El viaje que nos unió (Parte III)

Quiero creerte. – Me devolvió una mirada súper tierna. No pude contenerme, pasé mi brazo por su espalda y la acerqué a mí...

NOTA DE LA AUTORA =)

Me alegra muchísimo saber que "El viaje que nos unió" les está gustando. Espero que la historia los siga envolviendo, poco a poco, como sus hermosos ojos pardos lo hacen conmigo.

Aquí les dejo la 3º parte de "El viaje que nos unió". Déjense llevar.

EL VIAJE QUE NOS UNIÓ (Parte III)

Cuando pensé haberlo logrado sentí una mano posándose sobre mi hombro, deteniendo en seco mis movimientos.

A: Creí que no venías a dormir. – Dijo, casi en susurro.

L: ¿Qué te pasa, Adriana? ¡¿Me quieres matar de un infarto?! – Intentaba no levantar la voz.

A: ¿Viniste sola?

L: No, me trajo Manuel.

A: Ah, Manuel. – La oscuridad sólo me permitía apreciar su silueta y notar el sobrio tono de su voz.

L: Sí, primero llevamos a Dianita y luego él me dejó en la puerta del departamento.

– Le expliqué sin saber por qué.

A: OK. ¡Qué duermas bien!

L: Adriana, ¡espera! – Logré detenerla. – ¿Qué haces despierta a esta hora? ¿Llegas recién? – ¿O me estabas esperando?

A: No, llegué al departamento hace rato. Salí a la cocina por una pastilla y un vaso de agua.

L: ¿Una pastilla? ¿Estás bien?

A: Me duele un poco la cabeza, es todo. ¿Qué tal la pasaste hoy?

L: No tan bien como a tú.

A: No entiendo.

L: Pídele a Javier que te explique, entonces. Buenas noches. – Abrí la puerta de mi habitación. Era yo la que se iba, ahora.

A: Luciana, ¿pasa algo? – Me detuvo.

L: ¿Debería pasar algo, Adriana? – Estaba muy incómoda. ¿En serio no notaba qué me molestaba? Se supone que la distraída era yo.

La silueta de Adriana se acercaba a mí, lentamente. Sentí su respiración acariciar mi rostro.

A: ¿Buscas discutir con alguien? Bueno, no lo hagas conmigo. – El sensual tono de su voz lograba erizarme la piel. – Luciana, … – El ritmo de su respiración se aceleraba. – No sé que tan conveniente resulte esto para las dos, ... – Su mano derecha se deslizó por mi mejilla. – Pero… – Sentí sus labios pasear por mi mentón y rozar la comisura de los míos. – ¡No! – Se detuvo repentinamente. – Creo que esto complicaría aún más la situación, lo siento. Buenas noches.

No me dio oportunidad de decir ni hacer más, sólo se alejó. Un suspiro de resignación se escapó por mis labios y la confusión más dolorosa se albergó dentro de mí.

Por más que intentaba dormir, no lo conseguía. Miles de ideas y ridículas posibilidades paseaban por mi mente. Adriana me gustaba, lo tenía muy claro. Siempre me gustó. Su seguridad y elegante desfachatez al hablar, caminar y expresarse frente a los demás me atraía. La forma en la que se tomaba la vida es algo que logra envolverme. Sus hermosos ojos pardos conseguían que me pierda en ellos. Coquetear con ella porque sí, manejar una peligrosa ambigüedad, era jugar con fuego y, concientemente, acepté entrar a la hoguera.

Cerré los ojos para imaginarla, para recordar el reflejo de mi cuerpo en sus ojos, para sentir otra vez sus manos, sus labios acariciar intensa y fugazmente los míos. Me perdí en ella.

Al abrir los ojos encontré a Sofía con un libro entre sus manos.

S: ¡Qué bueno! Se despertó la bella durmiente.

L: Jajaja. Buenos días, Sofi.

S: ¿Días? Buenas tardes, casi noches.

L: No exageres. ¿Qué hora es?

S: 4 pm.

L: ¿4? Ay, no. – Cubrí mi rostro con la sábana.

S: Jajaja, estuvo buena la fiesta, eh.

L: Un poquito, sí. – Algunas imágenes peleaban por primar mi cabeza.

S: ¿Y no vas a llamar a Manuel?

L: ¿A Manuel? – Las imágenes se difuminaron.

S: Sí, me llamó hace unas horas. Me dijo que habían planeado almorzar hoy, que te estuvo llamando pero no le contestabas. Le expliqué que aún no despertabas y me encargó decirte que, por favor, lo llames cuándo por fin des señales de vida.

L: ¡El almuerzo! ¡Es cierto! Le dije que lo llamaría. ­– Cogí mi celular, tenía 10 llamadas perdidas: todas de Manuel.

S: ¿Lo vas a llamar?

L: Sí, pero no sé que decirle. ¡Qué vergüenza! – Vi a Sofía alzar los hombros.

S: Sólo llámalo. – Gran consejo.

L: Parece que no hay otra opción.

S: Parece que no. Bueno Lu, voy a casa de Julio a terminar el trabajo que debemos entregar mañana. Nos vemos más tarde. – Tomó su bolso y salió de la habitación.

Decidí llamar a Manuel.

M: Lu, ¿recién despiertas?

L: Eh, mmm, sí. – Estaba totalmente avergonzada. – Con respecto al almuerzo, Manu ¿te parece si…

M: De eso te iba a hablar.

– Interrumpió.

Estaba pensando en convertir el almuerzo en cena, tengo poderes mágicos, jajaja. Paso por ti a las 8, ¿estás de acuerdo?

L: Sí, está bien.

M: Perfecto. Nos vemos, entonces. Un beso.

L: OK.

No estaba segura de si esa era la mejor decisión. Manuel es una gran persona, súper atento y muy guapo. Ayer confirmé la hipótesis de Dianita: me quedó claro que no le basta la relación de amigos que tenemos hasta ahora. Pero, no sé si quiero lo mismo. Podría empezar algo con él, sin muchas expectativas, sólo por el viaje, hasta regresar a la rutina universitaria, tal vez, mas no me parece justo. Lo que me pasa con Adriana es algo que no decido, que no controlo, que simple y sencillamente apareció para romper el equilibrio en el que creí estar.

Aceptarme como bisexual fue muy complicado. Adriana no es la primera chica que me gusta pero sí la que está logrando poner mi vida de cabeza.

Me levanté de golpe de la cama y tomé un delicioso baño con agua fría, necesario para calmar mis agitados pensamientos, sentimientos y emociones; aunque sé que eso no “solucionará” mi situación, mi parte inconsciente prefiere creer que el agua fría ayudará a mi mente a tomar las cosas con calma.

Elegí algo casual para vestirme y salí a almorzar (aunque a esa hora, dudo que encuentre algo decente para hacerlo). Pasé por la habitación de Fiorella y Adriana, la puerta estaba abierta y la curiosidad me ganó. Me acerqué a la entrada y las encontré buscando algún programa entretenido en la televisión.

F: Lu, ¡hola! – Fiorellita, siempre tan efusiva. – Te íbamos a esperar para salir a almorzar pero Sofía nos dijo que seguías dormida. ¿No has comido nada? – Adriana jugaba con el control de la televisión.

L: No, aún no. Pero voy a comprar algunas galletas o algo.

F: ¿Quieres que te acompañe?

L: No te preocupes, gracias. – Fiorella empezó a buscar algo en el piso de su habitación.

F: Para qué te pregunto si sé que tu respuesta siempre será “NO”. ¡Vamos, te acompaño! – Adriana seguía sin verme. Parecía molesta. Pero, ¡¿por qué?!

Lo que sucedió ayer ME afectó. Que actúe cómo si nada hubiera pasado entre nosotras ME confunde. El que Javier esté tan cerca de ella ME duele muchísimo. No quieras invertir lo papeles, Adriana: en esta situación la víctima SOY YO (ay, ¡qué dramática, por Dios! Y un poco egoísta, tal vez)

F: Adri, ¿te quedas?

A: Sí, creo que va a empezar una buena película.

Salimos hacia el mall . Fiorella me ayudó a decidir qué comprar y sugirió llevar al departamento ingredientes para hacer un postre para la cena.

L: Pero que sea sólo para ustedes 3.

F: ¿Por qué? No me digas que vas a empezar una dieta. ¡Si no te sobra ni un gramo de grasa, mujer!

L: ¡Cállate, tonta! No es eso. Es que quedé con Manuel en salir a cenar hoy.

F: ¿Ah, sí? A ver, explícame eso.

Le conté con lujo de detalles lo que sucedió con Manuel en la discoteca y en la puerta del departamento.

F: ¿Todo eso me perdí?

L: Sí, por ebria. Tienes problemas con el alcohol Fio, ¡ya déjalo! – Bromeaba.

F: Ya lo intenté, pero siempre recuerdo el lugar en el que lo dejo y regreso a lo mismo. Es que no puedo, es más fuerte que yo. ¡Ayúdame, Lu! – Reíamos como dos niñas.

Terminamos de comprar las cosas que necesitábamos y nos sentamos en uno de los lugares del pequeño food court del mall a seguir conversando. Sin duda, extrañaba pasar tiempo con mi amiga. Nuestras charlas eran siempre interminables y las disfrutábamos. Al vivir en el mismo departamento resultaba un tanto irónico que sólo nos viéramos un par de veces al día. Teníamos grupos de trabajo distintos (ella estaba con Javier, Adriana y 2 personas más), lo que significaba que las inspecciones de la mañana las realizaríamos por separado y los trabajos de la tarde, de igual manera.

Llegamos al departamento, entre bromas y risas, pero la sonrisa desapareció de mi rostro completamente al ver que Adriana tenía una visita “especial”: Javier.

Es domingo, ¿qué tenía que hacer Javier aquí?

J: Hola, chicas. – Sonrió al vernos entra.

L: Hola.

F: Hola, Javier.

J: ¿Cómo están? – Odiándote .

F: Bien, Javier, gracias. Y tú, ¿qué hacer por aquí? – Amo que mi amiga se adelante a formular las preguntas que tengo en mente (aunque no lo haga con el énfasis que yo le podría). –  ¿Tenemos algún trabajo pendiente?

J: No que recuerde. Sólo vine a saludarlas un momento. – Bueno, HOLA. Ya puedes irte. – Y a…

A: A traernos un pastel de chocolate. – Interrumpió Adriana, entusiasmada. – Mira. – Señaló una masa marrón negrusca poco apetecible en mi opinión (un poco subjetiva, he de confesar).

F: Gracias, Javier. ¿Intentas ganar puntos, no?

– A Fiorella nunca se le escapaba nada.

J: Depende, ¿de cuántos puntos estamos hablando?

F: Creo que sólo una persona podría responderte esa pregunta. – Miró pícaramente a Adriana.

A: Primero, lo probamos, luego se decidirá eso. – Respondió un tanto avergonzada.

Fiorella le tomó la palabra, cogió el pastel y lo llevó a la pequeña cocina del departamento a “ repartirlo de manera justa ”, según sus palabras.

Aprovechando esa distracción, me dirigí a mi habitación a "guardar las cosas que había comprado", no soportaba más la situación. Debo admitir que fui descortés al ni siquiera mirar a Javier mientras hablaba, pero la hipocresía no es lo mío. No sé disimular, me cuesta mucho y eso me ha metído en problemas en algunas ocasiones.

Me dediqué a ordenar mis cosas, deseando sacar de mi mente tantas estupideces pero era muy complicado hacerlo al mismo tiempo que intentaba ignorar las risas procedentes del living y los comentarios tan tontos y desubicados provenientes de la boca de Javier.

Sonó el celular. (¡Manuel! ¡¿Por qué siempre me olvido de ti?!)

L: ¡Manuel! ¿Todo bien?

M: Eso depende. ¿Ya estás lista para salir a cenar?

L: Pero aún no es la hora en la que quedamos.

M: Lo sé.

L: ¿Entonces? – Creo saber lo que viene a continuación.

M: Es que sé que te demoras un poquito para estar lista, jajaja.

L: ¡Qué malo! – ¡Lo sabía! ¡Pero qué exagerado! No siempre hago esperar a los demás. ¡¿Por qué se forman esa imagen de mí?!

M: ¡Y tú estás muy buena! ¿Cómo era eso de los polos opuestos?

L: Jajaja. – Tocaron la puerta de la habitación. - ¡Adelante! Está abierto.

M: Bueno, paso por ti a las 8. No me hagas esperar mucho, ¿OK?

L: ¡Que no, Manuel! Te espero a las 8. Ni un minuto más ni un minuto menos. Lo prometo. – La puerta se abrió. Adriana entró con una sonrisa que empezó a desaparecer poco a poco.

M: Perfecto. Nos vemos. – Finalicé la llamada y corrí al closet.

A: ¿Vas a salir? – Tenía una porción de pastel en la mano.

L: Sí, a cenar.

A: Con Manuel, por lo poco que oí. – Dejó la pequeña loza en la mesita de noche.

L: Así es. ¿Necesitas algo? – Me sorprendió el frío tono de mi voz.

A: Vine a traerte la porción de pastel que te corresponde. – Señaló el lugar en el que la había dejado. – Además, iba a preguntarte si querías leer conmigo los temas para la inspección de mañana, pero ya no le encuentro sentido. – ¿Leer para la inspección de mañana? Adriana no acostumbra a hacer ese tipo de cosas, el ser aplicada en las materias no era, precisamente, una de sus virtudes más resaltantes (con eso no quiero decir que sea irrepsonsable).

L: ¿Y Javier y Fiorella?

A: Javier se fue hace unos minutos y Fiorella prefiere ver una película que se estrenó 3 décadas antes que naciéramos. – Su rostro inspiraba ternura. Por un momento olvidé el dolor que sentía.

L: Discúlpame Adriana, yo tampoco podré acompañarte. – Saqué las prendas que había elegido y caminé hacia ella.

A: No tienes por qué disculparte. ¡Qué disfrutes tu cena! – Salió casi corriendo de la habitación. Seguí caminando, ahora sólo con la intención de cerrar la puerta.

Me alisté rapidísimo. Tomé mi bolso y antes de llegar a la salida del departamento pasé por la habitación de Fiorella y Adriana.

L: Chicas, ya me voy. ¿Desean algo para cenar? Se los traigo cuando regrese.

F: Creí que no regresarías a dormir. – Me guiñó un ojo.

L: ¡Qué graciosita!

F: Ay, que poco sentido del humor.

L: Entonces, ¿les traigo algo?

F: Para mí, nada, gracias. – Miré a Adriana, esperando su respuesta.

A: No, gracias. – Una estatua hubiera podido responderme con más intensidad.

L: OK. Nos vemos.

La cena con Manuel pasó, desde mi punto de vista, sin pena ni gloria. Manuel se esforzaba por llenarme de atenciones y, aunque sosteníamos una conversación amena y fluida, en mi mente sólo estaba el rostro de Adriana, con un dejo de tristeza y desconcierto, inusual en ella.

M: ¿Te gustó la cena? – Me preguntó, ya dentro del taxi de regreso a mi departamento.

L: Mucho, gracias. Te va a parecer algo extraño, pero me encanta la lasagna y la de hoy estuvo muy buena.

M: No me parece extraño. – Lo miré sorprendida. – Pregunté un poquito y Diana me dio algunas pistas de lo que podría gustarte para cenar.

L: Y, ¿cómo encontraste ese lugar? Antes de viajar intenté averiguar si había algo así en la ciudad y por lo que sé no son más de 3 los sitios como este aquí.

M: Bueno, sí. Trabajé en encontrar algo que no estuviera tan lejos.

L: Gracias otra vez, Manuel. – No tenía palabras.

M: Con que me hayas dicho que te gustó ya siento que valió la pena el tiempo que invertí buscando este lugar. – Se acercó a abrazarme lentamente, como con miedo a ser rechazado. Pero no lo hice (no podría hacerlo).

Al estar entre sus brazos me sentí mimada, protegida.

M: Me gustas muchísimo, Luciana.

Un sorpresivo beso llegó a mis labios. Sólo pude corresponder a medias por mil razones, una de ellas: aún no salía de mi asombro.

L: Manuel… - No sabía que decir.

M: No tienes que decir nada, Lu. – ¿Me estaba leyendo el pensamiento?

L: No, ¡sí tengo que!

M: En todo caso, no sé si quiera oír lo que tienes para decir. – Definitivamente intuía parte de lo que estaba por pasar.

L: Creo que las cosas están yendo muy rápido. – Hice caso omiso a sus palabras. – Tenme paciencia, por favor. Dame tiempo. DANOS tiempo. – Odio a la gente "que pide" tiempo en circunstancias así y en ese momento, me estaba odiando a mí misma. Mi confusión se hacía cada vez más evidente, ni yo entendía lo que estaba diciendo ni el por qué lo hacía. – Vamos poco a poco, déjame conocerte más. Terminemos este semestre tan raro y complicado. Luego vemos que pasa, ¿si? – Lo estaba ilusionando y no me parecía justo, pero no quería perderlo por completo. No tenía claro lo que quería, ya no.

Manuel y yo trabajamos en el mismo grupo y nos quedaban algunas semanas más de convivencia en este viaje. No quería pensar en nada más ni forzar algo que, quizás, jamás ocurriría (en una palabra: Adriana), sólo deseaba dejarme llevar.

M: Estoy de acuerdo. Veamos qué sucede después. – Su gesto fue de comprensión y resignación.

L: Nos vemos mañana. – Me sentía culpable.

M: Hasta mañana. – Me dio un tierno beso en la mejilla.

La madrugada del lunes se asomaba por la ventana de mi habitación y aún no conseguía dormir. Mi cabeza iba a explotar, innumerables imágenes, escenas y voces la atormentaban. Estaba confundida, ¿qué se supone que deba sentir? ¿Qué sentimiento es el “correcto” en esta situación? ¿Tendría que optar por “hacer las cosas bien” en lugar de seguir un camino inestable que, al parecer, no me conducía a nada?

El escandaloso e incómodo ruido de la alarma de mi celular me sacó de mis pensamientos.

S: Lu, ¿ya es hora? – Sofía aún no abría los ojos.

L: Parece que sí. Pero duerme unos minutos más, si quieres. Yo me bañaré primero, ¿te parece?

S: Sí, me despiertas cuando termines, por fa.

L: OK.

Deseaba permanecer horas bajo aquél reconfortante chorro de agua pero sabía que no podía.

Fiorella pasó todo el desayuno intentando que “confiese” por qué no había dormido en toda la noche (mi rostro me delataba).

F: Manuel es el responsable de que no hayas podido dormir, ¿verdad? Por eso no te oí llegar al departamento. – Al parecer, lo de caminar como Pantera Rosa se está convirtiendo en una de mis habilidades. – Mmm, sabía que detrás de esa carita había una fiera encerrada. ¡Quiero detalles!

L: Fiorella, ¡estamos desayunando! – Reí, algo nerviosa.

A: Sí, Fiorella, por favor. – Se notaba su incomodidad. – Además, no todas queremos conocer los “detalles”. – ¿En serio pensaba que me había acostado con Manuel? ¡Qué le pasa!

S: Yo estoy en esa lista. – La risa de Sofía era un poco escandalosa. – Aunque sólo me gustaría saber una cosa: ¿es cierto que…

L: Sofi, ¡por favor! – La situación era muy divertida pero el malentendido ya estaba escapando de mis manos. – A ver, no pasé la noche con Manuel. – Lo dije lento y muy segura de mis palabras. – ¡Entérense!

F: ¡No te creo!

S: Discúlpame, Lu, pero ¡yo tampoco! – Ay, ¡no puede ser! ¿Ahora cómo les saco esa idea a estas mujercitas?

F: Sé que tampoco le crees, Adriana, díselo. – Fiorella empezaba a tomárselo como una joda.

Adriana sólo encogió los hombros y sonrió.

L: Bueno, piensen lo que quieran. Yo estoy segura de que fue lo que pasó y que no. – Miré la hora en el celular. – La conversación está muy entretenida. – Fijé mis ojos en Fiorella con un gesto de reproche. – Pero ya se nos pasó la hora, el bus nos va a dejar si no corremos.

Terminamos de desayunar en 5 segundos, pagamos la cuenta y nos dirigimos al lugar en el que el bus siempre nos espera (todos los días, el mismo lugar y la misma hora) para llevarnos a las empresas para realizar las inspecciones.

L: Tu sí me crees, ¿no? – Susurré en el oído de Adriana mientras caminábamos. Fue un impulso.

A: Quiero creerte. – Me devolvió una mirada súper tierna. No pude contenerme, pasé mi brazo por su espalda y la acerqué a mí para darle un beso en la mejilla. ¡Ay, Luciana, tú no aprendes!

Fiorella y Sofía iban algo adelantadas. Adriana y yo seguimos caminando juntas hasta llegar al paradero, donde ya estaban la mayoría de mis compañeros.

Me senté en una de las banquetas del lugar y tomé a Adriana por la cintura, apoyando mi cabeza en su cadera. Así conversábamos con los demás chicos, esperando la llegada del profesor encargado de la visita de hoy. Por momentos, Adriana me acariciaba el cabello y me dedicaba una sonrisa que me idiotizaba.

F: Adriana, ven un momento, por favor. Tenemos que coordinar lo de las actividades de hoy. – Fiorella ya estaba junto a los miembros de su grupo, entre ellos Javier.

A: Ay Fio, un ratito más. – Parecía una niña.

J: No, Adri. Vamos. – Javier le extendió la mano y Adriana la tomó entre la suya.

A: Nos vemos luego, Lu. – Acarició mi mejilla y se alejó.

...