El viudo III: Imponiendo un nuevo orden

El viudo continúa su visita a casa de su cuñada, dispuesto a transformar la dinámica de esa familia de formas que nadie había imaginado antes.

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Aquella mañana Juan Alberto se levantó con una misión en mente: despojar al esposo de Mercedes de todo vestigio de poder familiar y conyugal. Para eso, había pergeñado un detallado plan que comenzaba esa misma mañana. Decidió primero explicárselo a Mercedes.

—Buenos días, Diosa— Le dijo a su cuñada que amanecía, como él, con cara de felicidad— hoy vas a comenzar tus lecciones para aprender a conducir

— ¿Que hoy qué? — preguntó Mercedes que no daba crédito a lo que estaba escuchando.

—Lo que escuchaste. Quiero que aprendas a conducir para no depender más de Gregorio para salir con tus hijas. Y te voy a enseñar yo mismo, comenzando hoy.

— ¿En serio? ¡Si porfa! ¿Pero cómo? ¿Con qué carro? —La emoción inicial de Mercedes se fue llenando de preguntas.

—jajaja. Dejá todo en mis manos. Ahora nos levantamos, desayunamos y salimos en la camioneta a un sitio tranquilo donde vas a aprender a conducir. No importa cuánto tiempo nos lleve. Tengo varios días —Sonó convencido Juan Alberto.

— ¿En la camioneta de Gregorio? Eso no va a funcionar. Puede que no sea capaz de sostener a sus hijas y a mí. Es posible que no atine a defenderse de las humillaciones a la que lo estamos sometiendo. Pero la camioneta es su límite. Por ella peleará a morir. — Dijo Mercedes preocupada y resignada.

—Tranquila, mi vida. La camioneta no es de Gregorio, es de ustedes dos. Dejá todo en mis manos. Le voy a hacer una oferta que no podrá resistir.

— ¿SI? ¿Y qué piensas ofrecerle? — preguntó la hermosa Mercedes mientras se sentaba en la cama matrimonial.

—Es simple. O nos presta la camioneta o la pierde para siempre. —Aseguró Juan Alberto.

— ¿Qué? ¿Cómo? Si está a su nombre— contestó Mercedes.

—De eso me ocupo yo. Vamos. — Sentenció Juan Alberto y le estampó un beso intenso y sensual para contagiar la seguridad que Mercedes necesitaba.

La maniobra surtió efecto: Mercedes se paró como si tuviera un resorte y se empezó a arreglar para ir al comedor a desayunar con su cuñado (y amante) y con su esposo.

Antes de continuar con la historia, cabe aclarar una cuestión relativa al plan de Juan Alberto.

Es bien sabido que, en muchos países, especialmente en ciertas partes de América Latina, un arma de dominación conyugal que poseen muchos hombres es la licencia de conducir. Por ridículo que esto parezca a los primermundistas, es la purísima verdad. En hogares donde sólo el esposo maneja el único auto de la familia, el hombre se convierte no solo en dueño del coche, sino que también se torna en dueño/secuestrador de la familia. Porque todos dependen de su “buena voluntad” para ser transportados. Si bien algunos hombres no abusan de esta posición, muchísimos sí lo hacen y mantienen a sus esposas en una soga corta, sin dejar que aprendan a conducir ni a usar el coche.

Esa había sido precisamente la dinámica del matrimonio entre Mercedes y Gregorio hasta aquel día. Ella nunca había aprendido a conducir y Gregorio, con o sin trabajo, con o sin ingresos propios, se mantenía como el capitán del barco del que todos dependían para salir de la isla en que vivían.

De hecho, la camioneta que poseían, una subaru 4x4 de unos 14 años de antigüedad, había sido comprada con el dinero de Ariana (detalles de esa historia acaso saldrán a la luz algún día), pero se mantenía a nombre de Gregorio únicamente bajo la falsa excusa que para poseer un vehículo a su nombre la persona necesitaba licencia de conductor. Y Juan Alberto era consciente de que si quería quitar todo el poder al parasítico concuñado para depositarlo en Mercedes, debía primero asegurarse que su amante aprendiera a conducir.

Luego del desayuno, Juan Alberto le soltó la bomba a Gregorio con inusual cortesía.

—Greg, voy a enseñarle a conducir a Mercedes. ¿Podemos usar la camioneta, por favor? — preguntó con sumo respeto el viudo cuidándose mucho de no llamarla “tu” camioneta.

— ¿Ehhh? ¿MI camioneta? Ehhh…. Mira, Juan Alberto, no creo que sea una buena idea— Respondió con cautela el defensivo Gregorio resaltando el MI para referirse al vehículo familiar.

— ¿Por qué no?

— ¿Cómo que por qué no? — dijo Gregorio con asombro

—Eso. ¿Por qué no crees que sea una buena idea?

—Porque… sólo la uso yo, Juan Alberto…— respondió con asombro y sin convencer a nadie Gregorio.

—Pero Gregorio… ¿Acaso esa camioneta no es tanto de Mercedes como tuya? ¿Acaso no fue comprada con un “préstamo” de mi difunta esposa que ustedes nunca pagaron? — reprochó no tan cortésmente Juan Alberto usando una formula cuidadosamente planeada y ensayada.

—Juan Alberto. Esos comentarios están de más…—Reaccionó Gregorio

—No. Esos comentarios están atinados. Y vos lo sabés. La camioneta es tanto de tu esposa como tuya y ella la necesita usar hoy. Y no necesito recordarte que desde la nafta hasta los más mínimos gastos relacionados con ese vehículo los estoy pagando yo.

— ¿Me estás extorsionando? — Preguntó lo obvio el esposo acorralado.

—Extorsionando un cuerno. Te estoy recordando que hay un trato de por medio. Y te estoy recordando que vos no sos más dueño de esa camioneta que Mercedes. — Reaccionó exagerando su enojo el viudo.

— ¿A no?  Los papeles están a mi nombre— Intentó como último recurso Gregorio.

Se hizo silencio. Juan Alberto sacudió la cabeza y subió el voltaje de sus amenazas.

—Gregorio. Ayer mismo me estabas diciendo que pronto tenías que hacerle un service. Y no tenés dinero, querido. Y me lo vas a tener que pedir a mí, ¿Entendés? — Apretó Juan Alberto.

— ¿Y qué? ¿Si no te la presto, vas a dejar a Mercedes y a sus hijas sin comer y sin movilidad para castigarme a mí? —Desafió con desatino el esposo acorralado.

—jajajaja. Claro que no. ¿Cómo voy a hacerles eso?— se burló el viudo— lo que voy a hacer es lo siguiente: voy a comprar una camioneta nueva a nombre de Mercedes y le enseñaré a conducir de todas maneras. Esa camioneta nueva va a estar completamente vedada para vos, por mezquino y egoísta. No vas a poder conducirla. Y vos te vas a tener que meter esa chata mugrienta que tenés en el culo porque Merce va a tener totalmente prohibido darte dinero para que lo gastes en ella. ¡La vas a tener que usar de taxi para poder mantenerla, querido!

El plan era macabro y Gregorio lo comprendió al instante: Consistía en enseñarle a Mercedes a conducir, regalarle una SUV 0 KM, y a la vez desfinanciar la camioneta de Gregorio. Es decir: quitarle privilegios a él sin afectar la movilidad de Mercedes y sus hijas.

El débil Gregorio se imaginó de taxista en su querida camioneta y entró en pánico: ¿TRABAJAR? ¿De taxista? ¿Usando su sagrado vehículo? ¿Y mientras Mónica paseaba a las hijas en una SUV nueva? Era demasiado doloroso imaginarlo. Y, lamentablemente, era totalmente posible si se seguía enfrentando al poderoso Juan Alberto.

Viéndolo titubear, Juan Alberto regresó a la carga jugando al policía malo/policía bueno.

—Esa es una posibilidad. La otra posibilidad es que compartas, por ahora, la camioneta que tienen con Mercedes, y si sos capaz de hacer eso, consideraré seriamente comprarles una camioneta 0 KM. Después de todo, si pueden compartir una, pueden compartir dos.

La mente de Gregorio comenzó a maquinar en silencio. La oportunidad era excelente. Dejaría que Mercedes aprenda a conducir con Juan Alberto usando su camioneta, y luego la familia, con dos conductores requeriría un segundo vehículo que “el viudito” iba a proveer. Una vez que tuvieran dos camionetas, la usada quedaría para Mercedes y él se apoderaría de la nueva.

Lo único que lo le gustaba mucho a Gregorio era la idea que su esposa aprendiera a conducir y tuviera su propio coche (aunque fuera la camioneta vieja). Por cuanto esto significaría que él perdería autoridad. Pero se auto-consoló pensando que seguramente, tarde o temprano, Mercedes chocaría o tendría algún percance y eso la llevaría a sentirse insegura y a dejar de conducir. Incluso Gregorio se imaginó a si mismo en el momento posterior al accidente sembrando dudas en la mente de su esposa sobre la seguridad de sus hijas y con eso, sin decir mucho, ella dejaría de conducir y volvería a depender de él.

Todas estas ideas cruzaban en silencio por la mente del servil esposo. Cuando un carraspeo del viudo lo trajo a la realidad.

— ¡Ejem! ¿Qué hacemos, Greg?

— ¡Oh! ¡Si! Disculpa. Bueno… Tienes razón, Juan Alberto. Esa camioneta pertenece a los dos, a Mónica y a mí. Es justo que la use para aprender a conducir. Pero vayan con cuidado, por favor— Expresó simulando convencimiento Gregorio.

—No se habla más. Salimos ya mismo. — Remató el cuñado, y los tres cerraron el trato simulando brindar con sus tazas de café mañanero.

Mercedes festejó como una colegiala, se colgó del cuello de Juan Alberto y le estampó un sonoro beso en la mejilla. Luego miró a Gregorio con ojos de esposita buena y, siguiendo instrucciones previas de su amante, se le acercó y le dio un discreto piquito en los labios. Lo hizo sintiendo profunda repugnancia, pero simulando agradecimiento, y mirándolo a los ojos, y poniendo su mejor cara de dulzura, le largó el texto acordado en secreto con el cuñado.

—Gracias, mi amor. Mil gracias.

El gesto de su esposa se vio tan genuino que Gregorio pensó que pronto todo “volvería a la normalidad”. Cuan equivocado estaba.

Mercedes se fue a arreglar y salió espectacular. Se había puesto un skinny jean bien apretado, que le dibujaba sus envidiables curvas de manera increíble. La musculosa que lucía le marcaba las impresionantes tetas y no disimulaba los erectos pezones. La espectacular piel morena de su cuello y hombros parecía más suave y untuosa que nunca antes. Los labios estaban pintados de un color ocre que hacía juego con los collares y pulseras que llevaba, y los anteojos de sol enormes le daban un aire de mujer madura interesantísima. Cuando cruzó la sala rumbo a la puerta inundando el ambiente con el aroma del perfume regalado por su cuñado, los dos hombres quedaron boquiabiertos.

— ¿Y? ¿Vamos, Juan… digo… Profesor? — Preguntó, volviéndose majestuosa a mirarlos a ambos.

— ¡Cómo no vamos a ir! ¡Como no voy a ir! Con semejante estudiante, no me lo perdería por nada del mundo. — exclamó Juan Alberto

Todos rieron, menos Gregorio, claro, y los dos cuñados salieron juntos piropeándose mutuamente. Juan Alberto la llevaba abrazada por la cintura mientras Mercedes movía las caderas sensualmente. Se miraban, reían y bromeaban.

— ¿Y cómo me va a cobrar estas lecciones, profesor? — coqueteó ella

—De alguna manera me vas a compensar, vos quédate tranquila— respondió el viudo comiéndosela con la mirada.

Cuando desaparecieron cerrando la puerta tras de ellos, Gregorio se sintió aliviado. No soportaba el flirteo que hacía su esposa para sacarle cosas al “viudito”.

Las lecciones de manejo fueron mucho mejor de lo que Mercedes imaginaba. Juan Alberto era paciente y divertido. Le explicaba, la dejaba hacer, le respondía preguntas. No la apuraba. Además era sumamente cariñoso con ella. Continuamente la acariciaba, le apoyaba la mano o la hacía parar y la abrazaba. Pero Juan Alberto siendo Juan Alberto, inventó un sistema donde él también recibía algo a cambio de las lecciones. Le propuso varios ejercicios de manejo a Mercedes: maniobras de estacionamiento, y cosas por el estilo, y por cada ejercicio correcto, la cuñada “se ganaba un beso”.

Con la primera maniobra el beso fue apasionado, de bocas semi-abiertas y lenguas rozando los labios. Luego de la segunda maniobra el beso fue de bocas abiertas y con la lengua del hombre penetrando la boca de la mujer alternativamente, como si un miembro penetrara una vulva. Luego de la tercera prueba, se tomaron un largo recreo donde se besaron, se lamieron y se fregaron mutuamente. Luego, entre risas, continuaron con las prácticas que se prolongaron en vueltas a la manzana en un vecindario con poco tráfico.

Mercedes estaba loca de contenta y no paraba de imaginarse las posibilidades que se le abrían a partir de ese día.

— ¡Esto es espectacular! ¡Estoy aprendiendo a conducir! — Decía la madura Mercedes— ¿Cómo te voy a recompensar todo lo que haces por mí, Juan Alberto?

—Verte feliz es mi recompensa— Respondía romántico el cuñado, y de inmediato mudaba a su lado perverso— Pero si das me una buena mamada, me sentiré más recompensado aun jajaja

— ¡Ahora mismo, profesor! —aseguraba ella, mientras se empezaba a acomodar para inclinarse sobre el miembro del cuñado, sin dejar dudas que ella siempre estaba lista para felar a su adorado benefactor.

—Jajaja Ahora no. Cuando volvamos a tu casa— la sofrenó Juan Alberto

La parejita se tomó una buena parte del día paseando y recorriendo la ciudad como dos colegiales enamorados y por la tarde regresaron al apartamento de Mercedes. Una vez estacionada la camioneta en la cochera, Juan Alberto  se dispuso a recibir su recompensa por el día de instrucción.

—Bueno. Llegamos, Merce. Hoy te has sacado un diez. Mañana continuamos.

— ¿Y ahora es cuando pago mis lecciones? — coqueteó Mercedes

—mmm… En este momento, un adelanto no vendría mal— sugirió el cuñado

Sin dudarlo, y sin abandonar la camioneta, los amantes se trenzaron en un intenso beso, amparados por la semi-penumbra que reinaba en la cochera. Juan Alberto mantenía la cara de Mercedes entre sus manos y Mercedes lo acariciaba en el pecho y la nuca.

Los besos de lengua se prolongaron por minutos y en un momento dado, Mercedes se encontró con los breteles de la musculosa bajos y Juan Alberto mordiéndole el cuello y los hombros. La mujer maniobró los brazos fuera de los tirantes de la camiseta y se dedicó a frotar y rasguñar la verga del viudo por encima del pantalón.

Los animalescos gruñidos de un Juan Alberto en celo la estimularon a continuar. El hombre se dejó hacer. Mercedes le desprendió el cinturón y descorrió el cierre de la bragueta y mientras Juan Alberto levantaba el culo del asiento para permitirle mover un poco el pantalón hacia abajo, ella hábilmente despojó la verga de toda cobertura y se inclinó para mamarla.

Al primer contacto lamió la verga y la notó completamente resbalosa de líquido preseminal. Juan Alberto estaba extremadamente caliente por el día de coqueteos, jugueteos y morreos que habían pasado juntos. El gusto de la verga del viudo le resultó esta vez más suave que nunca y Mercedes se insalivó la boca para tornarla tan lubricada como la cabezota de la pija de su amante. Una vez hecho eso, y de un solo movimiento, engulló la tranca de Juan Alberto lo más que pudo. El viudo sintió una descarga de electricidad recorriéndole el cuerpo que lo dejó inmóvil de placer.

Mercedes chupaba la pija con exagerados movimientos ascendentes y descendentes de su cabeza y torso. Y, por momentos, la palanca de cambios de vehículo, ubicada entre los asientos de dos amanes, le rozaba las tetas por encima del corpiño. Eso la ponía como una perra alzada.

Juan Alberto le acariciaba la espalda y la alentaba posado sus manotas en su nuca copiándole el movimiento de sube-y-baja. Todo eso la volvía loca. Pero las palabras del viudo eran lo más excitante para ella cuando le comía la verga.

—¡Nunca en mi vida he visto a una mamadora más experta que vos, Mercedes!

—¿Ni siquiera mi hermanita? — inquiría la libidinosa cuñada levantándose a mirarlo mientras un hilo de baba mantenía conectados el glande del hombre con el labio de ella.

El juego de comparar a Mercedes con la difunta Ariana mientras fornicaba con el viudo se había tornado en el componente más excitante de aquella relación única.

—Nadie, Merce. Nadie como vos— Reafirmaba el viudo rompiendo un tabú para siempre.

Por falta de espacio, o de comodidad, no era fácil para Mercedes acompasar una paja mientras mamaba la verga de Juan Alberto. En cambio, usó una de sus manos para aferrarse del musculoso brazo que el amante empleaba en empujar su cabeza hacia abajo, y con la otra mano, la infiel esposa se dedicó a tocarse la entrepierna por encima de su pantalón.

El espectáculo visual que observaba Juan Alberto era increíble. Su cuñada se contorsionaba para mamarle la verga y pajearse mientras estaban sentados en la camioneta “de Gregorio”.

Luego de varios minutos, que nadie contaba, de la resbalosa, inquieta y prensil boca de Mercedes trabajando sobre la inflamada verga de Juan Alberto, los cosquilleos pre-orgásmicos se hicieron presentes en el viudo.

—No voy a poder aguantar mucho más, Merce. —Anunció Juan Alberto

Apenas dejando de mamar por unos segundos, Mercedes dio luz verde al lechazo mirándolo a los ojos.

—Acábame en la boca. Dame leche, Juan, dame leche

—Me gusta, me vengo, me gusta, Merce, ¡me gusta!

—Quiero mi leche, Juan, dame mi leche— rogaba la cuñada entre chupeteos y lamidas

El juego de “que-me-vengo/dámela” fue creciendo de intensidad hasta que la mano del viudo empujó firmemente hacia abajo la cabeza de la cuñada al tiempo que la verga comenzaba a palpitar y escupir sendos chorros de esperma.

Mercedes, ya tornada en una experta en tragar leche, le hizo una garganta profunda y dejó que la mayoría del semen vaya directo a su esófago. Pero se cuidó de medio-sacarse la verga para que alguna que otra gota cayera sobre su lengua.

Una vez terminado de eyacular, Juan Alberto permaneció recostado sobre el respaldo del asiento del conductor, dando estertores de agitación y con la cara apuntando al techo, mientras la esposa infiel lamía y relamía el glande y el tronco, capturando los últimos goterones seminales que con su mano exprimía de la pija del amante haciéndolos brotar por la cabezota y dejándolos resbalar verga abajo hasta recogerlos su lengua. Cada lamida de ella era un espasmo de él.

Finalmente, entre risas de ambos, se besaron apasionadamente como era de costumbre, fundiéndose en un lengüeteo mutuo saborizado por los pocos restos de leche que permanecían en la boca de Mercedes. Cuando terminaron, Mercedes se acomodó la camiseta y prendió la luz de la cabina del auto para arreglarse el pelo y retocarse el maquillaje.

Los dos amantes bajaron del auto riendo y comentando el día, especialmente las aventuras de Mercedes al volante, tal como si fueran un matrimonio feliz y sin dar mayores pistas de la felación que acababa de ocurrir.

Al entrar al apartamento se encontraron con Gregorio jugando a sus videojuegos, como siempre. Pero la curiosidad pudo más que la ciberadicción.

— ¿Y? ¿Cómo les fue? — preguntó Gregorio abandonando la sesión de Minecraft

—A Mercedes le fue genial. Ya está conduce, maniobra y estaciona— Exageró Juan Alberto

—jajaja. Tampoco es que soy una Schumacher, necesito seguir practicando, pero con este profe, es todo un placer hacerlo— Aseguró Mercedes mientras se colgaba del brazo del cuñado y éste la abrazaba.

—No sabés lo que te perdiste por no enseñarle a conducir a tu esposa, Gregorio— se pavoneaba provocador el viudo e introducía un humillante doble sentido— Nunca he visto a una mujer con tanto “dominio de la palanca de cambios”.

—jajaja. Exageras. Pero me encanta. Me levanta la autoestima que reconozcas mis habilidades— coqueteaba con descaro la cuñada.

Mas tarde, luego de la cena, Juan Alberto se excusó temprano y se retiró a la habitación matrimonial, advertido por Mercedes que no se durmiera sin ella.

—Termino unas cositas acá y me voy a la cama contigo, Juan, espérame así miramos juntos alguna de tus pelis, ¿sí?

Gregorio tragó saliva teniendo ahora la certeza que el cerdo del viudo se cobraba con sexo el dinero que les prestaba. Realmente a esa altura no le sorprendía ni lo mortificaba tanto. Pero lo irritaba el descaro con que Mercedes se comportaba.

La esposa infiel permaneció en el comedor con Gregorio conversando tonterías logísticas del hogar, pero de manera muy atenta y dulce con él. Lo que hizo que el cornudo marido, debilitado por esa actitud que jugaba con su necesidad de cariño, cayera en la trampa de intentar retenerla.

— ¿No quieres dormir conmigo en esta noche? Si nos apretamos un poco entramos los dos en el sofá, como cuando éramos novios y no teníamos cama matrimonial jajaja

—Que dulce eres, mi vida. —Lo esperanzó la pérfida esposa, para luego rechazarlo— Pero esta noche no me apetece dormir apretujada, tanto tiempo en el coche me dejó la espalda sensible. Voy a ir “mi” cama a relajarme con una peli. Además no se si sabías, pero Juan Alberto ha hecho cursos de masaje. Tonterías de mi hermana que lo hacía darle masajes todo el tiempo. Voy a ver si “me gano” uno de esos para dormir mejor. Espero no te moleste, amor.

Llamarlo cariñosamente “amor” y “mi vida” mientras le contaba que iría a compartir la cama con otro hombre que le haría masajes mientras miraban cine porno era el colmo de la perversión.

—Tranquila. Otro día será. Que descanses. — refunfuñó el esposo dolido

Esta vez Gregorio no encendió la tele. Quería tener la certeza de lo que sospechaba. Quería intentar escuchar lo que ocurría tras la puerta de SU (usurpado) dormitorio.

En la intimidad de su habitación, Mercedes se desnudó sensual frente a Juan Alberto que estaba acostado ya desnudo y sobándose el miembro mientras la miraba. Una vez despojada de toda ropa se paseó por la habitación mostrando sus enormes tetas y exponiendo su escultural cuerpo para deleitar a su cuñado.

—Este cuerpito necesita un masaje— Sugirió Mercedes pellizcándose los pezones.

Gregorio la hizo acostar boca abajo en la cama, con la cabeza de ella hacia los pies del mueble (para que pudiera ver la tele que se encontraba de ese lado) y procedió a untarla con aceite para masajes que ya tenía a mano.

En la TV rodaba una película porno donde una mujer morena y madura, como Mercedes, era objeto de atención de varios hombres, solos o en grupo. Los tríos y las dobles penetraciones se sucedían mientras la morenaza era enlechada escena tras escena.

Mientras miraban la peli, Juan Alberto masajeaba a su cuñada mientras ella ronroneaba de placer.

Del otro lado de la puerta Gregorio intentaba escuchar algo, pero a sus oídos sólo llegaban jadeos y alaridos sexuales cinematográficos.

Los amantes comentaban las escenas de la película, especialmente cuando la protagonista era sometida a dobles penetraciones. Mercedes, por momentos, sospechó que Juan Alberto llamaría a su esposo para realizar esas prácticas con ella, pero eso no ocurrió.

En cambio, el amante se dedicó a realizar masajes incrementalmente sexuales, fregando sus tetas o su culo con sus manos aceitadas e incluso llegando a dibujar cerrados circulitos en su esfínter anal usando el dedo mayor bien lubricado.

De pensar que sería sometida a un trio, Mercedes comenzó a sospechar que sería enculada (por primera vez en su vida) y eso le dio más miedo que lo primero, considerando su virginidad anal y el gran diámetro del miembro de Juan Alberto.

—Juan… por ahí me da miedo… soy virgen… sos enorme…. Perdón, estoy nerviosa—titubeó la cuñada.

—Tranquila, mi amor, por esta noche tu culito se salva—susurró Juan Alberto al oído de Mercedes.

Los amantes siguieron dándose cariño y comentando con lujuria la porno hasta que comenzaron a besarse y a acariciarse apasionadamente. Juan Alberto actuaba ahora como un novio ejemplar. Le llamaba “mi vida” o “mi amor” y la acariciaba y besaba con lujuriosa ternura.

Entre abrazos y besos terminaron cara a cara en la posición del misionero. Una posición no muy común para ellos, que preferían poses más salvajes, como estilo perrito o con Mercedes cabalgando a su macho. Pero esa noche, la cosa fue diferente.

Entre besos y caricias fue Mercedes la que empezó a mover su pelvis buscando la penetración del cuñado. Y en un momento dado, cuando la punta del erecto miembro calzó en la entrada de la vulva, ella detuvo el movimiento de sus caderas para no descalzarse y él empujó lenta, pero decididamente para ir penetrándola de manera interminable.

Cuando llegó lo más adentro que era posible, Juan Alberto suspiró y Mercedes largó un quejido de placer

—¡aaaayyyyy! Uffffff

Los dos cuerpos comenzaron a moverse al unísono en un baile sexual acompasado a los gemidos de los amantes. Juan Alberto, empeñado en seducir a Mercedes como si fuera una noche de novios, se esmeró a fondo cambiando el ritmo y el ángulo de sus penetraciones.

Por momentos, el viudo entraba y salía rápidamente mientras la besaba con intensidad sorbiendo los labios de Mercedes. Luego, disminuía el ritmo y se esforzaba por lograr lentamente una penetración profunda mientras miraba a su amante a los ojos y le susurraba dulces palabras de amor y lujuria. Y una vez que se sentía llegar a fondo y los ojos de Mercedes se abrían como un dos de oro, Juan Alberto, se mantenía allí y comenzaba a realizar movimientos circulares con su cadera y pelvis al tiempo que besaba y lamía la comisura de los labios de la esposa infiel.

Mercedes estaba en el paraíso y gemía mordiéndose los labios

—¡Aaaagghhhh! ¡seee! ¡masssghhh! ¡se! ¡se!

Esos gemidos ya eran claramente perceptibles para Gregorio que, teniendo ahora la certeza de que su esposa estaba siendo cogida por el viudo, quería saber exactamente la forma en que lo hacía. Sin embargo, para su mala suerte, se encontró con la puerta trabada desde adentro.

El cornudo esposo se conformó entonces con escuchar los alaridos, gemidos y suspiros de su mujer. Y, para su sorpresa, sintió que, por primera vez en muchos meses, su miembro se paraba. Sin dudarlo, Gregorio comenzó a frotarse frenéticamente la pija y en el momento que escuchaba decir a su esposa que quería venirse, se descargó con dos o tres súbitos y pequeños chorros de semen, como acostumbraba a hacerlo con ella.

En efecto, Gregorio siempre terminaba súbitamente y sin esperarla cuando ella avisaba que “si seguía así se vendría”. Como era de costumbre, ni bien eyaculó, el pitito de Gregorio se ablandó. Entonces, Gregorio se fue a dormir tal y cual lo hubiera hecho estando con su esposa. La gran diferencia era que, en esta ocasión, Mercedes no se quedaría con las ganas, como ocurría siempre que el matrimonio mantenía relaciones.

Al otro lado de la puerta, Mercedes seguía aturdida de placer por su cuñado. Las piernas de ella se atenazaban a la espalda del viudo que la penetraba con ritmo, energía y dulzura. El aguante de Juan Alberto le daba tiempo a Mercedes de desarrollar, construir y amasar un orgasmo que prometía ser de proporciones considerables.

Mercedes alentaba a su amante diciéndole que era la mejor cogida de su vida y el viudo la correspondía asegurándole que lo estaba matando de placer como nunca nadie lo había hecho antes.

Mercedes reconoció las picazones características que anteceden la llegada del orgasmo en las paredes internas de su vulva.

—Me vengo, Juan, si sigues haciendo eso me harás estallar. — Avisó intentando dar tiempo al amante para ponerse a tiro de su orgasmo.

Para sorpresa de ella (o no tanto) esas palabras “mágicas” que hubieran forzado la eyaculación de su esposo, tuvieron otro efecto en Juan Alberto. En vez de descargarse instantáneamente al escucharlas, el viudo arreció el bombeo y la alentó a venirse sin parar de besarla en los labios

—Es para eso, mi amor, Venite cuando te plazca, no avises, venite.

—Si Si Si. Me vengo. Me vengo. Si. Dale. Si. Me vengo, Si. Si. —repetía Mercedes en una sucesión interminable que sonaba a disco rayado de película porno.

Y finalmente Mercedes estalló gritando impúdicamente, contoneando sus caderas, temblando de placer desde la punta del dedo del pie hasta los pelos de la cabeza.

Juan Alberto estaba tan fusionado con su cuñada que sintió el orgasmo de ella en todo su cuerpo. Su verga percibió las rítmicas contracciones de las paredes de la vulva. Su boca notó el inequívoco temblor de los labios de una mujer que se viene intensamente. Su pecho percibió el empuje del torso de Mercedes que intentaba elevarse del colchón con cada relámpago orgásmico. Y la espalda de Juan Alberto fue el sensor que acusó el atenazamiento convulsivo de las piernas de la cuñada que se cerraban y aflojaban con cada oleada de explosivo placer que la mujer sentía.

Cuando el orgasmo de Mercedes menguó hasta terminarse, Juan Alberto, con mucho cuidado, se movió a un costado para no aplastar el desinflado cuerpo de la madurona.

Mercedes reía a carcajadas y por momentos se ponía seria y derramaba lágrimas. La relajación post-orgásmica y las suaves caricias del amante la empujaron a un sopor angelical, en el que cayó murmurando palabras de agradecimiento.

—Gracias. Gracias. Gracias… Hermanita…— cayó dormida Mercedes expresando inconscientemente su gratitud hacia la mujer, hermana y mejor amiga, que le había heredado semejante placer.

Juan Alberto la escuchaba sin sorprenderse y, muy a pesar de la erección de caballo que exhibía, apagó la televisión (donde una actriz, parecida a Mercedes, seguía atajando eyaculaciones con la cara) y se esforzó por dormir. Aún quedaba mucho por hacer.

CONTINUARA