El viejo profesor
Cuando el encanto de la juventud renueva la sangre de la vejez
El viejo profesor
D. Vicente hace ya algunos años que está jubilado, como profesor de universidad, que fue su ocupación en su vida laboral. Tiene 74 años, y a pesar de algunos achaques, como una operación de rodilla que le obliga a llevar bastón y algunas complicaciones de la próstata, en general mantiene muy buen porte a pesar de la edad. Quedó viudo hace cinco años. Es alto, delgado, bien vestido y cuidado siempre. Una persona más, de esas que arrastran su soledad en las grandes ciudades. Un par de hijos, ya casados, viven fuera. En verano se acercan unos días, para satisfacción del abuelo, que le gusta estar rodeado de su hijos y nietos.
Reside en la planta 9ª de un edificio de buena vecindad, gente de clase media, en una zona céntrica y tranquila. Le gusta dar sus paseos, acudir a una biblioteca cercana, algún evento cultural… También queda alguna vez con alguna antigua compañera de trabajo, también jubilada como él para tomar un café y charlar. Pero le gusta su independencia y lleva bastante bien su soledad.
En el piso 6º vive Virginia, una joven de 20 años, estudiante universitaria. Virginia es morena de piel y pelo, muy vistosa, extrovertida, simpática con sus vecinos, que la aprecian sinceramente. También es, como es habitual hoy día, una joven liberal, con algunos amantes ya a sus espaldas, no faltando algún profesor cuarentón con el que tuvo que buscarse el aprobado de una asignatura que no conseguía dominar, y que a través de la cama, fue bastante fácil sacar el notable.
Virginia está orgullosa de sus ojos, que son negros, profundos, y de sus pechos, que tienen una buena talla, redondos, macizos, exuberantes. Les gusta exhibirlos (para eso están –dice ella- para que algunos los disfruten mirándolos o tocándolos, no para guardarlos en un cofre).
Le gusta usar buenos escotes y se siente halagada cuando observa la admiración de los hombres.
D. Vicente, aunque ya en la ancianidad, no por eso deja de ser hombre y aprecia bien lo que ve. Cuando coincide con ella en el ascensor, ella con su generoso escote, la saluda cariñosamente, como a una hija, pero de reojo su mirada va a esos preciosos senos. Ella se da cuenta y nada hace por taparlos. Le cae muy bien D.Vicente, tan educado siempre, tan caballero. También tiene derecho, se dice, a disfrutar un poco aunque sea con la vista.
Lo cierto es que D.Vicente se hace cada vez más el encontradizo con su vecinita. Pasea por el parquecito que está enfrente del edificio, por la acera, sabe ya los horarios de Virginia, y cuando la ve venir a lo lejos por la Avda se dirige al portal, para coincidir con ella en el ascensor.
Va surgiendo así una cierta complicidad. El hombre mayor, que se deleita como si fuese ya su canto del cisne, con lo poco que la vida le ofrece desde el punto de vista de la sexualidad. Y la joven, que se siente orgullosa de darle un soplo de aire fresco al hombre. Ella también, no duda en esperarlo, cuando lo ve venir…
- Vamos, D. Vicente, -dice sujetando la puerta del ascensor- que le espero para subir.
- Gracias, hija.. -contesta él acelerando el paso-. Eres muy amable
Últimamente, cuando entran en la cabina del ascensor, Virginia no se queda en la esquina contraria a D. Vicente, sino que con cualquier excusa, sacudirle una mancha de la chaqueta o algo similar, se acerca bien a él. El hombre es alto, Virginia es de media estatura, de tal forma que le arrima bien las tetas y desde arriba el viejo profesor tiene una magnifica vista… Virginia ríe para si misma y se alegra de hacerle feliz.
Otra tarde, al caer el sol, la chica viene de vuelta a casa acera adelante. Ve desde lejos a D. Vicente paseando delante del edificio, esperando sin duda su llegada. Así es, al verla de lejos, el hombre se encamina hacia el portal.
Virginia viene hoy algo más atrevida. Aunque según su costumbre ya trae algo desabotonada su blusa, ahora, de forma disimulada, desabrocha dos botones más. La blusa, siempre apretada con el tamaño de los pechos, se abre liberando en su práctica totalidad el sujetador. Viene preparada para que nadie en la calle se de cuenta, trae una carpeta grande de apuntes de clase, que se coloca delante del pecho, abrazándola un poco contra sí misma.
Al llegar al vestíbulo, está también Dª Jacinta, una vecina parlanchina y cotilla del 3º.
- Hola Virginia… vienes de tus clases… y vd. D. Vicente, de su paseíto, verdad…?
- Claro, claro, contestan los dos al unísono.
Dª Jacinta baja en su piso, la puerta cierra y Virginia retira la carpeta de su pecho. Trae un sujetador blanco, siempre de media copa, como los que usa ella. Tiene las aureolas muy grandes y asoman un poco por arriba…
- Qué le parece, D. Vicente..? Le gustan…?
- Pero hijaaaaaaaa…. Vienes así por la calle…?
- No, no… Me he desabrochado ahora, al llegar, para vd., me gusta complacerle.
- Me maravillas hija… lástima que Dª Jacinta me haya robado la mitad del recorrido.
El ascensor se detiene en el piso 6º. Virginia no abandona la cabina.
- No sales, hija?
- Tenemos que hacer más recorrido, D.Vicente. Está vd., muy a gusto y yo también.. vale la pena, no cree?.
El elevador llega a la planta de arriba y ambos siguen sin salir. Ella pulsa el botón del piso bajo. El profesor tiene los ojos como platos, mirando el lindo espectáculo. Virginia ríe divertida. Su risa es cantarina, fresca, y cuando ríe se le agita el pecho y los senos saltan alborotados.
Vuelven ya a subir. Han sido breves instantes, pero de una delicadeza y sensualidad extraordinarios. Virginia se abrocha la blusa en el recorrido de subida.
- Vaya, vaya, con D. Vicente –ríe ella-. No me quita ojo. Se nota que le han gustado a vd mucho las mujeres, eh…
- Me han gustado y me siguen gustando, cariño.. Se apreciar lo bueno.
- Ya veo, ya… a pesar de sus años… Cuántos son, D. Vicente?.
- Pues mira, este sábado precisamente, hago 75…
- Los lleva vd., muy bien… tendrá que invitarme a algo…
- Claro, Virginia.. Si quieres quedamos en una cafetería del barrio y te pago lo que desees.
- Prefiero en su casa, D. Vicente, es como más cómodo. No están tampoco mis padres este fin de semana, así que puedo compartir la tarde con vd.
- Estupendo, pues te espero a las cuatro, después de comer…
- Será un placer, D. Vicente…
En la sobremesa de ese sábado, Virginia, que está sola en casa, se dedica un buen tiempo a ponerse guapa. Se ha maquillado con esmero, bien peinada… También ha elegido cuidadosamente una ropa elegante, que le haga más mujer. Una falda negra, algo corta, ceñida, y una blusa blanca. Zapatos negros de tacón.
Virginia tiene el coño peludo. Bien arregladito siempre, pero peludo. Al ser muy morena, le crece un vello fuerte, espeso, y para ella es un sacrificio depilarse. Tras hacerlo algún tiempo, se dijo, al carajo, al que le guste peludo que lo disfrute y al que le guste depilado que se busque otra que lo tenga así.
Mientras ahora se lo arregla, recortando el vello y perfilando el triángulo del pubis, piensa que D. Vicente por su edad, es de los hombres a quienes debe gustarle así un coñito, abundante de vello, ya que antiguamente se llevaban frondosos.
Bajo la blusa blanca no se ha puesto hoy sujetador. Es algo transparente y las grandes aureolas de los pezones se notan bastante..
- Espero no encontrar a ningún vecino ahora en las escaleras o el ascensor…porque tal como voy se monta buena.
Afortunadamente es una hora tranquila. Nadie en el horizonte. Llama a la puerta de D. Vicente a la hora convenida.
- Virginia…hija… que elegante vienes… estás exquisita…
- Vd también D. Vicente, se ha puesto como un pincel.
El viejo profesor se ha puesto un traje con su corbata. Bien arreglado, afeitado y perfumado. La ocasión lo merece.
El anciano conduce a la chica al salón. Hay un sofá y unos sillones y también la típica mesa camilla, tan española. Sobre la mesa, cuidadosamente dispuesto, un juego de café, de porcelana inglesa, con sus complementos. Una bandeja con algunos pasteles, los cubiertos de postre, etc. Todo un lujo.
- Que bonito, D.Vicente, gracias… es vd muy detallista.
- Siéntame en esa silla, Virginia, voy calentando el café…
- Estupendo, D.Vicente. Mientras vd viene voy preparando y colocando su regalo, le parece?
- Por favor, hija, no debieras haberte molestado. No lo merece, no deberías haberme comprado nada. Pero si lo has hecho ya, muy agradecido. Ahora vuelvo.
D. Vicente está algo nervioso y no se ha dado ni cuenta que Virginia no ha traído nada en las manos.
La chica se sienta en la mesa, se acomoda y desabrocha todos los botones de la blusa. La coloca de forma que tapen algo los senos, que dado su tamaño es difícil y quedan prácticamente al descubierto, con todo su poderío y encanto.
Vuelve el hombre, con la cafetera en la mano. Algo distraído, la coloca sobre la mesa y hasta pasados unos segundos no se da cuenta del espectáculo..
- Ahhhhhhhhh, niña, cielo……. Qué haces así… por favor….
- ¿D. Vicente, no se ha dado vd cuenta que no he traído nada de nada?. Pues este es su regalo de cumpleaños. Quiero que sea este día un buen recuerdo para vd. Pero déjeme que yo sirva el café, siéntese.
Se encarga Virginia de llenar las tazas, de servir un pastel en cada platillo de postre. Con toda naturalidad, inicia una conversación intrascendente, como si no pasara nada, como si el momento fuese algo cotidiano. D.Vicente come su pastel y sorbe el café, algo anonadado. La deliciosa vista de la chica es algo sublime.
Virginia habla mucho y apresurado, gesticulando. Se mueve mucho y se ríe y cuando lo hace un seno o el otro se salen de la tela y quedan al aire. Un nuevo movimiento y se tapa ese seno y aparece el otro. Así, en una bellísima danza, los pechos saltarines endulzan la tarde al viejo profesor, en un cumpleaños que nunca olvidará.
La chica no dejar de parlotear, contando sus cosas. Han terminado ya el café. D.Vicente apoya las manos en sus mejillas y los codos en la mesa, como para sustentarse mejor y no perder detalle. Se abstrae en el maravilloso mundo del encanto femenino.
- D. Vicenteeeeeee……..¡¡¡ Qué no me hace vd, caso de lo que le digoooo… Está más pendiente de mis tetas que de la conversación…¡¡¡
- Lo reconozco, hija, así es… pero no te lo tomes a mal, conversaciones a lo largo del día puedo escuchar muchas, pero ver a una mujer así, no es algo que me ocurra todos los días.
Ríe de nuevo Virginia, divertida.
El tiempo se pasa rápido en una situación agradable para ambos. El viejo extasiado, ella honrada en la admiración que despierta. Es algo distinto para ella a ese tumulto irrefrenable de los chicos jóvenes, siempre con prisas por meterla donde sea, sin preámbulos ni delicadezas. Siguen charlando un poco de todo, de los estudios de la chica, de los hijos y nietos de D. Vicente, incluso de la vecina cotilla, Dª Jacinta. Ella, claro está, con sus dos hermosas tetas fuera, y tan relajada como si fuese algo que hiciese a diario.
Han pasado cerca de dos horas. Repiten pastel y café.
Ahora se levanta Virginia, esbelta con sus zapatos de tacón.
- D. Vicente, falta la segunda parte del regalo. Relájese y mire, mire…
Sin esperar contestación, agarra al hombre por una mano, para ayudar a levantarlo y lo lleva hasta el sofá, haciéndolo sentar en un extremo del mismo.
Ella de pie ante él, deja caer la blusa al suelo, quedando con el torso desnudo. Se vuelve un poco para que pueda deleitarse con su espalda. Y con gesto lascivo se desabrocha la falda, sacándola por los pies. Al bajarse, los senos cuelgan grandes como frutas maduras.
Queda así, con sus zapatos y la braguita negra de encaje. Se exhibe orgullosa de sus encantos. Las manos en las caderas, da unos pasos de modelo, arriba y abajo por el salón.
Continúa Virginia siguiendo en su desnudez. La última prenda, la braguita, la deja deslizar caderas y muslos abajo. Levanta sucesivamente los pies para liberarla, y la deja en el suelo. No se quita los zapatos.
- Caray.. -piensa Virginia para sí misma-- ¿No le dará a este hombre una subida de tensión?.. Mira que si me lo cargo con esta exhibición…
Pero se tranquiliza al observar a D. Vicente. Ha sucedido algo curioso. El hombre, que estaba algo nervioso con la larga exhibición de los pechos, se ha relajado ahora. Como si la desnudez completa de la mujer le transmitiera una dulce sensación de paz. Tiene el gesto sereno, mira confiado sin perder un detalle, haciendo leves gestos de aprobación.
Ella va ahora hacia el sofá y se acomoda en él. La cabeza en el extremo contrario del que está sentado el hombre. Se recuesta totalmente horizontal, quedando su trasero apoyado muy cerca del profesor. Las piernas ahora no le caben, no hay sitio, pero ella sabe acomodarlas bien. Una de ellas la levanta y algo doblada, apoya el pie en el respaldo, junto al hombro del jubilado. La otra pierna, la coloca estirada sobre las rodillas de él.
Completamente abierta, exhibida, deliciosa…El sexo muy cerca del hombre, que baja la vista para deleitarse en ese lindo felpudo que tiene el pubis de la chica. Las piernas de ella le rodean y no puede evitar colocar las manos en sus muslos. Es el único contacto. El hombre es inteligente y capta que la mujer quiere obsequiarle con su cuerpo desnudo, pero no parece dispuesta a tener un contacto más íntimo y respeta esa opción.
Virginia, cómoda, excitada, comienza a masturbarse con entusiasmo. Sus dos manos en su sexo, estiran el coño a lo largo, lo suben, lo abren… Entre la mancha negra del vello del pubis, la abertura sonrosada está destilando jugos abundantes.
El profesor acaricia un poco los muslos, tan tersos, tan suaves. Podría llevar sin problemas al sexo de ella, está ahí, a pocos centímetros, pero se retiene. Y cierra los ojos para concentrarse y poder disfrutar mejor de las sensaciones que llegan a su tacto y a su olfato. Su tacto, a través de sus manos nervudas, pero sensibles. El tacto de la piel suavísima de la cara interna de los muslos. Y el olfato, aspira hondo, y le llega el olor de mujer excitada, que hace mucho tiempo que no sentía. Qué lástima, se dice, no haber encontrado a este bombón hace veinte años. Pero no se siente frustrado por ello, al contrario, feliz… Pensándolo bien, que hombre de mi edad se encuentra con esta maravilla que tengo ahora delante.
Virginia acelera el ritmo de su masaje íntimo. Empieza a gemir fuerte. Levanta las .caderas, mira con lascivia a la cara del hombre.
- D. Vicente, ay, ay…. No puedo más…. Ya, ya, yaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa…
Explota en un largo orgasmo, sorprendida. Ha sido largo, profundo, más incluso que cuándo ha sido penetrada. La tela del sofá se ha humedecido bajo sus nalgas. Un fuerte olor a sexo femenino inunda la habitación.
Una sonrisa dulce, agradecida, por parte del hombre, que la mira con inmensa ternura.
Ella baja ahora las piernas y el hombre se levanta, para que se acomode mejor. Virgina necesita unos minutos de relax tras el tremendo orgasmo.
- Descansa un rato, cielo -dice D.Vicente- Yo me serviré ahora otro café.
Ya ha oscurecido y tras unos quince minutos, Virginia se recupera y se viste. D. Vicente la despide en la puerta, y agarra sus manos con delicadeza, depositándole un beso en la mejilla.
- Sabes, Virginia…? No se cuántos años me quedan de vida, pero sean muchos o pocos, tendré este día siempre presente en mi memoria. Gracias, mi reina..
- Yo estoy orgullosa de que así sea, D. Vicente. Que tenga feliz descanso. Sabe vd…? Quizás no haga falta otro cumpleaños para volver a celebrarlo.. Eso sí… los pasteles de su cuenta, eh…
Se va hacia el ascensor con gesto coqueto. El profesor espera en su puerta hasta que el ascensor cierra y arranca. Entra en su casa, cerrando la puerta a sus espaldas y no puede evitar un gruñido de dulce satisfacción.