El viejo del cine porno

Tenía la fantasía de que me la chupara un viejo en un cine porno y la cumplí con creces.

Me senté en la última fila del pequeño cine. Era un lugar sórdido que olía a semen y a sudor. Apenas había cuatro espectadores muy alejados unos de otros. Cuando me dirigí hacia mi asiento noté que todos me miraban desde la penumbra. En la pantalla, una rubia con cara de cerda se metía en la boca una descomunal polla negra. De vez en cuando se la sacaba de la boca, escupía en ella y la volvía a engullir con glotonería. Me senté cerca del final de la fila, casi tocando a la pared. El suelo estaba sucio y distinguí un condón usado y varios kleenex desperdigados. También habia manchas en la tapicería de los asientos. Aspiré el aire viciado de la sala y me estremecí de placer. A mis cuarenta años, por fin me había decidido a dar rienda suelta a mis deseos.

Después de acomodarme en la butaca, me agaché para recoger uno de los kleenex que había por el suelo. Todavía estaba húmedo. Lo llevé poco a poco hacia mi cara y lo olisqueé con avidez. Inmediatamente la polla se me puso dura como una piedra. Saqué un poco la lengua para lamer aquel kleenex usado, pero me retuve. La polla me apretaba en el pantalón, así que me bajé la cremallera para liberarla un poco. Los pocos hombres que había en la sala a veces tosían o carraspeaban y esos sonidos se mezclaban con los chupetones de la rubia y los gemidos del negro de la película.

No habían pasado ni tres minutos cuando una sombra se levantó de unas butacas más abajo y ascendió por el pasillo central. Cuando llegó a mi fila, se adentró en ella, acercándose a mi. Pude distinguirle en la penumbra. Era un hombre viejo, de unos setenta y cinco años, prácticamente calvo. Tenía los ojos saltones, los labios gruesos y babosos. Debía de medir apenas un metro sesenta y estaba delgado, aunque barrigón. Vestía un traje raído y gastado. Llegó y se sentó dejando entre nosotros una sola butaca. Ya sentado en su asiento, se volvió para mirarme. Era realmente viejo, de cara fea y amoratada, ojos de besugo y mirada lúbrica. Era la viva imagen de un viejo verde, guarro y degenerado. La saliva brillaba en sus labios rodeados de arrugas. Yo me llevé la mano al paquete y empecé a acariciarme para que me viera. Ante mi acción, sus ojos se iluminaron con un destello de depravación.

Me estuve manoseando por encima del pantalón hasta que decidí sacar finalmente la polla. Mis veinte centímetros de polla erecta y dura salieron al exterior. Mi glande húmedo brillaba en la penumbra y el viejo cerdo lo miró con avaricia, como si se relamiera. Con los ojos le indiqué que podía acercarse más y el viejo se levantó y se sentó en la butaca contigua a la mía. Pude ver su fea cara con mucho más detalle, las venas de su nariz, una verruga en su calva. Le faltaban dos dientes de abajo y el resto los tenía separados, torcidos y marrones. Olía a sudor de más de un día. Con el corazón a tope, le tomé de la mano y se la acerqué a mi polla. Él la agarró con suavidad y comenzó a menearla mientras la miraba extasiado, como si no pudiera concebir nada mejor que tener una polla a su disposición. Yo me desabroché los pantalones y me repantigué en la butaca mientras el viejo me la meneaba en la penumbra. En la pantalla, la rubia había dejado de chupar la polla del negro y ahora le chupaba el agujero del culo, metiendo su lengua por el esfínter.

  • ¿Te gusta pajearme? - le pregunté al viejo en voz baja.

  • Me encanta - respondió él.

Mientras él me masturbaba yo acaricié también su paquete. Tenía un buen paquete y unos huevos bastante gordos, pero la polla estaba completamente blanda. Bajé su cremallera y al hacerlo me llegó el fuerte olor de sus genitales, mezcla de orina y sudor. Sentí que casi me desmayaba de excitación. Metí la mano bajo su calzoncillo y sobé su miembro fláccido, impotente. Estaba mojado por la parte del glande, como si se le hubieran escapado unas gotas de meada. Él seguía meneándomela.

  • ¿Te gusta viejo cerdo? - pregunté - ¿Te gusta ordeñar a un macho?

  • Sí - respondió - Sacar la leche...

  • Sí, sacar la leche. ¿Te gusta, cerdo?

Alcé la mano sobre su hombro y le presioné la cabeza hacia abajo, para que me la chupara. Él no se resistió en absoluto. Muy contrariamente, se inclinó y se introdujo mi polla en la boca hasta el fondo. Noté como su naríz se aplastaba contra mis huevos, sentí toda mi polla dentro de su boca y el calor de su respiración en mis huevos. Apreté su cabeza y creo que no pude evitar algún gemido. Apreté su cabeza de tal modo que el viejo cabrón apenas podía moverla, pero sentía en la polla sus entregados lametazos. Mientras me la mamaba, yo introduje mi mano por la parte de detrás de sus pantalones, guiándome por el canalillo del culo, hasta palpar su agujero con los dedos. tenía la zona próxima al esfinter húmeda y resbaladiza de sudor. Saqué mi mano de su culo y me olí los dedos. Olían a mierda y sudor, los chupé y volví a meter la mano en las profundidades del pantalón del viejo, buscando de nuevo el agujero de su culo. No me costó meter primero uno, luego dos, y finalmente tres dedos en él.

Al sentir mis dedos en su culo, el viejo comenzó a lamer y a chupar con mucha más avidez. Se notaba que estaba disfrutando como un auténtico cerdo. Su cabeza calva se movía ante mi mientras mis dedos pringosos pajeaban su culo. Incluso parecía ronronear de placer mientras me la chupaba. Su boca setaba caliente y llena de saliva que resbalaba por la comisura de sus labios hasta mis huevos. Qué gusto me estaba dando aquel hijo de puta!

  • Sigue cabróooon, sigue...

Ahora, en la pantalla, el negro se estaba follando a la rubia con una furia salvaje. Ella, mucho más pequeña que él, parecía una frágil muñeca. La descomunal polla del negro entraba y salía de su lubricado coño una y otra vez, mientras sus enormes y oscuros huevos chocaban contra su clítoris. El viejo seguía mamándomela como si le fuera la vida en ello y yo sentí que, si continuaba succionando con esa intensidad, no tardaría en correrme. Agarré al viejo por la cabeza y saqué mi polla de su boca. Él se resistió un poco a dejar de chupar.

  • Espera, cabrón. Quiero follarte, así que será mejor que vayamos al lavabo.

  • Claro - respondió el viejo relamiéndose - Puedes hacerme todo lo que tú quieras.

  • Sígueme - le ordené.

Me levanté y me dirigí al lavabo, seguido por el viejo. El lavabo era diminuto y de una sola plaza, muy sucio, lleno de grafitis y un charco de meada en el suelo. El último en usar el inodoro no había tirado de la cadena y en el interior de la taza, manchada de mierda, se acumulaban los meados. Olía muy densamente a mierda y orines. El viejo empezó a pajearme de nuevo con la mano mientras yo sacaba la cartera y me preparaba una buena raya de coca sobre el mármol del lavamanos. El viejo miraba y me la meneaba con su cara de estúpido y su boca babosa. Me metí la raya de una larga y única esnifada, con un billete enrollado de veinte euros. Luego hice sentar al viejo sobre el inodoro y le metí la polla en la boca otra vez. Dejé que me la chupara durante unos minutos y cuando la tuve de nuevo bien dura y erecta le ordené que se levantara y que se pusiera de espaldas a mi, mirando hacia la pared, frente al inodoro lleno de meados, frente a la sucia pared salpicada de mierda, meados y corridas. Le desabroché al viejo los pantalones y se los bajé, junto a los calzoncillos, que resbalaron por sus piernas y cayeron sobre el charco del suelo. El culo del viejo era delgado, arrugado y feo. Sus glúteos colgaban, ajados y lampiños, pero el esfinter resaltaba, rosado y húmedo, con su rugoso relieve, mostrando en su centro un agujero dilatado y oscuro. Me escupí en los dedos y se los metí por el culo mientras buscaba su boca con la mía. Metí mi lengua dentro de su boca de viejo verde y chupé su saliva humeda y caliente, mientras con la mano sobaba sus blandos genitales. El viejo se retorcía de gusto y también chupaba mi lengua, mientras la saliva de ambos, mezclada, resbalaba por nuestras barbillas. Sentí un placer inmenso, indescriptible, pero noté también que el viejo cerdo estaba disfrutando aún más que yo, y eso me puso a mil.

  • ¿Te gusta hijo de puta? - le pregunté, mientras le metía de un golpe la polla en el culo hasta el fondo - ¿Te gusta que te folle un macho, viejo cabrón?

  • Síiiii.... - balbuceó él - Me... gusta... Dame... tu leche... cabrón... fóllame... cerdo...

El puto viejo tenía el culo tan dilatado y mojado que mi polla entraba y salía con una facidad absoluta. La miré entrar y salir de aquel culo tan hinchado y lubricado y vi que estaba un poco manchada de mierda, lo que me puso todavía más caliente. Agarré al viejo por la cabeza, puse su cara frente a la mía y le escupí en la boca sin dejar de follarle. Él gimió como una zorra y abrió sus labios para que le escupiera más. Volví mi cabeza y me contemplé en el espejo del lavamanos, empotrando al viejo contra la pared y follándomelo a placer. El viejo seguía retorciéndose de gusto, tenía los ojos casi en blanco y sacaba su lengua babosa por entre sus labios tumefactos. La expresión de su rostro reflejaba un placer sin límites y una mezcla de animalidad y estupidez.

Mientras le follaba duro, agarré al viejo por los huevos y empecé a manosearle la polla, fláccida y húmeda. De su glande colgaba un hilo de líquido blanco. La polla llegó a ponerse un poco morcillona, pero no dura, por mucho que la pajeara. Le empotré contra la pared, pegué su cara arrugada contra las sucias baldosas y seguí taladrando su culo cada vez más rojo e hinchado. A diferencia de la suya, mi polla estaba dura y a punto de estallar. Podía verla manchada de mierda que había extraído, embestida tras embestida, del culo del viejo. Sentí los huevos prietos e hinchados, llenos de leche a punto de desbordarse, mientras la vista se me nublaba de placer. Sentí el gusto amargo de la cocaína en la garganta y volví a buscar la boca del viejo para besarla mientras apretaba mi polla hasta el fondo, aplastando al viejo contra la pared.

  • Aprieta cabroóoon,,, - dijo él, con los ojos en blanco, retorciendose de gusto como la puta más cerda del burdel más inmundo - Aprie... ta...

Sentí en la palma de la mano ún líquido caliente que salía de su polla morcillona. No parecía denso como el semen, sino completamente líquido como el orín. Mientras soltaba ese líquido por la polla, el viejo tuvo dos o tres espasmo y sus piernas se doblaron, como si el placer le hubiera dejado sin fuerzas. Tuve que sostenerle en brazos, con mi polla tiesa todavía ensartada en su culo, para que no se cayera al suelo. Después de haberse corrido, el viejo empezó a temblar como una hoja.

  • Aaaah... cabrón... qué gusto... - dijo, con una expresión de insondable felicidad - Que gusto mes has dado...

Saqué mi polla de su culo e hice que se sentara de nuevo en la taza del inodoro. El viejo, exhausto por el placer que acababa de sentir, actuaba como un autómata, con la cara enrojecida y los morros llenos de babas, la mirada ausente, sin fuerza en los miembros. Se sentó sobre el inodoro con los pantalones bajados y me excitó la visión de sus genitales colgando dentro de la taza, a pocos centímetros de las meadas que había en su interior. De la polla del viejo cayó un hilo de viscoso líquido blanco hasta unirse a esas meadas. Le metí de nuevo la polla en la boca. No podía aguantar más.

  • Viejo cabrón, te has ganado mi leche.

Empecé a follarle la boca cada vez más deprisa. El viejo se dejaba hacer, y solo gemía de vez en cuando. Mis sacudidas comenzaron a ser cada vez más fernéticas. Mis huevos golpeaban su cara a cada embestida, sin ningun miramiento, como si la boca del viejo no fuera más que un agujero para ser usado, un agujero en el que escupir, mear o correrse.

  • Hijo de puta... me corrr... rrro...

Uno, dos, tres chorros de leche, todos directos a su garganta. El viejo se retorció y tragó.

  • Glub!

Otro chorro más. Y otro. Esta vez la leche desbordó su boca y cayo por su barbilla. Yo me convulsioné y vacié mis huevos hasta la última gota. Y mantuve la polla dentro de su boca unos segundos.

  • Te gusta mi leche calentita, cerdo?

El viejo asintió, con la boca todavía llena. Saqué mi polla de ella y quedé erguido frente a él, que permanecía sentado, con la expresión ausente de un orgasmo que todavía recorría su cuerpo, con mi leche cayendo por su barbilla. Sentí ganas de orinar, como solía ocurrirme despues de correrme. Mee largamente, apuntando mi chorro a los huevos y a la polla del viejo, que colgaban en el interior del inodoro. Mientras, el muy cabrón ponía cara de felicidad, agradeciéndome aquella meada con todo su corazón. Mi meada, al chocar contra sus huevos, salpicaba su ropa y me salpicaba tambien a mi mismo. Acabé la larga meada y se la metí al viejo en la boca de nuevo, para que me limpiara las últimas gotas. Él, agradecido, limpió mi polla con unos últimos lametones.

  • ¿Te ha gustado hijo de puta? - le pregunté antes de largarme.

  • Ha sido maravilloso - respondió el viejo.

Le escupí una última vez, en la cara y me marché de allí, dejándole tirado en aquel lavabo del cine porno, sobre un charco de meados. Llevaba mucho tiempo con la fantasía de que me la chupara un viejo en un cine porno, y aquella tarde cumplí mi viejo deseo. Pocas veces he disfrutado tanto en mi vida.