El viudo I: Un joven viudo se aprovecha de su cuña

El fallecimiento de una mujer desencadena una serie de cambios en la dinámica de relaciones entre el viudo y su familia política, donde la mezquindad, el egoísmo, el miedo, la lujuria y los problemas conyugales se exacerban morbosamente.

Nota del Autor: Este primer capitulo es largo, introductorio y no contienen mucho sexo, salvo hacia el final.

Cuando Juan Alberto se casó con Ariana, tuvo bien claro que se casaba también con la familia de ella. Ambos miembros de la pareja eran inmigrantes en USA, pero de distintos países Sudamericanos. Al momento de comenzar esta historia, Ariana tenía 40 años y Juan Alberto 38. Los dos eran profesionales con muy alto poder adquisitivo, afincados en el mid-west, con un gran gusto por los viajes y sin ninguna intención de tener hijos. Lo otro en que se parecían muchísimo era en que ambos tenían un impulso sexual muy parecido en intensidad y gustos: les gustaba jugar interminablemente al sexo. Les encantaba mirar videos eróticos juntos y experimentar con juguetes. Y les gustaba comentarse fantasías prohibidas (que iban del incesto al intercambio de parejas y al sadomasoquismo), pero sin nunca actuar al respecto.

Sin embargo, las similitudes en esa pareja feliz se acababan ahí.

Juan Alberto no tenía prácticamente contacto con su familia extendida en el país de origen, o mejor dicho, no tenía familia cercana, porque era hijo único de padres fallecidos. Juan disfrutaba de la vida al aire libre y de practicar deportes. Era un tipo callado y con un sentido del humor lleno de sarcasmo e ironía.

Ariana, en cambio, era muy cercana a toda su familia en el país de origen. Durante todo el día estaba en contacto (vía teléfono y redes sociales) con su hermana mayor (Mercedes), con su madre (Graciela), con sus dos sobrinas, con sus primos y primas, con sus tías y tíos, etc. Ariana provenía de un país que durante los últimos seis a ocho años había venido pasando por una crisis económica brutal, y su familia, especialmente su hermana y su madre, dependían casi exclusivamente del dinero que Ariana les enviaba. Ariana no gustaba de actividades al aire libre, sino de ir al mall y gastar dinero comprando accesorios y ropa para ella y para su familia.

El matrimonio vivió juntos unos geniales tres años primeros de casados, gozando juntos de esa nueva etapa en la vida de ambos, viajando, disfrutando de su buen pasar económico y cogiendo como conejos en celo. Durante ese tiempo, Juan Alberto conoció muy de cerca a la familia de Ariana, que a pesar de no vivir en USA, parecían residir allí, porque siempre estaban conectados por videoconferencia, o directamente de visita. En efecto, dos veces al año, Ariana enviaba pasajes a su familia para que los visitaran y en cuanta ocasión tenían ellos viajaban también para el país de ella.

Pero todo ese idilio (para todos, como se verá pronto) llegó a su fin abruptamente. Una noche de fuerte nevada, regresando tarde del trabajo, Ariana perdió el control de su SUV y fue embestida por un semirremolque que le provocó serias lesiones. En ese fatal choque, la vida de todos, absolutamente todos, dio un vuelco inesperado (literalmente).

Ni bien supo la noticia de la colisión, Juan Alberto avisó a su cuñada Mercedes por mensaje de texto, se apersonó en el hospital y no se movió más de ahí. Después del primer parte médico, a pocas horas del primer aviso, Juan Alberto hizo la llamada que NUNCA hubiera querido realizar.

—Merce, tenés que venir cuanto antes. El pronóstico de Ariana es malo. Lo más probable es que no despierte más. Tienen que venir vos y tu madre ya mismo. — Espetó gravemente Juan Alberto

Mercedes sollozó un rato e intentó averiguar más, pero se topó del otro lado de la línea con un Juan Alberto que por sobre el evidente dolor y preocupación se mantuvo calmo y práctico. Le dio instrucciones de cómo comprar el pasaje a cuenta de él y le prometió buscarlas a las dos (su cuñada y su suegra) al arribar al aeropuerto local. En menos de 48 horas las dos mujeres corrían por el hall del aeropuerto con lágrimas en los ojos a abrazar a Juan Alberto que las esperaba entero, pero con visibles muecas de dolor y preocupación.

Mercedes fue la primera en llegar a él, porque su madre, casi septuagenaria, no pudo mantenerse a la par de la hija mayor (de 45 años de edad). Cuando Juan Alberto y Mercedes se fundieron en un abrazo, ella lloró desconsolada y él se limitó a acariciarle el pelo y a decirle que se calmara. Segundos después, cuando la anciana suegra de Juan Alberto abrazó a ambos llorando, Mercedes ya había bajado los decibeles del llanto y se apretaba fuerte contra el macizo pecho de su cuñado y Juan intentaba no prestar atención a las prietas tetas de Mercedes clavándose en él.

De haber estado consiente, de haber observado el emotivo abrazo, y de haber sabido lo que pasaba por la mente de Juan Alberto, Ariana hubiera bromeado con un clásico chiste: “los hombres solo piensan en sexo, se les puede estar muriendo la madre y si los abrazas, a ellos se les para la verga”.

Pasaron dos días del arribo de la familia, y sucedió lo peor: Ariana Falleció y Juan Alberto tuvo que lidiar tanto con los arreglos del funeral como con el dolor de su familia política.

Ni bien la suegra supo del fallecimiento, se descompensó y hubo que internarla. Que la señora no tuviera seguro médico era apenas un detalle que se arreglaba con plata. Pero cuidarla era otro tema. Porque Mercedes cayó en una profunda depresión y no quería moverse de la cama en la casa Juan Alberto. Lo que siguieron fueron dos días de locura donde Juan Alberto corría entre tramites hospitalarios y legales, a la funeraria para arreglar todo el sepelio, al hospital a ver a la suegra y a su casa a chequear que Mercedes siguiera respirando.

En menos de una semana Ariana fue velada y cremada. La señora Graciela, inundada del dolor que solo puede comprender una madre que ha perdido a sus hijos, se estabilizó y comenzó el duelo ya en la casa de Juan Alberto. Y Mercedes, dolida por la pérdida de su hermana y mejor amiga, pero conmovida por el esfuerzo que hacia su cuñado por cuidarlas y ocuparse de todo, se puso los pantalones largos, como quien dice, y comenzó la durísima tarea de ordenar las pertenencias de su hermana en tres grandes grupos: A) Para llevarse de regreso con ellas a su país, B) para dejar en la casa de Juan Alberto, C) para regalar/deshacerse de ellas.

Era obvio que dicha tarea era dolorosa y lenta, y que llevaría varios días, sino semanas. Por lo tanto, Mercedes llamó a su esposo, Gregorio, para decirle que posponían el regreso.

—Si. No queda otra, Gregorio. Necesito hacer esto AHORA. ¡No puedo dejar a Juan solo!— Exclamaba Mercedes.

—Claro, claro, pobrecito “Juannnn”— Respondía con celos burlones el esposo de Mercedes— Y mientras tú le ayudas al “viudito”, tus hijas aquí solas—  Reprochaba el esposo en tono sarcástico y celoso.

—¡Escúchame bien, pedazo de egoísta! — Explotó Mercedes —Primero que no están solas porque están con el padre, que, por si no te enteraste, ¡Eres tú! Y segundo, lo de “viudito” está de más. Este hombre tiene una entereza admirable y de la cual tu podrías aprender un poco. Además…

Se hizo silencio porque la respuesta de su esposa nockeó a Gregorio que de inmediato dejó de quejarse, y Mercedes tuvo tiempo de rematar la frase.

—Además está el tema económico. NUESTRO. Por si no lo recuerdas, Gregorio. Aún no he podido hablar de eso con Juan Alberto.

—¿To…. todavía no? ¿Qué pasa? ¿Crees que peligra ese… tema?—  Apenas atinó a balbucear Gregorio, el esposo inseguro, que ahora dejaba entrever cierto pánico.

—Por si no te has dado cuenta, Gregorio, mi hermana apenas fue cremada ayer. ¿Tú crees que estábamos como para plantearle el tema del dinero a su esposo?— Contestó enérgica Mercedes que pasó de sentirse culpable por posponer el regreso a sentirse lívida por la actitud mezquina de su esposo.

—No. No. Claro. Tómate tu tiempo. Para eso y para lo que sea necesario. Yo me arreglo aquí— respondió mansamente Gregorio.

Hace falta aquí explicar a los lectores algunos detalles. La familia de Mercedes, es decir, ella, Gregorio y sus dos hijas de 12 y 9 años de edad gozaban de un excelente pasar económico gracias al aporte financiero mensual de Ariana. Gregorio, un señor de 54 años, llevaba más de un lustro “desempleado”. Es decir, ni bien la crisis económica arreció y Ariana comenzó a enviar cantidades crecientes de dinero, Gregorio decidió auto-otorgarse un retiro anticipado y se dedicó a levantarse de la cama, llevar a sus hijas al colegio, y después jugar en la Tablet (regalada por Ariana, claro) y/o navegar redes sociales todo el santo día.

Desde el nacimiento de sus hijas, Mercedes había decidido trabajar part-time desde su casa, como contadora, pero realmente nunca consiguió suficiente ingreso para sostener a la familia, y menos en tiempos de una prolongada y brutal crisis político-económica que había llevado al país a la ruina total. Por lo tanto, todos ellos contaban con los aportes constantes de Ariana. Que comenzaron como ayudas de ocasión y se habían convertido en el envío constante de remesas mensuales, más aportes extras para situaciones especiales que ocurrían frecuentemente.

Esa situación había creado serias tensiones en la pareja (de Mercedes). Pero, como Gregorio le decía a sus amigos: “prefiero vérmelas con el enojo de Mercedes que ir a trabajar por cuatro reales”.

Por otra parte, la situación nunca había pasado desapercibida a Ariana ni a Juan Alberto que desarrollaron un profundo desdén por Gregorio a quien consideraban un mantenido (por ellos) y bueno para nada. Pero respetando a Mercedes, los residentes en USA se limitaron a dejar que ella se ocupara de ese tema mientras ellos aportaban el dinero necesario para que a Mercedes y a las sobrinas de Ariana (y muy a su pesar a Gregorio) nada les faltara.

En verdad, la más indignada con la situación era la misma Ariana, que no podía comprender como un hombre grande se abandonara al ocio fecundo constante cuando sus hijas y esposa necesitaban más que nunca que él se esforzada.

En su indignación, Ariana había adoptado la costumbre de invitar a su casa con todos los gastos pagos por extendidos periodos de vacaciones a sus sobrinas y a su hermana, pero no a Gregorio que era dejado solo en su casa haciendo absolutamente nada. Ariana hacía esto pensando que el incentivo de ganar su propio dinero para viajar a USA con su familia, haría que Gregorio saliera de su letargo laborar. Pero no hubo caso. Dicha práctica, lejos de incentivar a Gregorio a trabajar, lo convirtió en un hombre más sedentario, derrotista, inseguro y resignado.

Gregorio primero sintió enojo con su cuñada y luego eligió canalizar la negatividad hacia su concuñado, haciéndolo objeto de críticas y comentarios odiosos que su esposa, Mercedes, sancionaba. En medio de ese desdén por parte de la familia política de quien dependía económicamente y de la represión de su esposa que le impedía criticar a Ariana o Juan Alberto, Gregorio se volvió cada día mas rencoroso y taciturno.

Nunca supo, ni quiso saber, Gregorio cual fue la razón que despertó en él los celos y la envidia hacia Juan Alberto.

¿Era el hecho que vivía en USA donde ganaba mucho dinero mientras él se quedaba desempleado en su paisito en crisis?

¿Era el hecho que se trataba de un tipo casi dos décadas más joven y en muchísimo mejor aspecto y estado físico?

¿Era la forma en que su propia esposa se la pasaba hablando de “la suerte que tuvo mi hermanita de encontrar un hombre así”?

¿Era el hecho que sus hijas adoraban al “extraño” y lo llamaban “tío”?

¿Era el hecho que su suegra de deshacía en elogios del maldito argentino diciendo que “era un yerno modelo”?

Tal vez lo era todo. Y nada a la vez. Lo cierto es que la noticia que Mercedes se quedaría a “ayudar a Juan Alberto” le sonó a traición e infidelidad. Pero la perspectiva cierta de tener que volver a trabajar si Juan Alberto no les mantenía el nivel de remesas a que Ariana los había acostumbrado lo hizo entrar en razones y decidió no exteriorizar sus celos ni reprocharle nada a Mercedes. El terror de tener que dejar el sofá por un empleo mal pago y resignar lujos y nivel de vida podía más que la repulsión de imaginar a su esposa “con su concuñado”.

En tanto, Mercedes, estaba aturdida. Durante los últimos años había aceptado que su esposo era un “anciano anticipado” y que sobrevivirían con lo poco que ella ganara más las cuantiosas remesas de la hermana. Su hermana se había mostrado inicialmente muy reacia a “mantener a Gregorio” pero la llegada de Juan Alberto a la vida de Ariana había logrado que Ariana no pensara más en eso, o que si lo pensaba, no se lo reprochara a Mercedes. Juan Alberto nunca había reprochado a Ariana que enviara tanto dinero a su familia, al contario, siempre le decía que “si son problemas que se pueden solucionar con dinero, no son problemas, porque de eso, afortunadamente, tenemos suficiente”. Lo decía sin presumir, sino más bien con un ánimo pragmático.

La llegada de Juan Alberto a “nuestra vida” como Mercedes le llamaba al matrimonio de su hermana, había traído doble tranquilidad a la vida de la hermana mayor. Por un lado su hermanita había encontrado a un buen hombre: trabajador, buen mozo (muy buen mozo), joven, divertido y generoso. Por el otro, ese hombre las había aceptado a ella y a sus hijas como familiares y apoyaba a Ariana en cualquier iniciativa que tenía que ver con ellas, especialmente en enviarles dinero.

siendo tan cercana y confidente de su hermana menor, Mercedes no perdía oportunidad para cargarla sobre la suerte que tenía con su pareja, y que un día de esos, le iba a pedir que en vez de enviarle dinero, le prestara el esposo. Ariana nunca se cortaba y la cargaba diciéndole que debería ver lo que era capaz de hacer su “esposito”. Tal era así que Mercedes había desarrollado una fuerte atracción por su cuñado, la cual, por supuesto, mantenía siempre a raya y UNICAMENTE confesaba a su hermana menor, a la cual nunca se hubiera animado a engañar de ninguna manera, ni siquiera de pensamiento u omisión (y menos de acción).

Esa confianza entre hermanas había llevado en varias ocasiones a que Ariana compartiera con Mercedes tórridos detalles de las relaciones sexuales que mantenía con Juan Alberto. A la vez que Mercedes se quejaba de la decreciente performance sexual de su marido.

Como los lectores imaginan, a esta banqueta le falta una mejor descripción de la tercer pata: Juan Alberto.

Juan Alberto era feliz con su querida esposa, Ariana, y eso no le impedía fijarse en su atractiva cuñada. Mercedes era una mujer hermosa. Llevaba los 45 muy bien puestos. Al igual que Ariana, Mercedes era una coqueta natural. Y aún sabiéndola su cuñada era obvio que Mercedes coqueteaba inocentemente con él. Por comentarios de su esposa, Juan Alberto sospechaba que Mercedes no estaba satisfecha en su relación con Gregorio: ni sentimental, ni sexualmente. Y, precisamente, imaginarla insatisfecha sexualmente, le producía un morbo enorme.

Pero toda esa dinámica familiar se había hecho trizas con el fallecimiento de Ariana.  Y todos: Juan Alberto, Mercedes y Gregorio veían un futuro incierto en sus vidas, cada uno a su modo.

Durante los días que siguieron al sepelio de Ariana, Juan Alberto y Mercedes trabajaron juntos ordenando las pertenencias de la difunta esposa y hermana. Lo hacían ellos solos, asignando a Doña Graciela una tarea del hogar como cocinar, limpiar o pasear los perros, para mantenerla ocupada en algo menos emotivo. Y por las noches, con un combo de comprimidos de potentes efectos ansiolíticos y sedantes ponían a la suegra de Juan Alberto a dormir. Eso le otorgaba al viudo tiempo a solas con su cuñada para ir acomodando todo.

Como siempre que se hacen esas cosas, las horas pasaban en una montaña rusa de emociones. Por momentos afloraban recuerdos que provocaban risas, por otros momentos, era el llanto el que ganaba la batalla de las memorias, especialmente a Mercedes. Y cada vez que Mercedes rompía a llorar, Juan Alberto la abrazaba y la consentía con caricias en el pelo y con murmullos de consuelo. Conforme fueron pasando los días, Mercedes lloraba menos, pero anticipaba las emociones y se pegaba a su cuñado, en busca de consuelo, e incluso se lo pedía explícitamente:

—Abrázame ahora, Juan Alberto, abrázame que lo necesito— Rogaba Mercedes con ojos vidriosos

—Vení, vení a mis bazos, Merce— le susurraba en voz baja Juan Alberto con la excusa de no “alarmar” a su suegra, y una vez que la tenía abrazada bien fuerte la consolaba mientras le acariciaba el pelo—Shhh…. Ya está, Merce, ya está.

A medida que clasificaban mas cosas, especialmente la ropa que había pertenecido a Ariana, más se animaba la cosa entre los cuñados. Los abrazos y las caricias de consuelo ocurrían espontáneamente y con mucha frecuencia. Las risas y sonrisas cómplices brotaban por cosas mínimas, como cuando Mercedes se “medía” ropa de Ariana apoyándosela en su cuerpo fingiendo poses divertidas, o incluso sexy.

Para el cuarto día, cualquiera que los hubiera visto hubiera dicho que estaban flirteando y tonteando torpemente. Pero nadie los veía, ni siquiera la señora Graciela. Y ellos continuaban en ese juego que cuando amagaba a ser interrumpido por la tristeza y el dolor que provocaba la pérdida irreparable, era reencausado con un “abrazo de consuelo”. En uno de esos abrazos, Mercedes se animó a auscultar a su cuñado intentando entender cuáles eran sus intenciones.

—Gracias por comprenderme y no pensar mal de mí, Juan Alberto, cualquier otro tipo ya se estaría aprovechando, seguramente

Juan Alberto sopesó el comentario en silencio sin dejar de acariciarle el pelo ¿Era realmente un agradecimiento? ¿O era una invitación a aprovecharse de ella?

—Gracias a vos, por confiar en mí de esta manera. Me gusta tenerte así. A mí también me hace bien— respondió ceremoniosamente el viudo.

Mercedes levantó la mirada y sus caras quedaron a pocos centímetros

—Si alguien nos viera ahora, seguro pensaría mal de nosotros— aventuró Mercedes mirando alternativamente a los ojos y la boca de su cuñado.

—La única persona cuya opinión me importaba en este mundo, ya no está más con nosotros— Dijo Juan Alberto serio, haciendo que los ojos de Mercedes se volvieran vidriosos de lágrimas contenidas.

—Y a mí me pa…sa igual— intentó subirse al carro la mujer con la voz entrecortada.

Las palabras de Juan no eran casualidad, estaban planeadas para llegar a ese instante, y lo aprovechó sin dudarlo.

—Bueno… en tu caso está tu mamá…. Y Gregorio

—Lo que piense Gregorio no es relevante, Juan, y mi mamá es una señora de edad que sigue lo que Arian… bueno… ahora… lo que yo le diga— se corrigió sobre la marcha y respondió Mercedes que ahora lo miraba seria y desafiante.

—Creo que ahora puedo decirte algo que es un secreto— Confesó Juan— Siempre me gustaste muchísimo. Y a la única persona que se lo he dicho ha sido…

—A mi hermana— Dijo con la sonrisa de oreja a oreja Mercedes.

Juan Alberto fingió sorpresa.

—jajaja Nos contábamos todo. Ariana me dijo que en algunas ocasiones le habías dicho que yo “estaba recontra buena” — dijo Mercedes divertida e imitando el acento de su cuñado.

El viudo sabía perfectamente que todo lo que le contara a su esposa, ella se lo contaría a la hermana y decidió subir la apuesta.

—Jajaja. Esa Ariana era incorregible. Te contaba todo. Me pregunto ¿qué más te debe haber contado de nuestra intimidad? — la azuzó Juan Alberto.

—Jajaja. Absolutamente TODDDDO— respondió Mercedes burlona.

En ese momento, el viudo se lanzó a por la boca de su cuñada que le correspondió sin titubeos generando un beso de tuerca y tornillo con lenguas entrelazadas primero y luego con lametones mutuos después. Como suele ocurrir en esos momentos, las manos se acompasaron con las bocas y ambos se encontraron sobando al otro: Juan Alberto dedicado a las tetas enormes y firmes de Mercedes y ella frotando los pectorales y bajando al abdomen con una mano, mientras a la otra la mantenía en el cuello y la nuca de Juan Alberto.

Si les preguntaran a ellos cuanto duraron así, no obtendrían respuesta, porque los dos perdieron noción del tiempo. Pero fue Mercedes la que hizo que todo terminara soltando a Juan Alberto y retirando su boca.

—No. No. Esto no está bien. No, Juan Alberto.

A pesar de ser sorprendido por el repentino remordimiento de su cuñada, Juan Alberto, maliciosamente la llevó a terreno donde la sabía vulnerable.

—Tenés razón Mercedes. Tenés razón. No debí haber hecho eso con vos, sos una mujer casada— Espetó el viudo, sabiendo que culparse por el beso mutuo y a la vez poner la atención en el infeliz matrimonio de Mercedes la iba a ser reaccionar.

—¿Casada? No es por eso, Juan Alberto, es porque sos el esposo de mi Hermana— murmuró la mujer enérgicamente, pero evitando levantar la voz.

—Ah… Eso… — Simuló sorpresa y duda el malintencionado viudo que ya estaba totalmente emperrado en cogerse a la hermana de su difunta esposa.

—¿Cómo ah, eso? ESO es lo más importante: ¡la memoria de mi hermana!— La dolida Mercedes levantó la voz sin pudor ni miedo a ser escuchada por su madre.

—Está Bien. — La cortó en seco Juan Alberto de manera dominante, pero sin levantar la voz. —Vemos las cosas de otro modo. Yo nunca hubiera hecho algo así mientras Ariana vivía. Pero, con todo el dolor del mundo lo digo, ya no es ese el caso y no veo conflicto alguno de mi parte en tener una relación con vos. Pero hubiera entendido que vos, por respetar a tu esposo, no quisieras tener una relación conmigo….

—¿Respetar a mi esposo? ¡Si ese no se respeta a si mismo!— Era ahora Mercedes la que interrumpía a Juan Alberto. —Si fuera por eso yo ya te hubiera cogido, Juan Alberto, pero entiéndelo, que mi hermana, muerta o no, te amaba.— Yo no le puedo hacer esto.

Juan Alberto la vió dudando y con los ojos llenos de lágrimas y le dio la estocada final.

—Aunque suene duro, alguien debe decirlo, Mercedes: no le podés hacer nada a tu hermana. Ya no.

Le soltó la frase sabiendo que la haría estallar en llanto y la recibió en sus brazos para apretarla bien fuerte. Y esa fue la perdición de Mercedes, que volvió a caer en las redes de su cuñado murmurando

—Tienes razón, tienes razón, no tiene nada de malo…

Y volvieron los besos, las sobadas mutuas, las mordidas de labios y las palabras de mutuo aliento.

—Que bien besas, Juan Alberto, mejor que lo que mi hermana me había contado.

—Vos sos increíble, Mercedes, increíble.

Finalmente se separaron, Mercedes simuló arreglarse la ropa, se secó alguna lágrima que corría por su mejilla y ambos estallaron en una risa que debieron ahogar entre pedidos mutuos de silencio que no hacían más que aumentar la complicidad entre ambos.

—¡Shhhhhh! Que tu mamá nos va a escuchar— Sugirió el viudo.

—Jajaja.  Es verdad. Y va a ser difícil de explicar mi felicidad. Debemos tener cuidado— Aseguró Mercedes dando explícitamente luz verde a un affair entre ellos.

Para no levantar más sospechas de la dolida madre de Ariana, decidieron salir de la habitación e involucrar a la suegra de Juan Alberto en un compartir de conversación y comida. El viudo dueño de casa preparó una buena picada y la ofreció a las huéspedes.

Y entre una cosa y otra, la señora Graciela trajo a colación el tema del que Mercedes no se animaba a hablar.

—¿Ya le preguntaste, Mercedes? —Preguntó la suegra de Juan Alberto.

—No. Mami. No se ha presentado la oportunidad— Respondió la hija a su madre como si el viudo no existiera.

—Disculpen. ¿De qué estamos hablando?— Dijo el viudo que se veía venir la cosa pero no quiso dar prenda de nada.

–Mercedes tiene algo que preguntarte— La respuesta de su suegra, era la orden a Mercedes para hablar.

—Emmm…. Es sobre el tema económico— Se aventuró la cuñada, nerviosa.

—Tranquilas. Obviamente me ocupo de todo. Todo el funeral ya ha sido arreglado— Respondió desinteresadamente Juan Alberto sabiendo que no se referían a eso.

La sorpresa invadió a las dos mujeres y Mercedes carraspeó y se animó.

—No nos referimos a ese tema económico, sino al nuestro. Estamos…. Mi mamá y yo…. Las dos, bah… Estamos preocupadas por nuestra…. Por nuestro…— Mercedes no sabía cómo pedirlo.

—Ariana nos pasaba dinero. Si no hubiera sido por ella, no podríamos sobrevivir— Dijo la madre con decisión

—Y ahora las dos tenemos mucha incertidumbre sobre lo que va a pasar con… con eso, bah— Completó el panorama Mercedes.

Se hizo silencio y Juan Alberto terció con gravedad.

—Comprendo. Comprendo… Yo ya lo había pensado— Prolongó el suspenso el viudo que ya jugaba con el pánico de las dos mujeres.

—¿Y? ¿Nos vas a seguir mandado dinero o nos vas a dejar librada a nuestra suerte ahora que murió Ariana?— preguntó desesperada la suegra.

—¡Mamá! ¡Esa no es forma de preguntar!—Reaccionó la cuñada del viudo.

—Es la UNICA forma de preguntar, Hija. Y yo necesito saberlo ahora mismo. Casi no puedo dormir pensando en eso…. Y en Arianita, mi amor…—Se corrigió automáticamente la vieja sin dejar dudas que para ella, ahora, era más importante su pasar económico que la memoria de su hija menor. Después de todo, la muerte no tenía solución, y su bienestar sí.

—Basta, Mamá. Así no está bien. El tema está planteado y lo vamos a hablar Juan Alberto y yo en privado. —Sentenció la hija.

Juan Alberto, que gustosamente había tomado un asiento trasero en esa escena, volvió a la palestra aprovechando la oportunidad que su deseada cuñada le dejaba picando.

—De hecho, esto que dice Mercedes me parece una excelente idea. Y no porque me moleste la forma en que pregunta Doña Graciela, sino que, por tradición en la familia de ustedes, de los arreglos económicos siempre te ocupabas vos, Mercedes. ¿o no?

Era verdad. Mercedes arreglaba siempre los montos y las transferencias con su hermana. La Madre se limitaba a gastar de la cuenta donde “le aparecía” el dinero cada fin de mes sin que ella tuviera que pedirlo. Así de mal acostumbrados los tenía Ariana.

—Gracias Juan Alberto. Me parece lo mejor— respondió Mercedes.

—Si. Lo único que le aseguro, Doña Graciela, es que usted no tiene de qué preocuparse. Deje todo en manos de Mercedes. ¿Si?— Dijo el viudo.

—Si. Les pido disculpas. Estoy muy angustiada por… todo. —Dijo la vieja para no parecer demasiado ambiciosa, pero a esa altura sólo le preocupaba el dinero.

—Es entendible mamá. Todo va a estar bien. Ya arreglaremos entre nosotros. —Dijo Mercedes buscando la mirada de asentimiento de su cuñado.

—Bien. Me tengo que ir a duchar— Dijo la vieja atropellada— Así que los dejo que lo hablen ahora mismo.

Una vez que se retiró la suegra y ambos se aseguraron que no los escuchaba. Juan Alberto tomó la iniciativa. Los dos se sentaron en el sofá de la sala y comenzaron una difícil conversación.

—Mercedes, yo no las voy a dejar en banda. Pero tampoco puedo estar como Ariana llamándote seis veces al día a ver si necesitas plata y mandándote dinero semanal o mensualmente— Sentenció el viudo.

—Pero es que…— quiso terciar la cuñada sin éxito.

—Pará y escuchame— le ordenó Juan Alberto que nuevamente tomaba una posición dominante sobre su cuñada.

—Ariana y Yo manejábamos cuentas separadas. Ella les mandaba dinero de su cuenta, y a la vez compartíamos los gastos de nuestra vida matrimonial. La cuenta de tu hermana tiene una buena cantidad de dinero que he decidido dividir de la siguiente manera: Primero tomaré dinero para pagar la mitad de la hipoteca de la casa y otros gastos que ya tenemos incurridos entre los dos. Y luego, de lo que sobra, que te aclaro, Mercedes, no es poco, lo vamos a dividir en partes iguales. Mitad para vos y mitad para mí.

En la mente de Mercedes, el trato era desigual, realmente, porque Juan Alberto pagaba todas sus deudas, se quedaba con las propiedades en común y encima se quedaba con la mitad del dinero que Ariana había ahorrado en toda su vida, incluido lo ganado antes que los dos se conocieran. Pero a la vez, legalmente, era un acto de desprendimiento de parte de Juan Alberto, porque toda la herencia le correspondía a él.

En realidad era una canallada: Juan Alberto había movido una enorme cantidad de dinero de Ariana a su cuenta  el día anterior y le mentía descaradamente a su cuñada para aprovecharse de ella.

Mercedes no sabía que decir. Ni lo había pensado antes. Y si bien por un lado ella sentía que Juan Alberto estaba haciéndose de dinero con el trato, por el otro se sabía del lado débil.

—Juan… Bueno… No sé…. ¿Te parece que con eso mi mamá y yo podremos salir adelante?— Rogó más que preguntó la cuñada agobiada.

—Por supuesto, Mercedes. No sólo vos y tu madre, sino también tus hijas y Gregorio van a tener un buen pasar. Lo que queda en la cuenta de tu hermana es el equivalente a 2 años de remesas para vos y tu madre— Sentenció Juan Alberto sabiendo que la estaba robando descaradamente.

—¿Dos años?— preguntó sorprendida Mercedes que creía (con razón) que su hermana tenía más dinero ahorrado

—Si. Es que Ariana casi no podía ahorrar por mandarles dinero a ustedes. Además les tenia que bancar viajes y todo tipo de cosas— El viudo escondía el reproche detrás de un razonamiento frio y desapasionado.

El recuerdo de su fallecida hermana, el miedo al despojo y, ahora, la culpa de haber sido ella la que le había impedido a su hermana ahorrar mejor, hizo a Mercedes romper en sollozos. Y automáticamente tender los brazos a su cuñado. El pérfido viudo la tenía donde quería.

Ni bien sintió las firmes tetas de su cuñada en su pecho, y sin respetar el dolor ni la angustia de Mercedes, Juan Alberto comenzó a besar los cachetes de su cuñada y a aproximarse a su boca. Al intentar meterle la lengua en la boca notó que, si bien su cuñada no lo rechazaba, tampoco lo correspondía. Simplemente se dejaba hacer resignada.

Juan Alberto dejó de besarla, la miró a los ojos y le pidió explicaciones de manera cruel.

—¿Qué pasa ahora ? ¿Ya no me deseás más? —Le dijo, insinuando tácitamente que los besos de antes por la tarde habían sido para intentar dorarle la píldora.

La verdad era que Mercedes no se sentía en ese momento con ganas de besarse con nadie. El miedo, la incertidumbre y el dolor la dominaban. Pero a la vez sintió terror que su cuñado se sintiera rechazado y que decidiera retirarle el “poco” dinero que ya le había prometido. Así que sin contestarle se arrojó a besarlo como si fuera una quinceañera enamorada.

Juan Alberto se sabía poderoso y decidió aprovecharse descaradamente de la situación sobándole las tetas con una mano y con la otra colocando la mano de Mercedes sobre su paquete para que ella lo correspondiera. Los besos del viudo taimado se volvieron mordeduras y lamidas llenas de una lujuria violenta y morbosa.

Mercedes, para no contrariar a quien ahora era prácticamente su único sustento económico decidió seguir el juego y empeñarse en corresponderlo. Las largas uñas de sus dedos (cuya manicura costaba muchísimo dinero que ella no podía pagar de su bolsillo) comenzaron a rasguñar el bulto que la verga inflamada del cuñado marcaba en el jean gastado. La lengua de la cuñada lamía la boca del viudo como si se le fuera la vida en ello. Y a su vez, procuraba simular más placer del que sentía gimiendo y suspirando cuando Juan Alberto, presa de una furia descarada apretaba sus tetas y pezones con fuerza.

Entre semejante despliegue de morbo, el viudo soltó las tetas de su cuñada y comenzó a desprenderle la camisa. Ella no se dejó llevar por la sorpresa y se dejó hacer, pensando que Juan Alberto metería la mano para sobarle las tetas sobre el corpiño. Pero cuando quiso darse cuenta se vio a si misma con su enormes y morenas tetas asomando por debajo de un corpiño que había sido subido sin desabrochar hasta casi convertirse en un collar de ahorque. Y antes de reaccionar, ya lo tenía a Juan Alberto hincado sobre ella, mordiéndole y chupándole los pezones erguidos.

En otras circunstancias tener a un hombre como él en esa situación la hubiera excitado enormemente. Y, la verdad, que todo eso le daba algo de morbo a pesar de saber que se dejaba hacer por miedo a que Juan Alberto no le diera el dinero prometido. Pero simultáneamente, Mercedes sentía rechazo y miedo. Ella se daba cuenta que Juan Alberto la tenía en sus garras y que estaba tomando ventaja de la situación. Y también temía que su madre apareciera de un momento a otro y los descubriera. Esto último le dio la excusa que necesitaba. Sin dejar de acariciarle el pelo con una mano y sobarle el paquete con la otra mientras él le chupeteaba los pezones, y sin dejar de gemir, para no contrariarlo, Mercedes intentó hacer entrar en razones a su cuñado aprovechador.

—¡Agghhh! Juan Alb…uuffff Cuidado, puede venir mi Ahhhh…. Mi Mami— Imploró entre jadeos, mitad fingidos y mitad reales, Mercedes.

Alberto fue menguando despacio sus lamidas, para demostrarle a Mercedes que los tiempos los imponía él. Y la hizo levantar del sillón (aun con las tetas colgando al aire por entre las prendas totalmente desarregladas) para darle instrucciones.

—Tenés razón Merce, además tenemos que seguir “ordenando” ciertas cositas pendientes en mi habitación. —Sentenció el viudo, aludiendo evidentemente que quería estar a solas con ella en el dormitorio.

Mercedes comprendió la insinuación y, sumisa, decidió corresponderlo. De hecho, si no hubiera tenido necesidad alguna de dinero, ella posiblemente se lo hubiera cogido igual. Y si ahora lo hacía como una manera de sellar un pacto económico con su cuñado, ¿qué? De no recibir ese dinero, posiblemente el cerdo de su esposo la hubiera empujado a tener sexo con alguno de los empresarios amigos de ellos que aun mantenían un buen pasar económico en su país de origen.

Por lo tanto, Mercedes decidió tomar un enfoque práctico. Se guardó las tetas de manera muy sexy, se acomodó el pelo y la ropa sonriendo, guiñó el ojo a su libidinoso cuñado y dándole un piquito le dijo.

—Espérame en tu habitación. Voy a ir a asegurarme que mi mamá está dormida y no nos vaya a interrumpir

Le habían deslizado otra pastilla a la vieja antes de servirle la picada y seguramente después de la ducha estaría durmiendo como un angelito.

Cuando Mercedes entró a la habitación de Juan Alberto, lo encontró en la cama, acostado boca arriba, con las piernas abiertas y las manos detrás de la nuca. Sólo vestía su pantalón y marcaba unos abdominales muy sexy.

Mercedes se quedó mirándolo y no tuvo más que recordar a su esposo en una posición similar para decidirse a hacerlo. Juan Alberto no solo la iba a mantener, sino que además no estaba panzón y el bulto revelaba una verga tiesa y dura, no una porquería blandita y fofa como la que ella tenía en su casa.

La cuñada se desnudó delante de Juan Alberto como si estuviera haciendo un strip tease. Se sentía más puta que nunca pensando que eso lo estaba haciendo por dinero. Y sinceramente, no le desagradaba tanto. La mueca de satisfacción en la cara de Juan Alberto le había causado rechazo en un primer momento, pero cuando la cara de su cuñadito viudo se transformó en una mueca de asombrosa lujuria al verla completamente desnuda, se puso como loca. Se sintió sexy, super sexy. Y se sintió deseada por un hombre algo más joven que ella, buen mozo, y de muy buen pasar. ¿Cuánto hacía que no le pasaba eso?

Mercedes se abalanzó sobre su cuñado sabiéndose deseada al punto que iba a recibir una cantidad respetable de dinero por comerse esa pija.

Incluso ahora, en su mente, la voluntad de su difunta hermana de dejarlas bien mantenidas a ella y su madre ya no tenía valor alguno. Mercedes definitivamente prefería creer que ella se estaba ganando la generosidad de Juan Alberto. Por primera vez en más de 5 años ya no recibía dinero de regalo (de su hermana), sino que se lo estaba ganando. Y si se lo ganaba gozando, ¿Qué tenía de malo?

Cuando Mercedes se abalanzó desnuda sobre su cuñado, retomaron donde habían dejado. Primero con lúbricos besos de lujuria y luego con Juan Alberto comiéndole y mordiéndole babosa y violentamente los renegridos pezones que coronaban las morenas tetas de Mercedes.

Los fuertes brazos del viudo tomaron la cintura fina de la madura cuñada para hacerla sentar a horcajadas sobre el bulto que la verga marcaba en el pantalón, y ella, como una autómata, comenzó a mover sensualmente las caderas para frotar su entrepierna en la pétrea montaña que se dibujaba bajo la bragueta de quien había sido esposo de su hermana. La áspera tela del pantalón del hombre quemó su delicada y enrojecida vulva al frotarse de esa forma. Y ella apoyó su frente sobre la de Juan Alberto y haciendo fuerza con sus delicadas manos sobre el duro pecho del cuñado atinó a separarse para evitar el escozor doloroso en su tierna vulva.

—SHHHH despacito, Juan, tienes mucha potencia y me haces doler. Tu pantalón me raspa “ahí”— Dijo ella sabiendo que a todo hombre le gusta que le digan que es potente y bien dotado.  Realmente se estaba convirtiendo en una puta.

Juan Alberto aflojó la presión de sus manotas sobre la delgada cintura de su cuarentona cuñada y sonrió con una cara de satisfacción que demostraba que las palabras de Mercedes eran atinadas.

—Eso es porque no me desvestiste, Merce. ¿Qué estás esperando? —Demandó con fingido cariño el  viudo.

—Si esta pija me hace sentir así debajo del pantalón, no quiero imaginar lo que va a ser cuando me la claves— Le respondió Mercedes totalmente metida en el rol de mujer fatal, mientras se movía de encima de Juan Alberto y comenzaba a desabrocharle el pantalón y a tironeárselo exagerando la desesperación que de por sí sentía ella por ver esa verga de la cual tanto le había hablado su confidente hermana.

—Vos “sí” que te la vas a comer toda y a tragar toda la leche ¿verdad?—Dijo juan Alberto en tácita alusión a su difunta esposa que se negaba rotundamente a que le acabara en la boca.

Mercedes comprendió en una fracción de segundo y la angustia de saberse comparada con su hermanita que acababa de morir la invadió. Pero se repuso al instante y con su mejor cara de puta, mientras tironeaba del calzoncillo de su cuñado, lo miró sonriendo y le respondió:

—Esta putita que se va a tragar toda tu leche, ya verás—

La suerte estaba echada. Acababa de cruzar verbalmente dos umbrales de los cuales, ella sabía, que no iba a volver. Uno era aceptar ser comparada sexualmente con su difunta hermana por su propio cuñado viudo, el otro era llamarse a si misma “putita” frente al cuñado del cual dependía económicamente. Mil pensamientos se le cruzaron en ese momento por la cabeza a Mercedes y los barrió de su mente en el preciso instante que la tranca erecta de Juan Alberto aparecía delante de sus ojos. Era una verga grande, no enorme, había visto más largas y más gordas en su juventud de estudiante, pero era definitivamente mucho mayor que la de su esposo… Y tenía una dureza de acero templado que hacía décadas, sin exagerar, ella no sentía.

Automáticamente y sin borrar la sonrisa de sus ojos abrió la boca y se comió la rígida barra de carne del viudo. Comenzó a chuparla con fruición al tiempo que le acompasaba una paja de a dos manos. El cuñado le puso las dos manos en la cabeza y le empezó a marcar el ritmo. Ella le siguió la corriente y solo de vez en cuando se la sacaba de la boca para decirle alguna grosería que sabia que excitaría cualquier tipo.

—Dale, dale, dame la lechita. No aguanto más. La quiero en mi boca.

—¿Querés leche en la boca? Sacala, putita, dale, sacala vos con esa boquita—

La felación siguió in-crescendo. Aumentando en ritmo, violencia y grosería verbal. Juan Alberto le culeaba la boca, empujando sus caderas como si la estuviera penetrando por la vulva y Mercedes, sin amedrentarse mamaba, se atragantaba, hacía arcadas, se la sacaba la verga de la boca, la escupía cual actriz porno y se la volvía a tragar, no sin antes pedir que le eyaculara en su boca o decir algún otro comentario soez.

Era una mamada violenta y calculada por los dos lados. Mercedes quería sellar algo así un trato que le resolviera su situación económica (y la de su madre). Juan Alberto quería ver que tan lejos estaba dispuesta a llegar la hermana de su esposa.

Mercedes siguió mamando como una posesa hasta que sintió que a su viudo cuñado le venían los espasmos eyaculatorios y mirándolo a los ojos lo invitó, o mejor dicho le rogó, que se descargara en su boca y en su cara. Lo cual Juan Alberto hizo sin dudar, estallando en cuatro potentes y voluminosos chorros seminales que fueron a parar en parte a la boca de Mercedes y en parte a su cara mientras ella sonreía como una actriz porno habituada a los enchastres de esa guisa.

Aún sufriendo espasmos orgásmicos (pero ya sin eyacular más). Juan Alberto tomó a su desnuda cuñada por las axilas y la levantó hacia sí, la abrazó y la besó apasionadamente en la boca y en la cara, limpiándole con su lengua los restos de semen y acariciándola tiernamente.

—¡Uffff! Sos increíble Merce. Esa es una de las mejores mamadas que me han hecho en toda mi vida. Gracias— Juan Alberto elogió a su cuñada.

Mercedes se vió envuelta en un torbellino abrumador de sensaciones. Por un lado, se sentía sexualmente excitada y poderosa, por el otro sentía una tristeza y culpa terribles pensando en su hermana, pero a la vez, se sentía en paz porque tenía la seguridad que dicha mamada les había comprado una buena cantidad de remesas. Y de sólo pensar eso se sentía como una terrible puta que mamaba esa verga por dinero, Lo cual retroalimentaba todos los sentimientos anteriores: de poder, de culpa, de lujuria y de angustia.

Juan Alberto, satisfecho, malicioso y pérfido, decidió traer a colación el tema del dinero ni bien terminó de limpiar su leche de la cara de la cuñada. Se estaba volviendo perverso, y eso le gustaba.

—¿Cómo voy a negarme a ayudarte económicamente si estás dispuesta a consentirme de esta forma, Merce? —La humilló el viudo.

Mercedes, aturdida, pero decidida a hacer valer lo que acababa de hacer, se rehízo y entró en el juego para no dejarse avasallar y mostrar que a ella también le gustaba la idea.

—Si tú estás dispuesto a reemplazar el rol que cumplía mi hermana, manteniéndonos, Juan Alberto, lo menos que puedo hacer es intentar cumplir el rol de satisfacerte sexualmente que mi hermana no podrá cumplir más— Propuso Mercedes con más decisión que sentido práctico.

—jajaja. Suena como un buen trato— Repuso el viudo. —Pero eso va a ser imposible en este caso, Merce.

—¿Qué? ¿Otra vez con el tema que estoy casada? No te propongo ser tu esposa, sino tu amante y hacer todo lo que hacía mi hermana, y mucho más— Preguntó y se respondió la cuñada.

—jajaaja. No, no lo decía por el cornudo de Gregorio, me queda claro que él no cambia nada en este trato. Me refiero a que vas a vivir muy lejos, no me vas a poder dar la frecuencia que me daba tu hermanita, Mercedes. —Sentenció el viudo.

—Lo que carezca en frecuencia te lo puedo compensar en calidad, en… ¿cómo se dice?…—

Comenzó decidida Mercedes, pero dudó al no hallar palabras adecuadas.

—¿Emputecimiento? ¿Guarrería? —Sugirió Juan Alberto risueño

—Llámalo como tú quieras. Puedo ser tu hembra, y tu esclava sexual toda vez que sea necesario— Dijo ahora sin titubeos la cuñada que estaba decidida a ganarse el dinero del viudo de su hermana haciendo cualquier chanchada sexual con Juan Alberto, asumiendo que ella también lo disfrutaría.

—¿Aceptarías someterte a mi voluntad 24 horas al día, todos los días del año, sin importar distancias ni circunstancias? — Preguntó con inconfundible perfidia el viudo.

Mercedes comenzó a asustarse

—Dime en concreto qué me propones

—Muy simple. —Dijo Juan Alberto— Te propongo dos alternativas bien distintas y sólo esas dos. Lo que vos elijas se cumplirá.

—Te escucho, Juan Alberto.

—La primera alternativa es la que te propuse antes: te doy la suma de dinero que corresponda de los ahorros personales de tu hermana, y como te dije, es bastante, y no nos vemos nunca más. Vos usás eso como más te plazca, lo repartís con tu madre, o lo que quieras. Pero no me pedís mas dinero, incluso, mejor, no nos escribimos más y cada uno sigue por la vida como antes que yo conociera a tu hermanita.

Mercedes tenía lágrimas en los ojos, si bien había disfrutado comerse esa pija, ella esperaba un ablandamiento de parte del cuñado gracias a ello. Y eso no parecía ocurrir. Pero se animó pensando que había otra opción que tenía mas que ver con el sexo, y la pidió.

—Bien. Esa opción la conocía. ¿Qué otra alternativa tengo?

—La otra es que las remesas te sigan llegando como hasta ahora, y los regalos, y los envíos especiales por cuanta ocasión se presente, que sé que ustedes para gastar la plata ganada por otros son como mandados a hacer. —Explicó hiriente el viudo y sin darle tiempo continuó: —Sólo que esta opción implica que te sometas a mis caprichos y voluntades en todos los aspectos de tu vida. Cuando yo quiera cogerte, te visito o te envío el pasaje, y vos te entregas de todas las formas que a mí se me ocurran. Y no te vas a dejar tocar por nadie mas sin mi permiso. Hasta para chuparle la verga a Gregorio, necesitarás mi autorización. Yo también decidiré si pueden, cuando y a donde saldrán de vacaciones, cuando cambiarán sus autos, que tipo de escuela asistirán sus hijas. Absolutamente todo lo que quieran hacer deberá consultado conmigo.

Juan Alberto no esperaba que la aceptara, más bien esperaba que le negociara algo. Pero se encontró con que Mercedes, más desesperada de lo imaginable, aceptaba sin rechistar.

Si. La propuesta le parecía extrema a Mercedes, pero ella la vio como un “win-win”: la excusa perfecta para rechazar a su desagradable esposo, para quitar todo poder de decisión a Gregorio, y la posibilidad de ganarse las remesas gozando con Juan Alberto, que parecía ser un amante potente y divertido. Además, ella contaba con que Juan Alberto la seguiría consintiendo a ella y a sus hijas con lo mejor, como había hecho su hermana.

—¡QUIERO ESO! Confío que aunque todas las desiciones pasen por vos, siempre serán las mejores para mí y mis hijas— eligió atropelladamente Mercedes

—shhhh…. No te apures. Estoy hablando de resignar todo poder de decisión en mí. La escuela de tus hijas, las actividades que harán como familia, la posibilidad de salir de fiesta con amigos. Todo.

—Me da miedo, sí, pero confío en vos… y necesito que nos sigas manteniendo… y también…

—¿y qué mas? — preguntó Juan Alberto sorprendido

—Y tengo la sensación que voy a gozar sexualmente como nunca antes— Dijo Mercedes con una tremenda cara de lujuria, que ni siquiera ella sabía cuanto era real y cuanto fingida

—Antes que decidas, y para que tengas una idea de cómo las vas a pasar, te quiero mostrar algo Merce, ponete en cuatro, dale— Le ordenó el viudo.

Mercedes sabía que se la iba a a coger, porque mientras conversaban ella le había seguido tocando la pija y ésta se había vuelto a parar. Mercedes, a su vez, estaba lubricada y excitada y quería ser penetrada por Juan Alberto, por lo tanto, obedecía y azuzó al cuñado.

—Cógeme Juan Alberto, no me hagas esperar, te deseo dentro

Sin dejar de besarla y acariciarla el viudo fue girando alrededor de ella hasta que se puso arrodillado detrás de la cuñada que estaba con el culo parado en pose perrito. Cuando las dos grandes manos del hombre tomaron la cintura de la mujer y comenzaron a tironearla hacia atrás, ella supo lo que se venía, y un segundo más tarde, la presión de un glande grande y duro en los labios vulvares se lo confirmó. Ella reaccionó pidiendo ser penetrada

—¡ohhh! ¡Siii! ¡Métemela toda, porfa, tod…. AAAAHHHHGGGG!

Antes de terminar la frase, el pijote de su cuñado se le había enterrado hasta las pelotas  haciéndola inspirar aire ahogando un grito de placer. El mete-saca inmediato la hizo soltar todo el aire

—FFFFFSSSSS ¡SIII! ¡Eso, Eso!

La penetración era profunda y acompasada. Las manos del viudo por momentos la tomaban de los hombros, por momentos de la cintura, por momentos la acariciaban con ternura. El ritmo pasaba de brutal a suave y tierno de un momento al otro. Las groserías del viudo por momento se tornaban en palabras de cariño y aliento. Coger con Juan Alberto era como deslizarse por una montaña rusa sexual, tal cual como lo había descrito la difunta hermana de Mercedes.

Mercedes entró de lleno en el juego y cuando quiso darse cuenta sintió los cosquilleos intensos que le anunciaban un orgasmo inminente y comenzó a anunciarlo.

—Me haces venir, Juan Alberto, me haces venir. Me vengo, me vengo, déjame venirme, por favor— Rogó Mercedes instintivamente, sin entender bien por qué pedía permiso para eso.

—Así me gusta, que me pidas permiso para todo. Venite, mi vida, dale, venite para mí— Autorizó Juan Alberto.

Y Mercedes explotó en un orgasmo intenso y prolongado, entre gritos y convulsiones mientras Juan Alberto no paraba de bombearla hasta venirse él mismo.

Cuando los cuerpos de ambos pararon de convulsionarse, se desplomaron exhaustos y sudorosos sobre las sábanas de la cama matrimonial de Juan Alberto y se durmieron abrazados.

El golpe en la puerta despertó a los dos amantes que escucharon resonar los gritos de Doña Graciela.

—Juan Alberto, hijo, ¡no encuentro a Mercedes por ninguna parte! — resonó desesperada la suegra.

—Tranquila suegra. Está acá. Trabajamos hasta tarde y quedó rendida. Durmió acá— Reaccionó Juan Alberto sin inmutarse por la cara de horror de su cuñada que se vio delatada ante su propia madre.

—¿Puedo pasar? —Preguntó la suegra.

—Ella está en el baño ahora y yo me estoy cambiando. Ahora bajamos, Señora Graciela. Ahora bajamos. —Sancionó el viudo eludiendo la pregunta.

La vieja evitó intentar comprender y les dijo que estaba bien y los esperaba para desayunar en la cocina.

Después que la madre de Mercedes se retiró, Juan Alberto se levantó con calma y fríamente le dijo que se duchara y que se pusiera uno de los camisones de Ariana antes de bajar, que la esperaba abajo a desayunar y que le dirían a la madre que ella cayó vencida por el cansancio y él la dejó dormir en su cama mientras él se pasaba al sofá que tenían en el amplio dormitorio.

—No te preocupes, Mercedes, tu madre cree todo lo que le decimos, y además va a estar feliz de escuchar que seguirá recibiendo sus remesas.

Así fue. Cuando Mercedes bajó a la cocina, su madre ya había escuchado de Juan Alberto la versión de la inocente pernoctada en su habitación. Pero la sorpresa para Graciela fue que Mercedes venía vestida con la ropa de Ariana. Se la veía muy sexy.

—oh… hija… que bella estás con la ropa de Arianita. Ella estaría orgullosa de saber que la estás usando— intentó justificar la madre la bizarra escena que se le presentaba.

En efecto, su hija había pasado la noche en la habitación del viudo y ahora bajaba vestida como su fallecida hermana. No era precisamente algo que uno espera ver en el período de duelo. Juan Alberto agregó un comentario con doble sentido.

—Tiene usted razón en todo, Graciela. Ariana estaría muy de acuerdo en que Mercedes use todo lo que alguna vez le ha pertenecido. Que lo aproveche y lo goce, como quien dice.

Mercedes comprendió de inmediato como venía el juego de Juan Alberto y se sumó a él para no contrariarlo, y también porque lo empezaba a disfrutar.

—Y yo me lo puse porque sé que Ariana quería que yo disfrutara de todo lo que ella alguna vez ha disfrutado, mami. —Dijo Mercedes guiñando el ojo imperceptiblemente a Juan Alberto.

En el desayuno, la vieja intentó sacar el tema de las tareas que supuestamente desarrollaban en la habitación del viudo.

—Hija, ¿así que anoche trabajaste hasta tarde? ¿Cuánto les falta? Eso les está llevando mucho tiempo. No debe ser tarea fácil. Yo no la podría terminar

La madre hablaba mucho y rápido. Estaba algo nerviosa.

—Por suerte anoche “acabamos”, mami— Dijo con picardía Mercedes mientras escondía su cara detrás de la taza de café y dirigía una mirada cómplice a su dominante amante y cuñado.

—Las dos dicen la verdad —Terció Juan Alberto —No fue fácil, pero anoche “le dimos muy duro”. Fue trabajo en equipo. Cada uno se ocupó de una parte. Yo “acabé primero” y después le dí una mano a Mercedes.

—Si. Y pudimos “acabar juntos” pasada la medianoche —Agregó ya con total descaro Mercedes.

—Que bien, que bien, me alegro mucho— concluyó la madre evitando pensar en el doble sentido que cualquier persona podía observar en los comentarios.

—Y eso no es lo único bueno que pasó anoche en esa habitación, suegra —Agregó Juan Alberto observando con placer la cara de asombro de la vieja y el pánico en las facciones de Mercedes.

—Porque además de darle muy duro para acabar este tema que teníamos pendiente, Mercedes y yo llegamos a una solución simple para la manutención de todos ustedes— se apuró a aclarar el hombre.

—Si, mami. Son noticias geniales para nosotros. Juan Alberto ha aceptado mantener el mismo nivel de remesas y de aportes económicos que nos hacía Arianita. — Dijo Mercedes con entusiasmo. Eso no cambiará.

El alivio en la cara de Graciela fue evidente y se deshizo en palabras de agradecimiento a ambos por haber arreglado eso. Juan Alberto continuó hablando con doble sentido.

—No tienen nada que agradecer. Para mí será un enorme placer. Se los aseguro.

Al final del desayuno se dedicaron a planear el regreso de las dos mujeres a su país de origen y acordaron que como tenían mucha ropa y pertenencias de la difunta Ariana para llevar de regreso, Juan Alberto mantendría algunas maletas en su casa y les haría una visita en unas pocas semanas para acompañarlas y acercarle esas cosas.

La versión oficial sería esa: Juan Alberto iba a compartir tiempo con su familia política para darse mutuo apoyo en la dura etapa de duelo que sigue a todo fallecimiento. Pero la realidad, que sólo Mercedes y Juan Alberto conocían, era que Juan Alberto iría a visitarlas para cobrarse su parte del trato con Mercedes.

En tres días más, las dos mujeres abordaban un avión de regreso a su país. Lo ocurrido en esos tres días no será contado con detalles, pero como imaginan los lectores, la suegra estuvo abocada a tomar largas siestas (bajo la influencia de poderosos fármacos) y los cuñados se dedicaron a coger como animales en celo.

En el viaje de regreso Mercedes se mantuvo callada, reflexionando sobre el vuelco que su vida acababa de dar, y sopesando las consecuencias que iba a enfrentar a partir de ese momento. Y mientras lo hacía se encontró nuevamente sujeta a dos tipos de sentimientos opuestos: culpa, miedo y algo de bronca por haber aceptado someterse sin condiciones a Juan Alberto por un lado, y satisfacción, felicidad, morbo y lujuria de sentirse ahora hembra de un macho con el cual valía la pena entregarse.

Esta historia recién comienza

Espero que esta larga entrega haya sido de su agrado y que los deje con ganas de una entrega más. Mientras a ustedes les guste, yo intentaré seguir escribiendo.