El visitante
Pedro visita un bar de sadomasoquismo y es follado por Juan y Pablo. Salas oscuras, sexo. Fotos.
Cuando el taxi dejo a Pedro delante de El Sombrero , a las tres de la madrugada, las calles oscuras estaban desiertas, a excepción de dos borrachos que cantaban en la calle, tambaleándose al alejarse.
Pedro sabía la razón por la que estaba allí. Quería sexo. Necesitaba la confirmación de que todavía podía atraer a los hombres. Llamó a la sólida puerta negra y esperó varios minutos a que le abrieran.
Se había vestido completamente de cuero, desde las lustradas botas de motorista hasta la fiel chupa negra, con los pantalones y la camisa del mismo material completaba su atuendo. En parte lo había hecho para impresionar, pero también hacía que se sintiera más seguro, protegido. Como si llevara una armadura.
A pesar de la hora el local estaba lleno. Se abrió paso entre la apretujada multitud y consiguió llegar hasta la barra. Pero no era allí donde quería estar. Inició el camino hacía los cuartos oscuros. Pedro se dirigió hacía la zona de habitaciones raseras. Al llegar allí dudó un momento. ¿Buscaba el oscuro anonimato de la primera habitación o deseaba aventurarse en la sala de juegos?. El tercer cuarto oscuro, como siempre, estaba fuera de límites
Alguien a su lado le invitó a tomar una copa en el tercer cuarto oscuro. Era otro bar solo para socios o invitados. Juan era socio y lo invitaba a él. Juan era aproximadamente de la misma estatura que Pedro pero mucho mas pesado. Vestía un pantalón vaquero y una camiseta blanca que revelaba claramente las tetillas perforadas y exhibía llamativos tatuajes negros en los antebrazos. Tenía el pecho lampiño pero musculoso.
Durante años Pedro se había preguntado qué había detrás de esa anhelada puerta secreta. Pero ni sus fantasías mas extravagantes se parecían, ni siquiera por un instante, a lo que estaba viendo en aquel momento.
Era otro bar, del mismo tamaño que el otro. Y al igual que el otro bar, estaba oscuro, pero no tanto como para impedir que Pedro viese la diferencia que existía entre los rostros privado y público de El Sombrero; aquí el sexo no estaba confinado en los cuartos oscuros. A su alrededor, algunos de los tíos mas guapos que había visto nunca mantenían relaciones sexuales en parejas y tríos, aprovechando en todas las posibilidades los artilugios que había por todas partes. Cabezas rapadas, tíos de cuero y osos llevaban arneses que colgaban del techo, o estaban encadenados a las paredes, compartiendo todas las versiones del placer.
Esto no podía ser real, pensó Pedro, sintiendo que su verga despertaba y se endurecía debajo del pantalón de cuero. Era como si estuviera de visita en el plató donde se filmara la mejor película porno del mundo. Allí donde mirara había sexo y en el aire había un olor que le resultaba muy familiar: hombres y sexo.
Pedro siguió a Juan a través de la enorme sala, pasando junto a dos tíos hermosos que se turnaban para darle por el culo a un tercero que estaba inclinado y atado sobre un potro de cuero negro.
Se encontraron con Pablo un tío robusto vestido con un traje de aviador verde. Llevaba el pelo un poco mas largo que Juan, pero una barba similar. Sonrió mostrando una dentadura perfecta y blanca y Pedro se derritió y comenzó a imaginar a ambos tíos , uno follándole por el culo y el otro por la boca. La imagen era demasiado intensa y vio como Pablo le echaba un vistazo a su ya abultada entrepierna.
Era la primera vez que visitaba un lugar como aquel y pensó que a todos les debía de pasar lo mismo.
Pedro miró a su derecha y vio a un tío alto de bigotes, que llevaba solo un arnés y un anillo en la verga y le estaba haciendo una mamada a un cabeza rapada cubierto de tatuajes y vestido sólo con un par de botas de cuero negro.
Pensó que no se le ocurría nada mejor que estar con los dos y que lo follaran y pasar un buen rato juntos, sobre todo cuando Pablo le acarició su enorme erección por encima del pantalón con una mano y con la otra le acarició el pecho, se aflojo a su antojo, para que hicieran con él lo que les diera en gana.
Sin mediar palabra, Juan y Pablo se llevaron a Pedro hasta otra puerta para estar un poco mas en privado. Entraron en una habitación vacía y débilmente iluminada, del tamaño de una sala de estar. Al igual que el resto del bar las paredes eran negras y en ellas había cadenas y esposas.
Dejó que Juan le quitara la chaqueta que arrojó al suelo. Luego desabrochó lentamente la camisa. Mientras, Pablo quitaba la camiseta a Juan, dejando al descubierto su torso poderoso y lleno de tatuajes,
Juan recorrió con sus manos los duros pectorales de Pedro, le pellizcó las tetillas, arrancándole un gemido de placer.
Juan continuó quitándole la ropa, bajándole los pantalones de cuero hasta los tobillos y asegurándose de acariciar las piernas a Pedro al hacerlo. Al mismo tiempo Pablo desabrochó los tejanos a Juan y dejó que cayeran a sus pies. Juan no llevaba ropa interior y su polla, gruesa y venosa de unos veinte y dos centímetros de largo, saltó como un cobra. Pedro sólo quería hincarse de rodillas y comerse esta polla.
Ahora Pedro sólo llevaba las botas y sus calzoncillos blancos de boxeador; su erección estaba rígida contra su estómago y el glande, rojo y brillante, asomaba por encima de la banda elástica. Pablo se había bajado la cremallera de su traje de piloto, mostrando un torso peludo y fuerte. En el hombro izquierdo lucía un tatuaje de un dragón. Juan cayó de rodillas y comenzó a lamer el cipote de Pedro a través de la fina tela blanca.
Pablo se abrió el traje de piloto de aviador y mostró orgullosamente la verga dura y palpitante.
Juan se apartó un momento y liberó la polla empalmada de Pedro, permitiendo que Pablo se arrodillara y la cogiera entre los labios. Juan se colocó detrás de su amigo y comenzó a frotarle los anillos de las tetillas, haciendo que Pablo gimiese de placer.
Luego Pablo dejó de lamer la polla de Pedro, se levantó, colocó ambas manos en los hombros desnudos de éste y le obligó a arrodillarse para que se comiera las dos pollas de los amigos.
Pedro estuvo a punto de atragantarse cuando esos dos poderosas herramientas entraron en su boca. La verga de Pablo era gruesa pero, sola, hubiese podido hacerse cargo de ella; la verga de Juan, en cambio era demasiado gruesa y Pedro solo pudo meterse los dos glandes. Lamió por turnos los capullos , disfrutando de los gemidos que arrancaba de los dos amantes. Las dos vergas dejaban escapar aun ligera baba salobre que anticipaba el próximo orgasmo y Pedro lamió el tenue líquido como si fuese lo más importante que había sobre la faz de la Tierra.
Los dos amantes se retiraron al mismo tiempo, como si hubieran sincronizado los movimientos y decidieron que se merecía un buena jodienda.
Unas manos fuertes y callosas le pusieron de pie y le llevaron hasta un potro de cuereo negro que había en el otro extremo de la habitación. Pedro se dio cuenta que allí había alguien más: un tío alto y fuerte con bigote, vestido con ropas tejanas. Pedro esperaba que se uniese a la fiesta o, que al menos , se sintiera tan impresionado con él que luego le acompañara a casa.
Pedro no estaba seguro de quien había sido que le había obligado a inclinarse sobre el potro y tampoco le importaba mucho. La nerviosa ansiedad que experimentaba por tener la enrome polla de Juan dentro de él se desvanecía ante el deseo por ella: quería sentir esa barra de carne en el culo y , si le dolía, bueno, se lo merecía. Había sido un chico malo y merecía ser castigado. Alguien apoyó las manos sobres sus hombros, no sabía de quien se trataba, daba igual. Los quería a ambos, de modo que no importaba el orden.
Segundos después de sentir el lubricante frío en su pequeño orificio, sintió la presión que forzaba su anillo anal. Al relajarse, imaginó que era Pablo quien le estaba penetrando, pues aunque su polla era de un tamaño considerable, pera él no suponía ningún esfuerzo. De hecho lo que estaba esperando ansioso era el reto que supondría recibir la polla descomunal de Juan.
Pablo comenzó a retirarse hasta que sólo quedó el henchido glande sujeto por la tensión del ano de Juan. Luego volvió a enterrar la polla con fuerza y ahora fue el turno de Juan de gemir roncamente, ya que la presencia de Pablo en su interior le estaba llevando inexorablemente al orgasmo. Pero después de cinco profundas embestidas, Pablo decidió retirarse.
Ahora era el turno de Juan. Cuando el capullo de la polla de éste tocó el borde de su orificio, Juan se relajó todo lo que pudo, pero no fue suficiente. La verga dura y caliente, de casi siete centímetros de ancho, le quemaba el estrecho canal, haciendo que Juan sintiera que estaba en llamas. Durante largos y angustiosos segundos, el dolor fue peor de lo que jamás hubiera imaginado, pero, finalmente, su ano aprendió a acomodar la alucinante verga de Juan, dejando paso al placer.
Mientras Juan actuaba con su polla como si fuese un émbolo, entrando y saliendo de su culo con sabia precisión, Pedro vio como Pablo se ponía al otro lado del potro, de pie con su polla oscilante a escasos centímetros de su boca. Hizo un esfuerzo y cogió la polla con la boca, lamiendo el grueso tallo venoso y arrancando de Pablo un hondo gemido de placer.
Desde atrás le llegaron otros gemidos ahogados, era evidente que Juan estaba a punto de correrse y el temblor de la polla de Pablo indicaba exactamente lo mismo.
Después de hacer un gran esfuerzo para no correrse, Juan se permitió cubrir toda la polla de Juan con su ano y sintió los movimientos que anticipaban el orgasmo.
Pablo y Juan se corrieron al mismo tiempo. Con una última embestida, Juan enterró toda la polla en el culo de Pedro y gritó de placer. Pablo hizo lo propio en la boca de Pedro descargando su leche salada y caliente en su gargante.
Al sentir el gusto de la leche de Pablo en su boca, Juan buscaba desesperadamente su orgasmo y quería coger su propia verga, pero estaba atado y no la podía agarrar, pero si la agarró Juan y la meneó hasta que se corrió con espesos chorros de semen sobre el oscuro suelo de la sala de torturas solo para socios e invitados.