El viaje que nos unió (Parte VI)
¡Qué insistente! La verdad es que no entiendo el por qué de tu interés. Pensé que la estabas pasando bien junto a Manuel...
NOTA DE LA AUTORA =)
Descubrir nuestra sexualidad es complicado. Decidir dejar el espacio tan “cómodo y seguro” en el que nos hemos desarrollado y empezar a andar por un camino inestable y desconocido, en contra de la ‘suciedad’ machista, lejos de lo considerado como “correcto”, es muy difícil y, sin duda, genera temor, dudas y desconcierto.
El sólo hecho de que los demás puedan verter de otra manera, olvidándose, incluso, de lo que has conseguido hasta ahora, de haber intentado hacer siempre las cosas “bien”, sólo por haber tenido las agallas de aceptar que te enamoraste de una persona de tu mismo sexo, de aceptar una situación vista como “anormal”, sabiendo que, lamentablemente, tendrías muchísimas más cosas que perder, en cantidad, que las que podrías ganar.
El amor entre dos personas del mismo sexo podría resultar, incluso, más sincero, más profundo y más fiel que el amor heterosexual, pero eso no parece importarle a nadie. “Podría”, recalco, porque eso no depende de la etiqueta que lleve el amor (heterosexual, homosexual, filial, etc.) sino, más bien, de las personas perdidas en él, de las que lo hacen y le dan vida. Y sin embargo, son pocos los que así lo entienden.
Una vez leí: “El amor es una forma de vivir, pero también es una manera de morir”, sin importar el sexo de la persona de la que te enamores, aumentaría yo. Siendo, injustamente, aún más complejo dejarse llevar con por este último.
Muchas gracias por seguir aquí.
Les dejo la 6º entrega de "El viaje que nos unió". Ámenlo (sin etiquetas).
EL VIAJE QUE NOS UNIÓ (Parte VI)
La semana transcurrió lentamente, como si no quisiera acabarse nunca, como si disfrutara torturarme con su paciencia al pasar, como si le divirtiera verme padecer.
Estaba mal. Todo lo que había pasado con Adriana me afectaba muchísimo. El dolor de saborear aquél veneno tan letal, sus actitudes, sus acciones, sus palabras, la explicación que no me atreví a pedir por miedo a oír una incómoda verdad, probar todo ese veneno me lastimaba mucho. Para ella yo sólo era un juego y jamás dejaría de serlo.
La ilusión más estúpida de mi vida explotó frente a mis ojos. Mi parte conciente podría pasar horas intentando encontrarle lógica alguna a esta fantasía y, luego de ese tiempo, lo más seguro es que le seguiría pareciendo una gran estupidez.
Debería estar acostumbrada a este tipo de situaciones, pero no. A veces la dosis de realidad no es la correcta o, simple y sencillamente, no resulta ser la suficiente para por fin abrir los ojos. Sabiendo que era un sueño, una utopía, me enamoré del dolor una vez más. Me enamoré de alguien que no era para mí y que jamás lo sería. Aunque se evapore el agua de los mares y océanos, aunque el mundo pare y empiece a girar al revés, aunque el sol se reduzca al tamaño de la luna, Adriana nunca será para mí.
Durante estos días intenté maquillar mi pesar de la mejor manera, ocultar lo que comenzaba a sentir pero era muy complicado y agotador. Deseaba tener un momento a solas en cualquier lugar, sólo uno, dentro del ritmo de vida tan agitado que debía soportar. Pero tenía a 4 personas sobre mí que no me dejaban hacerlo, presionándome siempre a rendir al 100% para terminar a tiempo las inspecciones en las empresas, por las mañanas, y para completar los informes, por las tardes.
Tenía a más de 25 personas hablándome diariamente pero no conseguía entender lo que decían. Tenía más de 25 miradas siguiéndome durante el día pero sólo una de ellas me preocupaba: la de Adriana.
Sentí, en muchas ocasiones, su preocupación por mí, por lo que me estaba pasando, por mi “inexplicable” cambio de actitud, lo irónico es que, al parecer, no se daba cuenta de que ella lo había provocado. Y sin embargo, yo intentaba no tomarle importancia porque sólo conseguía confundirme más. Porque era eso, sólo confusión, parte de mi tonta imaginación al pensar que ella podría estar realmente preocupada o, incluso, percibir, de alguna manera, el dolor que estaba sintiendo.
Las esporádicas miradas que me dedicaba me aturdían. Los casuales roces de su cuerpo con el mío me quemaban. Las vacías palabras que sus labios emitían me descolocaban.
A: Luciana, ¿tu grupo terminó el informe de ayer?
L: Sí.
A: ¿Ya lo presentaron?
L: Aún no.
A: ¿Y qué pusieron en la parte de “Observaciones y Recomendaciones”?
L: Pregúntaselo a Dianita, ella se encargó de terminarlo. – Me levanté del asiento en el que me encontraba.
A: ¿Ya te vas? – Me tomó del brazo suavemente, con indecisión.
L: No, voy a coordinar con mi grupo algunas cosas que tenemos pendientes.
A: ¿Ya estudiaste para el examen de mañana? – Supongo que esperaba una respuesta pero yo sólo deseaba alejarme de ella. – Fiorella, los chicos y yo nos reuniremos en el departamento de Javier para repasar algunos temas, ¿vienes?
L: No, gracias. Mi grupo hará lo mismo y prefiero estudiar con ellos. – Mentí. – Nos vemos. – Caminé hacia Diana y Manuel pero antes de llegar a ellos desvié mi rumbo y salí del auditorio.
Se había programado un examen para este sábado y tratar de estudiar para rendirlo de la mejor manera sacaba de mi cabeza las tonterías que habían luchado por alojarse en ella durante estos días. Estudié con Sofía toda la noche y parte de la madrugada en el departamento. Faltando 3 horas para el examen nos dejamos vencer por el cansancio y decidimos dormir un par de horas, por lo menos.
Cuando Sofía y yo despertamos notamos que sólo teníamos 40 minutos para llegar al auditorio. El de esa mañana fue el baño más corto que hayamos tomando en nuestras vidas, pero era para lo único que nos alcanzaba el tiempo y, además, valió la pena.
Aunque la prueba no estuvo complicada, muchos se quejaron, luego, de la ambigüedad de las preguntas. A mí me dio lo mismo, ya me estaba acostumbrando a que esta característica sea parte de mi vida.
Fiorella, Sofía, Adriana y yo llegamos al departamento y dormimos el resto del día.
F: Lu, despierta. Vamos a almorzar.
L: Gracias, pero no tengo hambre, vayan ustedes. – Me cubrí con la sábana.
F: ¡¿Cómo que no?! – Descubrió mi rostro. – No has comido bien estos días, ¿crees que no me he dado cuenta?
L: Sí he comido.
F: ¡No me mientas, Luciana!
L: No te estoy mintiendo. Sí he comido, poco, pero he comido.
F: Bueno, ahora te levantas, te vistes y vienes a almorzar con nosotras. – Una dulce sonrisa iluminó su rostro.
L: Gracias Fio. – La abracé.
F: De nada mi niña. Y apúrate, por favor, muero de hambre.
L: ¡Sí, mi general! – Me levanté de la cama de un brinco. – Dame 15 minutos. – Fiorella me miró sorprendida. – Sí, sólo 15, lo prometo. Lo haré por ti.
F: Ay Lu, con ese tipo de promesas no, que me enamoro. – Reímos.
L: ¡Ya cállate, tonta! – Me acerqué al closet a elegir algo casual para vestirme en tiempo récord. – ¡Te quiero!
F: Love you more! – Oí, antes que la puerta de mi habitación terminara de cerrarse.
Terminé de alistarme y salí a encontrarme con las 3 guapísimas chicas que esperaban por mí en el living .
F: ¡Era cierto!
L: ¡Claro que sí, mujer de poca fe! Es más, mira. – Le mostré la pantalla de mi celular. – ¡14 minutos!
F: Jajaja, ¡qué linda! ¡Me enamoré! – Acarició mi rostro.
S: Bueno, bueno, luego se dan besitos. Vamos a almorzar, por fa.
L: Ay Sofi, ¡qué celosita! – Me acerqué a Sofía. – No es necesario que hagas “escenitas”, sólo dime directamente que quieres ser tú la dueña de mis besos. – Sonreí.
S: Basta Lu, no juegues. – Fiorella y yo reíamos sin poder parar. – ¡Vamos a almorzar!
Salimos del departamento entre nuestras carcajadas y los nervios de Sofía.
A: Yo sí te pediría, directamente, ser la única dueña de tus deliciosos besos. – Adriana se acercó a mi oído mientras Fiorella y Sofía llamaban a un taxi.
L: No lo creo. – Fui hacia donde se encontraban mis amigas. Adriana quedó desconcertada con mi actitud.
¿Eso también es parte de su juego? La verdad, no lo sé y ya no estoy segura de querer averiguarlo.
F: Bueno chicas, ¿a dónde iremos esta noche? Hoy es nuestro penúltimo fin de semana en esta ciudad, ¡tenemos que celebrarlo!
A: Estoy de acuerdo. ¿Qué les parece si vamos a la discoteca del sábado pasado? El ambiente estuvo bueno.
F: Sí, también me gustó.
S: A mí también, pero déjenme dormir toda la tarde, por favor.
L: Suscribo lo dicho por Sofi.
F: Jajaja, trato hecho.
Terminamos de almorzar y regresamos al departamento. Tal como habíamos quedado, Sofía durmió el resto de la tarde. Yo, un poco menos.
Llegada la noche, a la hora acordada con los chicos, ya estábamos listas, las 4, esperando a Carlos y a Manuel que vendrían por nosotras, hablando de trivialidades, dirían los demás, yo (como casi siempre) no pienso igual a ellos.
Carlos llamó al celular de Fiorella avisándole que estaban subiendo al departamento. Las chicas acomodaron sus cosas y revisaron, por última vez, su bolso para asegurarse de no dejar nada "importante". Hice lo mismo, pero a comparación de ellas, yo sí había olvidado algo: mi celular. Lo dejé cargando en mi mesita de noche. Corrí a mi habitación, lo desconecté, lo encendí y, finalmente, lo metí a mi bolso.
M: Siempre la última en alistarse, Lu. ¿Hasta cuándo? – Manuel estaba en la entrada de mi dormitorio con una contagiosa sonrisa en el rostro.
L: Puedo explicarlo, no es lo que parece. – Bromeé, parafraseando algún torpe intento por persuadir a quién te descubre en una situación comprometedora.
M: Jajaja. ¿Cuánto tiempo más tengo que esperar?
L: Ni un minuto más. Sólo vine a recoger mi celular, ¡vámonos! – Lo empujé suavemente.
M: No me refiero a eso. – Acarició mi mano. – Luciana, dame una luz al final del camino, una pequeña, no pido más, y te juro que el número de kilómetros que tenga que caminar para llegar a ella sería lo que menos me preocupe.
L: Manuel… – No podía seguir con lo mismo, él no se lo merecía. – Yo… – No me esperaba algo así, no sabía cómo decírselo. – Creo que lo mejor será que…
F: Chicos, ¡por favor!
–
Apareció Fiorella.
–
Los estamos esperando afuera. Y tú Manuel… – Lo miró un tanto enojada. – Eres un mentiroso, dijiste que irías a los servicios.
L: Fiorella, escúchame… – Me acerqué a ella pretendiendo pedirle que me dejara hablar un par de minutos con Manuel.
F: Escúchame, ¡nada! – Interrumpió. – ¡Vámonos chicos, por favor!
Nos sacó de mi habitación y, junto a Adriana, Sofía y Carlos, salimos del departamento.
Aproveché los pocos minutos que me ofrecía el viaje en taxi, hasta llegar a la discoteca, para intentar ordenar mis ideas y poder hablar con Manuel esa noche. Sin embargo, arribamos a la discoteca antes de lo que pensé.
M: Era Andrés, dice que ya está adentro con los demás chicos. – Finalizó la llamada. – Están en la sala VIP, igual que el anterior sábado.
Decidimos no esperar más. Nos unimos a la fila formada en la entrada de la discoteca. Vi a Manuel colocarse detrás de mí.
M: Hoy estás aún más hermosa. – Susurró en mi oído, rodeando mi cintura con sus brazos.
L. Gracias. – Intenté liberarme de su peculiar abrazo, pero no pude, era notablemente más fuerte que yo.
Avanzábamos así, conforme las personas de la fila ingresaban al local. Él seguía hablándome al oído.
L: Manuel, no creo que esto sea buena idea.
M: ¿Por qué no? – Besó mi mejilla.
Estuve a punto de tropezarme por la posición en la que estaba con Manuel y por los empujones de algunas personas sin ganas de seguir retrasando su ingreso. Alcé la mirada, antes pendiente de lo podía pisar o no al avanzar, y me encontré con los hermosos ojos de Adriana siguiendo cada uno de nuestros movimientos (los de Manuel y los míos). Esa extraña mirada ya la había sentido antes, puedo recordarlo.
Logré soltarme de los brazos de Manuel sólo cuándo llegamos a la entrada de la discoteca y por orden del hombre de seguridad tras confesarnos que las muestras de cariño de ese tipo le daban alergia.
L: Carlos, ¿sabes a dónde va Adriana? – La vi acelerar el paso segundos después de haber ingresado, perdiéndose entre la gente (¿era un Déjà vu ? No, esto ya me había pasado antes en esta vida, la semana pasada para más específica).
C: En el taxi escuché que hablaba con un primo. Creo que se encontrarían aquí. – ¿Un primo? ¿Qué primo? Ella nunca me comentó acerca de algún primo en este lugar. Bueno, siendo realistas, tampoco es que Adriana me cuente muchas cosas de su vida.
L: Ah, su “primo”.
Fuimos al segundo piso del local y encontramos a la mayoría de mis compañeros de semestre.
El alcohol empezó a llenar las mesas del lugar. Pasaron varios minutos, algunos ya empezaban a bailar, mientras que otros sólo tomaban descontroladamente. Manuel estaba dentro del último grupo. Parecía tener prisa y se dedicó a beber casi sin respirar.
L: Manuel, la noche recién empieza, tranquilo.
M: ¿Tú crees? – Terminó de beber el vaso de vodka que tenía en la mano.
L: Sí, lo creo. ¿Te pasa algo?
M: Nunca me dirás que sí, ¿verdad?
L: ¿Disculpa? – No me esperaba algo así.
M: Nunca me darás una oportunidad.
L: Manuel, mírame. – Sus ojos dejaron de contemplar el vaso vacío que tenía entre las manos y me miró con ternura. – Eres uno de los mejor chicos que he conocido en mi vida… – No sabía como decírselo. No quería lastimarlo, pero eso era imposible. – Súper atento, centrado, responsable, pero…
M: Sabía que vendría un “pero”.
L: Lo siento. Este no es un buen momento. Estoy pasando por algo muy complicado, súper difícil de explicar… – Intentaba ser honesta, creo que se lo merecía. – Mi cabeza (y mi estúpido corazón) no me deja decidir con claridad, en estos momentos no estoy segura de nada y sería totalmente injusto que te de, por lo menos, una esperanza sabiendo que te puedo lastimar. – Me sentía pésimo.
M: Algo me decía que esto pasaría.
L: Discúlpame Manuel.
M: No tienes que disculparte. Si no lo sientes allá… – Señaló el lado izquierdo de mi pecho. – De nada vale que decidas algo aquí. – Besó mi cabeza. – Gracias porque por como intentas decírmelo me doy cuenta que por lo menos te importo un poquito.
L: Claro que me importas, Manuel. ¡No seas tonto! – Lo besé en la mejilla. – Ya te lo dije, eres una gran persona, una súper especial. – Me abrazó. – Podría pedirte que esperes un poco más... – Dije sin pensar. – Pero sé que no es correcto.
M: No lo es, Luciana. Además, ni pienses que te esperaría, porque no lo haré. – Guiñó un ojo. – No lo voy a hacer aunque me lo pidas una y otra vez. – Repitió su gracioso gesto de complicidad.
–
¡Qué no, Luciana! ¡No te voy a esperar! – Dejó de abrazarme y fingió molestia. – ¡Basta, Luciana! ¡Deja de rogarme! – Intentaba detener una inexistente súplica.
L: Jajaja, ¡ya Manuel! Deja eso, me duela la panza. – No podía parar de reír. – Te juro que no puedo más. – Sorprendentemente había conseguido convertir uno de los momentos más incómodos de mi vida en uno de los más divertidos.
M: ¡Es que eres muy insistente, mujer!
L: Y tú, súper lindo. – Ni por haber sido rechazado hace un minuto, Manuel dejaba de ser tan simpático conmigo. ¡Ay, Dios! ¿Estaré haciendo las cosas bien?
M: Lu, ¿puedo preguntarte algo?
L: Acabas de hacerlo.
M: No seas tramposa. – Volvió a abrazarme.
L: No soy tramposa, tú eres un tonto, no saber plantear una pregunta.
M: Mmm, ¿puedo hacerte otra pregunta, luego de esta?
L: Jajaja, muy bien Manuel, vas mejorando. – Me miró fingiendo enojo. – Pregúntame lo que quieras.
M: ¿Cómo es él?
L: ¿Cómo es quién?
M: Ya sabes, ¿cómo es él? ¿En qué lugar se enamoró de ti? ¿De dónde es? ¿A qué dedica el tiempo libre?... – Intentaba imitar a uno de los cantantes que mi abuelo oía (José Luis Perales, me parece).
L: Jajaja, no sabía que tenías más de 80 años.
M: Jajaja, se lo debo a mi padre. – Terminamos de reír y quedamos en silencio. – Entonces… – Sabía que esta vez no me dejaría evadirlo.
L: Es complicado…
M: Sí eso ya lo dijiste.
L: Es que lo es, Manuel… En serio, lo es… Es muy difícil de explicar…
M: Eso también lo dijiste, pero bueno… Yo sólo podría decir que, sin siquiera conocerlo, puedo notar que es un idiota por no darse cuenta de la mujer que está perdiendo y lo será aún más si no mueve un dedo para evitarlo.
L: Gracias Manuel.
M: Sabes que lo que digo es cierto. – Adriana aterrizó una vez más en mi cabeza para volver a poner mi mundo al revés. – Y si no lo hace él, pues tendrás que hacerlo tú. Es mucho mejor arrepentirse de algo que has hecho que de lo que no quisiste hacer. – Sus palabras movieron cada uno de mis pensamientos. – Dos vodkas, por favor. – Le dijo al encargado de la barra. – ¡Salud!
L: ¡Salud! Manuel... Muchas gracias.
M: A ti.
Manuel, sin duda, era lo que había deseado encontrar desde hace mucho tiempo, pero ¿por qué tiene que aparecer justo ahora que Adriana se encargó de desestabilizarme por completo? ¿Por qué no pudo llegar antes? No puedo ilusionar ni dar falsas esperanzas a alguien que no merece ser lastimado.
Estuve con Manuel un momento más, hasta que llegó Fiorella a pedirnos que bailáramos con ella (sí, a los dos) porque, por motivos que nunca podré entender, ya se había cansado de vernos sentados en la barra sólo conversando.
La estábamos pasando súper bien, bailando, bebiendo y hablando tonterías; sin embargo, en toda la noche no había podido sacar a Adriana de mi confundida cabeza. Intenté localizarla pero no tuve éxito y eso empezaba a preocuparme. Pregunté por ella muchas veces y ya me estaba cansando de obtener siempre la misma respuesta: “ no la he visto, ¿no vino contigo? ”.
Decidí llamarla por celular, por enésima vez. Fui a los servicios higiénicos más alejados para aislarme un poco del ensordecedor ruido del lugar. Al entrar la vi, contemplándose en el espejo mientras terminaba de lavarse las manos.
L: Adriana, te he buscado toda la noche. ¿Dónde estabas?
– Cancelé
la llamada que empezaba a realizar.
A: ¿Me has estado buscando? – Me miró sorprendida.
L: Sí, me quedé preocupada. Desde que entramos a la discoteca no te he visto. ¿Dónde estabas? – Insistí.
A: No tienes que preocuparte por mí, Luciana. No me gusta que me cuiden. – Sus palabras me dolieron. Respiré. No sé de donde obtuve fuerza para seguir con la “conversación”.
L: Ya, pero ¿dónde estabas?
A: ¡Qué insistente! La verdad es que no entiendo el por qué de tu interés. Pensé que la estabas pasando bien junto a Manuel.
L: En realidad sí, la estoy pasando súper bien con TODOS los del grupo. Y bueno, ya me quedó claro que no te gusta que se preocupen por ti pero no puedes desaparecer de esa manera, Adriana. Te recuerdo que estamos en un lugar que no conocemos, te podría pasar cualquier cosa. – Me oía como mi madre. Era terrible.
A: Deja la paranoia, Luciana, ¡no exageres!... – Yo sólo la miraba, decidiendo entre seguir con el infructuoso diálogo que sosteníamos o regresar con mis compañeros y olvidarme por completo de la hermosa mujer que tenía frente a mis ojos. – ¿Quieres saber dónde estuve? OK, ven conmigo. – Me tomó de la mano y salimos de los servicios.
...