El viaje que nos unió (Parte X)
La situación empezaba a salirse de control. El acelerado ritmo de nuestra respiración lo evidenciaba.
NOTA DE LA AUTORA =)
Gracias por seguir aquí. Espero sus comentarios.
Les dejo la 10º entrega de "El viaje que nos unió". Pruébenlo.
EL VIAJE QUE NOS UNIÓ (Parte X)
Voz: … juntas.
L: … – Una voz familiar me sacó de los pensamientos en los que empezaba a ahogarme. Giré el rostro. Diana sostenía mi hombro y me miraba con una gran sonrisa dibujada en los labios. – ¿Qué dijiste?
D: Que ya hablé con los chicos de nuestro grupo, ¡hoy trabajamos juntas! – Sonrió una vez más.
L: Que bueno, Dianita. – Volví la mirada hacia la ventana.
D: ¡Cuánto entusiasmo! – Su tono de voz era totalmente irónico.
L: No es eso.
D: Sí, ya veo.
L: No, en serio. Es sólo que no pude dormir bien. Estoy cansada. – Mentí. – Discúlpame.
D: Ah, no. ¡De eso, nada! – Tomó mi rostro y lo giró delicadamente, haciendo que la mire directamente a los ojos. – Si vas a estar conmigo, te recuperas en este momento. No pienso trabajar con un cadáver el resto del día. – Sonreí al oír su comentario.
L: Está bien.
D: Aún no me convences…
L: ¡Que sí, pequeña! Te prometo que recargo las baterías en cualquier momento. – Me miró desconfiada. – No, ¡las recargo AHORA!
D: ¡Perfecto! – Sonreímos las dos.
Algo me hizo reaccionar. ¿A dónde fue Adriana? ¿Por qué era Diana la que estaba sentada junto a mí?
L: Dianita, ¿y Adriana?
D: Le pedí que, por favor, me deje su lugar para conversar contigo y como estaba tan interesada en su conversación con Javier, se fue sin decir nada.
L: ¿Se fue? ¿A dónde?
D: A los asientos de atrás, supongo. Lu, ¿crees que entre Adriana y Javier esté pasando "algo"?
L: No, no creo. – No quiero creerlo.
D: Pues, debes ser la única aquí que no piensa eso, porque los demás estamos casi seguros. – Alcé los hombros. – En fin…
Diana se quedó conmigo el resto del camino y me hablaba, muy entusiasmada, acerca de lo que había planeado para terminar en menor tiempo las actividades que deberíamos realizar hoy en la empresa. Yo sólo la oía, asentía levemente con la cabeza y participaba con monosílabos.
Llegamos a la empresa y, tal como le prometí a Dianita, intenté estar al 100% y para eso debía sacar, de cualquier manera, todo pensamiento relacionado con Adriana de mi cabeza y, por algunas horas, lo logré.
Tal y como Diana lo había planificado, fuimos unas de las primeras en terminar con las labores del día.
Pasé toda la tarde con los miembros de mi grupo de trabajo en el departamento de Manuel. Intenté, por todos los medios, no tener contacto con él, sólo el necesario para terminar el informe que nos había reunido en su alojamiento. Estuve siempre al lado de Diana, hablando, riéndonos, jugando, haciendo de todo para evitar, un poco, la realidad que me pedía, en más de una ocasión, que le ponga atención pero que no deseaba atender en ese momento.
Llegué al departamento, por la noche, después de cenar con los chicos. Encontré a todo el grupo de Fiorella (Adriana y Javier estaban entre ellos) en el living .
L: Buenas noches, chicos. – Dije sin verlos, caminando rápidamente hacia mi habitación.
Sofía aún no había llegado. Tiré mis cosas a la cama y empecé a desnudarme, necesitaba un buen baño para liberar, un poco, mi mente.
A: Luciana… – Entró a mi habitación.
L: Adriana, ¡¿qué haces?! – Tomé la toalla que estaba colgada a un lado del closet y me cubrí. – ¿No tocas antes de entrar? – Cerró la puerta.
A: Puedo tocar, si quieres. – Avanzó hacia a mí.
L: No estoy jugando, Adriana. ¿Qué quieres?
A: Lu, sé que estás molesta por lo que pasó esta mañana con Javier, pero te puedo asegurar que dijo puras tonterías, en serio…
L: Javier es un idiota, la cabeza no le da para inventar ese tipo de cosas…
A: Te lo puedo explicar…
L: Discúlpame Adriana, prefiero tomar un baño… – Me miró totalmente desconcertada. – Cierra la puerta cuando salgas, por favor…
Me metí a la ducha con todo el dolor que sentía. Sí, había actuado como una niña al no querer oír su explicación, pero no sabía si lo que tenía para decir podría lastimarme más. No estaba segura de eso y no me quería arriesgarme, no ahora.
El tiempo que estuve bajo el agua me hizo bien. Eso siempre me reconforta, baja mis revoluciones y me regala un poco de tranquilidad.
Terminé de bañarme. Me vestí y busqué el libro que mi hermana me había regalado para entretenerme cuando no tenga que hacer durante este viaje, o simple y sencillamente, para cuando quiera olvidarme un poco de las cosas que pasaban a mi alrededor (algo que deseaba hacer en este momento). Tenía 3 semanas fuera de mi ciudad y apenas había acabado de leer el segundo capítulo (que vergüenza).
Acomodé las cosas que antes había dejado sobre mi cama y me dediqué a leer hasta que el sueño me venció.
Las labores de la mañana del martes, en la empresa, fueron un tanto semejantes a las del día anterior pero esta vez fui yo la que dirigió las actividades en mi grupo.
Fiorella me advirtió que, a su grupo y a ella, hoy les tocaría hacer el informe en el alojamiento de Carlos y Javier, por lo que tendría el departamento libre para invitar al mío, así podríamos terminar el nuestro ahí (el grupo de Sofía ser reunía siempre en casa de Andrés).
Cuando culminamos con lo que teníamos pendiente, Diana propuso ir a comprar pizzas para la cena. Todos estuvieron de acuerdo, menos yo, porque prefería comer algo ligero y no salir del departamento.
Luego de despedir a los chicos, recibí la llamada de Fiorella.
F: Lu.
L: ¿Qué pasó, Fio?
F: Voy a llegar tarde al departamento o, tal vez, no llegue a dormir. Te aviso para que no te preocupes por mí. – Mi amiga me conocía. Sabía que me preocupaba siempre por las personas que me importaban (como cuando lo hice con Adriana aquél día en la discoteca).
L: OK. ¿Y puedo saber por qué?
F: No, no puedes. Jajaja.
L: Bueno, pero ¡protégete! No quiero ser tía por ahora.
F: ¡No seas tonta, Luciana! Voy a casa de una de mis primas. Hoy me llamó para decirme que venía para acá luego de sus vacaciones. Creo que mi mamá le pidió que me vigile.
L: ¡Hace bien!
F: Con amigas como tú…
L: Jajaja.
F: Ya tengo que colgar, estoy llegando al aeropuerto para encontrarme con ella. Nos vemos, Lu.
L: OK. Saludos a la prima.
Fui a mi habitación y puse a cargar mi celular.
L: ¡¿Sofía?! ¡¿Qué pasó?! – Dije, después de unos minutos, al oír que la puerta principal del departamento se cerraba. – ¡Pensé que hoy también llegabas tarde! – No obtuve respuesta. – ¿Sofía? – Me acerqué a la entada de mi dormitorio. Desde ahí vi a Adriana dejando su bolso en uno de los sofás del living .
A: Hola. – Sonrió tímidamente.
L: Hola. – No había hablado con Adriana después lo que sucedió ayer.
A: ¿Esperabas a Sofía?
L: No.
A: Ah, y ¿cómo estás? – Se dirigió hacia su habitación.
L: Bien, gracias. – Respondí por inercia. No conseguía moverme.
A: Me alegra. – Entró a su dormitorio y cerró la puerta.
Yo continué en el mismo lugar, paralizada. Cerré los ojos, respiré y logré que mis piernas sigan, por fin, las órdenes que mi cerebro emitía. Di un paso hacia atrás, abrí los ojos y emprendí la marcha hacia mi cama. Intentaba analizar lo que acababa de ocurrir, cuando un ritmo familiar proveniente de la entrada de mi habitación logró acaparar mi atención.
Estar junto a ti, sinónimo de ser feliz,
no hay por qué mentir,
las cosas son mejores cuando estas aquí.
Y no sé lo que me pasa,
ya no sé ni qué sentir.
Y tal vez sea tu ropa, tu pelo, tu boca,
tu risa, tu manera de ser,
hay algo escondido en tus ojos
que busco y no sé por qué.
Y tal vez sea la hora del día,
el tipo de clima que me hacen creer
que te necesito un poquito más de lo yo pensé…
A: Te quiero Luciana.
Me acerqué a ella, tomé el ipod que tenía en la mano, lo dejé a un lado y la besé. Fue un beso desesperado, con una mezcla de ternura, pasión y desesperación. Quería transmitirle con los labios lo que estaba sintiendo: enojo, dolor, tristeza, confusión, arrepentimiento, miedo a perderla, cariño, amor, mucho amor.
A: No podría haber encontrado mejores palabras para decírtelo…
L: Adoro esa canción.
A: Lo sé. La escuché ayer en uno de tus “aparatitos”, como tú les dices, cuando me dejaste con las ganas de explicarte lo que había pasado entre Javier y yo.
L: Discúlpame por eso.
A: No, discúlpame tú a mí. Debí habértelo aclarado en el momento en el que Javier empezó con sus estúpidos comentarios.
L: Eso ya no importa.
A: Pero, Luciana, quiero explicártelo… – La besé otra vez. Sonrió y continuó. – Entre Javier y yo no pasó nada… El día en el que… – La besé una vez más. – Me encanta la forma en la que me interrumpes.
Lo que menos deseaba en ese momento era oír acerca de Javier. Me bastaba con saber que no había pasado nada entre ellos. No necesitaba más.
Regresé a sus labios. Deslicé mi mano por su espalda y llegué hasta su cintura. Así la llevé a mi cama, haciendo que se acueste lentamente.
L: ¡Te extrañé!
A: Yo también.
L: Adriana, tengo miedo.
A: Lo sé. – Empezó a acariciar mi rostro.
L: En menos de una semana acabará nuestro viaje. ¿Qué vamos a hacer?
A: No sé, Lu… No quiero pensar en eso ahora…
Al regresar a nuestra cuidad las cosas serían completamente diferentes. Eso lo sabíamos. El ritmo de vida sería totalmente distinto. Además, este era el último semestre en el que estaríamos juntas: Adriana ya había conseguido trabajo y tenía planes para viajar por todo el país; yo me quedaría en la cuidad empezando los trámites para obtener mi licenciatura.
Todo se complicaría miles de kilómetros al oeste de aquí pero por ahora, al igual que ella, no quería pensar en eso.
Sólo me dediqué a acariciarla y besarla, sentirla a mi lado era todo lo que pedía en ese momento.
Nuestros besos pasaron de ser tiernos y un poco nostálgicos a desenfrenados y totalmente apasionados. Sus manos dejaron de tocar sólo mi rostro y espalda para sentir, también, mis piernas y el área debajo de mi cintura.
La situación empezaba a salirse de control. El acelerado ritmo de nuestra respiración lo evidenciaba.
Adriana logró ubicarse sobre mi cuerpo, deslizando su mano por mi pecho, acariciando mis senos. Bajó, luego, por mi abdomen hasta llegar a mi intimidad. La rozó por encima de la ropa mientras meneaba sus caderas al compás de mi respiración. Desabrochó, rápidamente, mis jeans e introdujo sus dedos por debajo de mi ropa interior.
L: Es una de las millones de cosas que provocas en mi cuerpo… – Me sonrió sensualmente.
Tomé su rostro y lo atraje hacia a mí para besarla sin control. Sus dedos continuaban su delicioso movimiento dentro mi tanga.
Me separé de sus labios para poder respirar, abrí los ojos y me encontré con los suyos, estaban más pardos y hermosos que de costumbre, con un brillo indescriptible.
De un momento a otro, Adriana se detuvo.
A: Lu, creo que Sofía ya llegó.
L: ¿Qué? – No podía ser cierto.
Oímos pasos en el living .
Adriana se acostó a un lado de la cama. Yo corrí al cuarto de baño dentro de mi habitación.
S: Hola, Adri. – Escuché a Sofía a través de la puerta.
A: Hola.
S: ¿Qué estás leyendo?
A: La verdad, no lo sé, pero está interesante. – ¿Leyendo?
S: Jajaja. ¿Y Lu?
A: Entró a tomar un laaargo baño, lo necesita. – A pesar de la situación, la ironía en su voz era muy divertida.
Observé alrededor y noté que había dejado la toalla afuera. Abrí la puerta.
L: Adri, ¿me pasas la toalla, por favor?
S: Jajaja. ¡Lu, siempre tan distraída! – Sofía salió del dormitorio.
A: Que distraída, Luciana. ¿Cómo te puedes olvidar de la toalla? – Alargó la mano con mi toalla en ella.
L: ¡Que graciosita! – Tomé su brazo y me acerqué a besarla.
A: Espera, Lu.
– Se alejó ligeramente de mis labios.
–
Sofía está afuera. – Besó mi mejilla. – Bueno, me voy. Necesito un baño con agua MUY fría. – Sonreímos.
L: Piensa en mí…
A: Lo haré... No lo dudes… – Nos besamos rápidamente y salió de mi habitación.
Al igual que Adriana, yo también necesitaba un buen baño de agua fría después de lo que había pasado (de cómo me había dejado) y si antes creía que compartir el dormitorio era un poco molesto e incómodo, ahora estaba segura de ello (nada personal en contra de Sofía).
Salí de la ducha, mi temperatura corporal se había estabilizado (algo). Sofía estaba viendo algún programa en la televisión.
S: Casi 3 horas… Vaya que necesitabas bañarte…
L: Jajaja. ¡No exageres, Sofi! Y sí, pero no por lo que estás pensando.
S: Y entonces, ¿por qué? – Me miró con curiosidad.
L: Olvídalo Sofi… – Reí. Intenté evadirla y lo conseguí, porque volvió su atención al programa de televisión.
Me acerqué a mi cama y encontré sobre ella el libro que mi hermana me había regalado, abierto: era eso lo que Adriana fingía leer cuando Sofía llegó a la habitación, por fin entendía su respuesta.
Cuando lo tomé para ponerlo, nuevamente, sobre mi mesita de noche noté que un pequeño papel sobresalía de entre sus páginas. Lo abrí, era la letra de Adriana:
" Hoy estarás, también, en mis sueños,
como siempre, como todas las noches… "
Una gran sonrisa se dibujó en mi rostro y una profunda alegría llenó mi pecho.
Así me dormí, luego de vestirme, con Adriana en la cabeza y sintiéndola, también, en cada parte de mi cuerpo.
Nos quedaban un par de empresas por inspeccionar y la mañana del miércoles pasó más rápido de lo que esperé.
Por la tarde 2 grupos almorzaron juntos: el de Fiorella y Adriana y el mío. Los chicos decidieron comprar unas cervezas y con ellas llegamos a nuestro departamento a terminar nuestros informes.
El momento se hizo ameno (gracias al alcohol y la compañía). Adriana y yo, a pesar de pertenecer a distintos equipos de trabajo, estuvimos juntas todo el tiempo. Me alegraba darme cuenta que, pese a las insistencias de Javier, ella prefería estar a mi lado. Tonteábamos y jugueteábamos sin darnos cuenta que teníamos a varios de nuestros compañeros alrededor. En varias ocasiones la tuve sentada sobre mis piernas, así conversábamos con los demás y participábamos de nuestras tareas grupales.
El día jueves pasó de igual forma y, luego de visitar la última empresa programada para este viaje, terminamos los 2 grupos reunidos en el mismo lugar: nuestro departamento.
Las miradas de nuestros compañeros hacia nosotras cambiaron. Ahora eran curiosas, nos observaban sin reparo. Ayer pasamos casi desapercibidas pero hoy tendríamos que actuar con más cuidado.
Mi grupo y yo estábamos a punto de culminar con las labores. Corrí a mi habitación por unas separatas que Diana me había solicitado para completar, al fin, el último informe de este viaje.
Voz: Esas no… – Alguien me sorprendió, tomando con una mano mi cintura y con la otra los papeles que estaba sosteniendo.
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