El viejo del piso de enfrente
Buenas, soy nueva en esta página. Me llamo... que más da como me llamo? no voy a poner mi nombre real. Mi intención aquí es sobre todo contar las cosas que no he podido contar a nadie. Tanto fantasias locas de mi cabeza , como experiencias reales (serán las menos), como la que viene a continuación
Esta historia ocurrió hace unos tres años. Actualmente, tengo 26. En aquel entonces, estaba inmersa en mi carrera universitaria y, como es habitual en cualquier estudiante, vivía en un piso de alquiler ya que mi carrera se estudiaba fuera de mi ciudad de origen. Era mi cuarto año, ya había pasado por tres pisos distintos en los tres años anteriores y, esta vez, fui a dar con un pequeño apartamento de un barrio del montón, ni excesivamente pobre ni, mucho menos, lujoso. Era cualquier barrio de cualquier ciudad, en el que bloques de hasta ocho o incluso diez pisos se apiñaban uno en frente del otro, fruto de un ordenamiento urbano nulo. En esa zona, atendí a dos anuncios de pisos en alquiler. La razón principal por la que me decanté por el piso en el que acabé viviendo fue que era un octavo y el otro un segundo. Siempre he, o había, sido celosa de mi intimidad. Acostumbrada a vivir en una casa de campo toda mi vida, no me gustaba la idea de vivir en un bajo y que cualquiera pudiera verme a la mínima que abriera la ventana. El octavo me daba, o eso pensaba yo, la oportunidad de hacer mi vida tranquila, sin preocuparme si debia abrir o no la ventana pues, en un octavo, ¿quién podria verme?
Así pasé las primeras semanas, despreocupada totalmente. Podía andar como quisiera por la casa, si venía mi novio no tenía que preocuparme de correr cortinas para que no nos vieran si haciamos el amor, etc.
Antes de pasar a contar lo que ocurrió, que por el título y lo que llevo escrito ya todos se imaginaran, tengo que hablar un poco de mí. Soy una chica absolutamente del montón en todo. Tímida, cortada, graciosa solo con cierta gente, inteligente solo para algunas cosas. Siempre pasé los exámenes con cincos raspados y rara vez destaqué en ninguna asignatura. Físicamente, ahora he cambiado algo mi cuerpo, aunque en aquel entonces hacía bastante deporte y eso se notaba. Tenía un cuerpo fibrado, sin llegar a destacar ni pasarme. No era el cuerpo de una chica fitness de las que salen en las revistas, ni mucho menos, aunque tampoco considero que estuviera nada mal. No soy ni alta ni baja, aunque quizás me acerco más a alta, tengo el pelo castaño ondulado y ojos marrones y grandes. Mis facciones, en general, son grandes, no solo los ojos. Mi cara se podría calificar de redondita, mis labios gruesos hasta cierto punto y la nariz no es excesivamente grande, pero no se puede calificar de pequeña. A juego con el resto de mi cara, eso sí. En esa época, como he dicho, tenía buen cuerpo de hacer ejercicio. De talla de sujetador he solido usar siempre una 90 con copa c o 95 con copa b. Lo que más orgullosa me sentía era mi culo y, también, lo que siempre ha destacado más físicamente de mí. Un culo redondito y respingón, que no grande. En cuanto a mi peso, no recuerdo bien cual era en aquel entonces, pero se podría decir que estaba delgada. En general, no era, ni soy, una mujer que destacara especialmente, salvo si vestía de determinada forma. Era una más del montón. Guapa, no voy a ser modesta, pero nada del otro mundo.
Cierto día, me encontraba vestida con un top blanco de algodón y unos shorts cortos de tela fina y color verde claro, o eso creo recordar. Quizás fueran otros shorts y otro top. Estaba tranquilamente en mi cuarto, escuchando música y, como estaba sola y necesitaba desconectar de un duro día de estudios, me puse a saltar al ritmo que marcaba la música. Se que puede sonar raro aunque también que más de uno ha hecho el ridículo así cuando ha creído que nadie lo miraba. Salté por mi cuarto, bailando, saltando, incluso llevandome la mano a la boca como si estuviera cantando... intentando liberarme del estrés del día. Cuando, de reojo, me pareció ver una luz encendida al pasar por la ventana, en el bloque de enfrente. No sé por qué me paré. Era de noche y las luces encendidas son lo más normal del mundo, pero algo me dijo que habia alguien viendolo. Me paré, me asomé por la ventana y ahí lo ví por primera vez. Era un señor mayor, que solo conservaba el pelo de la parte inferior de la cabeza, como tantos otros señores mayores. Era delgado y tenía un aspecto normalucho. Parecía ciertamente viejo. Sorprendida, me di cuenta en aquel justo instante de que a pesar de vivir en un octavo la gente me podía ver si hacía el tonto. él simplemente estaba apoyado en la ventana y no parecía tener el mayor interés en mí. Yo, como es lógico, me puse colorada como un tomate al instante. Pude sentir como el rubor me subía por toda la cara y quise que se me tragara la tierra. Él me saludó con una mano al ver que lo miraba y yo le devolví el saludo. Pero mi cabeza solo le daba vueltas al hecho de que me habría visto bailando sola como una loca. Pensé en cerrar la ventana, pero, aunque parezca una tontería, creí que quedaría más ridícula haciendolo. Así que la dejé abierta y simplemente seguí escuchando música como si nada, pero ya sin dar saltos ni bailar.
Hasta que me entró sueño y, como todas las noches acostumbraba a hacer, me dispuse a cambiarme de bragas. Pensaba dormir con el mismo conjunto que tenía pero antes de eso, tenía que cambiármelas. Vi de reojo que ya no había ninguna luz en el octavo del bloque de enfrente y me quité los shorts, confiada, junto con las bragas que llevaba y, en su lugar, me subi las limpias y volví a subirme los shorts. No quería dormirme sin antes echarme un cigarro en la ventana, puesto que mi compañera de piso no admitía tabaco en casa. Me lo estaba fumando tranquilamente cuando me dió por mirar a la ventana del rato anterior y, para mi sorpresa, pude divisar en la penumbra una figura. Una figura que observaba hacia mí. Me quedé mirandolo fijamente pero esa figura no pareció darse cuenta, hasta que, de repente, se encendió la luz y allí estaba, el viejo de antes. llevaba unos prismáticos colgados de su cuello pero no los tenía puestos en ese instante. Su mirada era de lascivia, de auténtico salido y apuntaba directamente hacia mi. Vi que me mostraba su mano, pero no entendí muy bien por qué hasta que giré la cabeza hacia abajo. Un pene, que me pareció el más asqueroso del mundo, estaba medio flácido, fuera de su pantalón. Asustada y roja, cerré la persiana inmediatamente.
Ese día apenas pude dormir. Estaba asqueada, me sentía invadida en mi intimidad y no podía dejar de recordar esa mirada asquerosa de viejo depravado. Sin duda, me había visto cambiarme. No quería imaginar cuantas veces lo había hecho. A partir de ese momento, nunca jamás abría las persianas de mi cuarto. Pero un día vino de visita mi novio a la ciudad y se empeñó en abrirla. Mi novio es un muchacho bastante alegre y buena persona. Físicamente, tengo que reconocer que es más guapo que yo, o al menos así lo veo. Ojos verdes llenos de vitalidad, pelo suave y liso, en aquel entonces largo hasta los hombros. Constitución atlética que le hacía tener unos hombros y un pecho fuertes sin hacer nada de ejercicio. Amén de unos bíceps marcados que siempre han sido mi debilidad, todo ello en un cuerpazo delgado, como ya he dicho no hacía gimnasia. Tiene un poco de barriga cervezera pero, lejos de querer cambiársela, me encanta. Y en cuanto a su pene, es de unos 18 centímetros, reconozco que no es el más grande que he visto pero sí uno de los que más. A pesar de ser todo eso y más, tiene un gran defecto. No soporta a los sobones, ni a los mirones y tiene mal genio. El suficiente mal genio para ir a partirle la boca al viejo si yo se lo hubiera contado. Así que me callé. Pensé que no pasaria nada por tenerla abrirla el rato que simplemente hablábamos.
Pero claro, en algún momento, mi novio iba a querer hacerlo conmigo. Me empezó a besar el cuello, con insistencia, tirándome a la cama y agarrando mis piernas. Yo me moría de ganas pero cuando él me desabrochó el botón de mis vaqueros, se me vino encima todo el nervio de pensar que había un viejo viendo el espectáculo.
Espera un momento- le dije y me acerqué a bajar la persiana.
¿Qué dices nena? abre que si no nos vamos a asfixiar de calor- Contestó él y volvió a subirla. Le pedí insistentemente que no pero él no atendía a razones. - pero si no nos ve nadie, mira, todas las ventanas enfrente están cerradas. Además, no creo que se vea nada desde esa distancia. Deja de ser tan paranoica, que te pasas con tu timidez- Estuve a punto de decirle que sí que se veía todo muy bien si alguien estaba en la penumbra usando prismáticos, pero como tenía miedo a su reacción, después de protestar un poco más, me resigné. Antes de ser arrastrada de vuelta a la cama, que quedaba justo en frente de la ventana, eché una ojeada y pude distinguir, al contrario que él, aquella figura en la oscuridad, observando la escena sin duda.
él me sentó sobre la cama y empezó a tocarme y besarme. Me quitó la camiseta, me bajó los pantalones hasta las rodillas y se dedicó a lamer mis muslos y mis bragas. Siempre me encanta como me lame, pero en aquel momento, me era imposible concentrarme en sus caricias y lametones. Me sentía tensa, casi rígida, hasta el punto de que él se paró y preguntó si estaba bien. Estaba tan nerviosa que, en lugar de inventarme cualquier excusa, como que estaba cansada, le dije que sí, que siguiera. Y él entonces se fue hacia mi boca, besando mis labios y buscando entrar su lengua, yo solo alcancé a abrir la boca timidamente y dejar que me comiera él la boca sin responder apenas a sus besos. Estaba nerviosa, a punto del colapso mental. Sabía que había un viejo observándolo todo y no podía evitar que eso me agobiara en exceso. Mientras me besaba, él jugueteaba con su mano metida dentro de mis bragas, acariciandome suavemente el clítoris. Al bajar sus dedos un poco más, acariciándo mis labios para luego pasarlos por la entrada de la vagina, di un pequeño respingo de dolor. Estaba seca, por el nerviosismo y el asco que me producía aquella situación.
- Te sigo notando tensa, ¿quieres que paremos?-
Desee con toda mi alma decirle que sí, o levantarme y cerrar la persiana a la fuerza se pusiera lo cabezota que se pusiera. Incluso llegué a pensar en contarle el problema, pero conociendolo, sabía que se metería en algún lío debido a su excesivo mal genio. En lugar de todo eso, volví a contestarle que siguiera.
Y él siguió, acariciando mi clítoris, hundiendo su cabeza entre mis pechos y bajándome después el sujetador levemente para dejar al descubierto mis pezones, que lamió con avidez hasta que se fueron endureciendo. Poco a poco, sus besos y caricias estaban surgiendo su efecto en mí, no pudiendo evitar ir calentándome. Pensé, entonces, que no dejaria de disfrutar esto por nadie, ni por el mal genio de mi novio ni por un viejo salido. Cerré los ojos y mis puños se cerraron agarrando las sábanas cuando él bajó su boca hacia mi coño, bajando las bragas un poco más previamente. Su lengua se movía de forma suave pero constante en mi clítoris, pude sentir como empezaba a lubricar y como el chupaba con lujuria mi vagina, en busca de saborear mis flujos vaginales, cada vez más abundantes. Por momentos me olvidé de todo y ya solo sentía el placer que mi novio me otorgaba con su lengua. Hizo un ademán de despegar su cabeza de mi entrepierna pero se la agarré con mi mano en su nuca y lo apreté de vuelta a mi chocho. Abrí los ojos y pude contemplar su cabeza entre mis piernas, volviéndome loca con la escena, excitándome cada vez más mientras él no dejaba de otorgarme un gran placer.
Se levantó y se sacó su pene, indicándome con una sola mirada lo que quería que hiciera. Estaba dura e hinchada, totalmente apetecible para mí y me moría de ganas, pero el viejo volvió a mi mente y, por momentos, se me bajó la líbido. Entonces mi novio me acarició el pelo suavemente y agarrándome de la nuca como había hecho yo justo unos momentos antes con el, me atrajo hacia su pene y con su miembro, empezó a acariciarme la cara. Su punta se restregó por mis mofletes, por mi frente, por mis labios, dejandome en la cara algo de líquido preseminal producto de su propia excitación y a mí, cada vez más extasiada, cada vez con más ganas de continuar con esto. Sin saber ni como, de un momento a otro se me volvió a aparecer la imagen de aquel viejo pero, lejos de cortarme el rollo, quizás debido a lo cachonda que me había puesto mi novio, me empezó a dar morbo. Repentinamente, la idea de ser observada por un depravado así me parecía más y más excitante. No es que me gustara aquel hombre, nunca me han gustado los señores mayores, pero siempre he tenido ciertas fantasías extremas, mucho más que ser observada por un señor así. Fantasías de cosas que jamás me pondrían si me pasaran en la realidad, con gente igual o más desagradable que él. Pero siempre las había mantenido totalmente separadas de mi vida real. En aquel momento, mi mente más profunda y oscura se fundía con la parte superficial y, de un instante a otro, ya no era el maldito viejo que me daba asco y verguenza, sino el maldito viejo que me iba a observar comerme aquel pene. Metí la punta en mi boca, agarrándola con una mano y miré fijamente a mi novio, observando su cara de absoluto morbo al verme mirarlo de esa forma, con su pene en mi boca, mientras me apartaba el pelo de la cara, agarrándomelo hacia arriba. Su gesto me ponía tan loca como siempre, pero a la vez, se me empezaron a repetir en mi mente, incesantemente y como un dogma, frases como "estás siendo observada", "tu intimidad está siendo invadida por un viejo voyeur" "eres estúpida, le estás dando justo lo que desea". Y, por sorprendente que parezca, esas frases estaban poniendome más y más excitada. Me metí el pene hasta la mitad, devorándolo, mirándo esa cara que tanto me pone, esa cara suya de "me estás volviendo loco", ese labio inferior ligeramente mordido, esa mirada. Y, al mismo tiempo, también venía al viejo de los prismáticos. Más que verlo como una imagen, lo veía como un concepto, como unas palabras o, más bien, una certeza, que me repetía incesantemente que estaba siendo observada. Devorada con la mirada por dos hombres, el que tenía delante y uno que no tenía derecho a hacerlo. Mi novio me follaba la boca y debió estár disfrutando cuando, agarrándome del pelo, me atrajo hacia su pene y me la metió hasta el fondo. Decir que no siempre lo consigo y muchas veces me duele o doy arcadas, solo cuando estoy muy cachonda y él también lo está podemos llegar a eso, algo que es de las cosas que más le excitan. En cuanto a mí, también es algo que me da mucho morbo hacer y conseguir. Pude sentir su pene hundido hasta mi garganta, como lo sacó y como lo volvió a hundir, empezando a follarme la boca cada vez con más fiereza y menos miramientos. Yo llevé la mano a mi coño y empecé a masturbarme a mí misma mientras él me penetraba la boca rítmica e incluso brutalmente. Tan fuerte que en un momento dado, chocó contra mi garganta y no pude evitar sentir daño y empezar a dar arcadas. Él la sacó acariciándome el pelo, pacientemente y me preguntó si estaba bien.
Y estaba mejor que nunca, pude sentir un estremecimiento de placer que casi me avergonzó profundamente, al imaginar la satisfacción, incluso la sonrisa, de aquel hombre asqueroso al ver mis arcadas. Volví a metermela hasta el fondo, sacandola para lamerla entera con mi lengua y después volviéndola a meter profundo. El me acariciaba las dos tetas con una mano, alternando una y otra, mientras con la otra me echaba el pelo hacia atrás. Entonces la sacó y me abrió de piernas. Me penetró de golpe, y empezó a follarme de forma salvaje, yo ahora tumbada sobre la cama, con las piernas en en el filo, entre la cama y el suelo. Mordisqueando mis pezones, lamiendo mi cara, mis tetas, mi cuello, toda entera estaba cada vez más llena de esa saliva suya que tan loca me ha vuelto siempre, mientras su pene me follaba incesantemente y su vello púbico acariciaba mi clítoris para mi entero deleite.
Entonces le dije que parara y me puse a cuatro patas. Es algo que me excita hacer a menudo por el morbo que me produce y porque se que le encanta, pero en aquel momento, he de reconocer que no era solo para él. Mi mente se había descontrolado totalmente y quería que el viejo me viera en esa posición, como una perrita. Sí, quería que me viera como a una perra mientras mi novio me montaba., haciendo que girara la cara para mirarlo a él y contemplar mi cara, dandome azotes mientras me cabalgaba de forma durísima, penetrando mi coño una y otra vez, cogiéndome las tetas y azotandome suavemente en ellas, provocando que se bambolearan. yo con mi mano me masturbaba el clítoris para ayudar a correrme. En un momento dado, me incorporé un poco (tenía la cabeza casi apoyada en la cama todo el rato) y alcé la cara lo suficiente para ver la ventana y lo que había detrás, no lo veía en esa posición con ese ritmo, pero sabía que estaba allí, observándome, y me quedé mirando fijamente un rato a la ventana mientras era perforada una y otra vez por las frenéticas acometidas de mi novio. Entonces fue cuando empecé a notar que me corria y así se lo dije a mi novio, que siguió penetrándome mientras yo empezaba a sentir los espasmos del orgasmo y todo mi cuerpo se estremecia de placer. En medio del orgasmo una frase se pasó por mi mente: "eres una perra, eres su perra, de los dos", potenciando incluso mi orgasmo de ese momento. Cuando terminé, el siguió unos instantes más hasta que sintió que se corría, entonces la sacó, haciendo la marcha atrás como siempre hacía. Pero, en lugar de correrse en su mano como casi siempre, algo debió haberle entrado en su mente para correrse esta vez en mis nalgas y mis muslos. Sentí el semen chorreando por mi cuerpo, escurriéndose lentamente por mi piel y no pude evitar sentir aún más morbo. Sabía que el viejo habría visto donde se había corrido mi novio. Cuando este fue a por papel higiénico, me quedé sola, extasiada en la cama. Pero no pude evitar levantarme y acercarme a la ventana. Tal vez él no estaba ahí.
Pero la luz de su cuarto se encendió de la misma forma que lo había hecho la primera noche y pude verlo, con el pene fuera, enseñandome su mano, probablemente, o casi segura, llena de semen de acabar de correrse. Una sonrisa de triunfo en su rostro y el pene fuera. Me volvió a saludar con la mano. Y yo le hice una peineta, para después sentir la culpabilidad y toda la verguenza que no había sentido, venírse de golpe a mí y ponerme totalmente roja. Cerré la persiana de nuevo.
Y cuando llegó mi novio la volvió a abrir y me impidió que me vistiera de nuevo (siempre le gusta verme desnuda o en bragas hasta un rato después de hacerlo).