El viudo II: El viudo visita a su cuñada.

El viudo visita el hogar de su cuñada para gozar de los privilegios que le corresponden a cambio de mantener económicamente a su familia política y se desencadenan profundos cambios en el matrimonio entre Mercedes y Gregorio.

Es altamente recomendable leer el primer relato: https://www.todorelatos.com/relato/139880/

El viaje de regreso a casa después del sepelio de Ariana no fue fácil para Mercedes. Aún luchaba con fuerzas internas contrapuestas: tristeza, culpa, morbo y lujuria que sentía por haberse convertido en amante (paga) del esposo de su difunta hermana. Y a esos vaivenes emocionales se sumaba el desafío de tener que explicarle el trato a su esposo, pero sin decirle toda la verdad. Sin contarle la parte en que ella se estaba prostituyendo para seguir recibiendo dinero y que su cuñado micro-manejaría sus vidas íntimas. Pero sí debía dejar claro que Juan Alberto iba ahora a “administrar y controlar” los gastos que ellos realizaban y que se iba a mantener hiper-presente en sus vidas. Ella sabía bien que ninguna de las dos cosas agradaría a su esposo, y que él se resistiría. Por lo tanto se convenció que debía tomar el toro por las astas y no ceder un palmo desde el primer minuto.

Ni bien arribó a su hogar, Mercedes eludió el intento de Gregorio de besarla y corrió a ponerse al día con las hijas. Cuando finalmente el matrimonio tuvo un momento a solas, el inseguro y parasitario esposo se desesperó por saber que le deparaba su vida. Realmente no podía imaginarlo, pero estaba a punto de comprobarlo en carne propia.

—¿Y? ¿nos va a seguir mandando reales? —preguntó con angustia Gregorio.

—Evidentemente ESO es lo único que te importa: Si Juan Alberto nos va a seguir manteniendo para tú poder seguir dedicándote a la vagancia —le reprochó agresivamente Mercedes, decidida a rebajarlo de entrada para poder amansarlo y someterlo como cómplice involuntario del trato firmado por ella.

—Tú a mí no me vas a hablar así— Intentó dominar Gregorio, que no acostumbraba a ser tratado de esa manera por su esposa.

—Escúchame una cosa, querido, MUCHO va a cambiar a partir de ahora en esta casa, así que te vas a quedar callado y vas a escuchar y vas a ACEPTAR todo lo que tengo para decirte y la manera en que te lo voy a decir también —Habló con calma y dureza Mercedes.

Gregorio intuyó que se acababan las remesas que llegaban desde USA y que su vida se tornaría un infierno (o sea que debería volver trabajar para ganarse el pan). Eso lo fulminó y quebró su voluntad de lucha conyugal.

Y el esposo haragán estaba parcialmente en lo cierto: su vida sería un infierno, pero no porque se acabaran las remesas, sino por todo lo contrario.

—A partir de ahora, las decisiones en esta casa las voy a empezar a tomar todas yo… Con el apoyo total de Juan Alberto, que ha puesto eso como condición de seguir enviándome tanto dinero como lo hacía mi hermana.

Gregorio, obnubilado por la noticia, se recuperó del primer impacto y festejó que seguirían recibiendo remesas desde USA, sin prestar atención a las condiciones.

—¡Que bueno! ¡Nos seguirá mandando reales!

—Gregorio. ¿Tú no has escuchado lo que dije? Juan Alberto me enviará el dinero a MI. Y yo haré con él como me plazca. Si quieres recibir “algo” de eso, tú aceptarás sin chistar lo que Juan Alberto y yo decidamos. ¿Está claro? — preguntó Mercedes

Esto confundió un poco a Gregorio, pero no impidió que intentara persistir con su idea de “seguir como antes”.

—OK. Si. Pero lo importante es que nos mande los reales, después nos ponemos de acuerdo nosotros —Esa era siempre la manera en que Gregoria decía “yo decido” —  y tú le dices al viudito que es decisión tuya, ¡y listo!, seguro lo va a aceptar. Jajajaja. —Minimizó jocosamente Gregorio las condiciones impuestas por su esposa.

Mercedes no le dio cuartel y lo disciplinó duramente. Era entonces o nunca.

—Primero que vas a referirte a Juan Alberto con respeto. Lo de viudito no lo quiero escuchar NUNCA más. Segundo, YO voy a decidir todo. Y si tengo que negociar o ponerme de acuerdo con alguien es con MI cuñado. Tú no serás consultado y aceptarás lo que NOSOTROS decidamos. —Sentenció Mercedes con frialdad glacial y dureza pétrea.

—Pero Mercedes…— Intentó descomprimir la situación un aturdido Gregorio.

—PERO NADA. Tú aceptas eso, o te buscas como mantenerte, porque a menos que aceptes estas condiciones, yo no te pasaré un solo real. Y esto es una decisión conjunta de Juan Alberto y yo.

Gregorio se sentía sorprendido, desorientado y en pánico como un lobo al cual el conejo se le daba vuelta y lo atacaba con mordiscones certeros de los cuales no podía defenderse.  No existía página en su manual de “macho alfa de cotillón” que explicara cómo reaccionar a una situación así. Intentó cambiar la actitud y negociar mansamente, pero se encontró con una Mercedes desconocida. Una extorsionadora que lo amenazaba con retirarle el dinero y lo trataba como a un paria reprochándole verdades irrefutables.

—Hace más de cinco años que no trabajas, Gregorio, CINCO-AÑOS, que te mantengo YO con el dinero de MI hermana. Hace cinco años que retiras sin poner. Cinco años mandando sin autoridad moral alguna. Cinco años que pretendes ser jefe de un hogar al cual no podrías proteger ni sustentar por ti mismo. ¡Eso se acaba HOY MISMO! — Las razones de Mercedes acribillaban al parasitario esposo de manera imposible de contrarrestar.

Finalmente, cuando Gregorio comprendió que era en vano argumentar, decidió abandonar la discusión con la (falsa) esperanza de retomarla en otro momento. Fue ahí que se enteró del resto de las noticias.

—Y prepárate, porque en dos o tres semanas Juan Alberto nos va a visitar y se va a quedar unos días acá. Vas a comportarte con respeto, sumisión y mansedumbre —Conminó Mercedes, usando palabras humillantes— Porque a la menor ofensa de tu parte, Juan Alberto me  va a quitar el dinero. Él no tiene por qué darnos nada y no tiene por qué seguir aguantando desplantes de un hombre a quien él tiene que mantenerle hasta los vicios más repugnantes.

Las palabras eran demoledoras. Gregorio sintió que el mundo se derrumbaba a su alrededor. Iba a estar sujeto a la autoridad de su esposa, a quien nunca había respetado, y de su cuñado, al cual envidiaba y odiaba sin límites.

Pero también pensó que, si ese era el precio a pagar para poder vivir bien y sin trabajar en un país fundido y diezmado por la peor crisis económica de la historia, él lo pagaría. Ese era el tipo de hombre en que Gregorio se había convertido.

Los días pasaron con gran tensión en la pareja. Mercedes se mantuvo distante y dominante frente a su esposo. El clásico “sexo de reconciliación” que el esposo solía exigir después de una dura pelea, no ocurrió nunca. Y Gregorio, asustado por el cambio y las amenazas constantes de tener que trabajar, se amoldó a las nuevas reglas de juego con la esperanza irrazonable que toda esa pesadilla terminaría pronto, cuando Mercedes se cansara. Después de todo, el sexo había dejado de ser tan importante para él y era apenas una herramienta de dominación de su esposa, más que de goce. Podía aguantar así.

Por otro lado, en la casa se vivía un clima de gran expectativa por la visita inminente del viudo. Las niñas de Mercedes estaban en shock por la pérdida de su amada y consentidora tía. Pero se aferraban a la idea de seguir teniendo en sus vidas al tío que las trataba como princesas. Gregorio se mentalizó para soportar “estoicamente” (así se imaginaba él) la visita de su indeseable concuñado. Y Mercedes, mostraba una gran ansiedad de recibir a Juan Alberto en su casa. Quería que todo estuviera perfecto y que nada faltara.

Precisamente, el día antes del arribo de Juan Alberto, Mercedes se dedicó, tanto por iniciativa propia como por orden de su cuñado, a embellecerse profesionalmente. Acudió a la peluquería donde la peinaron, le hicieron las manos y depilación completa. Gregorio atónito por los esfuerzos que ponía su esposa en realzar su apariencia, intentó al preguntar la razón de tanto preparativo, y fue castigado con una explicación que no quería escuchar, realmente.

— ¿Cómo que para qué tanto, Gregorio? Quiero estar espléndida para recibir a Juan Alberto. Quiero que vea que el dinero que manda es usado para mantenerme tal y como a mi hermanita le gustaba verme. Además, él es muy buen mozo y elegante, y es mejor que algún adulto de esta casa intente estar a su altura, ¿no te parece? —Mercedes golpeó verbalmente sin reparos a su esposo.

Lo cierto es que, para el arribo de Juan Alberto, Mercedes estaba espectacular. Su pelo peinado cuidadosamente en un sexy estilo carré. Las largas piernas perfectamente depiladas eran resaltadas por el vestido corto y angosto que se amoldaba a las empinadas curvas de la madura mujer. El maquillaje era profesional y el cuerpo mostraba el tono de siempre: Juan Alberto EXIGIA que ella usara parte de las remesas para ir al gimnasio.

La llegada de Juan Alberto fue festejada por todos los miembros de la familia, menos por Gregorio. El acaudalado pariente se apersonó con una buena cantidad de mercadería y regalos para todas. Y digo todas porque me refiero a Mercedes, su madre y las hijas. Gregorio recibió una palmada condescendiente en la espalda y nada más.

La hija mayor de Mercedes recibió un nuevo Iphone. La menor, una Tablet, la abuela un juego de collar y pulsera-reloj y Mercedes recibió un gran paquete de regalo con la advertencia de su cuñado.

—No lo abras ahora, delante de todos, esperá a tener más privacidad.

La sorpresa de la madre y del esposo de Mercedes no fue tanto por la recomendación, sino por el hecho que era un paquete de “Victoria Secret”.

Mercedes lo recibió con una sonrisa descaradamente coqueta e incrementó el asombro de sus familiares adultos con una respuesta impensada

—¡Uuuhh, Gracias! ¿Qué será? Bueno, después lo abro cuando estemos nosotros dos solos, Juan Alberto— y le dio un beso en la mejilla que duró más de lo que debe durar el 99% de los besos que las mujeres dan en las mejillas de sus cuñados.

Después de intercambiar los comentarios típicos del viaje, relacionados al estado del tiempo, retrasos de vuelos e incomodidad de las butacas de aerolíneas, Mercedes se apuró quedarse a solas con su Juan Alberto.

—Gregorio, necesito discutir unas cosas en privado con Juan Alberto, y además se hace tarde y mi madre debe regresar a su casa. Ve a llevarla, y llévate a las niñas contigo. Quédense a cenar allí, así nosotros acá hacemos lo nuestro. Necesito al menos 3 horas de tranquilidad. Anda, ve ya mismo. — Mandoneó Mercedes ante la sorpresa de su madre y Gregorio, mientras Juan Alberto mostraba cara de obvia satisfacción.

Una vez que partió el resto de la familia, Mercedes no esperó pedido alguno de su cuñado para abalanzarse a besarlo. Se comieron la boca mientras ella gemía y jadeaba hablando palabras de lujuria

—Me has hecho mucha falta, Juan Alberto. Muchísima falta… uffff.

Juan Alberto, satisfecho con el recibimiento, comenzó a sobarla y a morderla como le gustaba hacer con Mercedes desde la primera vez que tuvo acceso a ella. Y antes que la cuñada pudiera sugerir nada, ya la había hecho girar apoyando los codos sobre la mesa, sacando el culo, y le levantándole  el vestido. Sin esperar nada, comenzó a fregarle su inflamado paquete en las nalgas. La cuñada entendió lo que le apetecía al viudo y comenzó a pedírselo.

—Tómame así, Juan Alberto. Reviéntame así, de parada, aquí mismo. Cóbrate todo el dinero que me has enviado.

Esas palabras eran música para los oídos de Juan Alberto que en pocos segundos estaba con los pantalones en los tobillos, puerteando la vulva de su cuñada con su inflamado glande, mientras que con las fuertes manos la tomaba de la cintura y la atraía hacia él. La mera presión de la cabeza del pene en los labios vulvares reveló al hombre que Mercedes estaba totalmente lubricada y lista para recibirlo a pesar del casi nulo juego previo.

Favorecida por los abundantes y viscosos flujos femeninos, la penetración fue súbita, pero sumamente placentera para ambos.  Y el violento mete-saca no se hizo esperar entre jadeos de ambos.

Una de las manos de juan Alberto tomó el pelo de su cuñada y lo usó como rienda para marcarle el ritmo. La otra mano puso presión sobre la base de la espalda, empujándola hacia abajo mientras ella paraba el culo. El resultado era un culo respingón y una espalda curvada en una generosa U que remataba en la cabeza de Mercedes echada hacia atrás por la mano que tironeaba de su pelo. Todo un poema visual-erótico frente a los ojos de Juan Alberto.

En ese escenario, las caderas del hombre se movían rítmicamente para favorecer el movimiento alternativo que el émbolo fálico realizaba dentro de la vulva de la amante. Mercedes no se quedó atrás, sino que, además de alentarlo con groseras y gráficas descripciones de lo que sentía, se dedicó a acompasar (en forma reversa) el movimiento de sus caderas con las de su cuñado, para lograr la penetración fuera lo más intensa y ruidosa posible.

Los bufidos del viudo, los jadeos y groserías de la cuñada y el rítmico chas-chas-chas de la pelvis de él golpeando los glúteos de ella se apoderaron del ambiente hasta que en medio de alaridos y gemidos el viudo aprovechador se vino, eyaculando copiosamente en la vulva de su amante, y casi de inmediato acabó entre espasmos y alaridos la cuñada infiel.

Luego de consumado el acto, los viciosos amantes se enfrentaron y abrazaron fundiéndose en tiernos besos que cualquiera, hubiera jurado, eran de amor genuino. Aún semi-desnuda, parados en medio del comedor de la casa y sin prestar atención al hilo de semen que goteaba desde el interior su vulva y se deslizaba por sus muslos, Mercedes volvió a alabar a su “benefactor”

—Gracias Juan Alberto. No sabes cuánto necesitaba esto. Me haces muy bien. Eres increíble.

Juan Alberto, decidió retomar el papel de amo humillante y dominante.

—Vos también sos espectacular, Merce. Nunca había tenido una putita que me saliera tan cara. Pero ninguna ha sido tan buena como vos. El agradecido soy yo. —Aseguró el cuñado con naturalidad.

Mercedes ya se iba acostumbrando a eso y se dedicó a bromear con él sobre que iba a considerar cobrarle más caro. Acto seguido, se vistieron, Mercedes acomodó su peinado y se sentaron a revisar las cuentas de las últimas semanas. Negocios y placer. Placer y negocios. Así era ahora la nueva vida de esos cuñados. Mercedes tenía todo preparado y ordenado y rápidamente Juan Alberto fue informado de todo.

—En esto también sos muy buena, Mercedes. Hasta el último centavo ha sido registrado. Sos tan detallista con la contabilidad como con el sexo —la elogió Juan Alberto.

—Y bueno, mi vida, ahora estas son mis dos “profesiones”. —Retrucó ella sabiendo que a Juan Alberto lo excitaba que ella se reconociera como su prostituta exclusiva.

Cuando llegaron Gregorio y las hijas de Mercedes, cuñada y cuñado estaban sentados en el sofá de la sala, con una botella de vino a medio tomar y comiendo unas delicadezas que había traído el huésped. Las niñas saludaron y se fueron rápidamente a acostar.

—¿Y bien? ¿Pudieron hacer lo que tenían que hacer? —Intentó sacar tema de conversación el inseguro esposo.

—Si. Pudimos acabar y todo— Dijo Mercedes con un humillante doble sentido.

—Y de mi parte, estoy plenamente satisfecho— Remató Juan Alberto

Todos rieron, incluso Gregorio, que lo hizo esforzadamente evitando pensar que el doble sentido podía ser cierto y prefiriendo imaginar que se referían a la contabilidad del hogar.

Cuando la madre fue a desear buenas noches a sus hijas, dejando a los dos hombres solos en la sala, Juan Alberto propuso que eligieran una película para mirar los tres cuando Mercedes regresara de arropar a sus hijas. Y sin dejarle tiempo a reaccionar, Juan Alberto ordenó a Gregorio que usaran una de las películas que tenía en su laptop.

El esposo sumiso conectó la laptop al televisor y, para sorpresa de Gregorio, todas las películas en la computadora eran pornográficas. Viendo al dueño de casa cortado, Juan Alberto aprovechó para presionarlo.

—Dale, Greg, ¿me mas a decir que no mirás porno? ¿Qué clase de hombre sos? — inquirió cruelmente el viudo.

—ehhh… jajaja claro que veo… pero no sé cómo se lo va a tomar Mercedes— Intentó defenderse Gregorio.

— ¿Cómo me voy a tomar qué? —Preguntó la jefa del hogar que justo entraba a la sala.

—Llegaste justo— Se adelantó Juan Alberto— Le pedí a Greg que pusiera una de las pelis en mi laptop para que veamos los tres juntos y resulta que son todas porno.

— ¿Y eso que tiene de malo?—Preguntó Mercedes haciendo caer la mandíbula de Gregorio

—emmm… emmm…— balbuceaba Gregorio

—No va a ser la primera en mi vida porno que veo, Gregorio— Cuestionó cruelmente Mercedes.

—Es que como está con nosotros…

—Por mí no se preocupen, vemos otra cosa si Gregorio no se siente cómodo— interrumpió el viudo maldito.

—De ninguna manera, tu eres nuestro huésped y tu elijes que ver y todos lo pasaremos bien. —Dijo Mercedes con una sonrisa diabólica en la cara.

—Bueno. Siendo así, últimamente me están gustando mucho las películas de “cuckolds” — Explicó Juan Alberto mientras maniobraba en la librería de películas condicionadas para poner una.

La cara de Gregorio era de desazón total y a pesar de haber entendido todo, Mercedes exigió que le expliquen que era ese “género”.

—Son películas donde un esposo entrega a su mujer para ser cogida por un tipo generalmente más joven y mejor dotado, y el cornudo esposo se los queda mirando y se excita mientras ellos gozan como locos. —Disertó con aires de porno-académico el huésped, mientras Gregorio parecía decrecer en altura y postura.

—¡Suena divertido! — Exclamó Mercedes para mayor humillación de su esposo.

Juan Alberto y Mercedes se sentaron juntos en un sofá, como era de esperarse, y Gregorio quedó relegado a compartir un silloncito más chico con su propia frustración.

La película elegida era realmente “hard-core”. La pareja de la ficción estaba compuesta por una mujer madura pero sumamente atractiva y un hombre de mayor edad, poco dotado y con problemas de erección. Mientras que el chongo era un muchacho algo más joven que la mujer, con una verga descomunal. Cualquiera que hubiera estado en aquellos momentos en el living de la casa, hubiera jurado que las personas de la concurrencia y los actores del film guardaban cierto parecido físico entre sí. Durante toda la película la mujer gritaba mientras era empalada y se la pasaba contándole al esposo cuanto mejor la hacía sentir el macho que habían elegido.

Cuando la humillación a que estaba siendo sometido Gregorio parecía haber llegado al máximo, Juan Alberto decidió subir un puntito.

—Que espectacular debe ser clavarse a una mujer como esa: madura, buenísima y malcogida por el esposo— dijo mientras se acariciaba suavemente por encima del pantalón.

—Eso no lo sé. Pero que espectacular debe ser para una mujer insatisfecha en su matrimonio que un tipo como ese la posea de esa manera. —Retrucó Mercedes sabiendo que eso excitaba a su amante y rebajaba a su esposo.

—¿A ver? ¿Qué tiene ese tipo y la manera en que se lo hace? — Estimuló el viudo.

—¿Lo preguntas en serio? — Retrucó Mercedes— Mira el tamaño y la dureza de ese miembro. ¡Mira los músculos y el aguante que tiene ese chamo, por favor! Y lo mejor de todo es como la somete. Las mujeres necesitamos muchas veces que nos den muy duro. Que nos pierdan el respeto a cambio de darnos placer.

Si bien el miembro del actor porno era mucho mayor que el de Juan Alberto, el viudo se dio totalmente por aludido y no tuvo mejor idea que declarar que mirar la película lo excitaba mucho, pero escucharla a Mercedes hablar lo excitaba mucho más.

Esa declaración destruyó a Gregorio que comenzó a perder la incipiente erección que había ido ganando. Pero por otro lado animó a Mercedes a continuar, al punto que se convirtió en una relatora de la porno.

—¡Que increíble! ¡Como la monta en cuatro patas! Eso tiene que sentirse espectacular. ¡Mira, Juan Alberto, como le friega el clítoris mientras la bombea! Que buena película has elegido. Me vuelve loca.

Los comentarios que Mercedes hacía sobre la película iban dirigidos a su amante y eran totalmente guarros e inapropiados. Y cuando finalizó la proyección, Mercedes coronó la noche con una confesión sobre su estado.

—No sé ustedes, chicos, pero yo estoy encendida. No se cómo no me masturbé hasta venirme mientras miraba eso —Dijo Mercedes con total descaro.

—!Uh! ¿Para qué te privaste? — Contestó Juan Alberto.

—¿Y tú? ¿No te privaste? Mira que te vi acariciándote y que yo sepa, no te has venido —reprochó, juguetona, Mercedes.

La conversación era totalmente inapropiada para ellos y Gregorio se apresuró a recalcarlo.

—Bueno. Bueno. Por más familia que seamos, creo que no corresponde hablar de esto

—Pero no seas ridículo, Gregorio —Reprochó Mercedes— No tiene nada de malo hablar así entre adultos que se respetan mutuamente.

Ese era el problema: A Gregorio no lo respetaban. Pero de todos modos el esposo humillado optó por callar. Y fue nuevamente Juan Alberto, cambiando de tema, que decidió hundir aún más al esposo mantenido.

—Bueno, bueno. Sueñito aparte, me gustaría ir a la cama. ¿A dónde me toca?

La pregunta era importante. El apartamento tenía dos cuartos: uno para las hijas y otro matrimonial.

—Tranquilo. Ese sofá donde estás sentado se convierte en cama— apuró a responder Gregorio.

— ¿Y se supone que debo dormir acá preguntó? — Juan Alberto mirando a Mercedes.

—Por supuesto que no, Juan Alberto. Eres nuestro huésped y vas a dormir mi cuarto. En mi cama. — Sentenció Mercedes sorprendiendo a Gregorio por partida doble: cediendo el cuarto y refiriéndose al mismo como si sólo fuera de ella.

—¿Estás segura Mercedes? Mirá que ese sofá-cama debe ser chico para ustedes dos— Dijo Juan Alberto con una sonrisa socarrona.

—Y sí. Es un poco chico, pero nos arreglaremos, faltaba más— Dijo mansamente Gregorio, sabiendo que las remesas que recibirían podrían ser proporcionales a la hospitalidad que ofrecieran al viudo.

—jajaja. Creo ustedes no entendieron bien. — Dijo Mercedes, llamando la atención de ambos hombres— Yo no dije que la cama era sólo para ti, Juan Alberto. La vas a tener que compartir conmigo. Y Gregorio se va a arreglar en el sofá, obvio.

—Mercedes. Me parece demasiado…— se animó a decir Gregorio.

—¿Otra vez con tonterías, Gregorio? — dijo la esposa— ¿Por qué demasiado? ¿Qué miedos tienes? ¿Te parece que mi cuñado y yo no podemos compartir una cama “Queen”? ¿temes ser engañado? ¿Acaso para ti todo pasa por el sexo? ¿No puedes ser más caballero y hospitalario? ¿Prefieres que Juan Alberto, que ha viajado muchísimo para venir a estar con nosotros duerma en el sofá? ¿O acaso ahora quieres compartir tú la cama matrimonial con él?

El reproche era cruel sabiendo que todo era por una cuestión de sexo (y plata). Gregorio agachó la cabeza y se dispuso a armarse una frugal cama en el sofá mientras su esposa y el hombre a quien Gregorio más odiaba se iban a acostar al dormitorio matrimonial riendo y comentando la película porno que acababan de ver.

Cuando Gregorio ya se encontraba acostado apareció Mercedes en el living vistiendo una camiseta larga que usaba a modo de camisón y que le quedaba muy sexy. Venía riendo y dando saltitos como una quinceañera. Gregorio pensó que Mercedes había entrado en razón y venía a dormir con él, pero, para su desilusión, Mercedes se limitó a agarrar una gran bolsa de Victoria Secret  y regresar por donde había venido.

—Es que me había olvidado del regalo de Juan Alberto y ahora lo vamos a abrir juntos, si te interesa, mañana te lo muestro— Explicó a su esposo mientras desaparecía en la habitación.

Cuando la puerta del dormitorio se cerró tras la espalda de su esposa, Gregorio empezó a escuchar risas, y prefirió poner la tele para no escuchar nada.

En la intimidad de la habitación de Mercedes, la pareja de cuñado-amantes disfrutó de los regalos. Ella modeló la ropa sexy, él se dedicó a deshacerse en elogios y halagos que incluían mención a lo buena que estaba Mercedes y lo mucho que valía la pena gastar todo ese dinero en ella. Las dos cosas excitaban enormemente a la mujer que cuanto más sexy y más puta se sentía, más se humedecía y se enloquecía.

En medio de los juegos de modelaje y seducción Mercedes juntó coraje y largó algo que había sopesado por mucho tiempo.

—Juan Alberto. Tengo algo que pedirte. Es decir… Yo sé que en nuestra “relación” eres tú el que pide y yo tengo que complacerte. Pero… hay algo que… Mi hermana… O sea… Algo que me hace ilusión por algo que me contó mi Hermanita. ¡Ay! ¡Que apuro! ¡No me animo! — se sonrojó Mercedes.

—Si querés algo, me lo tenés que pedir, Merce.

—Si. Si. Bueno. ¡Bffff! — se animó Mercedes expirando sonoramente —Mi hermana siempre me contaba que tú le dabas un sexo oral delicioso, y yo…. A mi… siempre me ha causado curiosidad saber cómo lo haces. Y hoy me han dado muchas ganas viendo la peli.

—¿Me estás pidiendo que te coma hasta hacerte venir? — preguntó obviamente Juan Alberto.

—Con que me lo hagas con el esmero que se lo hacías a mi hermanita, me alcanza— Confesó Mercedes— No sé si podré venirme, pero muero de ganas por saber que se siente.

El paso que daba la mujer era enorme. Por primera vez estaba pidiendo que le hagan sexo como se lo hacían a su difunta hermana. Ella sabía bien que eso excitaría a su perverso cuñado, pero ahora, la sorpresa era que haberlo confesado la excitaba a ella también.

Juan Alberto no necesitó más palabras, y comenzó a besar a su amante, primero en la boca y luego en los pechos y en el vientre. Cuando los labios del viudo pasaron por el ombligo de la madura cuñada, ella supo que iba a recibir lo que tanto había esperado y soñado e involuntariamente lo expresó entre gemidos

—Siiii. Por favor, cómeme como siempre lo he soñado

Los besos de Juan Alberto fueron directamente a la vulva chorreante. No hubo amagues ni preparación previa con besos en los muslos como lo solía relatar Ariana a su hermana mayor. Pero a Mercedes eso no le importó porque estaba desesperada que el cosquilleo intenso de su clítoris reclamaba la boca del amante.

Juan Alberto se detuvo a observar la entrepierna de su cuñada. La vulva estaba perfectamente depilada, muy suave. Los labios mayores eran generosos y oscuros. Los labios menores eran largos, rosados-rojizos y asomaban por fuera de la vulva, dándole un aspecto orquídeo que era completado por un inflamado y erecto clítoris.

Con la lengua plana el viudo recorrió todo el alargo de la vulva de Mercedes, desde bien abajo, en la comisura inferior hasta arriba, y al llegar al clítoris lo besó ruidosa y babosamente varias veces, haciendo temblar de emoción a la esposa infiel.

—ahhh ahhh ahhh siiiii esooooghh— jadeaba y se atragantaba de la excitación Mercedes.

El experto amante repitió varias veces la operación y luego se dedicó a lengüetear con ritmo vertiginoso el abultado clítoris de la madura morena. Y cuando Mercedes creía haberlo experimentado todo, dos enormes dedos de la mano derecha de Juan Alberto comenzaron a pujar por penetrarla. Ella había escuchado de ese movimiento con anterioridad por boca su hermana y al sentirlo y recordarlo simultáneamente se volvió loca.

—Eso Esagh seeegh ¡Juakggg! Errrgggg— los jadeos de Mercedes se volvían sonidos guturales ininteligibles.

Los dedos eran gruesos y la penetraban con decisión. Se sentía tan llena por dentro como cuanto tenía clavado el pijote de su cuñado. La lengua no paraba de acariciarle en el clítoris y los dedos comenzaron a moverse, primero entrando y saliendo y luego torciéndose en su interior para acariciarla internamente en un movimiento de “vení para acá” que rozaba el techo interno de la vulva.

En medio de semejante ballet estimulatorio, Mercedes se vino como una posesa, ahogando sus gritos de placer con sus propias manos. A pesar de no poder gritar, los espasmos vulvares, la espalda arqueada como poseída por el demonio y los movimientos de la cabeza y la respiración agitada, fueron suficientes para comunicarle a Juan Alberto la intensidad del orgasmo que acababa de provocarle a la hermana de su finada esposa.

Como siempre, después del sexo salvaje, Juan Alberto cobijó a Mercedes entre sus brazos con una delicadeza y una dulzura que conmovió a la prostituida cuñada. Y mientras alguna que otra contracción, reflejo del orgasmo reciente, seguía sacudiendo el cuerpo de la mujer, su amante la abrazaba y la besaba tiernamente.

—Gracias. Gracias. Gracias. Gracias— murmuraba con lágrimas en los ojos la cuñada, sobrecogida por lo que acababa de sentir.

Mil sensaciones se le cruzaron por la cabeza. Confesiones de su hermana. Masturbaciones que se había dedicado recordando las historias. Flashes del reciente orgasmo. La película porno frente a su esposo. Todo eso la invadía simultáneamente, la emocionaba y la confundía.

—Tenía razón mi hermanita. Eres increíble, Juan Alberto. Eres espectacular y me dejaría coger sin que me pagaras nada— Confesó, y de inmediato se arrepintió, la cuñada del viudo

—Pues yo no te puedo decir que te pagaría igual, aunque no aceptaras complacerme— Dijo Juan Alberto con pragmatismo— Pero ya que te doy el dinero y ya que aceptas someterte a todos mis caprichos sexuales, quiero que esos caprichos que me excitan a mí, te exciten a vos también.

Ella lo besó con pasión reafirmando el trato que ambos tenían.

—¿Y ahora? ¿a quien le toca? — preguntó la madura sobando de arriba abajo la inflamada verga del libidinoso cuñado —¿Que va a querer el amo de esta putita?

Mercedes sabía cómo trabajar el cerebro y la verga de Juan Alberto.

—Comeme la pija. Comemela como sólo vos lo sabés hacer— Respondió el antojado amante en clara alusión a la felación con tragada de semen que se iba convirtiendo en la marca registrada de su cuñada.

Y Mercedes no lo desilusionó. Le hizo una mamada intensa y resbalosa, llena de miradas lujuriosas y de palabras soeces, hasta hacerlo acabar en su boca y en sus labios, de los cuales el cuñado sorbió su propio esperma con aparatosos besos y “lamidas de amor”, como ya las llamaba la infiel mujer.

Mientras tanto, Gregorio mantenía la televisión encendida con el volumen alto para no escuchar nada (prefería no saber) y luego de dar varios tumbos en su sofá-cama cayó rendido sintiendo lástima de sí mismo y consolándose que si tenía que soportar cosas así con tal de ser mantenido, lo haría. ¿Que podría ser peor?

Gregorio no sabía que estaba a punto de conocer la respuesta a esa pregunta retórica. Pero eso es parte de otro relato.

Continuará