón, Edilson!—Azuzaba Graciela ya fuera de control.
Ese tipo de espoloneo al ego de un hombre de gran libido y fuerza fisica y de poca educación, como era el pobre Edilson, resultaba en que el amante a sueldo se volviera más duro y brutal con su “clienta”
—Si quieres duro, duro te daré, ¡TOMA, TOMA, TOMA!—Gritaba el muchacho de mantenimiento con su vozarrón profundo a la vez que empujaba la enorme verga hasta el fondo del sexo de Graciela.
Mercedes se quedó paralizada viendo eso, y comenzó a sentir un terrible calor en su interior. Por desagradable que le hubiera resultado escuchar de aquello: “su anciana madre siendo empalada por un negrito barato”, ver el espectáculo le provocaba que dicha indignación se tornara en inexplicable excitación.
Fue entonces cuando sintió a Juan Alberto pegarse a su espalda y apoyarle el bulto en el culo, a lo que ella reaccionó instintivamente apoyándose en el marco de la puerta y empujando hacia atrás su culo al tiempo que lo movía circularmente para estimular al cuñado.
—Como me pone ver a tu mami así, toda empalada… me dan unas ganas de cogerte, Merce…— Más que explicar, demandó el viudo maldito. A la vez que comenzó a morder la nuca de su cuñada.
Edilson y la vieja siguieron cogiendo brutalmente sin notar la presencia de los dos amantes en la puerta, hasta que el acto de Mercedes y Juan Alberto tomó volumen propio en la forma de jadeos de la madurona cuñada.
El joven “empleado” fue el primero en notarlos (porque Graciela seguía en trance siendo envarada por su joven macho). Para cuando el muchacho tomó conciencia de lo que ocurría a metros de él, Mercedes ya tenía su vestido caído al piso y las tetas asomando por encima del enorme escote V de su camiseta, y Juan Alberto, con los pantalones por los tobillos, había descorrido a un costado la tanga de su amante y la penetraba a ritmo firme.
Mercedes estaba tan embriagada del sexo que veía en su madre y sentía en sus propias carnes que apenas acusó el ser descubierta, intentando (infructuosamente) atajar las tetas con una mano, mientras que con la otra se seguía afirmando al marco de la puerta para no caer de bruces al ser embestida por el pérfido amante.
—Parece que tenemos compañía, Doña Graciela— Dijo Edilson, forzando a la vieja a torcer la cabeza y observar a su propia hija en la puerta.
—¡Hijita! ¿Cómo…?—Dudó la vieja aflojando la tensión de su cuerpo en pánico por sentirse descubierta por su hija.
Pero Edilson (que sabía de la visita por una oportuna llamada del viudo temprano a la mañaba) procedió de acuerdo a lo indicado por el patrón y no le permitió a Graciela desconcentrarse. Se recostó sobre ella, su abdomen sobre la espalda para morderle la oreja seguirla empalando con un mete-saca de alto voltaje
—¡No ve como lo disfruta ella también, Señora! Las dos pueden gozar—Indicó el joven de mantenimiento.
—Mire, suegra, mire como nos pone usted—Gritó desde la puerta el viudo y comenzó a coger a Mercedes con más intensidad. Su cuñada dejó escapar un quejido y dio vía libre a su madre.
—AGGGH A disfrutar, Mami, ¡a disfrutaaar!
En ese momento la vieja comprendió que se esperaba de ella y comenzó a empujar (con gran gusto) su culo para atrás.
Mercedes se puso debajo del dintel de la puerta, con las dos manos apoyadas en el marco, sacando el culo hacia su amante y dándole a su madre el perfil perfecto de la cogida que recibía de su cuñado.
A partir de entonces, las dos mujeres se dejaron hacer, mirándose a los ojos entre sí. Cada una podía leer en la otra el placer mezclado con dolor que ella misma sentía. Y las dos comenzaron a hablarse guarrerías descriptivas de lo que sentían, que en verdad iban destinadas a excitar a sus respectivos amantes.
—Me parte hija, este macho me parte, me parteeeee—Aullaba Graciela.
—Disfrútalo como yo mami, disgfruta esa vergaaaaa… Siiiii—resonaba Mercedes.
—Mira que enorme tiene este muchacho, hija, ¡es como la del tuyo!—Fanfarroneaba la vieja.
—Mas Grande, mami, ¡parece mas grande!—Contestaba la hija entre jadeos.
Las dos parejas arreciaron sus empujones hasta que las dos mujeres se vinieron en simultáneo, entre gritos, jadeos y alaridos de placer y dolor. Y muy rápido después de ellas se vinieron sus hombres.
La verga del renegrido Edilson se retiró de la vulva palpitante de la vieja justo en el momento que hacía erupción para apoyarse en la huesuda formada por los dos flácidos cachetes del culo de mercedes, para producir cuatro o cinco voluminosos latigazos seminales que cruzaron la cabeza, nuca, espalda y cadera de Graciela. En tanto, Mercedes se sacó el miembro de la vulva con el suficiente tiempo para arrodillarse frente a Juan Alberto y dejarse empastinar la cara de abundante y pegajoso semen.
Los dos hombres, como si nada, comenzaron a reír y a conversar sobre lo buenas que estaban las dos mujeres (Edilson haciendo un gran esfuerzo por mentir y por no envidiar a Juan Alberto, dado que la vieja que le tocaba era horrible y la madurona de Juan Alberto estaba buenísima, pero bueno… un trabajo es un trabajo).
Minutos más tarde, los dos tipos dejaron a madre e hija abrazadas sobre la cama limpiándose (una a otra) el semen esparcido sobre ellas, mientras ellos se fueron al living a revisar el trabajo de Edilson… es decir, el otro trabajo de Edilson: el barnizado de la mesita ratona.
Sin ningún pudor, los dos hombres volvieron conversando como patrón y empleado servicial (salvo porque traían las dos vergotas morcillonas bamboleándose como badajos) y se dieron la mano en franco saludo.
—Bueno, Edilson, has hecho un trabajo excelente. Te felicito— Dijo Juan Alberto con doble sentido.
—Ni hablar, Don Juan Alberto, estoy agradecido por la oportunidad y queda pendiente que pase más tarde a dar un repasito— Se sumó al cordial doble sentido el empleado.
—Sí, hijo, no dejes las cosas sin terminar—Intervino la vieja provocando la risa de todos, aunque la de su hija era más bien forzada.
Una vez que el viudo y sus familiares políticas quedaron solos, Graciela contó su versión de cómo había terminado de “contratar a Edilson para el servicio especial” (Dicha historia estará disponible como historia colateral si le interesa a los lectores y a las lectoras). Y Juan Alberto sancionó que una gran idea y que él la bancaba (con su dinero). Pero omitió decir que la idea había sido en verdad suya, algo que ninguna de las dos mujeres conocía.
De repente todo tuvo sentido para Mercedes que comprendió que luchar contra los deseos eróticos de su porfiada madre y de su autoritario amante era una tarea imposible y se contentó con consolarse que mientras las parejas se mantuvieran de esa manera, es decir, “el negrito” con la madre y Juan Alberto sólo para ella, estaría todo bien.
Continuará.