El viejo baúl
En el viejo desván entre muebles medio destrozados y ropas apolilladas había un viejo baúl. Al heredar la casa no me había preocupado de esa estancia, hasta que hubo que reparar el tejado. Así que tuve que moverlo todo, bajé el baúl a mi estudio y el resto al garaje.
En el viejo desván entre muebles medio destrozados y ropas apolilladas había un viejo baúl. Al heredar la casa no me había preocupado de esa estancia, hasta que hubo que reparar el tejado. Así que tuve que moverlo todo, bajé el baúl a mi estudio y el resto al garaje.
Al abrirlo encima de todo lo demás había una bolsita de terciopelo, dentro con su cadena de plata un guardapelo. La misteriosa joya encerraba una descolorida foto antigua de una bella dama y unos pocos cabellos rizados de un precioso color rojo. Considerando que la mujer de la fotografía parecía llevar el pelo liso, los rizos rojizos eran un misterio.
Aquellas eran las pertenencias de alguien, del pasado, quizá de una antepasada mía . Yo también tenía el pelo rojo.
Allí había ropas bien conservadas, ropa interior de estilo antiguo, todo lazos y corchetes y en su propio momento algo muy sexi, casi fetichista.
Por debajo de eso algunos libros. Repasando los lomos comprobé que se trataba de algunas de las obras maestras de la literatura erótica del s. XIX algunos de ellos parecían primeras ediciones. Quedarían muy bien en mi propia biblioteca.
Entre los libros, un diario escrito a mano con letra de mujer, una caligrafía hermosa y retorcida, a pluma, de otra época. Quizá allí encontraría la respuesta al misterio de los cabellos.
Lo dejé a un lado para revisarlo mas tarde y seguí con el contenido del baúl. La vida de la dama a la que había pertenecido debía haber sido muy interesante, mucho para la época de la que debían venir aquellos recuerdos. En el fondo dos paquetes de cartas con diferentes tipos de letra atadas con lazos de cinta de seda y un álbum de fotos encuadernado en cuero negro. Las fotos, copias en papel de lo que desde luego habían sido negativos en placas de cristal.
Además entre los restos a medio desintegrar de una caja de cartón un falo de oscura madera pulida. Una polla de aspecto muy realista para estar tallada en ébano. Repito muy muy interesante.
Ojeando las fotos sorprendida, pero ya no mucho a estas alturas, descubrí a la dama del guardapelo con cada vez menos ropa. Un cuerpo voluptuoso se iba desvelando poco a poco, unos pechos duros cónicos con un pezón de areola enorme. Lógicamente la piel clara muy blanca, no solían tomar el sol, la cintura extremadamente estrecha puede que por el uso continuo de un corsé aunque tampoco parecía sobrarle mucha grasa.
Las caderas anchas, el culo grande en una sugestiva pose a cuatro patas. La falta del color no me daban mas detalles. No sabia si la dama de las fotos era la misteriosa pelirroja o puede que su amante. No había señal del fotógrafo y los muebles del fondo eran coherentes con la época. Incluso el sofá sobre el que exhibía su magnifico cuerpo.
Todo aquello era un misterio, uno delicioso. La casa no es tan antigua aunque había pasado por muchas manos dentro de la familia. Probablemente el baúl había pertenecido a una de nuestros antepasados.
Recogí la ropa del sillón donde había estado aireándose, soltando algo del olor a naftalina. A juzgar por las fotos mi cuerpo era muy parecido al de su propietaria. Poniéndola por delante del pijama que tenía puesto comparándola era mas o menos de mi altura. Nerviosa me saqué mi ropa, el leve pijama. Y me fui poniendo despacio aquellas prendas extrañas todo sedas encajes y bordados.
Unas delicadas bragas suaves y finas y con una extraña abertura justo en la vulva.
Por encima algún tipo de enagua tan suave y leve que apenas rozaba mi piel. Para ponerme bien el corsé necesitaría ayuda pero no necesitaba eso, solo me lo puse y abroché los suficientes corchetes como para sentirlo, para notar como levantaba mis senos y apretaba mi cintura.
Quería notar el roce de aquellas prendas, de esa lencería. Para sentir a la mujer mas cerca de mí, como si la tuviera a mi lado y compartiera sus secretos.
Me dispuse a desvelar esos secretos, el diario y las cartas prometían ser una lectura interesante.
Pero no sin antes disfrutar un rato de mi misma. De lucirme ante el espejo con la extraña ropa e incluso de hacerme unas cuantas fotos con el retardo de la cámara imitando lo mas fielmente que pude las mismas posturas que ella exhibe en sus fotos.
Dejé las ultimas del álbum para otra ocasión en las que ella salía con una amiga en actitudes muy cariñosas. Cuando yo también rubia compañía. No debía ser fácil en esa época mantener ese tipo de relación con otra mujer.
Me excité solo con la idea de parecerme a ella. De acercarme a su piel embutida en la misma ropa que ella se había quitado años antes, que ella había lucido ante amigas y amantes. Apretando su cintura, su cuerpo.
Su sensualidad revivida tanto tiempo después me estaba poseyendo a mí. Absorbiendo mi voluntad y devolviendo mi cuerpo al calor del sexo puro. Mi mano se extravió entre la suave tela, la muselina que cubría mi cadera, buscando la abertura en las bragas y así alcanzar los labios de mi vulva, penetrarme a mi misma con mis dedos revisando una y otra vez las fotos en blanco y negro.
Recordando lo negro cogí la polla de madera y acaricié mis pezones y los labios de mi coño con su duro glande. Pronto se abrió paso entre los labios de mi vulva follándome con la misma polla que ella había tenido en su coño.
Su sexo era el mío, eran sus dedos los que recorrían en aquel momento mi interior y era mi lengua la que salía de entre sus labios. Nuestros culos poderosos levantados, respingones a la vez y en el mismo gesto, la misma postura.
Los dos cuerpos confundidos en el tiempo. La otra mano buscando los pezones comprimidos en el corsé levantados asomando justo en la media copa como lo hacían los suyos que me hubiera encantado tener entre mis labios en esos momentos.
Mi boca ansiaba la suya y daba besos al aire o lamía mis dedos que buscaban su piel perdida en el pasado. Querían acariciar sus pechos o meterse en su vagina en las nieblas del tiempo.
No sabia si quería hacerle el amor a ella o intercambiarme con su cuerpo. Solo me dejaba arrastrar por la fantasía.
La sensualidad de aquellas ropas me llevó a zonas de mi propio erotismo y fetichismo en las que no había pensado nunca. A orgasmos en los que mi fantasía tomaba las riendas alentadas por la lujuria de aquellas telas, lineas escritas o imágenes en papel.