El viejo del centro comercial

Recuperando viejos relatos de mi antigua cuenta. Éste era uno de los favoritos. El encuentro en el centro comercial que iba a cambiar la vida de Sandra...

“Zorra”, pensó Sandra mientras con su dedo iba recorriendo el Instagram de una de sus archienemigas en la pantalla de su móvil. Hacía 15 minutos que, cansada de la caminata con sus padres y hermano pequeño a la búsqueda de vestuario para cierto evento familiar venidero, se había declarado en rebeldía y sentado en el banco en el que ahora mismo se hallaba. Tras una pequeña discusión con su madre, finalmente había quedado en encontrarse con su familia a las puertas de los cines en hora y media. Sandra odiaba aquel centro comercial cercano a su casa: era pequeño, cutre, sin ninguna tienda que valiera la pena. Los cines eran lo peor (tres salas y con las pelis más rancias de la cartelera) y de los sitios para comer, mejor no hablar. Por no haber, ni si quiera había un triste Macdonald´s. Allí solo podías encontrarte viejos en sus rutinas de paseo eterno y familias horribles con sus niños aún más horribles saliendo del hiper cargados con mastodónticas compras mensuales de ofertas y marcas blancas. Un centro comercial de mierda para un barrio de mierda.

-Hola guapa.

Una curiosa voz a la vez ronca y aflautada sacó a Sandra de su ensimismamiento en las redes sociales ajenas. Giró la cabeza a su izquierda y vio a un vejete de setenta y muchos años sentado a un metro escaso de ella que le observaba a través de los cristales sorprendentemente gruesos de unas gafas que, a juzgar por su diseño, habían vivido los años de la Transición. Una gorra a cuadros cubría algo que solo podía ser una calva y sus manos jugueteaban con el puño de un bastón que sujetaba entre sus piernas. “Viejo de los cojones, anda que no hay sitios para sentarse...” pensó Sandra mientras volvía a enfrascarse en la pantalla de su móvil ignorando el saludo de su nuevo vecino de banco.

Transcurridos apenas un par de minutos, Sandra percibió ciertas vibraciones en el banco. Dirigió su vista de nuevo a la derecha y pudo comprobar como la distancia entre ella y el abuelo se había reducido a menos de medio metro. “Genial, es un puto viejo verde. Me largo de aquí” masculló entre dientes mientras se guardaba el móvil en el bolsillo de su chaqueta de cremallera con capucha dispuesta a levantarse y salir pitando del lado de ese fósil.

-Te llamas Sandra, ¿verdad?

Las palabras le dejaron congelada. ¿Cómo coño sabía su nombre ese abuelo? No le había visto en su puta vida. Sandra dirigió una mirada perpleja al carcamal, que se sonreía satisfecho con la jugada con la que había descolocado a su compañera de banco.

-Es que estaba sentado justo en ese banco de detrás de esa planta cuando has discutido con tus padres y lo he oído todo. Porque, eran tus padres, ¿verdad?.

Sandra asintió débilmente con la cabeza.

-Es un nombre muy bonito, casi tan bonito como tú.-dijo el anciano mientras escurría sus posaderas sobre el asiento y se situaba prácticamente pegado pierna con pierna a quien había convertido en su objetivo.

-Gra... gracias-contestó Sandra sin saber por qué.

En ese momento, Sandra notó algo en pierna derecha. Bajó la vista y vio la mano huesuda de aquel anciano posada sobre su muslo, justo encima del tatuaje que representaba un cupcake de colores y que le había costado una buena parte de sus ganancias como camarera el último verano (además de una pelea tremenda con su madre). Un relámpago de terror recorrió a Sandra de la cabeza a los pies. ¿Debía gritar? ¿Levantarse y salir corriendo? ¿Cruzarle la cara a ese viejo de un bofetón? No hizo nada, sin embargo, tan solo mirar petrificada la cara lasciva de aquel anciano. Ante tal inacción, la sonrisa se amplió en aquel ajado rostro y la mano empezó a acariciar el muslo de Sandra de arriba a abajo.

-¿Qué edad tienes, Sandra?-preguntó el abuelo con sus miopes ojos clavados en ella.

-Di.. diecinueve-mintió Sandra. En realidad había cumplido los 18 apenas hacía un mes ¿Por qué mintió? Ni ella misma lo sabía.

-Mira, cielo-dijo el anciano mientras con la mano derecha se sacaba una abultada cartera del bolsillo interior de su desgastada americana (la izquierda seguía sin despegarse del muslo de Sandra)-llevo 5 minutos metiéndote mano y no has salido corriendo, así que deduzco que eres una chica valiente jajaja. Voy a hacerte una oferta. 300 euros por que me la chupes en los baños con esa preciosa boquita que tienes. Solo eso, 5 minutos y te habrás embolsado 300 euros. ¿Qué me dices?

El abuelo abrió la cartera ante los ojos de Sandra y esta pudo ver un buen montón de billetes verdes en su interior. Sandra estaba tan descolocada por el miedo y lo surrealista de la situación que no sabía cómo reaccionar. Lo normal habría sido ir a buscar a su padre para que le partiera los morros a ese viejo salido. En lugar de ello, siguió petrificada mientras la mano del anciano seguía disfrutando con su muslo.

-Vamos a hacer una cosa, guapa.-arrancó el viejo ante la inacción de su presa-Al fondo a la derecha están los baños de esta planta. Voy a meterme en el último retrete del de caballeros. Si te animas, allí te espero. No irás a decepcionar a tus mayores, ¿verdad, guapísima?

Dicho esto, el viejo apretó fuertemente durante unos segundos el muslo de Sandra y se levantó. Caminó renqueante apoyado en su bastón hasta el fondo de la planta, donde giró a la derecha y desapareció.

Sandra tardó unos minutos en volver a la realidad. Pudo ver las marcas de dedos en su muslo fruto del apretón al que se había visto sometido, lo que le hizo convencerse de que no había tenido una alucinación, todo había ocurrido de verdad. Un nervio incontrolable la dominaba, tenía ganas de vomitar. Apoyó la cara en sus manos y trató de tranquilizarse. “Vete a buscar a papá y mamá y lárgate de aquí” era el mantra que resonaba en su cabeza. Su cuerpo, por algún misterio que no conseguía resolver, se negaba a obedecer a tales órdenes y seguía clavado en el banco.

Pasaron 5 minutos. La respiración de Sandra se calmó. Vio los ascensores al fondo. “Sal corriendo de aquí”, se dijo. Se levantó y se dirigió a ellos a paso rápido. Apretó el botón y esperó. Justo en ese punto, el pasillo se desviaba en diagonal a la derecha y al fondo se veían las puertas de los aseos. La de caballeros a la derecha y la de señoras a la izquierda. El ascensor llegó y abrió sus puertas. Sandra se quedó parada, sin entrar. Pasaron unos veinte segundos. Las puertas se cerraron y el ascensor inició su viaje sin nadie en su interior. Sandra giró la cabeza y miró a las puertas de los aseos. Lentamente, giró y empezó a caminar hacia ellos. Una voz que gritaba “¿¿¿qué coño estás haciendo???” atronó en su cabeza. “Cállate”, dijo Sandra.

La puerta del aseo de hombres estaba entreabierta. Sandra echó un vistazo de reojo a través de la obertura y comprobó que no había nadie. Entró y se quedó parada, con el corazón a 1000 por hora. El olor a orines era potente, señal de que hacía horas que no pasaban a limpiarlo. Siete urinarios recorrían la pared izquierda, mientras la derecha quedaba ocupado por cuatro retretes privados. La pared del fondo la ocupaban dos lavamanos con sendos espejos sobre ellos. Sandra se dirigió cautamente al último de los retretes. Se quitó la chaqueta, ya que los nervios la habían sumergido en un calor insoportable. Llegó a la puerta y la empujó con un dedo. El pestillo no estaba echado, así que se abrió y ante sus ojos apareció el anciano sentado sobre el retrete. Se había quitado la gorra y su refulgente cráneo reflejaba la luz de los fluorescentes del techo.

-Creía que ya no venías-dijo sonriente.-Entra.

Sandra entró. El espacio era mínimo, lo justo para mantener una mínima distancia con las rodillas del viejo. Una sensación de irrealidad total invadió a Sandra. Pensó en salir corriendo, aún estaba a tiempo. Pero la curiosidad kamikaze propia de la adolescencia tardía le conminó a continuar.

-Cierra la puerta y echa el pestillo.

Sandra se giró y la cerró. Titubeó unos segundos para echar el pestillo, pero finalmente lo hizo. Volvió a situarse frente al anciano, que sonreía felizmente mientras su mano derecha se frotaba la entrepierna.

-Madre mía que buena estás, chiquilla. Menudas tetas tienes sin esa chaqueta.

Era cierto. Los pechos de Sandra eran legendarios en su escuela desde que habían empezado a crecerle. El top de tirantes ajustado que llevaba los realzaba aún más en contraste con su perfecta cinturita, convirtiendo al conjunto en un paisaje maravilloso.

-300.. 300 euros por chupársela. Eso es todo-dijo Sandra con voz temblorosa.

-Así es cielo, solo eso-contestó el anciano alegremete.

El corazón de Sandra se desbocó. Solo había chupado un par de pollas en su vida. Pero a tíos de su edad. Y borracha como una cuba. Aquello era demasiado.

-Arrodíllate, cielo-dijo el anciano en tono dulce.

Sandra obedeció. Noto una sensación viscosa al contacto del suelo con sus rodillas, fruto de las salpicaduras de orina allí acumulada durante horas. El asco recorrió todo su cuerpo. Las lágrimas parecían querer acudir a su ojos. Solo 5 minutos y ganaría 300 euros. Una fortuna para una estudiante de clase obrera como ella. Esta era la única idea que le hacía seguir adelante. O eso quería pensar ella.

La bragueta del viejo quedó a la altura de sus ojos. El pantalón de pana marrón no era capaz de ocultar la erección que estaba pidiendo a gritos ser liberada. Sandra se sorprendió de que alguien de esa edad pudiera tener tal facilidad para empalmarse. Las manos de Sandra se lanzaron a desabrochar el pantalón, quería acabar cuanto antes.

-Caray, ya ni hace falta que te diga nada jajaja. Buena chica..

Sandra hizo oídos sordos y deslizó los pantalones del viejo hasta los tobillos. Unas piernas esqueléticas más propias de un zombi que de un ser humano quedaron al descubierto. Un calzoncillo blanco con manchas amarillentas era lo único que ahora mismo cubría la entrepierna de aquel despojo antediluviano. Las manos temblorosas de Sandra deslizaron aquel calzoncillo y una enorme polla venosa rodeada de unos matojos de pelos grises emergió triunfante. Un olor acre invadió las fosas nasales de Sandra. Unos pegotes blancos cubrían el glande de aquello. ¿Cuántos días hacía que no se duchaba aquel tipo? Imposible calcularlo. Una naúsea se apoderó de Sandra y se echó hacia atrás.

-Hemos hecho un trato, cariño. No vale rajarse ahora...

Sandra volvió a acercar su cara a aquel falo mugriento. La voz del viejo parecía tener un algo que obligaba al cumplimiento de un contrato que ningún abogado habría dado por válido. “Hazlo y lárgate”, pensó, y hundió su cabeza en esa entrepierna prehistórica. El primer contacto de su lengua con aquel capullo llenó su boca de un sabor salado y ácido ante el que tuvo que aguantar una arcada. Era una locura. ¿Qué coño estaba haciendo?

-Oh, sí. Muy bien, cariño...-Dijo el viejo empezando a disfrutar de su transacción.

Sandra cogió con la mano derecha la base de la polla y empezó a masturbarla. Su intención era que su boca no pasara del glande y acabar cuanto antes sacudiéndosela. No pensaba dejar que aquello profanara completamente su boca.

-Eso no está bien, cielo. Me estás haciendo una paja y habíamos acordado una felación. No te pagaré por eso...

Una rabia descomunal se apoderó de Sandra. Un viejo la estaba chuleando como a una puta barata e, inexplicablemente, ella se estaba dejando. “¿Quieres mamada? Pues toma mamada. En dos minutos te vas a correr y tendrás que soltar 300 euros”. Liberó la polla de su mano y su boca empezó a recorrerla de la base hasta la punta. Haría que ese carcamal se corriera en un santiamén y todo habría acabado. Toda su boca se impregnó del sabor a falta de higiene que emitía ese rabo, pero pensó que podría aguantarlo durante ese escaso tiempo.

-Ahhhh... así. Muy bien, mi niña...-gimió el anciano con su aguda voz.

Sandra movía frenéticamente la cabeza arriba y abajo. Unas cuantas sacudidas más y todo habría acabado. De repente, Sandra notó su cabeza atascada. Su cara se quedó estrujada contra aquel matorral blanco de pelos púbicos. Todos los esfuerzos de su cuello por alzar la cabeza eran vanos. ¡La manos de aquel puto viejo estaban apretando su cabeza contra la base de la polla! Sandra entró en pánico. Sentía aquel glande atascado en el fondo de su garganta. Se ahogaba. La naúseas empezaron a invadirle sin salida alguna que las liberara. Unas luces blancas empezaron a centellear ante sus ojos, de los que empezaron a brotar lágrimas. Los segundos se convirtieron en horas. Sandra empezó a temer que moriría en los mugrientos baños de un centro comercial ahogada por la polla de un viejo. No podía existir muerte más humillante que esa. Finalmente, notó que la mano dejaba de presionar su cogote y su cabeza salió como un resorte de la entrepierna del anciano. Sandra se derrumbó de espaldas contra la puerta, tosiendo, intentando capturar todo el aire posible. Chorretones enromes de babas caían de su boca mientras las lágrimas arrasaban sus mejillas.

-¡¡Hijo de puta!!-Gritó Sandra con una voz aún entrecortada por la asfixia.

-Jajaja. Era una broma, cielo. No te enfades.

-¡Cabronazo! ¡Casi me asfixio!

-Venga no te enfades. Además, no parece que te haya disgustado tanto-dijo el viejo señalando sus pechos.

Sandra bajó la vista y vio como, a pesar del sujetador, sus dos pezones se dibujaban claramente bajo el top. Se le habían puesto duros como dos bala de gran calibre. Una vergüenza indescriptible se dibujó en su rostro. No era posible que se hubiera excitado con lo que acababa de ocurrir.

-Te has puesto cachonda, cariño. No pasa nada, está bien..

-No, no es verdad... -contestó Sandra llorosa.

-¿No? ¿Seguro?Veamos...

El abuelo se arrodilló torpemente entre el mínimo espacio que quedaba entre Sandra y el retrete. Su mano derecha se sumergió bajo la minifalda de Sandra y con un rápido gesto apartó la comisura de las bragas y tocó con sus dedos la rajita de su vágina.

-¿¿Qué coño haces??-gritó Sandra apretándose contra la puerta, buscando un espacio que no existía.

La mano del anciano surgió de entre las piernas de Sandra con los dedos totalmente húmedos. Sandra no quería creer lo que estaba viendo. No era posible.

-¿Aún me vas a decir que no estás cachonda, putita?

-Pero...

Antes de que pudiera decir nada más, la mano del anciano volvió a desaparecer entre sus piernas y Sandra sintió como dos dedos irrumpían en el interior de su vágina. Quiso pedir auxilio, simplemente gritar. Pero lo único que salió de su boca fue un gemido de algo demasiado parecido al placer. La respiración de Sandra se acompasó al ritmo de los movimientos de aquellos dedos. Pequeñas corrientes de placer recorrían su espalda. De repente, el dedo pulgar se puso a jugar con su clítoris aprovechando toda aquella humedad que invadía su coño.

-Joder...-Susurró Sandra entre jadeos.

-Ya eres mía. Sabía que tarde o temprano me encontraría con una zorrita como tú...-dijo el viejo con una expresión de victoria rotunda en sus ojos.

La cabeza de Sandra era un hervidero de ideas cruzadas. “Es una puta locura. No puede ser que esté dejando que un viejo 60 años mayor me hurgue el coño. Pero aún peor es que esté disfrutando. Y mis padres no deben estar demasiado lejos. ¿He perdido la puta cabez... Aaaaaaah”. Un orgasmo como nunca había sentido la sacó de todo proceso de intentar ordenar sus ideas. Cerró los ojos mientras pequeños temblores recorrían sus piernas. Cuando volvió a abrir sus parpados, se encontró con la sonriente cara del anciano sosteniendo ante sus narices una mano chorreante de lo que debían ser sus jugos vaginales.

-Impresionante, cariño jajaja...-se vanaglorió el viejo mientras volvía a sentarse en el retrete.

Sandra siguió sentada en el suelo. Notaba que sus bragas se pegaban al suelo, totalmente empapadas. Miró al anciano con ojos todavía llorosos.

-Sabes que esto aún no se ha acabado, ¿verdad, mi niña?

Sandra asintió tímidamente con la cabeza, como una niña que asiente ante la autoridad de su padre.

-Ven siéntate en mis rodillas.

Sandra se levantó y se sentó sobre aquellas esqueléticas rodillas, igual que se había sentado sobre las de aquellos falsos Papá Noeles a los que pedía sus regalos no hacía tantos años. Una vez en tan navideña posición, las huesudas manos del viejo empezaron a recorrer las tetas de Sandra por encima del top.

-¿No me vas a dejar ver lo que hay aquí debajo, cariño?

Sandra dejó caer los tirantes del top por sus brazos. Ya no se sentía dueña de sí, se había transformado en una autómata programada para obedecer las órdenes de aquel anciano. Se quitó el sujetador y sus tetas quedaron al descubierto.

-La hostia, qué maravilla...-dijo admirado el viejo.

La verdad es que eran preciosas. Grandes pero redondas como dos gigantescos melocotones, con una caída lateral perfecta y unos pequeños pezones sonrosados perfectamente circulares. Aquellas manos como garras de buitre empezaron a cogerlas y sopesarlas como quien escoge melones en la frutería. Los dedos empezaron a jugar con sus pezones, apretándolos entre los dedos. Sandra volvió a sentir como los jugos inundaban de nuevo su coño. “Joder, no...”, pensó. Lo de antes no había sido un accidente. Estaba disfrutando como una perra con todo aquello de verdad. Se sintió sucia y avergonzada, pero el morbo y el placer ya eran más importantes que cualquier otra cosa. La lengua del viejo empezó a pasearse por su pecho izquierdo. Aquel contacto húmedo provocó una latigazo de placer en Sandra que recorrió toda su espalda. La lengua empezó a jugar con el pezón, hasta que sintió el mordisco de una desdentada mandíbula hacer presa en él. Sandra se giró y se sentó a horcajadas sobre aquella pelvis de casi 80 años. Quería facilitarle el acceso a sus tetas. El anciano respondió abalanzándose sobre ellas, chupando y mordiendo a diestro y siniestro.

-¿No le vas a dar un beso al abuelo, cariño?-Dijo el viejo alzando la vista y dando una tregua a ese maravilloso campo de melocotones.

Sandra introdujo la lengua sin pensarlo en aquel orificio decrépito. Un sabor a tabaco barato, que le recordaba al olor que imperaba en el pequeño piso de su difunto abuelo, golpeó las paredes de su boca. No había apenas dientes allí, su lengua bailaba básicamente sobre encías desnudas. La lengua del anciano empezó a dominar a la suya y una transferencia de saliva rancia inundó su boca adolescente. La tragó sin pensarlo, disfrutando de cada gota. La mano del anciano volvió a echar a un lado las bragas de Sandra y tres dedos irrumpieron en su vágina a través del mar que la inundaba. Sus jadeos quedaban amortiguados por aquella lengua anciana que conocía mil trucos para dejar la suya a total merced. Sandra empezó a sentir que no era dueña de sí, era como si estuviera en una especie de paraíso mientras dejaba a aquel viejo ultrajar su cuerpo a merced. Solo había follado dos veces antes y fueron decepcionantes. Nunca habría imaginado que se pudiera disfrutar tanto siendo una cerda...

Estaba ensimismada en sus pensamientos cuando notó las manos del viejo agarrarse a su cintura. Las DOS manos. ¿Qué era entonces los que entraba y salía de su coño? Sandra abrió los ojos y miró confundida a la cara del anciano. Una sonrisa maliciosa se dibujó en el rostro de éste.

-Hace tres minutos que te he metido la polla y ni te has enterado, zorrita mía. Jajaja.

Un escalofrío de horror recorrió las espina dorsal de Sandra. Vinieron a su memoria la charlas sobre embarazos no deseados y horribles enfermedades de transmisión sexual que había ecuchado aburrida mil veces en clase de educación sexual.

-¡No me jodas! ¡No, esto no!-gritó Sandra intentando revolverse sobre la pelvis del anciano.

El viejo la aferró fuertemente con sus zarpas cadavéricas y bastaron dos sacudidas para que el cuerpo de Sandra volviera a retorcerse de un placer involuntario. Cualquier resistencia de la joven quedó desactivada y su cuerpo se derrumbó sobre el anciano.

-N.. no, por favor... - susurró Sandra con una ausencia total de convencimiento.

-Chssss tranquila. Así es mucho más bonito, princesa ¿No te gusta sentirme dentro de ti?

Sandra no dijo nada, pero su cuerpo en peso muerto y su total entrega a un destino que ya apenas se esforzaba en evitar hablaban por sí solos. El anciano empezó a meter y sacar su poya a placer de aquel cuerpo que había perdido toda voluntad.

-Tranquila cielo, la sacaré antes de correrme-susurró dulcemente al oído de Sandra.

Sandra se abrazó a él, como la nieta que demuestra su cariño ante una promesa de su abuelo. Acompasó el ritmo de su cintura a las sacudidas de su compañero. Sentía pequeñas descargas de placer. Se combó hacia atrás. Dirigiendo su mirada al techo y dejando sus tetas a total merced de la boca del viejo. Este correspondíó chupándolas con avaricia mientras seguía taladrando aquel maravilloso coño. Sandra cerró los ojos y se dejó llevar, el contacto carne con carne de aquel pene con las paredes de su coño empezaron a parecerle alguna forma de unión mística, una calma total la invadió y se abandonó al suave balanceo de las sacudidas... hasta que notó que la polla sufría un espasmo y se endurecía hasta límites insospechados en su interior. Abrió los ojos asustada.

-¡No, espera! ¡Me has dicho que...!

Antes de acabar la frase, Sandra notó estallar un géiser en su interior. Cantidades bestiales de semen acumaladas a saber desde cuándo en las pelotas del viejo inundaron cada rincón de su coño. Sandra gritó aterrorizada, pero otro orgasmo indescriptible que sacudió su cuerpo con la última embestida con la que el viejo acabó de vaciar sus huevos en la entrañas de esa cría, acabó convirtiendo el grito en un gemido que se fue apagando entre convulsiones. Sandra se derribó como una muñeca de trapo sobre el abuelo, sintiendo como el semen empezaba a resbalar por sus piernas.

Pasaron tres minutos de silencio sepulcral. Finalmente el viejo echó a un lado el cuerpo de sandra, que se derrumbó en el hueco que quedaba entre la pared y el retrete. Se quedó sentada apoyada en la pared, con la vista fija en el suelo. Notó cómo las lagrimas empezaban a inundar sus ojos. El abuelo se levantó, cogió la chaqueta que Sandra había dejado colgada en pomo de la puerta, se limpió la polla con ella y se subió los pantalones. Lanzó la chaqueta pringosa de semen en el regazo de Sandra. Esta levantó la cabeza y, borrosamente a través de las lágrimas, vio al anciano mirándola sonrientemente.

-Sabes que no voy a pagarte una mierda, ¿no?

-¿Qu... qué?-preguntó Sandra mientras una bola como un balón de fútbol se le formaba en la garganta.

El abuelo se acuclilló ante Sandra a la escasa velocidad que le permitían sus maltrechas articulaciones.

-Mira esto-le dijo con una sonrisa malévola en el rostro.

Volvió a meter la mano entre las piernas de Sandra, quien no hizo esfuerzo alguno por evitarlo. Tres dedos se introdujeron en su coño a través de la enorme cantidad de semen que aún lo inundaba. Bastaron un par de chapoteantes sacudidas para que un nuevo orgasmo tensara el cuerpo de Sandra.

El viejo, con una expresión triunfante, sacó los dedos impregnados en semen y los metió en la jadeante boca entreabierta de Sandra. Ésta los limpió con su lengua, chupándolos encarecidamente mientras entraban y salían. Finalmente, el viejo sacó los dedos y se limpió los restos en el pelo de Sandra, que había vuelto a bajar la cabeza entre lágrimas. El semen que salía a borbotones de su coño y los miles de meados acumulados en el suelo hacía que sus bragas se le adhirieran al suelo por el culo.

-Eres una putilla que ha disfrutado aún más que yo. Casi que me tendrías que pagar tú jajaja.

El anciano se levantó, dio la vuelta y descorrió el pestillo.

-Ya sabes dónde estoy. Hasta la vista... Sandrita.

Abrió la puerta y salió apoyándose en el bastón con sus renqueantes andares.

-¿Sa... Sandra?

Una voz demasiado familiar sacó a Sandra de su abatido ensimismamiento. Alzó los ojos y vio a través de la puerta abierta a su padre secándose las manos.

-¿PE... PERO QUÉ COÑO HA PASADO?

La imagen de su hija tirada en el suelo de un váter con los pechos al aire, abierta de piernas con semen resbalando por ellas y despeinada con unos chorros de origen sospechoso recorriendo sus cabellos le provocó algo muy próximo al shock.

Sandra agachó la cabeza mientras escuchaba la respiración nerviosa de su padre.

Quería morirse.

Quería que la tierra se la tragara.

Quería que aquel viejo volviera a joderla viva.