El viaje que nos unió (Parte V)
Esta situación se repitió varias veces más el resto de nuestra estadía en el pub. Cualquier excusa era buena para...
NOTA DE LA AUTORA =)
Ya no sé como agradecerles sus comentarios tan positivos. Sólo puedo decirles, por enésima vez, MUCHÍSIMAS GRACIAS por alentarme a seguir publicando esta historia. Si TR nos diera la oportunidad de valorar los comentarios, lo haría públicamente sin dudarlo, porque en privado lo hago cada vez que alguno de ustedes me deja una notita luego de leer lo que publico.
Espero que este les guste también. Lo más interesante está por venir, se los aseguro.
Les dejo la 5º parte de "El viaje que nos unió". Saboréenlo.
EL VIAJE QUE NOS UNIÓ (Parte V)
Bastó sólo el contacto de su mano con mi piel desnuda para que mis gemidos comenzaran a hacerse audibles.
Voz: Señoritas, ¡señoritas!... No creo que este sea lugar para ese tipo de escenas. – Oímos.
Nuestros labios pausaron su lucha, nos miramos confundidas y con las bocas entreabiertas aún unidas alejamos las manos del cuerpo de la otra, para poco a poco, y con algo de vergüenza, voltear y descubrir a quién le pertenecía esa voz.
Voz: Señoritas, ¡¿no me escucharon?! – Era la persona encargada de la limpieza de los servicios, una señora de algo menos de 60 años.
L: Sí señora, la oímos. – Dije, mientras me acomodaba la blusa e intentaba estabilizar mi respiración.
Adriana me miró con un tierno rubor en las mejillas.
A: Disculpe señora, ya nos vamos. – Me tomó de la mano y salimos de los servicios higiénicos, bajo la atenta y aturdida mirada de quién nos sorprendió segundos atrás.
Había oído y leído sobre los momentos “trágame tierra”, pero jamás los había vivido en carne propia. Antes de entrar a los servicios seguía pensando que era una ridícula exageración describir una situación de esa manera, que ninguna circunstancia tendría la capacidad de hacer que desees desaparecer como por arte de magia de la faz de la tierra. Pero (sí, todo tiene un “pero”), después de que lo pasó recién, sería una estupidez seguir pensando lo mismo, incluso, ahora, me parece que se quedaron cortos describiendo lo que se siente en momentos así.
Cruzamos la puerta y nuestras manos aún estaban unidas.
Me acerqué a su oído.
L: La señora tenía el aspecto de una persona que sufre del corazón. Le pudo haber dado un infarto. ¡Imagínate s se moría ahí!
A: ¡Qué inoportuna! – Parecía no preocuparle lo mismo que a mí. – La estábamos pasando súper bien. – Soltó mi mano y me abrazó por la cintura. – Regálame sólo uno más. – Miraba mis labios deseando comérselos.
L: Te los regalo TODOS.
Mis labios sintieron lo suyos una vez más. Pero en esta ocasión nos besamos sólo con ternura y delicadeza por unos segundos.
De repente, y para mi desgracia, mi parte conciente se encendió y me ubicó en tiempo y espacio: estábamos en la puerta de los servicios de un pub lleno de nuestros compañeros de semestre, celebrando el cumpleaños de Pablito.
Regresamos a la realidad tomadas de la mano, con los dedos entrelazados con una extraña fuerza.
Ya casi no quedaba nadie en el pub , sólo encontramos en la barra a Sofía, Fiorella, Carlos, Manuel y Javier, quienes al vernos llegar nos miraron sorprendidos.
F: Chicas, pensé que ya se habían ido.
J: Sí Adri, te estuve buscando hace horas. – Los gritos de los demás no se hicieron esperar, tildándolo de cursi y cosas por el estilo.
A: Ya chicos, basta. – Mi mano seguía junto a la suya. – Luciana y yo teníamos una conversación pendiente. – La mirada que me dedicó me impulsaba a besarla y acariciarla en ese momento, sin importar la presencia de nuestros compañeros. Pero alguna fuerza sobrenatural logró detenerme.
J: Bueno, pero ya terminaron de conversar, ¿cierto? – Se acercó a nosotras.
¡¿Qué le pasa?! ¿Acaso no entiende que a Adriana no le interesan sus estúpidos coqueteos? (por lo menos, eso es lo que quiero creer).
Dirigí nuestras manos a mi espalda.
A: Sí, ya terminamos. – ¿Ya terminamos?
S: Entonces, brindemos por ser los únicos sobrevivientes del grupo, ¡salud!
Carlos nos sirvió vodka (que era lo que estaban tomando ahora) y juntamos nuestros vasos.
M: Yo también te estaba buscando. – Me dijo Manuel con una voz más grave que de costumbre. – ¿Vamos a bailar?
Pude ver que Adriana cambió, de un momento a otro, su dulce gesto, soltó mi mano y se alejó.
Bailé con Manuel algunas canciones, intentando que no se repita lo que sucedió anteriormente y buscando, todo el tiempo, con la mirada a Adriana. De pronto sentí una mano tocar mi cintura de manera particular.
A: Lu, ¿me acompañas al baño? – Miré a Manuel, como disculpándome, y seguí a Adriana.
Entramos a los servicios, estaban vacíos.
Adriana se ubicó detrás de mí y me pegó a su cuerpo, su boca acariciaba mi cuello. Así entramos a uno de los cubículos. Sus manos empezaron a torturarme, subiendo y bajando por mi vientre. Giré levemente el rostro y probé sus labios otra vez, ahora de manera distinta a las demás oportunidades, con ella los besos siempre eran diferentes, el último siempre era mejor que el anterior.
Sus manos ahora sólo bajaban por mi vientre, tomando un camino que me erizaba la piel. Una de mis manos se encargó de subir lentamente por su pierna, acariciando su tersa piel desnuda.
En un rápido movimiento, Adriana me puso delante de ella, así nos besamos con más comodidad. Nuestras lenguas batallaban dulcemente y nuestras manos se encargaban de reconocer, centímetro a centímetro, el cuerpo de la otra.
A: Detenme tú, porque te juro que no podré hacerlo por voluntad propia. – Susurró, luego de separarse de mi boca y recorrer mi rostro con sus labios y lengua.
L: No quiero que te detengas. – Respondí, regresando a sus labios al lugar al que ahora pertenecían, junto a los míos.
Oímos ruidos en la entrada de los servicios.
F: No están aquí. ¿Dónde se meten estas niñas? – Adriana colocó una de sus manos en mi boca, intentando que el sonido de mi acelerada respiración no nos delate. Yo hice lo mismo con ella.
S: Lo más probable es que sigan conversando de lo que “tenían pendiente”. – Fiorella y Sofía entraron a los dos cubículos aún vacíos. – Hay dos chicos afuera preguntando por ellas, pero a las señoritas parece no importarles otra cosa que no sea su misteriosa conversación.
Apenas sentimos que los cubículos se cerraron, casi al unísono, Adriana abrió sutilmente la puerta del nuestro, para salir rápida y silenciosamente del lugar.
Esta situación se repitió varias veces más el resto de nuestra estadía en el pub . Cualquier excusa era buena para ir juntas a los servicios y ya nadie notaba nuestra ausencia gracias al alcohol presente en sus organismos.
La hora de irnos se acercaba, los encargados del lugar limpiando y poniendo las cosas en orden nos lo decían indirectamente.
J: Te llevo a tu departamento, Adri. – La voz de Javier tenía la capacidad de ponerme de muy mal humor.
L: No te preocupes, nos vamos las 4 juntas. – Le sonreí con altanería.
M: No Lu, no se pueden ir solas, es peligroso. – ¡Gracias Manuel! (sí, es ironía) – ¿Qué te parece si vamos en un taxi Fiorella, Carlos, tú y yo, y en otro Adriana, Sofía y Javier? – Mal, ¡me parece una pésima idea!
F: Sí Manuel, creo que es lo mejor.
Pero, ¿por qué? ¿Por qué esa combinación? ¿Por qué esa, si hay otras miles que podrían separar a Javier de Adriana y juntarnos a las dos?
Ahora el que sonreía era Javier. ¿Cómo era eso de que “el que ríe al último ríe mejor”? Aj, detesto cuando se aplican los refranes con tanta exactitud.
Salimos del pub agrupados como Manuel había propuesto. Pero, vimos a Sofía acercarse sola a nosotros.
C: ¿Qué pasó, Sofi? ¿Y Javier y Adriana?
S: Ya se fueron en un taxi. Javier me pidió, por favor, que me fuera al departamento con ustedes. – ¡¿QUÉ?!
C: Javier no pierde oportunidad, eh. – Rieron todos, todos menos yo.
L: Pero Adriana no estaba tan bien, Sofi. No debiste dejarla sola.
C: No es su mamá, Lu. Además, Adriana tampoco es una niña, ya sabe lo que hace. – No, ¡no entiendes! ¡No sabe lo que hace!
F: Sí Lu, Carlos tiene razón. No regañes a Sofi, ella no tiene la culpa.
L: No la estoy regañando. – Sofía me miraba con recelo. – Discúlpame, Sofi. En todo caso, no fue mi intención. – La abracé. – ¡Ya vámonos!
En el taxi estaba perdida. Todo me molestaba. Estaba confundida, enojada, consternada, desesperada, impaciente. Quería hablar con Adriana, pedirle una explicación (aunque no tenga derecho a recibir una), que me diga por qué aceptó irse con Javier o si la tomó por sorpresa y no tuvo oportunidad de opinar al respecto.
¿Por qué Adriana podía hacer que pase del cielo al infierno en sólo unos minutos? ¿Por qué hacía que mis sentimientos hacia ella aparezcan y desaparezcan, se multipliquen y se transformen, con tanta facilidad? Me está volviendo loca, no hay duda.
No podía dormir, centenares de imágenes de lo que podía estar pasando entre Adriana y Javier agobiaban mi cabeza. Salí al balcón a fumar un cigarro, deseando que los pensamientos salgan de mi cabeza con la misma facilidad con la que el humo lo hacía de mi cuerpo.
Regresé a mi cama varios minutos después.
Mi despertador sonó más tarde de lo habitual. Recordé que la inspección a la empresa se había suspendido, pero en su lugar los profesores habían programado clases. Vi la hora: faltaban 60 minutos para la hora pactada.
Me levanté de la cama de un salto, Sofía seguía durmiendo.
L: Sofi, ¡DESPIERTA! – Le hablé sutilmente, jajaja. – Tenemos una hora para llegar al auditorio para las clases.
S: Ay no, Lu. Un ratito más.
L: Nada de “ratitos”. ¡Levántate ya!
S: ¿Y las chicas? ¿Ya se despertaron?
L: No sé. – Adriana volvió a mi cabeza. – Iré a su habitación a avisarles.
Toqué la puerta del dormitorio que se encontraba más cerca de la entrada del departamento.
F: Pasa. – Respondió Fiorella, con un hilo de voz casi inaudible.
L: Fio, ya es tarde. – Con temor, vi la cama de Adriana. Me tranqulizó, levemente, saber que había regresado a dormir. – Te dejo la tarea de despertar a Adriana, tenemos menos de una hora para llegar al auditorio.
Regresé a mi habitación y para mi sorpresa, Sofía ya estaba en la ducha. Alisté las cosas que creía necesarias para hoy, mientras esperaba que Sofía saliera.
El camino al auditorio fue muy incómodo. Participaba de la conversación que sostenían Fiorella, Sofía y Adriana con monosílabos y sin verlas directamente. En ocasiones sentí la mirada de Adriana buscando la mía, pero no quería corresponderle, no podía.
Al llegar, encontramos a varios compañeros ingresando al local, todos con indiscutibles rezagos de la fiesta que había durado hasta hace unas horas. Mis amigas se acercaron a ellos; yo, por el contrario, preferí caminar en dirección opuesta y ubicarme en un asiento alejado de todos. No me sentía bien, un extraño dolor de cabeza (muy diferente al típico posterior a una noche llena de alcohol) no me dejaba prestar atención a las indicaciones iniciales del profesor.
Así pasé toda la clase, soportando el dolor y con la cabeza fuera del tema que se exponía.
Por fin el profesor dio por terminada la clase y fui la primera en salir. Mi cabeza palpitaba y la voz de Adriana hacía eco dentro de ella.
A: Luciana, Luciana, ¡Lu, espérame!
Sentí una mano tomar mi hombro con decisión.
A: Lu, ¿por qué me ignoras? – La miré totalmente desorientada. – ¿Podemos hablar un momento? – El brillo de sus ojos curó,
inexplicablemente,
mi dolor de cabeza.
L: Lo siento, no te oí. – No sabía cómo explicar lo que me estaba pasando.
A: Bueno, me gustaría hablar contigo. ¿Almorzamos sólo las dos?
C: Vamos chicas, un besito más. – Carlos se acercó a nosotras en un abrir y cerrar de ojos.
L: ¿Qué?
A: De eso te quería hablar. – Alguien puede explicarme lo que está pasando, por favor.
C: Sólo uno más. – El rostro de perversión de Carlos me asustaba.
A: Ya Carlos, ¡cállate! – Lo empujó.
C: Jajaja, traviesas las niñas.
A: Jajaja, un poquito. – ¿Qué les pasa? – Bueno Carlos, ¡bye! – Lo miró como se mira a alguien que comparte un secreto muy importante contigo.
C: OK. Pero para la próxima ocasión, llámenme. – Guiñó el ojo.
A: ¡BYE! – Lo empujó una vez más, alentándolo a alejarse de nosotras.
Yo seguía paraba en el mismo lugar, con un misterioso dolor de cabeza que amenazaba con regresar.
A: Tendrías que haber visto tu cara cuándo Carlos nos pidió un beso más. Fue muy divertido. – Rió.
L: ¿Me puedes explicar lo que acaba de pasar?
A: Le conté a Carlos lo que pasó ayer entre nosotras. – Respira Luciana, respira. – No me mires así, Lu. ¿La pasamos súper bien, no? – Su sonrisa me desconcertaba totalmente.
L: ¿La pasamos bien? ¿Piensas eso de lo que pasó ayer?
A: Por supuesto. ¿Tú no? La verdad, me sorprendiste, no creí que besaras tan bien.
L: ¡Gracias! ¿O esperas que te diga algo más?
A: Deja la ironía, Luciana. ¿Qué te pasa?
L: No sé bien.
A: No te entiendo.
L: Soy YO la que no te entiende, Adriana. ¿Por qué tenías que contarle a Carlos?
A: Porque cuando la pasas bien provoca contarlo, ¿no te ha pasado? – No pienso responder a eso. – Además se la pasó toda la clase preguntándomelo, porque nos vio en la puerta de los servicios. No pensé que te molestaría.
L: ¿En serio sólo piensas eso de lo que pasó ayer? – La miré, rogándole una explicación que no estaba segura de querer escuchar.
A: La pasamos MUY bien, Lu. Dale, ya deja a un lado el enojo. – Se acercó e intentó acariciar mi rostro, pero aparté su mano.
L: Me tengo que ir, me duele la cabeza. – Me alejé.
El departamento estaba cerca, pero no tenía ganas de caminar. Llamé a un taxi y pedí al conductor que antes de llegar a mi alojamiento parara en una farmacia para comprar cualquier pastilla que me quite el dolor de cabeza. La verdad, no sé que tanto me ayudaría tomarla, pero lo haría de todos modos.
No había desayunado y tampoco pensaba almorzar. Tenía un nudo en la garganta que no dejaría que pase alimento alguno.
Puse un pie en el departamento y empecé a desnudarme, sentía que algo me sofocaba. Llegué a mi habitación y me metí a la cama. Mi celular no dejaba de sonar, una y otra vez el mismo ruido que no colaboraba con la desaparición de mi dolor de cabeza. Cogí el aparatito y vi la pantalla: tenía llamadas perdidas de Fiorella, Adriana y Manuel. Lo apagué sin intentar comunicarme con ellos.
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