El viaje que nos unió (Parte IV)

Yo sí lo sé... – Sus dedos se entrelazaron con los míos. – Intentas cuidarme y te lo agradezco muchísimo.

NOTA DE LA AUTORA =)

No tienen idea de cuánto me entusiasma leer sus comentarios y de lo bien que me hace que dediquen unos segundos para valorar este relato.

Me complace saber que los protagonistas de "El viaje que nos unió" están teniendo la capacidad de llegar a ustedes, de hacerlos sentir, por lo menos un poquito y de una u otra manera, lo que ellos experimentan a lo largo de este viaje.

Sus comentarios me dicen, entre otras cosas, que estoy haciendo algo bien y espero poder llenar, poco a poco, sus expectativas con cada entrega de esta historia.

Sin más, los dejo con la 4º parte de "El viaje que nos unió". Siéntanlo.

EL VIAJE QUE NOS UNIÓ (Parte IV)

Acarició mi mejilla y se alejó.

El profesor encargado llegó por fin. Subimos al bus y todos mis compañeros buscaban sentarse junto a los miembros de su grupo.

El mío coordinó súper bien la realización de las actividades de hoy (por lo que me contó luego Dianita, en ese momento tenía la cabeza muy lejos de mi cuerpo).

D: Lu, ¿hice bien en ayudar a Manuel con lo de la cena de ayer?

L: Creo que sí, no te preocupes por eso.

D: No, sí me preocupo, no sabes lo insistente que estaba. Se nota que le gustas muchísimo.

L: Sí, ya me lo dijo.

D: ¡Yo te lo dije primero! – Reímos con su comentario.

L: Sólo espero que las cosas no cambien tanto.

D: Pero, ¿qué le dijiste?

L: Que me dé tiempo para pensarlo. – Me miró confundida. – Sí, lo sé. Es horrible eso de “pedir tiempo” pero no sé que hacer.

D: ¿Y por qué no le dices que sí y ya?

L: No es tan fácil, Dianita. – Me regaló una mirada de comprensión y me abrazó.

D: Si es por mí, no te preocupes. Al principio me costará un poco, ya después me iré acostumbrando… No soy tan celosa. – Reímos una vez más.

Con Dianita todo parecía sencillo, a su lado no existían las preocupaciones.

Entre comentarios decía, siempre, que era bisexual, pero me costaba creerle porque no sabía si estaba hablando en serio o sólo bromeaba; aunque a veces los “juegos” entre ella y Adriana también salían a la luz.

Nos repartimos las actividades en la empresa. Me tocó trabajar con Manuel, eso me ponía un poco (bastante) nerviosa.

Lejos de lo que pude haber pensado, las cosas resultaron muy bien durante el día. Con Manuel todo fluyó normalmente, hacíamos un buen equipo de trabajo, nos entendíamos súper bien. Dianita, que durante esa semana sería la “jefe del grupo”, se acercaba a supervisarnos en ciertas ocasiones, preguntando si teníamos algún problema y filtrando algún comentario respecto a lo de ayer que nos divertía por momentos.

El término de las actividades en la empresa llegó y ofrecí mi departamento para concluir el informe del día.

Nos tomó poco tiempo terminar lo que debíamos hacer, por lo que los miembros de mi grupo abandonaron el departamento al iniciar la noche.

Aproveché el tiempo que quedaba del día para ordenar algunas cosas y completar un par de trabajos personales pendientes. Una larga ducha fue el cierre de mi día, uno algo vacío, sin ella, sin Adriana. No la había visto luego de lo del paradero del bus. En la empresa nos tocaron ambientes y actividades muy distintas y ahora, a pesar de lo tarde que era, aún no llegaba al departamento (Fiorella y Sofía, tampoco).

Me acosté en la cama y el cansancio me venció.

La mañana siguiente desperté mucho más tranquila, había dormido muy bien, era lo que me hacía falta.

Las chicas y yo salimos a tomar desayuno muy temprano y pudimos disfrutarlo sin apuro.

Las actividades en la empresa, esta vez, las realicé con Dianita. La “jefe del grupo” se distraía fácilmente y alejaba mi atención de las labores que debíamos realizar con la misma rapidez. Cada risa era un abrazo y cada abrazo, un beso en su cabello (mide unos 8 o 10 cm menos que yo, por eso le digo “Dianita”).

Ya habíamos terminado y hoy, sin duda, las actividades post-académicas prometían: el más pequeño del grupo (de tamaño y no de edad) cumplía años. La inspección de mañana se había pospuesto, por problemas con la administración de la empresa, por lo que los profesores programaron un seminario, reemplazando la visita a ésta, pero más tarde de lo habitual, a las 10 am (sabía que los profesores no podían ser faltos de criterio, jajaja). Esta postergación nos “cayó del cielo”.

El cumpleañero era Pablito, un chico estupendo, muy atento y dispuesto a ayudar siempre a los demás. Si hay algo que no podía soportar, entre otras cosas, era que algunos de mis compañeros se “le fueran encima” por ser como era, abusando de su amabilidad; por lo que, en muchas ocasiones, tuve que “enfrentarme” a ellos, regresándoles las bromas, sin llegar a discutir, por supuesto.

Dianita y yo nos encargábamos de las compras necesarias para la reunión, mientras que Carlos y Manuel se comprometieron a reservar un pub sólo para nosotros. No tuvieron muchos problemas para conseguirlo. Por el contrario, Dianita y yo nos complicábamos la vida intentando comprar lo que nos habían pedido, con todas las variaciones que la lista incluía, procurando satisfacer los gustos tan exquisitos y distintos de nuestros compañeros, aunque sabíamos que eso era imposible.

Ya casi era la hora de la reunión. Adriana y Fiorella, luego de completar el informe grupal que tenían pendiente, llegaron al departamento, tomaron una ducha rápida y salieron con los miembros de su grupo al pub.

Manuel pasaría por Sofía y por mí al departamento, así que terminamos de alistarnos y lo esperamos.

Cuando Manuel llegó nos informó que la mayoría de nuestros compañeros ya estaban en el pub , por lo que “volamos” para allá.

Ya en el pub nos tocó (a Dianita y a mí) seguir con la organización de la reunión.

Pasaron las horas y todo fluía de maravilla. Pablito la estaba pasando súper bien y eso era lo más importante.

La hora del show llegó: Andrea, compañera de departamento de Diana, había propuesto regalarle, entre otras cosas, un lap dance a Pablito y no nos opusimos. Las únicas dos condiciones de Andrea eran que nadie se enterara de que el show era planeado (sólo Dianita, Manuel, Carlos y yo estábamos enterados) y que su acto se justificaría, luego, gracias a su desmedido consumo de alcohol (sus palabras me recordaron a alguien muy cercano a mí).

Entonces, Andrea empezó con lo suyo. Inició llamando la atención al tomar por sorpresa a Pablo, quién se encontraba bailando con Fiorella. Lo llevó a su sofá “especial”, del cuál nos encargamos Diana y yo, hizo que tomara asiento y sorprendió a todos, incluyendo a los que sabíamos de este baile, al sacar del diminuto bolsillo de su short un lazo para amarrar las manos del cumpleañero y, de esta manera, inmovilizarlo parcialmente. Creo que Andrea tenía algo de experiencia en esto, lo sospecho.

La música cambió “casualmente”, y Andrea estaba lista para dar rienda suelta a sus movimientos más sensuales. El homenajeado era Pablito pero los espectadores eran los más entusiasmados con el show .

La bulla, los aplausos y los comentarios pervertidos de mis compañeros no se hicieron esperar al terminar el baile de Andrea. Lo había hecho muy bien, hay que reconocerlo.

La madrugada llegaba hora a hora y yo ya estaba agotada por lo que había significado la preparación de esta reunión. Me dirigí a los servicios a refrescarme y a retocarme un poco.

S: ¡Qué guardadito se lo tenían, Lu! – Dijo Sofía al verme entrar.

L: ¿Qué?

S: Lo de Andrea, se nota que estaba preparado.

L: ¡Claro que no! Hizo lo que quiso, no te diste cuenta. – Había prometido no decir nada y lo iba a cumplir.

S: ¡No me mientas! Vi cuando Diana y tú se estaban moviendo por todos lados arreglando las cosas mientras Andrea bailaba y el resto sólo estaba con la boca abierta y arrojando cosas.

L: Bueno, es que…

S: ¡Dale, Lu! Eres malísima mintiendo. – No era la primera persona que me lo decía.

L: Ya Sofi, sí… – Me ruboricé.

Pero, por favor, no se lo digas a nadie. – No pude seguir ocultándolo (mil disculpas, Andrea).

S: No te preocupes, este secreto se va conmigo a la tumba…

A: ¿Cuál secreto? – Adriana ingresó sorpresivamente a los servicios.

S: Eso tienes que preguntárselo a ella. – Me miró. – Ahí te dejo con el secretito. – Me susurró al oído y salió de los servicios.

A: ¿Cuál "secretito"? – Repitió Adriana. ¡El lío en el que me había metido Sofía!

L: Ninguno. No sé de qué habla Sofía, creo que el alcohol ya le afectó.

A: No sabes mentir, Lu.

¿Es en serio? ¡¿Tan mala soy en esto?! – ¿No confías en mí? – Se acercó sensualmente hasta mi posición.

L: No lo sé. – Respondí con sinceridad.

A: ¿Y eso por qué? – Se paró delante de mí.

L: Mejor cambiemos de tema, Adriana. – La evadí y me alejé.

A: Como quieras. – Me siguió. – ¿Qué bailecito el de Andrea, no?

L: ¡Qué bailecito! – Sonreí.

A: ¿Parece que te gustó? Te vi hacer uno muy parecido el sábado pasado en la discoteca. – ¿Lo había visto? Pensé que estaba muy “ocupada” con Javier. – ¿Qué tengo que hacer para ganarme uno igual? – Sus dos manos tomaron el botón principal de mi short , rodeándome la cintura con sus brazos.

L: Pedírselo a Andrea. Lo más probable es que no se niegue.

A: Bueno, Andrea es muy guapa, pero no es ella a quién quiero para el baile. – Sus labios tocaban el borde de mi oreja por los movimientos provocados por su pronunciación. – ¿Tienes idea de a quién quiero? – El roce de sus labios dejó de ser accidental para convertirse en una deliciosa y deliberada caricia.

Giré levemente el rostro y me encontré con unos ojos pardos preciosos, decorados con un notable brillo de deseo. Sus manos me unieron aún más a su cuerpo.

L: Sigo creyendo que se trata de Andrea. – Murmuré, con una sonrisa en el rostro, conciente de lo que estaba provocando en ella.

Oímos que la puerta de los servicios empezaba a abrirse y nos separamos abruptamente.

M: Chicas, ¡estaban aquí! Escuché que Javier preguntaba por ustedes. – Era Mariela, una de nuestras compañeras.

L: ¿Por nosotras? – Respiraba aceleradamente.

M: Bueno, por Adriana. ¿Está ocupado? – Preguntó, señalando uno de los cubículos.

L: No, pasa. – Intentaba controlar mi respiración. Abrí el grifo que se encontraba delante de mí y me mojé las manos, fingiendo normalidad. Adriana me imitó.

M: Entonces, ¿qué hacen aquí tanto tiempo? – Ingresó al cubículo. – Ah, están intercambiando los ‘chismes’ de último minuto, ¿verdad?

A: Sí. Y el “intercambio” se estaba poniendo cada vez más interesante. – Me miró sensualmente. – Voy a ver que quiere Javier, ya regreso. – Musitó en mi oído.

L: No creo que me encuentres después. – Mi enojo se hacía evidente.

A: Yo CREO que sí. – Salió de los servicios dedicándome una atrevida sonrisa. No era tonta. Adriana percibía el control que sus actos tenían sobre mi cuerpo, pero esta vez sería diferente.

Abrí el bolso, busqué un par de cosméticos y retoqué mi maquillaje (llevaba 2 gramos de maquillaje en el rostro, no sé que tanto aplique el verbo “retocar” en este caso).

M: ¿Piensas quedarte aquí el resto de la fiesta? – Mariela salió del cubículo y se acercó a uno de los grifos de agua.

L: Por supuesto que no. – Guardé los cosméticos en el bolso.

M: ¿Me acompañas a la barra?

L: ¡Vamos!

En la barra encontramos a Diana, Fiorella, Carlos, Manuel y Andrés con una botella de tequila a medias.

L: Uy, ¡qué buen recibimiento! – Me encanta el tequila.

C: Lucianita, ¡salud! – Me sirvió un shot .

L: No seas malcriado, invítale a Mariela también. – Volteó y se percató de la presencia de Mariela, quién se encontraba detrás de mí.

C: ¡Lo siento, Mariela! No te vi. – Sirvió otro shot , más lleno que el anterior. – Es para que me perdones.

M: No hace falta tanta amabilidad, Carlos. – Mariela no aguantaba mucho el alcohol, algo de eso me habían comentado.

C: Ay, Marielita, ¡no se me raje!

L: A ti te bastan un par de shots de tequila para sentirte mexicano, jajaja.

C: Ya, chula, no me haga quedar mal frente a esta morrita. – Se acomodaba con los dedos un extenso e inexistente bigote. – Es que no se lo he dicho, mi Lu, pero por mis venas corre 1/16 de sangre mexicana. Verá, el abuelo del tío del cuñado de mi padre trabajaba en Guadalajara. – Ni él entendía lo que estaba diciendo. – ¡No me miren así, pinches borrachos! El tequila lo puede todo.

M: Si es cierto, espero que también consiga que dejes de decir estupideces. – Todos reímos al oír el comentario de Manuel. – ¿Dónde has estado toda la noche? – Dijo, luego de sentarse en el asiento vacío que estaba junto a mí.

L: En todos lados y en ninguno a la vez, al igual que tú, arreglando todo lo de la fiesta.

M: Pero todo está saliendo muy bien, ya tranquila. – Acarició mi cabello.

L: Estoy tranquila. ¿Me sirves otro, por favor? – Le mostré el shot vacío que tenía en la mano.

M: Claro. ¡Salud! – Mi situación con Manuel no era tan complicada como lo había pensado. Creo que se esforzaba por hacer las cosas lo menos incómodas posibles y lo estaba consiguiendo. – Has hecho un buen trabajo encargándote de esta fiesta.

L: Diana, “el mexicano”, tú y yo lo hemos hecho muy bien. – Le sonreí.

M: Y Pablo la ha pasado muy bien, míralo.

– ¿La ha pasado? ¿Ya se fue?

Condujo mi mirada a un lugar en particular. Pude ver a Pablito sentado en su sofá “especial”, con los brazos cruzados, los ojos cerrados y una gran sonrisa en los labios.

L: ¡Tan lindo! – Exclamé.

Seguía contemplando a Pablito, parecía un niño cansado luego de un gran día de diversión.

Tuve que desviar un poco la mirada, algo me obligaba a hacerlo. Era Adriana, saliendo de los servicios, observándome con una notable molestia reflejada en el rostro.

Intenté seguir sus pasos, divisándola a lo lejos. Se dirigía al grupo en el que se encontraba Javier.

M: ¿Tanta ternura te inspira Pablito? No dejas de velo, me voy a poner celoso.

L: Jajaja, es que parece un niño... ¿Ya se acabó el tequila?

M: No, ¿quieres otro shot ?

L: Por favor.

M: Jajaja, tómatelo con calma, Lu. Yo recién voy uno y tú, con este, ya llevas 3.

L: No seas machista, Manuel. ¡Salud!

Esta situación se repitió innumerables veces. Brindé con Fiorella, con Mariela, con Dianita, con Carlos, con Andrés, con Manuel, con el que atendía en la barra. Perdí la cuenta del número de shots de tequila que mi organismo tendría que asimilar después.

L: ¡Vamos a bailar! – Tomé a Manuel de la mano y lo jalé sin esperar su respuesta.

La salsa, a Manuel, se le da muy bien, pero con tanta vuelta y pirueta estaba logrando que el tequila dejara de ser amable con mi cabecita tan confundida.

El cambio de música fue brusco. Ahora se escuchaba reggaeton incitando al resto de mis compañeros, en la pista, a pegar más sus cuerpos y bailar lentamente. Yo no estaba muy convencida de querer imitarlos, mas me bastó ver sólo a una de las parejas hacerlo para empezar a bailar igual que todos ellos: Adriana y Javier ("benditos" celos).

Me acerqué a Manuel y comenzamos a movernos lenta y coordinadamente. Pude notar cierto desconcierto en sus ojos, pero sé que no lo estaba mal. En uno de nuestros movimientos sentí la boca de Manuel intentando encontrar la mía. Pasé mis brazos por su cuello y apoyé mi rostro sobre su hombro, impidiendo que me besara.

Desde esa posición logré ver que Adriana y Javier estaban, ahora, justo detrás de Manuel. Los hermosos ojos pardos que tanto me gustaban habían perdido el brillo que antes los adornaban. Vi a Adriana acercarse al oído de Javier para luego alejarse, dirigiéndose los servicios de los varones.

L: Manuel, ya regreso. – Me preocupó más el qué podría hacer Adriana que lo que pueda pensar Manuel de mí al dejarlo sin explicación alguna (soy de lo peor).

Corrí hacia Adriana para evitar que entre a los servicios equivocados.

L: Adriana, ¿qué haces?

A: ¿Qué crees?

L: Ya, pero el de las mujeres está allá. – Señalé la puerta de al lado.

A: Jajaja, gracias. – Del 1 al 10, le pondría un 7 en ebriedad. – Y, ¿a Manuel no le molesta que lo dejes solito después de cómo le estabas bailando? – Más que una pregunta, parecía un reproche.

L: No le estaba bailando, ¿OK? Y si se enoja o no…

A: No te importa. – Completó lo que quería decir, pero no terminé de pronunciar al darme cuenta de lo mala persona que estaba siendo con Manuel. – Vamos, ¡dímelo!

L: No sé que estoy haciendo aquí, Adriana… – Di media vuelta e intenté alejarme.

A: Yo sí lo sé...

– Sus dedos se entrelazaron con los míos.

Intentas cuidarme y te lo agradezco muchísimo. – No puedo describir lo que sentí al oír sus palabras y al mirarla a los ojos.

Me tomó de la cintura y me condujo con ella a los servicios.

Adriana no esperó, siquiera, que la puerta se cerrara para ponerme contra la pared, acercar su rostro y empezar a acariciar los bordes de mi cintura.

L: Adriana, suéltame, ¡estás borracha! – Lo dije, pero no me moví ni un centímetro para intentar safarme de sus brazos.

A: Tal vez, pero sé muy bien lo que hago.

Su frente estaba unida a la mía. Colocó una mano entre la pared y mi espalda, la otra empezaba a subir por mi cuerpo, alzando un poco la blusa que llevaba hasta llegar a mi nuca. Sus labios rozaron los míos, los delineó con su lengua.

A: Tienes unos labios muy apetecibles. – El hermoso brillo de sus ojos había regresado y yo me perdí en ellos una vez más.

L: Tu lengua es muy suave. – La vi sonreír provocativamente. ¿Cuánto tiempo pensaba tenerme así? ¿Acaso no me besaría nunca?

A: ¿La quieres probar? – Asentí levemente. – Ven a buscarla…

Su invitación era muy tentadora y yo, demasiado débil. Sin duda alguna, quería que sea yo quién inicie todo.

Así lo hice. Mis manos empezaron a acariciar su espalda y mis labios a tener entre ellos a su labio inferior. Hice lo que quise con él, lo masajeé, lo saboreé, lo chupé, lo solté y me dediqué a darle el mismo tratamiento al superior.

Adriana me detuvo bruscamente.

A: ¡Tramposa! – Su excitación era evidente, su respiración acelerada la delataba. – Te ... d-dije que… sólo probaras m-mi lengua.

L: Puedo remediar mi error, dame otra oportunidad.

A: No lo sé, ¡convémceme!

¿Quieres jugar, Adrianita?

L: Dale Adri…

Baje mis manos por su espalda hasta llegar al final de ésta. Acerqué mis labios a los suyos, apenas los acaricié y me alejé. Subí una mano, rocé su rostro, dibujé sus labios con un dedo. Adriana seguía con la mirada cada uno de mis movimientos hasta que la vi cerrar los ojos.

L: ¿Cuánto tengo que esperar para tener otra oportunidad?

Su boca permanecía entre abierta, pero no emitía palabra alguna. Interpreté su silencio como la respuesta que quería escuchar.

Aparté mi mano y la besé. Lo hice como jamás lo había hecho con nadie. El beso era una mezcla de ternura y descontrolada pasión. Nuestras lenguas se estaban conociendo pero se movían al mismo ritmo, sincronizadamente, como si hubieran estado juntas toda la vida.

La sensual lucha que habíamos iniciado al pretender tomar el control de los labios y el cuerpo de la otra parecía no acabar nunca (y no quería que acabe jamás).

La mano que tenía entre mi cuerpo y la pared se coló por debajo de mi blusa, originando caricias en mi espalda y, después de todo lo que estaba ocurriendo entre nosotras, bastó sólo el contacto de su mano con mi piel desnuda para que mis gemidos comenzaran a hacerse audibles.

Voz: Señoritas, ¡señoritas!...

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