El viaje que nos unió (Parte IX)

Aproveché la situación. Hice a un lado el cabello de Adriana y mi lengua empezó a jugar con el lóbulo de su oreja.

NOTA DE LA AUTORA =)

Muchas gracias por continuar leyendo la historia y seguir involucrándose como lo están haciendo. Aprecio cada uno de sus comentarios y valoraciones.

Les dejo la 9º entrega de "El viaje que nos unió". Vívanlo.

EL VIAJE QUE NOS UNIÓ (Parte IX)

Nos quedamos en el living del departamento, conversando, por momentos, y acariciándonos y besándonos en algunos otros, siempre asegurándonos que Fiorella y Sofía seguían durmiendo. Era una tentación verla hablar, expresarse como sólo ella sabe hacerlo, apreciar sus tiernos gestos y no tocarla, de la forma que sea, con las manos o con los labios. Siempre lo fue, pero hoy aún más.

A Adriana se le veía, en todas las ocasiones, segura de sí misma. Se mostraba siempre fuerte, imperturbable, indiferente a lo que pueda pasar a su alrededor. Pero la realidad era otra, una totalmente opuesta, la había conocido horas atrás y había hecho que me enamore mucho más de ella.

Estuvimos horas hablando de ella, de mí, de nuestras metas profesionales y personales, ...

Sin embargo, me entristeció darme cuenta que en ninguno de nuestros planes aparecía el “nosotras” que en este momento nos asustaba y, al mismo tiempo, entusiasmaba de sobremanera. No estaba.

A: Nuestra carrera es así, si no te desprendes de lo que quieres nunca podrás “crecer” en ese aspecto de tu vida… – Platicábamos acerca de los miles de viajes que, por nuestra profesión, nos vimos, vemos y veremos obligadas a hacer (este es uno de ellos).

L: Lo sé y, la verdad, es que no pensé que fuera tan difícil.

A: Es injusto. – Sabía a lo que se refería.

L: La vida es injusta.

Adriana tiene ideas muy revolucionarias. Y no en el sentido de querer salir a la calle, quemar autos, pintar muros y gritar a las 4 vientos que está en contra de “el sistema” que rige todos los aspectos de la vida pública; sino, más bien, en un sentido a favor de lo nuevo, de no ser las típicas ovejitas siguiendo al rebaño sin siquiera saber el por qué y, peor aún, sin atreverse a preguntarlo. No podía más que estar de acuerdo con ella.

Siempre la había visto de la manera en la que la contemplaba ahora y eso fue, sin duda, lo que más me atrajo de ella. Su espíritu aventurero, sus ganas de comerse al mundo con todo y sus desgracias, su forma de callar el pesimismo de la gente con hechos y no palabras, sus locas ideas, su mirada siempre traviesa…

Seguimos conversando por horas, pero jamás de lo que había pasado entre nosotras (ni de lo que podría pasar). Ninguna quería tocar el tema directamente. La abracé y nos quedamos así por varios minutos sin decir más, sólo sintiendo el calor del cuerpo de la otra. Estuvimos así, hasta quedarnos dormidas en uno de los sofás del living .

Me despertó la suave voz de Adriana.

A: Lu, Lu…

L: ¿Sí?

A: Fiorella ya se está bañando. Saldrá en cualquier momento. – Estaba en una posición muy incómoda y yo sobre ella.

Me acomodé sobre el sofá.

L: Te debe estar doliendo todo. Lo siento. – La ayudé a incorporarse.

A: No te preocupes… Si ese es el precio que tengo que pagar por dormir contigo…

L: Pero es un precio muy alto, ¿no crees?

A: Para mí no lo es. – Tomó mi rostro entre sus manos y me besó.

L: Date la vuelta, por favor.

A: ¿Para qué?

L: Sólo hazlo. – Susurré.

Puse mis manos en sus hombros e intenté darle un relajante masaje, frotando, en algunas ocasiones, también su cuello.

A: Ayer me di cuenta que tienes unas manos muy hábiles... Hoy lo estoy confirmando…

L: ¡Adriana! – No pude evitar sonrojarme.

A: ¿Qué? Es cierto. – Giró rápidamente. – Ayer noté, también, que tus labios son deliciosos. – Nos besamos una vez más. – Hoy lo estoy confirmando.

Oímos a Fiorella salir de la ducha.

A: Amor, voy a bañarme. – Me sonrió tiernamente.

L: ¿Quieres que te acompañe? – Acaricié su mejilla.

A: Me encantaría pero creo que tendríamos que dar muchas explicaciones después de eso. – Reímos.

L: Bueno, anda… – Adriana se levantó del sofá.

A: Te voy a extrañar ahí adentro. – Se agachó a besar mi mejilla.

L: Yo también.

A: Te veo luego. – Ingresó a su habitación.

Hice lo mismo. Arreglé un poco mis cosas y le regalé a mi cuerpo un baño largo y placentero.

Al salir vi a Sofía moviéndose entre sus cobijas.

L: Sofi, ¿estás bien?

S: No Lu, me duele la cabeza.

L: Ay mujer, el alcohol y tú no son muy buenos amigos, ¿verdad?

S: Nos peleamos hace mucho y, después de lo de ayer, seguiremos siendo enemigos por algún tiempo más.

L: Jajaja. Ya Sofi, mejor báñate, verás que se te pasa un poco.

S: No. No saldré de la cama en todo el día.

L: No seas floja, anda ya, ¡arriba! – Intentaba levantarla de la cama.

S: No Lu, no quiero…

L: Vamos Sofi… – Luchaba contra ella y contra su dolor de cabeza.

F: Venía a ver si salíamos a almorzar pero creo que mejor las dejo solitas… – Fiorella estaba paraba en la entrada del dormitorio.

L ¡Qué graciosita! Mejor ven y ayúdame a sacar a Sofía de la cama.

F: ¿Estás segura? Porque yo te veo muy cómoda en esa situación. – Intentaba contener la risa.

L: Fiorella, ¡ven!

F: Ay ya, ¡cállense las dos! La cabeza me va a explotar en cualquier momento. Mejor me levanto solita. – Fiorella y yo reímos en silencio, intentando no aumentar el padecimiento de nuestra amiga.

Fiorella desapareció de mi habitación y aproveché para vestirme.

Terminé de alistarme y salí a la cocina por una fruta.

A: Mientras yo terminaba de vestirme, tú estabas desnuda sobre Sofía, en su cama. ¿Me explicas eso? – Adriana se acercó de manera desafiante hasta donde me encontraba, dentro de la cocina.

L: ¿Qué tonterías te ha contado Fiorella, Adri?

A: Dímelas tú… Ella estaba muy divertida pero a mí no me resulta gracioso…

L: Pero mi amor… – Me acerqué más a ella. – Sólo intentaba que Sofía se levante de la cama.

A: ¿Desnuda?

L: No, estaba con una toalla. – No pude evitar sonreír. – Me encanta que te pongas así… – La abracé.

A: Así, ¿cómo? – Cruzó los brazos.

L: Así, celosita… Jajaja…

A: ¡Basta, Luciana! No es chistoso. – Una sonrisa empezaba a dibujarse en su rostro.

F: ¡Chicas! ¡Sofía ya está lista! ¡¿Nos vamos?!

Adriana soltó sus brazos y con ellos rodeó mi cuello

A: Discúlpame. – Me besó.

L: Si te vas a disculpar siempre de la misma manera… Puedes ponerte celosa cuantas veces quieras…

A: Jajaja, ¡ya vámonos, Lu!

L. Bueno… – Dije, resignada.

A: Te quiero…

Salimos de la cocina y nos encontramos con Fiorella y Sofía, quiénes estaban esperándonos en la salida del departamento.

L: Sofi, te ves mucho mejor. ¡Te dije que un buen baño ayudaría!

S: Sí, gracias.

F: Si lo que querías era entrar a la ducha con ella, no finjas.

L: Jajaja, claro que no.

F: Mmm, no lo sé. – Se frotaba la barbilla. – ¿Tú qué piensas, Adri?

A: Yo creo que no. – Llegó hasta mi oído. – Sé que querías entrar conmigo. – Musitó rápidamente.

Nos dedicamos cómplices y coquetas sonrisas.

F: Ay Adriana, ¡qué aguafiestas!

L: Ay Fiorella, ¡qué insoportable! – Intentaba imitarla.

Reímos las 3, excepto Fiorella, por claras razones.

Salimos a almorzar. Pasamos un largo rato decidiendo a qué lugar ir, ya que, justo hoy, mis amigas y yo teníamos antojos muy distintos, totalmente opuestos en realidad (hacer que 4 mujeres estén de acuerdo en algo es muy complicado).

Después de algunos minutos (muchos) encontramos un sitio en el que se servía “de todo”; es decir, no era el lugar al que iría alguien de exigente paladar, pero era el mejor sitio para comer en nuestra situación.

Durante el almuerzo las miradas entre Adriana y yo eran más que obvias. Nos sonreíamos, nos rozábamos “sin intención” y hablábamos sólo entre nosotras, en algunas ocasiones, olvidándonos que compartíamos la mesa con 2 personas más.

Cuando regresamos al departamento, Fiorella propuso ver una película y todas estuvimos de acuerdo.

Juntamos las camas y, como si fuéramos niñas, nos acomodamos las 4 en el pequeño espacio que habíamos acondicionado.

F: ¿Cuál eligieron ayer?

A: ¿Qué?

F: ¿Qué película vieron ayer?

L: ¿Por qué? – Intenté buscar en mi mente algún título pero por los nervios que sentía en ese momento no lo logré.

F: Para no escoger la misma hoy. – Fiorella sostenía entre sus manos la colección de DVD’s que había llevado: filmes de todos los géneros, en inglés y en español.

L: Ah, ¡esa! – Señalé cualquiera.

F: Esa es súper triste. ¿Lloraron con el final?

A: Yo me quedé dormida antes que acabara. ¿Tú sí terminaste de ver la película, Lu? – Me miró como quien se despoja de la responsabilidad de afrontar las consecuencias luego de decir una mentira.

L: No, yo tampoco lo vi… El cuerpo de Adriana me distrajo. – Adriana me miró, estaba avergonzada y muy sorprendida. – Se durmió aplastándome el brazo y me pasé el resto de la película intentando que me lo devuelva sin tener que despertarla.

S: ¡Qué linda!

L: ¿Verdad que sí? – Hice un gracioso gesto.

F: ¡Qué humilde! – Me devolvió la broma que le hice antes de salir a almorzar.

Reímos casi al unísono.

Luego de una “democrática” y muy divertida elección ya estábamos listas para ver el filme que Fiorella había escogido: una de suspenso, de esas que le gustan.

Nos acomodamos en las camas unidas mientras Fiorella ponía en su lugar los cables de los aparatitos. Me ubiqué, estratégicamente, junto a Adriana y al borde de una de las camas.

La película empezó y con ella los roces entre Adriana y yo. Ella colocó su mano en mi pierna, de forma “accidental” y movía sólo los dedos, tocándola suavemente. Yo, por otro lado, me dediqué a acariciar su brazo, intentando ser sutil, de manera que mis movimientos fueran imperceptibles para mis amigas.

La trama de la cinta se ponía cada vez más interesante, lo puedo suponer porque cada una de sus escenas eran registradas por las atentas miradas de Fiorella y Sofía, quiénes intercambiaban opiniones acerca de lo que veían.

Aproveché la situación. Hice a un lado el cabello de Adriana y mi lengua empezó a jugar con el lóbulo de su oreja. Me divirtió la manera en la que logró contener el inminente suspiro que sus labios liberarían.

A: Luciana, no… – Susurró con un dejo de reclamo. – Por favor… – Su tono de voz cambió completamente.

L: No, ¿qué? – Mis labios rozaban intencionalmente su oreja.

A: Aquí no…

L: Dime dónde…

A: Aquí no… – Repitió, con la respiración acelerada.

Entendía lo que quería decir, me gustaba la situación en la que estábamos pero entendía, también, que Fiorella y Sofía podrían notar, en cualquier momento, lo que estaba ocurriendo entre nosotras.

Me alejé, Adriana me miró, me regaló una sonrisa y se mordió levemente el labio inferior, era obvio que intentaba reprimir, de alguna forma, su deseo. Yo también lo estaba haciendo. Tomé su mano y así terminamos de ver la película, aunque no entendiéramos por qué el hombre (que parecía ser el protagonista) buscaba vengarse de todas las personas que lo rodeaban.

Nos quedamos el resto de la tarde en la habitación de Adriana y Fiorella, conversando, hasta Sofía recibió la llamada de Andrés, quién quería avisarle que uno de los profesores le había comunicado que el encuentro del lunes sería más temprano de lo habitual ya que visitaríamos una empresa lejana.

Luego de unas horas decidí ir a descansar: el agotamiento me estaba venciendo y sabía que mi cama empezaba a extrañarme.

A: ¿Ya vas a dormir? – Dejé lo que estaba haciendo y volteé a verla. Estaba en la entrada de mi habitación.

L: Sí, muero de sueño.

A: Yo también… – Caminó hacia a mí. – ¿Puedo dormir contigo?

L: Si te quedas… – Besé su mejilla. – “Dormir” sería nuestra última opción. – Susurré muy cerca de su oído.

A: Dormiré otro día entonces… – Me miró de frente. – No tengo apuro.

Rocé, lentamente, mi labio inferior con el suyo. Me senté en la cama y la invité a que hiciera lo mismo.

Sofía entró al dormitorio.

S: ¿Secreteando? – Dijo, al vernos tan cerca.

Nuestras miradas que antes detallaban cada uno de los movimientos de la otra, ahora se concentraron en Sofía.

A: Es privado, Sofía. – Se paró de la cama.

S: Soy buena guardando secretos.

A: Yo también. – Me sonrió.

S: Dale Adri, cuéntame… – La miraba con cara de niña caprichosa.

L: Te vas a quedar con las ganas Sofía. Lo siento.

A: Hasta mañana… – Acarició mi rostro. – Mi amor… – Gesticuló estas 2 últimas palabras, sin emitir sonido alguno, dándole la espalda a Sofía. – ¡Qué descanses, Sofi!

Adriana ya se había ido de mi dormitorio pero su recuerdo siguió paseando por mi mente toda lo noche, aún en sueños, hasta que la luz del sol invadió mi ventana, chocó contra mi rostro y logró despertarme incluso antes que el “dulce” sonido de mi celular lo hiciera.

Sofía ya estaba saliendo de a ducha. Tomé un rápido baño y me alisté en un par de minutos (bueno, en 3).

Desayunamos algo ligero y corrimos hacia la parada del bus, ya era tarde.

Algunos compañeros llegaron casi al mismo tiempo que nosotras, por lo que pudimos despistar un poco al profesor y logramos que nos regañe por nuestra innegable impuntualidad.

Subimos al bus. Adriana se acercó a mí y nos sentamos juntas. Javier ubicó con la mirada a Adriana y se acercó. Había olvidado lo molesto que era verlo coqueteándole todo el tiempo.

J: ¿Dónde estuviste toda la noche del sábado, Adri? No te vi en la discoteca.

A: Estuve ahí, pero encontré a mi primo y a sus amigos. Luciana se quedó conmigo.– Me tomó de la mano.

J: ¿Tan rápido me cambiaste, Adri? Pensé que estarías conmigo toda la noche, el otro día me lo prometiste.

A: ¡No digas tonterías, Javier! – Me miró nerviosa.

J: ¿No lo recuerdas? – Se acercó hasta su oído. – Me dijiste que estaríamos juntos TODA la noche.

Me solté de la mano de Adriana y dirigí la mirada hacia la ventana del bus que estaba a mi lado.

A: Javier, ¿de qué estás hablando? – Fue lo último que pude oír, porque me perdí, luego, en la inmensidad de los pensamientos más absurdos que las palabras de Javier hubieran podido originar.

...