El viaje que nos unió (Parte XII)

Siguió bajando por mi cuerpo, recorriendo con besos mi abdomen. Mordió suavemente, y en varias ocasiones, el área debajo de mi ombligo...

NOTA DE LA AUTORA =)

¿Recuerdan esta historia? Espero que sí.

Mil disculpas, en serio.

Disculpen por la tardanza, por tooodos los días que he estado sin publicar. Les dejé un comentario en el relato anterior hace unos días. No quiero excusarme, pero he estado fuera de mi cuidad todo este tiempo y no he podido publicar. No quiero que piensen que los he abandonado, ni que dejaré este relato a medias, no puedo, no podría. El viaje continúa (aunque le quede poco tiempo).

Espero que la historia los siga atrapando como sentí que lo hacía desde que empecé a publicar. Eso me decían sus comentarios.

En todo caso, gracias por tener la intención de leer la continuación de esta historia.

Les dejo la 12º entrega de "El viaje que nos unió". Desnúdenlo.

EL VIAJE QUE NOS UNIÓ (Parte XII)

Así me tuvo por unos minutos. La situación era demasiado excitante, en ese momento yo ya estaba totalmente entregada.

A: Te recompensaré por lo que sucedió la otra noche… Lo prometo…

Su mano ejercía cada vez más presión sobre mi entrepierna mientras que la otra inició un delicioso tratamiento, intercalado, sobre mis senos. Yo empecé a acariciar su pierna, ya comenzaba a suspirar sin control.

Rápidamente Adriana desabrochó mi short y se coló dentro de mi ropa interior.

A: Te tuve igual hace unos días. – Musitó en mi oído.

L: Me tienes así cada vez que tu cuerpo roza el mío.

Su lengua jugaba con el lóbulo de mi oreja y 2 de sus dedos me penetraron sin previo aviso. Mis uñas se clavaron en su pierna y sensuales gemidos provenientes de mi boca terminaron a su oído. Sus dedos se movían en mi interior. No dudó en incluir, luego de unos segundos, a uno más, esta vez para masajear mi clítoris.

A: Estás a punto mi amor, lo puedo sentir…

–Oí, luego de un momento.

Con todo lo que estaba sintiendo mi cuerpo, bastaron sus palabras, pronunciadas en susurro cerca de mi oído, para explotar en un intenso orgasmo entre sus brazos.

Mi leve convulsión duró unos segundos. Sus besos en mi cuello me regresaron a la realidad. Abrí los ojos y me deleité con la hermosa sonrisa que iluminaba su rostro.

Giré por completo quedando, ahora, frente a frente. La atraje hacia a mí y de rodillas, las 2, juntamos nuestros labios y le dimos permiso a nuestras lenguas de jugar entre ellas y explorar la boca de la otra en su totalidad.

Se separó de mis labios, delicadamente, y me ofreció su cuello. Lo besé y recorrí con mi lengua lentamente, presionándola contra su piel.

Regresé a sus labios, los lamí. Se acercó a besarme pero me alejé unos milímetros. Sonrió. Introduje mis dedos entre su cabello y empecé a delinear su boca con mi lengua. Rocé mis labios con los suyos varias veces, de un lado al otro. Su boca permanecía entreabierta.

Rodeó mi cuello con sus brazos (adoraba que lo hiciera, eso sumado a la mirada tan sensual que me regalaba cada vez que lo hacía me derretían) y me besó apasionadamente.

La atraje aún más hacia mí. Metí mi muslo entre sus piernas, quedando el suyo de igual manera, entre las mías. Nuestras caderas se movían al mismo ritmo y, cada segundo que pasaba, con mayor intensidad, como si quisiéramos unirnos en un solo cuerpo.

Comencé una delicada actividad: desvestirla. Retiré de su cuerpo, lentamente, prenda por prenda, hasta que quedó sólo con ropa interior en la parte de abajo. Sus manos hicieron lo mismo, despojándome de las piezas de tela que cubrían mi anatomía.

La recosté, tiernamente, sobre mi cama. Mis uñas recorrían su vientre mientras que mi lengua empezó a jugar con uno de sus pezones. Me lo metí a la boca y lo succioné. Me acerqué al otro, dibujé el contorno de su aureola con la lengua y mordí su pezón suavemente, haciendo aún más sonoros sus gemidos.

Bajé por su abdomen. Besé sus piernas y me detuve frente a su intimidad. La miré, como pidiendo permiso. Una sexy sonrisa fue la respuesta que estaba buscando.

La besé por encima de la única prenda que cubría su cuerpo para quitárselo, luego, con ayuda de mi boca. El bello paisaje que pude apreciar unos segundos después me dejó atónita. Cuando pude reaccionar, por fin, me dediqué a acariciar sus piernas y paseé, con los dedos, por sus muslos.

Subí hasta sus labios, la besé y transité, una vez más, por el delicioso camino sobre su cuerpo. Me detuve entre sus piernas. Lamí lentamente lo que tenía al frente. Mi lengua inició una sensual batalla con su clítoris. La penetré con un dedo y sentí que su cuerpo se arqueó ligeramente.

Con una de sus manos tomó la que yo tenía libre, entrelazando nuestros dedos, apretándolos con fuerza.

Introduje un dedo más en su intimidad y empecé un movimiento que, a juzgar por los gemidos de Adriana, la estaban haciendo disfrutar.

La mano que no estaba unida a la mía acariciaba mi cabello, acercándome, sutilmente, y cada vez más, a ella.

Adriana estalló en un fuerte orgasmo, muy intenso, que la alejó de la tierra por varios segundos. Saqué mis dedos de su húmeda cavidad y bebí, con gusto los fluidos que emanaban de su intimidad. Jamás había probado algo similar, nunca antes había degustado el sabor de otra mujer y, definitivamente, la palabra “delicioso” se queda corta al intentar describir lo que tuve entre mis labios.

Me embriagué con su aroma y sabor.

Subí por su cuerpo hasta llegar a su boca. Al notar mi presencia, Adriana abrió los ojos, tomó mi rostro entre sus manos, repasó mi labio inferior con su lengua y me atrajo hacia ella. Mi lengua se unió con la suya y terminé de recostarme sobre su cuerpo para disfrutar más de ese beso.

A: Todavía no hemos terminado… – Susurró. – Esto aún no acaba.

Sus manos palparon mi trasero y mis piernas. Acarició, luego, mi cintura e hizo que girara, quedando sobre mí.

Con su dedo índice dibujó mis labios. Pasó por mi cuello y llegó a mis senos. Jugó con uno de mis pezones por unos segundos para después metérselo a la boca. Lo que le hacía con la lengua era espectacular, juro que si no lo hubiera soltado un momento para besar mi vientre, un segundo orgasmo habría invadido mi cuerpo en ese instante.

Siguió bajando por mi cuerpo, recorriendo con besos mi abdomen. Mordió suavemente, y en varias ocasiones, el área debajo de mi ombligo. Paseó por mis muslos, rozando, levemente, la intersección de ellos. Me estaba volviendo loca, ella lo sabía y lo estaba disfrutando al máximo.

L: Adriana…

A: ¿Si? – Mordió mi muslo interior. Gemí.

Una perversa sonrisa adornó su rostro hasta que empezó a lamer mi intimidad por encima de mi ropa interior.

L: Por favor…

Su lengua comenzó a luchar contra mi clítoris, aún envuelto por una delicada tela. Se movía con una extraña mezcla de precisión y total descontrol.

Rápidamente, y casi sin que lo notara, hizo a un lado mi tanguita. El contacto directo de sus labios y mi intimidad me estremeció completamente. Estaba a segundos de permitir que otro orgasmo dominara mi cuerpo. Abrí los ojos para intentar retratar esa escena y sólo bastó darme cuenta de sus brillantes ojos pardos clavados en los míos para terminar de explotar en el orgasmo más sensual que hubiera podido sentir en toda mi vida.

Cuando por fin me recuperé, tenía a Adriana sobre mí, besándome el rostro.

L: Wow!

A: ¿No dirás nada más?

L: Te quiero. – La besé con pasión.

Intenté ubicarme encima de ella pero no me dejó. Iniciamos, así, una erótica batalla de poder, intentando “dominar” a la otra, que culminó al oír el sonido de mi celular estrellándose contra el piso.

A: Lo siento. – Me besó y, luego, recogió mi celular. – Tienes 18 llamadas perdidas. – Me dio el aparatito y cogió el suyo, que se encontraba en mi mesita de noche. – Yo sólo tengo 8, ¡a mí me quieren menos! – Puso cara de niña resentida.

L: ¡No seas tontita! – La besé. Revisé el celular. – A ver, tengo algunas llamadas de Fiorella, Dianita y Manuel.

A: Yo de Fiorella y Sofía.

L: ¡Mira qué hora es! Deben estar preocupados. – Llamé a Fiorella. – Hola, Fio.

F: Lu, ¡¿dónde te has metido?! ¡Te estoy llamando hace horas!

L: Ya Fio, discúlpame.

F: ¡No! ¿Estás con Adriana?

L: Sí, estoy con ella.

F: ¡¿Dónde están?!

L: En el departamento, nos quedamos dormidas. – Adriana se acercó al oído que tenía libre.

A: Mentirosa. – Susurró, besando, luego, mi mejilla. Sonreí.

L: Llegaremos a la discoteca antes de que pierdas la conciencia, lo prometo.

F: No me parece gracioso, Luciana.

L: ¡Qué amargada! – Yo sí estaba feliz. – Dentro de un rato salimos para allá, ¿si? Un beso.

F: OK, nos vemos. – Finalicé la llamada.

A: Bueno creo que llegó el momento… – La noté triste.

L: Todavía tenemos más de 12 horas, ¡disfrutémoslas al máximo! – Las 2 sabíamos de lo que estábamos hablando.

Nos metimos a la ducha. Adriana me “ayudaba” y yo a ella. No podía dejar de acariciarla, Adriana es dueña de un hermoso cuerpo, una dulce tentación. Enjaboné su cuerpo con el mío. Repasé su silueta con mis dedos, una y otra vez, y ella recorrió cada centímetro de mi cuerpo con los suyos.

Terminamos el baño entre deliciosos besos y húmedas caricias, por obvias razones y por otras que ya no puedo explicar.

Adriana escogió un vestido súper sexy y yo, uno que, ante sus ojos, era perfecto para mi cuerpo.

Con notable desgano llegamos a la discoteca. Marqué el número de Fiorella en mi celular para saber en qué zona del local estaba, junto a mis compañeros (suponíamos que en el segundo piso, como todos los fines de semana, pero queríamos estar seguras). Andrés atendió la llamada y confirmó nuestras sospechas.

Tomadas de la mano nos unimos al eufórico grupo de jóvenes con rostros que nos resultaban familiares, aunque ya afectados por el alcohol. Todas las miradas se posaron sobre nosotras pero ninguna de ellas detalló nuestros dedos entrelazados; se fijaban, más bien, en nuestras prendas.

El primero en hablar y acercarse a nosotras fue Javier (como siempre, ¡tan oportuno!).

J: Wow, ¡valió la pena la espera! – ¡Qué idiota!

Carlos también participó de la “conversación”.

C: Iba a preguntarles dónde habían estado toda la noche pero luego de verlas, eso ya no importa. – Sonreímos “cortésmente”.

J: Adriana, pídeme lo que quieras… Te traigo el trago que elijas… Y puedo bajarte la luna si así lo deseas… – Ay Javiercito, ¡qué lindo! ¡Me sorprende tu creatividad!

A: Gracias Javier… – Solté la mano de Adriana pero no para dejarla ir, sino para tomarla por la cintura y pegarla a mi cuerpo. No estaba dispuesta a permitir que Javier la aborde las veces que quiera, no de la manera en la que él quería hacerlo. – Pero no quiero nada, por ahora.

J: Estaré cerca por si cambias de opinión.

Él sonreía estúpidamente, yo intentaba disimular mi enojo e incomodidad (vanamente).

A: Bueno… – Adriana no prestó mayor atención a sus palabras.

La verdad es que sí quiero algo… TODO… de ti… – Susurró cerca de mi oído.

Mordí levemente mi labio inferior, con una inevitable sonrisa dibujada en el rostro. Olvidé al resto y me aventuré a acercarme a sus labios. Una mano se posó en mi hombro y detuvo mi dulce intención.

D: Lu, ¡llegaste por fin! – Diana estaba súper linda, no puedo negarlo.

L: Dianita, ¿cómo estás?

D: Muy bien, no se nota. – Sonrió, coqueteando un poco conmigo.

L: Claro que sí. – Le seguí el juego, como siempre. Adriana apretó mi mano con fuerza.

A: Sí Dianita, MUY bien. – Su sarcasmo era evidente.

M: Te estuve esperando… – Manuel llegó para ponerle la cereza al pastel. – Estás hermosa, Lu. – Me miraba de manera extraña.

L: Gracias. – Dije, sin soltar a Adriana. – ¿Sabes dónde está Fiorella? – Quería cambiar el rumbo de sus ideas. – Intenté hablar con ella hace rato pero…

M: Está con Andrés, no sé dónde, sólo sé que aún no se ha ido y que está con él.

A: ¿Está bien? – Intervino Adriana, preguntando lo que yo también quería saber.

M: Como todos… – Sonrió.

A: Bueno… – Le dijo. – ¿Me acompañas? – Se acercó a mi rostro.

L: ¿A dónde?

A: ¿Me acompañas? – Repitió.

L: Por supuesto. – Musité. – Discúlpenos un momento, ya regresamos.

Salimos de la situación, prácticamente huyendo.

L: Dos tequilas, por favor. – Pedí, estando ya en una de las barras de la discoteca.

A: ¿Cómo sabías que lo que quería era tomar algo? No te lo dije, ¿o sí?

L: No, lo leí en tus ojos, en tus hermosos ojos pardos. – Me acerqué a sus labios y los besé brevemente.

A: Pero el tequila se me sube a la cabeza muy rápido, a ti no te afecta mucho y lo disfrutas, pero luego de beber 3 shots siento que ya no doy más…

L: Jajaja. Bueno Adri, que sea sólo uno, luego pedimos lo que quieras, ¿si?

A: Me gusta que me consientas. – Acariciaba mi mejilla.

L: Lo hago con muchísimo gusto. – Inicié el recorrido hacia su boca, una vez más.

Voz: Señoritas, sus tequilas. – El barman logró detenerme. Cuando lo miré me devolvió una perturbadora sonrisa, señalando con la mirada los shots que le había pedido.

L: Gracias. – Le pagué y llevé a la mano de Adriana uno de los tragos. – Salud, por ti, por mi, por nosotras, por…

A: Por nuestra última noche. – Sus ojos brillaban, estaba vez reflejando tristeza.

L: En esta ciudad… – Intenté animarla un poco, aunque por dentro me sintiera aún más triste que ella. – Por nuestra última noche en esta ciudad. – Besé su mejilla.

Juntamos los shots de tequila y los bebimos.

Adriana pidió, luego, vodka.

L: Creo que no te lo había dicho antes, esta noche… – Ella estaba sentada en uno de los elevados asientos de la barra, yo, parada a su lado. – Estás guapísima… Eres guapísima… – Di un paso hacia ella. Adriana abrió levemente las piernas, lo suficiente como para aprisionar mi cadera entre sus muslos.

La besé lentamente, sin prisa, probando sus labios a mi antojo, otra vez, intentando guardar en mi recuerdo la textura de su boca, el sabor de sus labios, el movimiento de su lengua, memorizando cada detalle, como si fuera la primera vez, como si fuera la última.

No se cuál de las dos volvió primero a la tierra porque casi al mismo tiempo pausamos el movimiento de nuestros labios, separándonos poco a poco, despacio, como no queriendo que eso termine (no queríamos).

Juntamos nuestras frentes y nos miramos fijamente. Sonreímos. Al ver a los demás notamos algunas (muchas) miradas curiosas que seguían cada uno de nuestros movimientos. Escuchamos, también, un par de comentarios de un grupo de chicos cerca de nosotras que prefiero no repetir, un conjunto de estúpidas palabras, sin ilación alguna, provenientes, como siempre, de su pequeño (pequeñísimo, minúsculo, casi inexistente) cerebro ubicado entre sus piernas.

L: ¿Quieres bailar? – Asintió. Terminamos de beber el vodka que habíamos ordenado. – Vamos.

Nos alejamos de la barra tomadas de la mano. Llegamos al lugar en el que se encontraban nuestros compañeros. Los observamos de lejos, algunos ya se estaban retirando, otros, por las condiciones en las que se encontraban, deberían haber hecho lo mismo.

Fuimos a una zona un poco apartada, en el mismo ambiente y empezamos a bailar.

Nuestros movimientos eran lentos, sensuales, siempre al compás de la música y del cuerpo de la otra, hasta que llegó a mis oídos una canción que, si bien es cierto, ya había escuchado antes, nunca le había puesta la atención que ahora le di.

Dejé que mi memoria hiciera su trabajo, que busque entre sus archivos la letra de esa canción.

Y si es verdad que eres prohibida

que mis besos son heridas

que lastiman a tu corazón;

si es verdad que por mi risa

se confunden tus caricias

cuando estas con el que llamas hoy (mañana o el próximo año) tu amor.

(…)

Cierra los ojos y gira hacia el cielo

y pide que un vuelo te traiga hasta mí,

grita mi nombre en el viento

y así por tu aliento el destino

me lleve hasta ti,

se te nota al hablar,

se te nota al reír

que te mueres por mí.

Si vivo en tus pensamientos

y es más grande el sentimiento

del que le juraste a él aquella vez

si se te hace agua la boca

si me vez y te provoca

ya no hay nada que decir.

Cierra los ojos y gira hacia el cielo

y pide que un vuelo te traiga hasta mí,

grita mi nombre en el viento

y así por tu aliento el destino

me lleve hasta ti…

L: Se te nota al hablar, se te nota al reír, que te mueres por mí…

A: Muero por ti.

Nos unimos en un beso súper pasional. Nuestras lenguas se volvieron a encontrar. Sus manos acariciaban mi cabeza y jugaban con mi cabello mientras las mías recorrían su espalda.

Sentimos la música apoderarse de nuestros cuerpos, una vez más. Adriana giró su cuerpo y marcó el ritmo de nuestros movimientos. Tomé su cadera entre mis manos y posé mi rostro en su hombro.

Subí una mano, lentamente, pasando por su vientre, rozando uno de sus senos e hice a un lado su cabello, dejando libre su cuello, desnudo y a mi merced. Mi lengua lo acarició, intercalando su recorrido con breves besos. Mordí el lóbulo de su oreja. Adriana vibraba junto a mi cuerpo.

L: Eres deliciosa… Literalmente, deliciosa…

Era imposible mantener la cordura en una situación así. Ella lo sabía.

Seguimos “bailando”, intercambiando besos y tiernas caricias.

El lugar se iba quedando cada vez más vacío y desde nuestra posición pudimos notar que de nuestros compañeros sólo quedaba un pequeño grupo. Fiorella estaba entre ellos.

A: ¿Fiorella no viajaba por la mañana?

L: Es cierto… – La besé en los labios. – ¿Vamos?

F: ¡Por fin aparecen! – Dijo Fiorella al vernos llegar. – ¿Se encontraron otra vez con “el primito”? – Preguntó divertida.

L: Luego te cuento… – Sonreí. – ¿No viajas por la mañana?

F: En unas horas, sí. Ya me voy al departamento a recoger mis cosas y a Sofi para ir al aeropuerto.

A: OK, vamos entonces.

Salimos de la discoteca rumbo a nuestro departamento. Despertamos a Sofía (que había regresado hace horas) y las ayudamos a terminar de alistar sus maletas.

F: Te voy a extrañar, Lu. – Me abrazó.

L: No exageres, Fiorella. Yo regreso hoy por la noche.

F: Igual, ¡me vas a hacer falta!

L: Jajaja, ya Fio. Sí, yo también te voy a extrañar. – Dije mientras, prácticamente, la empujaba fuera del departamento. – Su vuelo sale en un par de horas, deberían estar ya en el aeropuerto.

Me despedí de Sofía. Adriana hizo lo mismo. Un taxi las estaba esperando en la entrada del alojamiento.

L: ¡Qué tengan un buen vuelo, chicas! ¡Cuídense mucho!

Luego de ver a Fiorella y Sofía abandonar el departamento, Adriana dio media vuelta y empezó a caminar.

L: ¡Hey! ¿A dónde vas?

A: A mi habitación a ponerme algo cómodo. – Me ubiqué detrás de su cuerpo y la abracé por la cintura. Así hice que siguiera el ritmo de mis pasos. – Lu, ¿a dónde me llevas?

L: A MI  habitación, a mi cama…

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