El Viejito y Yo

Él me invitó a su casa para que yo no estuviera sola en la mía. Mi familia se había ido por el fin de semana y no me llevaron, porque estaba castigada por mis malas notas en el colegio. No me dio miedo porque mi familia lo conocía. Siempre era siempre cariñoso y atento con ellos. Así era don Ernesto

El viejo debe haber tenido unos 85 años. Yo, tenía 18. Estábamos los solos en su casa. Era una pocilga. Había mal olor por todas partes. No era grande. Una pieza que funcionaba como sala y cocina y al fondo había una cortina raída que separaba otro ambiente, que me suponía era el dormitorio.

Estaba en el sillón, sentado y me miraba. Ya me había sacado el uniforme del colegio y estaba unicamente con mi ropa interior. Tenía un poco de vergüenza por mostrársela, a pesar que me daba confianza estar con él. Le pedí que me disculpara por las prendas, porque a lo mejor él pensaba que usaría ropa más de adulta. La mía era aún infantil: blanca, de algodón y con unas florcitas lilas y rosadas como estampado. Me dijo que me veía hermosa así y que le encantaba mi ropa, porque era de niña, como yo. Sus palabras me hicieron sentir mejor y sentí que ya le quería.

-Qué bueno que le gusta, don Ernesto. Mis compañeras usan otra ropa por eso me sentía mal- dije

-Laurita, no me diga don Ernesto- contesto- qué le parece si me dice “viejito” y yo a usted le digo “mi guagüita”. Como cariño por supuesto.

Me sentía feliz, pues lo veía como a un abuelo tierno y preocupado.

-esta bien… viejito- le dije

-venga, acérquese- me dijo. Él estaba con unos pantalones cafés sucios y hediondos y una camiseta sin mangas que se le notaban todos los pelos blanco del pecho y su barriga. Tenía las piernas un poco abiertas y no pude evitar verle el bulto. Yo, lo disimulé.

-usted es muy bonita, ¿sabe?- me dijo eso acariciándome las piernas con sus manos ásperas.

-gracias. ¿De verdad que me va a enseñar cosas que hacen los adultos?- pregunté

-sí, para que lo pasemos bien. Quiere pasarlo bien conmigo, o no?- dijo. Me empezó a besar mi barriga y ya no me tocaba las piernas sino el culo.

-es que me da un poco de vergüenza con usted, porque no tengo experiencia- le dije avergonzada y sentí que me ponía roja y ya estaba apunto de llorar.

-no sienta vergüenza, mi guagüita- me tomó del brazo y me sentó en una de sus rodillas acariciando mis piernas y con una mano, me abrazaba y me tocaba un pecho. --conmigo nunca debe sentir vergüenza, porque yo le voy a enseñar muchas cosas y todo lo que usted haga me gustará- me dijo. Me hizo abrir un poco las piernas para acariciarme el muslo interior.

Me sentía un poco acalorada y lo disimulé. Él lo notó y me dijo que cualquier cosa que sintiera, se la dijera y la expresara. Tocaba mis piernas y mis pechos. Sus movimientos eran muy suaves y delicados y yo empecé a respirar más fuerte, hasta que una de sus manos se fue directo a mi chorito por encima del calzón. Cerré mis piernas rápidamente, en señal de protección y él suavemente me las volvió abrir. Me dijo que no tuviera miedo que él no me haría daño. Me acomodé mejor en su pierna y abrí las mías para que siguiera. Me tocaba por encima del calzón con sus dedos y a veces empujaba un poquito. Yo sentía placer con eso. Me dolía cuando tocaba cerca de mi clítoris, pero el placer era mayor.

-póngase de pie, mi guagüita. Quiero verla de nuevo- me dijo.

Yo obedecí, pero no lo miré.

-¿tiene pelitos?-preguntó

-unos poquitos-

-muéstremelos, por favor-

Me bajé el calzón un poquito hasta que se asomaron unas pelusas oscuras que tenía.

-sáqueselo completo- me ordenó

Lo hice y éste cayó al suelo, él con un movimiento rápido se agachó, lo tomó y se lo dejó para él.

-mientras usted esté aquí yo me quedo con él- me dijo, le dio un beso y se lo echo al bolsillo. –dese vuelta- me dijo.

-Tiene un culito y un chorito hermoso, mi guagüita- dijo mirándome. La verdad es que me daban una ganas locas de abrazarlo y agradecerle por decirme cositas lindas como las que me decía. Mis compañeros y compañeras de colegio siempre me decían pesadeces y terminaba llorando en el baño o sola en mi pieza.

Su bulto estaba grande, pero él no se manifestaba con eso, pues solo me miraba; yo, tenía unas ganas locas de sentir esa protuberancia, tocarlo y ver cómo era. Esta vez no lo disimulé y en un acto, muy raro en mí, salté sobre él con mis piernas abiertas quedando frente a su cara y sintiendo su bulto.

-uuuuy guagüita, que lindo lo que hizo- me dijo y nos besamos. Él me atraía más hacia él empujándome. Yo sentía su bulto. Era grande grueso y muy duro. Yo lo abrazaba y dejaba que me tocara por donde quería. No es que haya dejado de sentir cierta vergüenza, pero quería que se diera cuenta, que me sentía bien con él. Rápidamente me sacó el sostén y comenzó a tocarme los pechos. Los masajeaba y los apretaba.

-son grandes- me dijo. No dije nada, pero la verdad eran un poco grandes para mi edad.

Yo gemía por dolor y placer, pero eso se confundía, al final. Luego, con sus manos, tomaba mis caderas y me movía hacia él, adelante y atrás, haciendo que sintiera que mi chorito rosara su pantalón áspero y duro por el bulto de mi viejito.

-muévase guagüita. Le gusta eso?- me decía.

-si, me gusta- yo estaba disfrutando. El placer era enorme. Me movía hacia delante y atrás, pero el ritmo lo llevaba él.

-eso es, disfrute mi guagüita. Muévase- me incitaba mucho. Se inclinó un poco y empezó a chuparme los pechos y mi placer aumentó. Hasta que de pronto sentí que una energía muy grande me recorrió el cuerpo y yo misma aumenté la velocidad hasta que que exploté. Grité. Mi cabeza terminó cayendo rendida en un hombro de él. Mi respiración era agitada. Mi viejito siguió haciéndome cariño en mi espalda y mis pechos. Me moví un poco y vi que su bulto estaba mojado por mis jugos. Me puse a llorar y él me consoló.