El viejo del centro comercial (II)

Sigo resubiendo. Continuación de las desventuras de Sandra tras su primer encuentro con el viejo del centro comercial...

Sandra cerró los ojos mientras escuchaba el canto de los gorriones. La clase que tocaba después de la media hora del almuerzo se había suspendido por enfermedad del profesor, así que una larga hora y media se extendía entre ella y el inicio de la siguiente hora lectiva. La mayoría de sus compañeros de aula había aprovechado para salir del centro (más de uno ya ni volvería) o estaban en la cafetería. Ella se había refugiado en un estrecho pasillo de cemento que quedaba entre la verja del instituto y el salón de actos y por el que nunca pasaba nadie. Sentada en el suelo con la espalda apoyada en la pared de aquel vetusto edificio salpicado de desconchones, intentaba no pensar en nada. Ya hacía días que trataba de rehuir al máximo posible el contacto con sus compañeros y amigos, y allí había dado con el lugar ideal en el que pasar la media hora del almuerzo y los ratos muertos que dejaban las clases. Pegaba el sol, corría un aire agradable y podía estar a solas con sus problemas.

Ya habían pasado 15 días desde el encuentro con aquel viejo en el centro comercial. No entraremos en detalles de cómo de insoportable se había vuelto la vida en casa de sus padres desde ese momento, simplemente anotaremos que los ojos llorosos que su madre le dedicaba acompañados de sepulcrales silencios y la mirada asqueada de su padre cada vez que se cruzaba con una hija a la que ahora consideraba una puta habían minado sobremanera el estado anímico de Sandra. Se movía por casa como un alma en pena, intentando pasar el mayor tiempo posible en su habitación y únicamente saliendo para las comidas y para hacer sus necesidades. En la intimidad de su cuarto, se había masturbado docenas de veces rememorando lo acontecido en aquel retrete, pero había conseguido resistir la tentación de volver al centro comercial a la búsqueda de aquel anciano. Fue duro los primeros días, pero ahora ya todo se había convertido en un recuerdo difuso, como de un sueño, que ya no aguijoneaba de manera tan brutal los instintos de Sandra. Nunca volvería. Solo quería que su vida recuperara la normalidad anterior a ese fatídico día. Por mucho que ese fatalismo hubiera venido acompañado de un placer sin igual.

-¿Qué haces aquí, Sandra?

Una voz la sacó de su ensimismamiento. Levantó a la vista y descubrió a don Manuel dedicándole una sonrisa bonachona. Don Manuel era el profesor de Historia, un tipo grandote, orondo, y con una barba blanca que amarilleaba por años y años de la nicotina de los cigarrillos. Era un hombre simpático y que se esforzaba por enseñar a sus alumnos. A sus 73 años, debería llevar ya jubilado desde hacía tiempo, pero allí seguía por razones que solo él conocía.

-Nada. No tengo clase ahora y simplemente estoy matando aquí el rato – contestó Sandra con una voz algo tímida.

-¿No estarías mejor en la cafetería charlando con tus compañeros?

-Tenía ganas de estar sola...

Pasaron un par de minutos de silencio. Sandra seguía mirando a Don Manuel desde su posición más baja. No sabía qué más decirle. ¿Por qué no se iba y le dejaba en paz?

-Sandra, he notado que últimamente estás como distraída en clase. Estás ausente, como sumida en algún típo de preocupación. ¿Te pasa algo? - preguntó finalmente Don Manuel en tono dulce y conciliador.

-Nada... cosas mías, Don Manuel – contestó Sandra bajando la vista al suelo con una vocecilla apenas audible entre los trinos de los gorriones.

-Sandra, me preocupas. Estamos a un par de semanas de que finalice el curso. Eres una buena chica y eres lista, pero esta actitud desganada podría afectar a tus nota finales y tus posibilidades universitarias. Estás jugándote ahora tu futuro, hija mía. ¿Tienes problemas en casa o algo?

Las palabras de aquel viejo profesor tocaron una fibra en Sandra que ya llevaba días a punto de romperse. Levantó la vista y las lágrimas acudieron a sus ojos mientras un ligero temblor se adueñaba de sus labios.

-Sandra, ¿pero qué te pasa? - dijo el profesor agachándose junto a ella y poniéndole su peluda manaza en el hombro.

Sandra inclinó la cabeza hacia delante y empezó a sollozar en el hombro de aquel anciano benevolente. La rabia y tristeza acumuladas en las últimas dos semanas salieron como la corriente incontenible que rompe el dique de una presa tras días de furiosas lluvias.

-Tchsssss... tranquila, mi niña, tranquila – intentó consolarla Don Manuel mientras le acariciaba el pelo.

Tras un par de minutos, Sandra consiguió serenarse un poco. Levantó la cara de aquel hombro y descubrió el bonachón semblante de su profesor mirándole con cara de preocupación. Una mano seguía acariciándole suavemente el pelo.

-Mira, llevo encima las llaves del salón de actos. Aquí no va a venir nadie. ¿Quieres que entremos, nos sentemos y hablemos tranquilamente? Saca lo que lleves dentro y verás cómo te sientes mucho mejor...

Sandra asintió con la cabeza. Respiró profundamente y se levantó. Hablar con aquel hombre bueno le haría bien, eso era indudable..

-Vamos entonces – dijo Don Manuel con su perenne sonrisa de druida protector.

Dieron la vuelta al edificio. La puerta del salón estaba oxidada y no había sido pintada en lustros. Era una edificio en forma de teatro con varias filas de butacas y un escenario en el que supuestamente se debían desarrollar actos culturales que estimularan a los estudiantes. En los 6 años que Sandra llevaba en ese centro, solo había entrado allí dos veces, y las dos para que el director del centro les metiera unos discursos moralizantes que se desarrollaban entre las burlas del alumnado.

Don Manuel sacó la llave y abrió la puerta. Un olor a polvo y espacio cerrado les golpeó en la cara.

-Pasa, anda – dijo Don Manuel dedicándole un guiño y cediéndole el paso.

Sandra entró. La oscuridad era prácticamente total. El olor a cerrado invadió sus fosas nasales. Aquello olía como el sótano de la vieja casa del pueblo de sus abuelos.

-Cuidado no te choques con algo. Es por aquí – dijo Don Manuel colocando sus manos en la cintura de Sandra.

El contacto de esas manos en su cintura sobresaltó a Sandra, pero se dejó coger y guiar por ellas sin emitir queja alguna. Pensó que era la simple preocupación de un profesor por la seguridad de su alumna. Sí, simplemente debía ser eso.

Los ojos de Sandra empezaron a acostumbrarse a aquella penumbra. Caminaban por el pasillo central, con las filas de butacas ordenadamente dispuestas a ambos lados.

-Vamos al fondo, a la primera fila. Allí estaremos mejor – dijo susrrante la voz de Don Manuel.

Sandra no entendió por qué no podían sentarse en cualquiera de las butacas que ya tenían a sus lados, pero se dejó seguir guiando por aquellas manos que parecían asir cada vez con más fuerza su cintura.

Conforme se acercaban al escenario, algo que parecía una figura humana empezó a tomar forma. Sandra tomó el fenómeno en un principio por un especie de espejismo provocado por la escasa adaptación de sus ojos a aquella penumbra, pero la figura se hacía cada vez más perceptible a medida que se aproximaban.

-Oiga, Don Manuel, creo que allí hay alguien – dijo Sandra con un pequeño dejo de temor en su entonación.

-Tranquila, solo es un amigo – le susurró el viejo profesor mientras su manos incrementaban aún más la presión en la cintura de Sandra y su cara frotaba aquel pelo juvenil de frutal aroma.

¿Un amigo? ¿Qué coño era aquello? ¿No se suponía que simplemente iban a tener una charla profesor-alumna? Un sentimiento de terror empezó a formarse en el estómago de Sandra. La incredulidad ante el hecho de que el profesor más querido del centro pudiera estar jugándole algún tipo de mala pasada fue lo único que impidió que intentara soltarse de aquellas manos que la apresaban y salir corriendo.

-Don Manuel, pero... - masculló Sandra con las palabras atascándose en su garganta por algo que empezaba a parecerse a una aterrada sospecha.

-Solo quiero presentarte a un amigo, solo eso...

Sandra empezó a intentar detenerse, pero el corpachón de Don Manuel la empujaba hacia delante. La figura empezó a tomar forma definida: encorvado y flaco, una gorra a cuadros sobre la cabeza, un traje de pana marrón desgastadísimo, el brillo de los enormes cristales de unas gafas, el bastón entre las manos. Un escalofrío demoledor recorrió a Sandra de arriba a abajo.

-Hola, Sandrita. ¿Te acuerdas de mí?

Aquella voz cascada y aguda retumbó en los oídos de Sandra como una explosión nuclear. Un mareo volteó su cabeza, y probablemente se hubiera desplomado sobre el suelo de no ser por las manos del profesor que la asían fuertemente. “No puede ser, no puede ser....” se repetía Sandra una y otra vez. No quería mirar al frente. No era posible. Se había quedado dormida arrullada por el canto de los pájaros y estaba teniendo una pesadilla. Tenía que ser eso.

Sandra cerró los ojos con fuerza y los abrió violentamente en un vano intento por despertar de aquel supuesto sueño. Sus ojos se encontraron con el sucio suelo del salón de actos. Aquellas manos seguían agarrándola mientras notaba un bulto haciendo movimientos circulares en torno a su culo.

-Es una pesadilla, es una pesadilla, es una pesadilla... - susurraba Sandra en un estado casi catatónico.

Unos pasos empezaron a resonar frente a ella. Tras unos segundos, unos desgastados mocasines se situaron en el campo de visión que le brindaba su cabeza gacha. Noto como una garra de ave rapaz le cogía suavemente la barbilla y le levantaba la cabeza. La vetusta cara de sádica sonrisa del viejo del centro comercial apareció con todo su esplendor ante sus ojos.

-Eres aún más guapa de lo que recordaba, cariño...

La perfecta carita ovalada de Sandra era el marco perfecto para una boquita pequeña pero de labios carnosos, una naricita graciosamente respingona y unos ojazos color miel que en ese momento se empezaban a inundar de lágrimas. Una melena rizada de color castaño era el remate perfecto de aquel conjunto. Sandra era una auténtica preciosidad, ciertamente.

-Llevaba días esperándote en el centro comercial, cielo. Me tenías preocupado... - Dijo el anciano con toda la melosidad que le permitían sus ajadas cuerdas vocales.

-¿Qué... qué esto? - dijo Sandra con un hilo de voz apenas audible.

-Rodolfo y yo somos amigos desde hace más de 40 años, Sandra, y el otro día me contó algo muy interesante... - irrumpió Don Manuel apretando más el cuerpo de Sandra contra su entrepierna – Al principio creía que se lo estaba inventando y simplemente me estaba tomando el pelo, pero cuando dijo el nombre y escuché la detallada descripción física, supe que esa zorrita que la que estaba hablando era una de mis alumnas: tú.

La mirada del viejo seguía clavada en los ojos llorosos de Sandra mientras su pulgar acariciaba aquel divino mentón. Rodolfo, ese era su nombre. Un nombre de viejo depravado para un viejo depravado. Sandra seguía inmersa en su remota fantasía de que todo fuera una pesadilla.

-¿Te parece bonito haberme dado plantón todos estos días? ¿Así me agradeces todo el placer que te di, putita desagradecida? - dijo el viejo aumentando la presión sobre los mofletes de Sandra.

-Pog favog... me quiego ig... - dijo Sandra intentando hablar a través las lágirmas y la presión de aquella huesuda mano de momia.

Sandra notó como las manos de Don Manuel levantaban su top y dejaban su sujetador al descubierto. Un fuerte tirón en las copas fue suficiente para romper los tirantes. El viejo profesor empezó a amasar aquellas tetas ya liberadas de su prisión mientras seguía restregando la polla en el culo de su alumna. Sandra quería gritar, pero la presión del viejo en los laterales de su cara hizo que lo único que saliera de su boca fuera una especie de trino.

-La hostia – dijo Don Manuel maravillado ante la textura de aquellos preciosos frutos que recorría con sus manos.

-Te lo dije. Las más bonitas que he visto en mis 87 años – replicó el anciano.

La cifra de 87 años rebotó en el cerebro de Sandra. Rompió aquella idea de “setenta y tantos”que se había formado en su cabeza durante el primer encuentro con aquella especie de vampiro sexual. Un tipo casi centenario se la había follado. Aquello lo hacía todo aún más grotesco.

-Siempre en clase con esos tops y esas camisetas ajustadas apretándote las tetas – empezó a susurrar Don Manuel con la cara enterrada en el pelo de Sandra – y seguro que eras consciente de lo cachondo que me ponías. ¿Sabes cuántas veces me la he cascado pensando en ti?

Las manos de Don Manuel pellizcaron los rosados pezones de Sandra. Ésta cerró los ojos y tensó el cuerpo ante el chispazo eléctrico que recorrió su cuerpo.

-Joder, si se te han puesto durísimos con solo tocarlos – dijo Don Manuel mientras seguía retorciendo aquellos pezones que habían adquirido la consistencia de dos pequeñas tuercas de metal.

-Y eso no es nada, Manolo. Mira esto...

El viejo introdujo su mano derecha bajo la minifalda de Sandra mientras con la izquierda seguía sujetándole firmemente la cara.

-No... pog favog... - imploró Sandra totalmente rota en sollozos.

La sonrisa de Rodolfo se amplió hasta límites insospechados, parecía apunto de salirse de los límites laterales de esa cara. La mano apartó a un lado con un movimiento brusco las bragas de Sandra y el dedo índice empezó a acariciar unos labios vaginales totalmente húmedos. Sandra emitió un gemido involuntario. Dos dedos irrumpieron en el interior de su coño y comenzaron un baile entre todos aquellos jugos. Apenas 4 sacudidas bastaron para que un orgasmo recorriera la espalda de Sandra y sus sollozos se convirtieran en jadeos de placer.

-Increíble, ¿eh? Jajaja – dijo el anciano mientras enseñaba su mano totalmente mojada a su amigo profesor, cuyos cara asomaba por encima del pelo de Sandra.

Las piernas de Sandra se doblaron hacia dentro mientras pequeños temblores aún las recorrían. Solo el hecho de que las manos de Don Manuel la sujetaran por las tetas impedíeron que hubiera caído derrumbada como un saco de patatas en el suelo. Sus ojos estaban perdidos en un vacío de vergüenza y lujuria.

El viejo se sentó lentamente en una de las butacas y cruzó las piernas.

-Ahora voy a dedicarme a mirar un rato – dijo alegremente.

Don Manuel giró el cuerpo sin voluntad de Sandra y la puso cara a él. Sus manos agarraron con avaricia aquel tierno culo de 18 años. Empezó a lamer la cara de Sandra, que parecía no haber vuelto aún en sí. La lengua del viejo comenzó a recorrer aquellos labios frescos como rosas. No parecía haber reacción alguna en ellos, hasta que la vida pareció volver de nuevo al cuerpo de Sandra y su pequeña boca empezó a abrirse. La lengua de Don Manuel irrumpió en ella como un toro en el ruedo y empezó a saborear todo el frescor de aquella boca juvenil. Sandra notó como un sabor a tabaco picado y brandy barato saturaba sus papilas. Pelos de la amarillenta barba de Don Manuel también se colaban en la fiesta. Casi inconscientemente, la lengua de Sandra empezó a moverse y a bailar con aquella decrépita invasora. Su cuerpo recuperó la tensión y sus manos cogieron la cabeza de su viejo profesor para disfrutar de todo aquel trasvase da saliva.

-Ahora sí que se ha puesto en marcha, Manolo. Empieza haciéndose la estrecha, pero es más puta que las gallinas jajaja – estalló el viejo Rodolfo en carcajadas.

Don Manuel sacó la lengua de aquella maravillosa boca que sabía a fruta veraniega. Un grueso hilo de babas quedó como un puente colgante comunicando los labios de ambos. El pulgar del viejo profesor empezó a acariciar los labios de Sandra, cuyos ojos aún no parecían haber recuperado el sentido de la realidad. La sonrisa bonachona seguía presente en la cara de Don Manuel. Era increíble cómo algunas personas podían conservar su beatífico aspecto aún cometiendo las más profundas depravaciones.

-¿Vas dejar que te folle esta carita preciosa? - dijo Don Manuel acariciando aún los labios de Sandra con su pulgar.

Sandra, derrotada sin remedio, empezó a lamer aquel pulgar acariciante. El “sí” más atronador no hubiera sido mejor respuesta que esa. Casi inconscientemente, se arrodilló y se encontró con la bragueta de unos pantalones de pinzas ante sus ojos. Maquinalmente, casi como una zombie, desabrochó aquellos pantalones, que cayeron a los tobillos del viejo profesor víctimas de la gravedad. Acto seguido, retiró los calzoncillos y una enorme polla de ceniciento capullo surgió ante sus ojos. Un matorral de espeso pelo blanco rodeaba aquel vetusto falo como una corona real. La prominente barriga caía sobre buena parte de la base de la polla. Lo decadente del panorama hundió el ánimo de Sandra, pero antes de que cualquier duda pudiera tomar forma, la manaza de Don Manuel se posó sobre la cabeza de Sandra y el profesor empezó a a restregar aquel macilento glande en la cara de ésta. Un olor acre a orina rancia invadió la nariz de Sandra, pero el asco, en lugar de hundirla definitivamente, tuvo el efecto de reactivar el deseo. Tímidamente, empezó a recorrer con su lengua aquella polla de sabor contundente. Los jadeos del profesor le confirmaron que estaba haciendo un buen trabajo. Rodeó varias veces el glande con su lengua para, finalmente, meterse aquel rabo en la boca. Levantó la vista y vio el rostro extasiado de su maestro de historia. Las manos del viejo profesor asieron con fuerza los lados de la cabeza de Sandra y empezó a dar vigorosos golpes de pelvis. Sandra notaba como aquella polla golpeaba con fuerza el fondo de su garganta y se retiraba, solo para coger fuerzas de cara a un embate mayor. Su cara chocaba con aquella barriga flácida cada que Don Manuel metía su polla hasta el fondo de aquella maravillosa boca. Sandra intentaba reprimir las naúseas. El aire empezaba a faltarle. Una sensación de mareo comenzó a invadirle. Pero sus bragas, totalmente empapadas, parecían querer decirle que todo era maravilloso. Tras un par de minutos de frenéticas embestidas contra aquella preciosa cara, la polla de Don Manuel se quedó detenida en el fondo de la garganta de Sandra, adquirió una dureza increíble y un chorro infinito de semen surgió de él. Sandra sintió como su garganta se inundaba. Empezó a sentir una angustia terrible. El semen tomó el camino de sus fosas nasales. Se ahogaba. Finalmente, Don Manuel sacó la polla y Sandra se apoyó con las manos en el suelo entre toses y arcadas. Montones de babas y semen empezaron a caer de su boca sobre el suelo. Le salía semen de la nariz como si de mocos se tratase.

Don Manuel se derrumbó exhausto sobre una de las butacas con los pantalones aún bajados y su rabo brillante de fluidos al aire.

-Me cago en la puta... - dijo entre jadeos.

-Creía que tenías más aguante, Manolo jajajaja – dijo el viejo, divertidísimo ante el espectáculo de que acababa de disfrutar.

Sandra continuaba a cuatro patas en el suelo, tosiendo, vomitando e intentando atrapar un aire que parecía negarse a penetrar en sus pulmones. El viejo Rodolfo se levantó de su butaca, se arodilló torpemente frente a ella y le levantó la cara. Llena de babas y semen, con leche saliéndole por la nariz y los ojos anegados en lágrimas, al viejo le pareció que estaba más guapa que nunca.

-Eres una criatura perfecta, es imposible estropearte... - dijo dulcemente mientras acariciaba la mejilla de Sandra.

El viejo introdujo tres dedos en aquella boquita jadeante. Sandra empezó a rodearlos con su lengua.

-Quieres más, ¿eh, cielo? - dijo el viejo con su desdentada sonrisa desbocada.

Sandra asintió débilmente con la cabeza mientras seguía saboreando el sabor rancio de aquellos cadavéricos dedos Cualquier resto de cordura e instinto de supervivencia habían desparecido de su cerebro. Solo quería que se la follaran de la forma más sucia posible.

-Manolo, follátela a cuatro patas – dijo el viejo con un tono de autoridad impresionante.

-No me jodas Rodolfo. Que me va a dar un infarto. Déjame descansar un poco...

-Te estás follando a esta maravilla gracias a mí y vas a hacer lo que te pida. Así que empieza a follártela ya.

-Joder...

Don Manuel se levantó tambaleante. Bastó la visión de la cara de Sandra en éxtasis chupando los dedos de su amigo para que una nueva erección se apoderara de su polla. Aquello no iba a ser tan difícil como había pensado. Se colocó detrás de Sandra, le subió la minifalda y un culo perfectamente redondo y respingón apareció ante sus ojos.

-Madre mía. Esta cría los tiene todo como si lo hubiera cincelado un Bernini salido... - dijo el viejo profesor ante la nueva maravilla que había descubierto.

Arrancó las bragas y sumergió su barbuda barba entre aquellos maravillosos glúteos. Empezó a recorrer con su lengua todo el camino que iba del coño al ano de su alumna. El cuerpo de Sandra se estremeció y sus ojos se pusieron en blanco.

-Esta putilla acaba de tener otro orgasmo, Manolo – se regocijó el Rodolfo mientras seguía follando la boca de Sandra con sus dedos.

La barba de Don Manuel emergió del culo de Sandra totalmente empapada de jugos vaginales. Sin pensarlos dos veces, introdujo su polla en el coño, que resbaló al interior con toda la comodidad que proporcionaba aquella maravillosa lubricación. Empezó a embestir salvajemente. Sandra sentía los impactos de aquella polla en sus entrañas y cómo la tripa del viejo profesor golpeaban sus nalgas en cada embate. Sus maravillosas tetas se balanceaban como el más bello columpio que había visto la Creación. El cuerpo de Sandra volvió a tensarse y el viejo sacó los dedos de su boca para que pudieran escuchar aquel gemido de placer en todo su esplendor. Un orgasmo brutal recorrió la espalda de Sandra y un “aaaaaah” repleto de lujuria rebotó por las paredes de ese teatro. Aprovechando ese grito, Rodolfo se sacó la polla y la introdujo de un golpe seco en la boca de Sandra y empezóa embestir contra su garganta. Sandra pareció recobrar algo la conciencia ante este hecho inesperado e intentó revolverse, pero por delante y por detrás la asían fuertemente dos carcamales que no la dejarían escapar. Dos pollas que sumaban 160 años estaban profanando hasta el límite aquel cuerpo de 18.

Asfixiándose por aquella polla que golpeaba su garganta, Sandra sintió como Don Manuel aceleraba el ritmo de sus embestidas para, finalmente, notar como su semen inundaba sus entrañas. Dos embestidas más que chapotearon en se mar de semen y jugos vaginales garantizaron que no se desperdiciara ni una gota. Mientras Don Manuel le sacaba la polla al borde de un infarto, el viejo Rodolfo sacó la suya de la boca de Sandra. Ésta volvió a sumergirse en una vorágine de arcadas y toses. Creyó que todo había acabado, pero entonces notó algo intentando penetrar su ano.

-¡No, eso no, por favor! - gritó aterrorizada mientras giraba la cabeza.

Pudo ver al viejo con la expresión más sádica que había mostrado hasta el momento (que ya era mucho decir) detrás de su culo, y antes de que pudiera volver a implorar clemencia, un dolor descomunal pareció rajarle desde el coxis hasta la nuca. Notó como aquella polla entraba y salía de su recto mientras la sensación de dolor aumentaba. Empezó a llorar como nunca lo había hecho desde pequeña. Hundió su cabeza entre los brazos mientras el viejo del centro comercial reventaba aquel culo maravilloso. Un chispa eléctrica empezó a recorrer a columna vertebral de Sandra a la par que el dolor. Conocía esa sensación, y empezó a odiarse a sí misma. Era el placer de sentirse sodomizada por un viejo de 87 años. Los sollozos de Sandra se redoblaron ante tal certeza. El viejo se corrió en su interior con un último embate prodigioso. Cogió a Sandra por el pelo y levantó la cabeza para ver su expresión ante el orgasmo anal que sabía le acababa de propocionar. Sandra tenía los ojos en blanco y gemido jadeante escapaba de sus labios. Soltó la cabeza de Sandra, que se derrumbó sobre sus brazos en el suelo, sacó la polla llena de semen y mierda de aquel culo inmaculado hasta ese momento y se la limpió con la falda que caía sobre las caderas de Sandra.

El viejo se levantó a la escasa velocidad que le permitían sus rodillas, se subió los pantalones y se apoyó en su bastón. Echó a una mirada al cuerpo jadeante que aún temblaba entre espasmos en el suelo.

-Bueno, Sandrita. Espero que seas obediente y no tenga que volver a buscarte.- dijo con su voz de cuervo antropomórfico. Enfiló el pasillo hacia la salida y desapareció tras la puerta.

Sandra se quedó tirada en el suelo, con la minifalda levantada sobre las caderas y el top subido hasta el cuello con las tetas al aire. Cantidades ingentes de semen no dejaban de brotar de su culo y coño. Su cara yacía de lado en el suelo, con el pelo alborotado y pegado en distintas partes de su cara por el semen y las babas.

-Sandra, si dices algo de esto, nos vamos a ver metidos en un buen lío los dos.

Don Manuel estaba sentado en una butaca, intentando recuperar el aliento. Seguía con los pantalones bajados y la polla, esta vez ya flácida, al aire. Su voz salía entrecortada entre jadeos. Tenía la sensación de estar a punto de sufrir un infarto.

-Joder. En qué líos me meto por pensar con la polla – dijo finalmente hundiendo su cara entre las manos.

Sandra yacía todavía en el suelo. Las lágrimas seguían saliendo de sus ojos. Pequeñas descargas aún recorrían su cuerpo. Se sentía sucia. Se sentía humillada.

Tenía la esperanza de despertar y que todo hubiera sido un sueño.

Tenía la esperanza de morir en ese mismo momento.

Tenía la esperanza de que Don Manuel decidiera follarse de nuevo su cuerpo sin voluntad antes de marcharse.

Tenía la certeza de que volvería a ese centro comercial.