El Viejito y Yo (1)

Continuación del relato El Viejito y Yo. Tanto el viejo como la niña siguen en la casa de él haciendo cosas deliciosas.

No podía dejar de llorar ni él de consolarme. Me tocaba los pechos muy suavemente y me tranquilizaba.

-¿guagüita usted nunca había tenido un orgasmo?- Me pregunto

-Sí –le dije entre sollozos- pero nunca había sido con alguien, ni menos tan fuerte. Los tengo cuando me corro sola, pero tampoco es siempre- continué, ya más tranquila y secándome las lágrimas con las manos.

Me dio muchos besos por todas partes.

-Tranquilita, no llore más. Aún está temblando- me dijo

Y era cierto sentía que temblaba, pero no era ni de frio o nervios, era porque estaba todavía convulsionada.

-Cuando usted rosa su chorito y su clítoris, con seguridad se va a excitar y es probable que termine en un orgasmo como el que tuvo hace un rato, pero no todos son iguales- me explicó –yo siempre la voy a estimular para que disfrute y tenga muchos orgasmos, ¿quiere eso?

  • sí, pero y si me duele- pregunté haciendo cariño en su espalda.

  • no le dolerá o ¿ahora le dolió?-

  • no para nada. Usted es bueno y cariñoso conmigo y también me gustaría hacerle cosas para que disfrute, pero mi inexperiencia no me lo permite, viejito – le dije

  • no se preocupe… yo le voy a enseñar a satisfacerme, tranquilita, mire venga – me dijo e hizo que levantará. Mi chorito aún estaba sensible. Me llevó hasta una pared del cuarto y me puso frente a ella.

  • mire hacia la pared. A mi me gustan muchas cosas, mi niña, tantas… que trataré de explicarle todo en este tiempo- me dijo al oído y luego me besó.

Empezó a masajearme el culo con sus dos manos y me daba pequeñas palmadas. A ratos abría los cachetes y me langueteaba adentro haciendo que me excitara… ¡Otra vez!. Empecé a gemir. Me apretó contra la pared punteándome con su bulto y con sus dos manos me agarraba mis pechos. Nuevamente los masajeaba fuerte y me pellizcaba los pezones haciéndome doler.

-¡ayyy, me duele!- le dije

  • tranquila, mi niña solo apretaré un poquito más. Eso me gusta.- me susurró al oído con una voz ronca y profunda. No quería seguir contradiciéndolo y quería que él también disfrutara con lo que me hacía. Después de todo había sido tan bueno conmigo, tan paciente… que simplemente dejé que siguiera punteándome y agarrándome los pechos. Así estuvo un buen rato y escuché que gemía también.

Me pasó una mano por atrás y empezó a tocarme el chorito. Era suave aunque sus dedos eras ásperos. Sobaba sus dedos por los labios y a ratos mi clítoris. Incliné la cabeza para ver hacia abajo y vi como se asomaban sus dedos hacia delante. De un suave tirón de pelo me tiró la cabeza hacia atrás y me dijo que no mirara, que sintiera solamente. Seguí apoyando mis dos manos en la pared y mis gemidos aumentaron. Estábamos de pie. Yo seguía con las piernas abiertas y el pasándome los dedos. Con su otra mano tocaba mis pechos, los apretaba y pellizcaba mis pezones. Me languetaba la cara, el cuello y mi oreja. Sentía que estaba toda mojada, pero no, como cuando hace un rato tuve mi orgasmo.

  • noto que está cerradita, guagüita- me dijo

-¿cómo cerradita?. No entiendo- le dije

  • tiene el chorito cerradito, justo ahí- dijo tocándome con un dedo la entrada de mi vagina. Yo cerré mis piernas apretando su mano y me di vuelta para verlo. El saco su mano.

  • mis amigas se acuestan con sus novios y me dicen que se las meten por ahí, pero nadie ha hecho eso conmigo- le dije no mirándolo de frente por la vergüenza que me daba. Él había sido tan cariñoso y atento y suave que a ratos sentía que no cumplía sus expectativas.

  • pero no le de vergüenza, guagüita- me consoló dándome besitos suaves por la cara y piquitos, mientras me abrazaba y acariciaba.- ya le dije que no sintiera vergüenza conmigo. Nosotros siempre nos complaceremos y sin temor a sentir y a expresarnos, verdad?

  • sí, pero hay cosas que yo nunca había hecho-  respondí

  • ya sé guagüita y me siento feliz de que sea yo el primero. Venga- me dijo. Me tomó de las caderas y me levantó quedando yo con mis piernas cruzadas a su espalda sintiendo nuevamente su bulto grande. Me abracé a él y así me llevó a su dormitorio.

  • ¿cuando me va a mostrar su bulto?- le pregunté. Lo hice al oído pensando que así sería más sensual. Me apretó más contra él.

  • luego guagüita, luego, tengo que prepararla, primero- me respondió de nuevo un poco ronco.

Su pieza tenía el mismo aspecto que la sala: sucia, hedionda y desordenada. La cama era grande y estaba sin hacer. Se veía las sábanas manchadas con vino y grasa. Me puso sobre ellas. En el velador había un canasto con unas verduras. Me pregunté para qué las tenía allí.

  • se ve tan linda acostadita, mi bebé- me dijo desde los pies de la cama. – abra más las piernas- me dijo.  Yo me puse a reir y las abrí, mientras él se veía feliz mirando mi chorito, sacándose la camiseta y los pantalones. –no junte las piernas guagua, déjelas bien abiertas… eeeso…. Muy bien… - me decía sin mirarme. Se pasaba la lengua por los labios y sus ojos se desorbitaron. Me reí bajito. – póngase más arriba y apoye su cabecita en la almohada- me daba instrucciones para que yo quedara feliz y para él. Aun no podía ver su verga, pero con los calzoncillos, se distinguía más grande que antes. Se recostó en la cama y puso su cara frente a mi chorito, me pasaba los dedos y empezó a chupar. Me daba grandes languetazos, recorriendo toda esa zona y succionaba mi clítoris haciendo que yo me retorciera de placer en la cama. Instintivamente  cerraba mis piernas pero él con las dos manos me las volvía abrir.

-no las cierre, téngalas siempre abiertas- me decía. Mientras movia su legua en la entrada de mi chorito –lo tiene tan hermoso mi guagua. Es rosado y tiene poquitos pelitos- me decía

-le gusta?- le pregunté

-muuuucho, es jugoso- me respondió. Sentía que lamía cada chorrito que salía de mí. Era realmente placentero lo que me hacía y no podía dejar de imaginarme cómo era su verga y cómo sería tenerla dentro de mí. Mis propias fantasías me hicieron gemir a cada succión que él hacía allá abajo. A ratos era suave o tras veces más brusco. Parecía deleitarse con cada cosa que hacia. Agarró mis labios vaginales con un mano y los apretó, apretando también mi clítoris dentro de ellos. Los movía frenéticamente, apretando y estrujando. Los soltaba y volvía apretar. Succionaba y lamía como un perro y así volvió como antes. Tomando mis labios y haciendo ese movimiento rápido, pero esta vez metió un poquito su dedo medio en mi chorito, hasta que nuevamente exploté en un orgasmo, arqueando mi espalda y sollozando de placer. Vi que me miraba muy feliz. Había hecho todo eso mirándome como un baboso.

Yo estaba exhausta y aún soltaba unos espasmos de placer. El se posó sobre mí aplastándome y sintiendo todo su cuerpo, me abrazó y nos besamos de nuevo.  Nuevamente sentía su bulto, por que él se movía despacito pasando por encima de chorito, cansada y todo, podía percibir que era grueso, pero no sé si largo. Mis compañeras siempre mostraban en el celular videos pornos, y los tipos que aparecían ahí, siempre la tenían larga y gruesa.

-le gustó?- me pregunto. Su tono de voz era la de un señor cariñoso y preocupado.

-sí, pero fue distinto que el primero. Este estuvo más rápido- le dije

  • es porque le estrujé el chorito. Le hice poquito, porque es más placentero cuando tiene introducido algo en él, pero usted todavía está virgencita. Lo tiene gordito ¿sabe?. Es como el de una niña chiquita- me decía mientras me acariciaba mi pelo y mis mejillas. Nos reíamos los dos.

-Me gusta estar aquí con usted- le dije

-No me diga eso, que después usted se va a ir cuando lleguen sus papás y se olvidará de todo esto, se conseguirá un novio de su edad y también será feliz- me contestó con un dejo de tristeza. Él me había tratado tan bien y me había hecho sentir tan feliz que no podía dejarlo. Lo abracé con fuerza.

-No lo dejaré mi viejito porque usted es bueno conmigo, no como los otros tipos y mis compañeros. Que se ríen de mí- dije y lo besé mientras él seguía moviéndose despacio haciéndome sentir su bulto.

-¿quiere ver mi verga? Me preguntó

-Sí, claro que quiero- le respondí

  • Ya pero con la condición de que no se ría de ella.

  • No lo haré- le dije seria

Se puso de pie al lado de la cama y se bajó los calzoncillos. Yo nunca había visto algo así.

Era una verga muy fea. El tronco era corto y se distinguía la cabeza más grande que la de los tipos de las películas. El tamaño era como el de una pelota de tenis. Tal vez un poco más pequeña, pero grande, al fin. Sus bolas estaban caídas y eran monumentales, como las de “Ralo”, el caballo de mi tío Juan. Habían muchos pelos blancos y claramente mi viejito no se bañaba hacía varios días porque tenía muy mal olor. Lo miré y ahora él pareció avergonzado. No quería que se sintiera así, después de todo, él me había hecho sentir como una princesa. Pensé en una de esas películas que había visto, le agarré el tronco y empecé a sobajearlo lentamente mientras le daba besitos a la cabeza. Mi viejito se arqueó de placer y empezó a resoplar muy fuerte, de puro gusto.