El vicio de mi vida

Haría cualquier cosa por hacerlo. Mi plan no fallaría.

El vicio de mi vida

Entré a la oficina. El está ahí. Sentado. Está escribiendo algo en un papel cuadriculado. El pelo negro está muy peinado hacia atrás. Y la barba muy bien cuidada. Nunca me gustaron las barbas hasta que vi esa barba. Unos 40 y tantos. Todavía no se había dado cuenta que yo estaba ahí, mirándolo. En esto se me iba la vida. Tenia que hacerlo. Lo había pensado y pensando. Era la única forma. No podía fallar.

-          Ahhh. Llegaste. Siéntate. Deja terminar esto – me senté. Cruce las piernas. Mientras venía pensaba en eso. Me puse la maldita falda negra, esa falda que me sacaba lo de puta. Estaba mojada. La tensión sexual me ponía muy caliente – Ya. ¿Leíste lo que te escribí?

-          Sí y no estoy de acuerdo. No lo voy a hacer así.

-          Bueno… dada la situación, creo que hay un problema porque entonces no lo voy a aprobar – me miró fijamente. Era ahora o nunca. Me puse de pie.

Quedé de pie frente a él. El se puso de pie y quedamos frente a frente. Sentía su olor. Perfume, sudor. ¿Cómo olería allí abajo? Puse mi mano en el pecho de él. Lo acaricié. El siguió mirándome fijamente. De verdad, fuera lo que fuera que estuviera en juego, quería hacerlo. Eso era lo principal, la situación solo era una excusa. Di la vuelta y caminé a la puerta. Puse el seguro.

-          Creo que puedo convencerte.

-          Y yo creo que usted se está pasando – lo dijo en un susurro. Ahora yo era usted. Que cojones. Después de muchas reuniones e intercambio de confidencias.

-          Cállate – abrí un botón y el me agarró la mano y la retiró.

-          No me hable así – tomé un dedo de su mano y lo puse en mi boca. Con eso ya estaría perdido. Comencé a chuparlo con suavidad. La punta de mi lengua acariciaba la punta de su dedo. Me imaginaba esto mientras me masturbaba en mi cuarto antes de venir.

-          ¿Te callas? – mi mano derecha agarraba la mano izquierda de él para sostenerla contra mi boca mientras chupaba su dedo. Mi mano izquierda bajo a su correa. Seguí chupando – Esto lo arreglamos ahora. Y lo voy a hacer como yo quiero.

Saqué su dedo y lo pasé por mis labios para mojarlos. Mi boca estaba cerrada. Forcé su dedo a través de mis labios y mis dientes, penetrándome. Me gusta hacer eso porque me recuerda como se siente una penetración. El estaba callado. Ya no podía hablar. Y todo gracias a un dedo. Cuando hago eso, no falla: la autoridad pasa del cerebro a la parte bajo la bragueta. Me miraba a través de sus espejuelos. Subí mi mano de la correa a los botones de la camisa y los abrí. Dejé su dedo en mi boca húmeda y hambrienta, mientras abría el resto de los botones. Tenía pelos en el pecho. Ya lo había notado cuando se acercaba a mí durante la clase a aclararme dudas inventadas y ligarme las tetas. Se que él sentía el despertar de la lujuria. Sería profesor, pero era un macho.

-          Mírame, mira como te convenzo que como lo hice está muy bien – besé su pecho, lamí sus tetillas. No tenía un sabor específico, solo era salado. Mi mano izquierda bajo hasta la bragueta y lo acaricié suavemente. Estaba duro. Ya no había resistencia.

Mamárselo al profe, beberme su leche, tenerlo en mi boca. Desde que lo vi la primera vez, en el salón 209, no podía sacarlo de la mente. Tuve que grabar las clases porque no podía concentrarme. Me ponía escotes cada vez más descarados para ver como me ligaba las tetas. Mis correos electrónicos eran cada vez más fuertes, llenos de insinuaciones. La situación de ahora solo era una excusa. Al final de la clase, le pedí que fuera mi consejero en una investigación. Todo planificado, desde un principio, para obtener esta oportunidad.

-          Mírame hijo de puta… tu también quieres. Lo voy a hacer arrodillada para que tengas la mejor visión de tu vida. Te juro que te lo voy a mamar mejor que la pendeja que tienes por mujer.

Abrí la camisa completa y la saque del pantalón. Abrí la correa. Y me arrodillé. Allí era que me gustaba estar, arrodillada, adorando eso que me gusta tanto, a punto de llegar a donde quería llegar, a tenerlo en mi boca. Es la mejor posición, arrodillada, sometida y dominando a la vez. Arrodillada… para que viera como lo metía en mi boca, me lo comía, lo saboreaba. Arrodillada abrí el botón de su pantalón y baje la bragueta. Restregué mi cara sobre la tela. Estaba allí, lo sentía. Caliente, duro, listo. Lo besé sobre la tela. Sentí una mano acariciando mi pelo.

-Hazlo. Puta. Hazlo. – una vez entre chiste y chiste le comenté lo sexy que era que le dijeran puta a uno en la intimidad. No se le había olvidado.

Yo estaba en trance. Ya nada podía detenerme. Afuera se oían ruidos de estudiantes hablando, pero el aire acondicionado nos mantenía un tanto aislados. Cerré mis labios sobre esa pinga dura, pero todavía cubierta con la tela. Apreté suavemente. Moví mis labios de arriba abajo. El no tenía idea de quien yo era, de que ese era mi vicio, que podía estar horas mamándoselo sin cansarme, que podía chuparle la vida y dejarlo inútil. Sentí un halón fuerte en el pelo.

-Puñeta… que lo hagas. – el halón hizo que mi rostro quedara mirando hacia su cara. Nuestras miradas se cruzaron. Yo acaricié mis labios con la lengua.

Bajé su ropa interior, color azul. Me lo esperaba. El azul era su color. Camisa azul de rayas blancas, pantalón azul, medias azules. Con mi mano saqué lo que deseaba tener en mi boca. La boca se ponía tan húmeda como mi sexo, la saliva fluía, cuando estaba a punto de hacer esto, de mamar. Le di un beso en la punta cubierta de piel. No tenía circuncisión. Creí que tendría. Eche la piel atrás y vi la punta, rosada, con una gota de liquido. Probé el líquido transparente. No sabía a nada. Olí… a macho, a sudor y a… talco de bebe. Interesante. Tomé el pedazo de carne y azoté mi rostro, primero la boca, las mejillas, la frente, rocé mis parpados, lo restregué en toda mi cara. Luego, la punta de mi lengua se puso a investigar en el rotito que coronaba la punta. Para mi era como un beso francés, pero a una pinga. Luego hice lo mismo que hice con el dedo: puse la punta sobre mis labios y empuje. Fue entrando suavemente hasta que lo tuve en la garganta. Y cuando digo en la garganta, es en la garganta. Bien atrás, bien clavado. No había pasado años entrenando para nada. Allí, clavado en mi boca, apreté mis labios y comencé a mover mi lengua rápidamente acariciando su tronco, después su punta, el tronco, la punta. Lo saqué de mi boca. Estaba lleno de mi saliva. Mi lengua comenzó a limpiarlo. La punta de mi lengua fue hasta la base, exactamente donde comenzaba la piel de la que colgaban dos cojones. De ahí hasta arriba otra vez, luego lo mismo por tres veces mas. La pinga por arriba, abajo y la izquierda y la derecha. Mi mano apretó fuertemente su tronco y lo puse hacia arriba para alcanzar sus cojones. Los toqué con mi lengua y oí un suspiro. Bien, muy bien. A parecer le gustaba lo acariciaran ahí. Lamí sus cojones con cuidado y abrí mi boca muy grande para ponerlos ahí. Tenía esas dos pelotas en mi boca, con cuidado las acariciaba con mi lengua. A la vez comencé a mover mi mano de arriba abajo masturbándolo. Estuve un rato… ya había perdido el sentido del tiempo. Paré.

-          ¿Te gusta? – lo miré. La camisa abierta, el pantalón a la rodilla, la ropa interior junto con el pantalón. Sus ojos estaban vidriosos, entrecerrados, era una mirada perversa.

-          Se te nota en la cara lo puta que eres.

-          ¿Te lo imaginaste? – eso me interesaba mucho.

-          Sí – contestó mientras me agarraba por el pelo y me empujaba a su sexo otra vez. – Sigue.

-          Espera… ¿Dónde me dejabas la leche? ¿Me la tragaba? ¿O me la tirabas en las tetas? ¿En la cara? Dime

-          En todos lados, cada vez que imaginaba era en un sitio diferente – en esta pequeña pausa, el se sentó en el filo del escritorio. Abrió sus piernas y yo me acomode allí.

-          Ahora estoy aquí, arrodillada, mamándotelo… embárramela donde tu quieras. De aquí no paro hasta el final – abrí mi boca y puse esa pinga dura y caliente en mi boca.

Mi cabeza comenzó a moverse rápidamente. Sentía la punta rozando el final de mi garganta. Apretaba los labios para que se sintiera estrecho. Para mi eso era igual que abrirme para que me clavaran. Me estaba clavando… por la boca. Lo hice hasta que casi no podía respirar. Paré y respiré. E hizo exactamente lo que yo esperaba. Agarró mi cabeza con las dos manos y se paró firme en el suelo. No es lo mismo uno llevar el movimiento que él lleve el movimiento, pero eso era el final, el sometimiento total, solo para adictas al sexo oral. Mi boca follada y jodida por un macho bellaco. El movía sus caderas muy rápido. Yo me ahogaba. Siempre lo he dicho: te tiene que gustar para aguantar eso. Sientes que te faltas la respiración, que te ahogas, pero es tan intenso. Con esos movimientos bruscos mi frente rozaba su vientre. Lo dejé. Creí que se venía en mi boca, pero no. Con su mano derecha halo mi pelo y puso mi rostro descubierto… el primer lechazo cayó en mi cara. No podía dejar de mirarlo ni él a mí.

-          Sigue, lléname de leche. Por favor, en mis tetas, lléname toda. – apuntó también a mis tetas. Se escurrió una gota entre mis senos.

-          Sí… -respiraba agitado, el cuerpo en tensión. A pesar del aire acondicionado, una gota de sudor resbalaba por su frente. Volvió a recostarse del escritorio.

Yo seguí arrodillada frente a él. Ahora con mi cara y mis senos llenos de semen. No pude aguantar la curiosidad. Recogí un poco con mi dedo. El me miró. Lo puse en mi boca. Lo probé. Recogí más y lo puse en mi lengua. Era aguado y muy, muy salado. Sabía diferente… bueno todos saben diferente. Ya se empezaba a secar en mi piel. Me puse de pie entre sus piernas. Me agarré de su camisa. Solo era una prueba. Me gustaba besar a los hombres luego de mamárselo, igual que me gustaba ser besada luego de que me lo hicieran a mí. Sentir el sabor de sexo en la boca de otro es muy perverso. Creí que no se dejaría. Al contrario, aceptó mi lengua en su boca y puso su lengua en la mía. Lamió mi cara y mis senos donde se secaba su leche. Este cabrón era peor que yo.

-          Eres perverso… ¿Te gustó profe?

-          Si fuera una clase, te aprobaría. Tienes ángel para mamar, pero no es una clase. Es una putada entre tú y yo.

-          O sea, que

-          O sea, que se hace como yo digo o no te gradúas. – me reí. Tome mi bolso y saqué unas toallitas mojadas. Limpié su sexo y limpié mi cara y mis tetas. Guarde su pinga en descanso dentro de la ropa interior, abotoné su camisa, la puse dentro del pantalón y cerré el pantalón. Lo volví a vestir.

-          ¿Y que puedo hacer para convencerte? – lo miré ansiosa.

-          Podemos hablarlo… - el rió.

-          Cuando tú quieras… ¿Papi, profesor, doctor o Giovanni?

-          En la clase me dices profesor, cuando te este clavando me dices papi.

Recogí mi cartera y salí luego de peinarme y maquillarme un poco. Sentía el tenue olor que dejó su semen en mi piel. Tenía sabor a macho en la boca. No importaba. Yo solo quería mamárselo. Igual me daba lo que hiciera con mi trabajo. El sabía que no podía joder con eso y yo sabía que él no lo haría. Esto solo era una excusa, solo un juego. La única interrogante de mi parte era hasta donde él, el doctor, el mentor, el profesor, sería capaz de llegar.