El viaje que nos unió (Parte II)
¿Me está hablando en serio? ¿Quiere que la aconseje? ¿Me quiere volver loca con sus juegos? ¿Acaso no se da cuenta cuánto me afecta verla a su lado?
NOTA DE LA AUTORA =)
Gracias por dedicarle unos minutos a esta historia. Muchas gracias por sus comentarios y valoraciones. Tengo un estilo algo extraño para escribir (creo), espero que no les moleste.
Les dejo la 2º entrega de "El viaje que nos unió". Disfrútenlo.
EL VIAJE QUE NOS UNIÓ (Parte II)
...
Su voz denotaba molestia.
M: Ay Adri, no te pongas celosa. Ven, también tengo abrazos para ti. – Rió y estiró su brazo en dirección a ella.
A: Manuel, no estoy jugando. – Se apartó. – Te he llamado mil veces… Ahora sé porque no contestabas.
M: No me di cuenta. Ya Adri, discúlpame.
Me solté del brazo de Manuel que aún me tenía abrazada y me acerqué a Adriana.
L: Adri, ¡discúlpanos! – Me uní. Sentía una extraña necesidad de excusarme por algo que supuestamente había hecho mal pero que no lograba entender completamente. – Nosotros también los estábamos buscando. Bueno, en realidad esperábamos a que Julio regrese.
A: Julio está con nosotros hace horas, Luciana. – Intenté darle un beso en la mellija, pero se alejó.
J: Chicos, ¡al fin los encontramos! – Llegaron Julio, Carlos y Andrés. – Ahora sí, ¡a divertirnos!
Nos dirigimos a la entrada de la discoteca. Adriana se adelantó y la perdí de vista.
Mis compañeros de semestre ya estaban en la discoteca, lo sé porque Manuel habló con uno de ellos antes de entrar. Se encontraban en el segundo piso, en el ambiente VIP. Al llegar, me tocó aguantar los comentarios de los más “ingeniosos” del grupo acerca de nuestra tardanza, todos ellos con la misma idea central: “ Lo más probable es que Luciana tardó en alistarse y les tocó esperarla ”.
Las jodas entre nosotros siempre están presentes, por lo que ya me había acostumbrado a este tipo de situaciones. En esta ocasión, incluso agradecí sus comentarios, pues al unirse al juego, Carlos, Manuel, Julio y Andrés se olvidaron de que “ la primera ronda de tragos va por cuenta de Luciana ”, como prometió Adriana. Mis queridos oportunistas ya estaban pendientes de cualquier otra cosa, era imposible que recuerden lo de los tragos.
Semestre a semestre he tenido la oportunidad de conocer a muchas personas totalmente distintas entre sí. Algunas me han dejado cosas muy positivas; otras, simplemente, pasaron desapercibidas por mi vida, sin sumar ni restar.
Desde el inicio de esta parte del año universitario me alegró saber que conviviré, en todos los sentidos, con personas que conozco (o creo conocer), pues ya he compartido materias y viajes con ellos, eso ayuda mucho. Como siempre, hay, también, personas que jamás he visto en mi vida.
De las chicas sé que muchas de ellas son súper sencillas, sin muchas preocupaciones, viviendo la vida con viene, con una enigmática mezcla de alocada imprudencia y responsabilidad universitaria.
De los chicos, no hay mucho que describir (o por lo menos nada interesante). Ya he tratado a algunos, por lo que sé que, con ellos, hay que pensar dos veces (o más) antes de hablar porque la genitalización y el doble sentido es su pan de cada día. Algunas veces resulta divertido, sólo algunas.
En medio de todos, y con una notable y temprana borrachera, encontré a Fiorella, una de mis mejores amigas y compañera de departamento.
F: Lu, ¡ya era hora! ¡Qué vestido! Nunca te lo había visto. Te queda súper bien.
L: ¿En serio?
F: ¿Lo dudas? ¿No ves, acaso cómo te miran todos? – No quería voltear a comprobarlo. – Sabía que demorarías, por eso me adelanté. ¿No te molestó, verdad?
L: No Fio, no te preocupes. Además, se nota que tenías apuro por empezar la fiesta. ¡¿Qué tomaste?!
F: No tengo idea. Los chicos compraron un trago exótico, típico de este lugar, estaba buenísimo.
L: Sí, ya me di cuenta. – Fiorella no podía dejar de moverse al ritmo de la música mientras me hablaba. ¿Qué trago le han dado esos estúpidos? – Fiorella, mejor te llevo al departamento.
F: ¡No, Luciana! ¡No seas amargada! Estoy bien, además tú sabes que soy así, con o sin alcohol. Ya deja de preocuparte.
Tenía razón en una parte: con o sin alcohol, mi amiga bailaba hasta que no le den más las piernas, en eso nos parecemos mucho: me encanta bailar, cuando estoy en una fiesta la aprovecho al máximo, hasta bailo sola, incluso a veces, para no parecer loca, culpo al alcohol de mi conducta (aunque, en realidad, no haya ingerido ni una sola gota).
Conozco a Fiorella hace algunos años, iniciamos juntas la carrera y, aunque con el pasar de los semestres nos hemos visto cada vez menos, es una de las pocas personas que puedo calificar como “amiga”, con todas sus letras, pues a pesar de la lejanía (gracias a distintas materias, destinos de viaje, nuevas amistades, etc.) nunca perdimos contacto ni dejamos de preocuparnos por los nuevos acontecimientos en la vida de la otra.
F: Y Adri, ¿no te esperó?
L: Sí, vinimos juntas, pero al entrar a la discoteca desapareció.
Andrés y Manuel se acercaron a nosotras, Andrés se disculpó y jaló a Fiorella para que baile con él. Manuel me miró y sin decir más hizo lo mismo conmigo.
La estaba pasando muy bien, aunque no había podido sacar de mi mente el rostro de Adriana cuando nos reclamó (a Manuel y a mí) por habernos separado de ellos y que, gracias a ello, perdieron varios minutos buscándonos. Aunque, en su reclamo había algo más, no le había molestado sólo ese hecho, encontrarnos abrazados creo que aumentó su enojo.
Adriana no era del tipo de chicas que tienden a dramatizar las situaciones. Por el contrario, ella nunca se tomaba las cosas en serio, por eso me sorprendía tanto su reacción.
En un momento, me acerqué a uno de los balcones de la discoteca, bajé la mirada hacia la multitud y me dediqué a buscarla, pero no tuve éxito.
Voz: ¿Buscas a alguien? – Alguien me tomó de los hombros.
L: ¿Disculpa? – Giré rápidamente y logré soltarme.
C: Hey, tranquila. Adri tenía razón, ustedes pueden cuidarse solitas. Tienes buenos reflejos, eh. – Carlos soltó una carcajada.
L: ¿Estás tonto? ¡Me asustaste!
C: ¿Tan concentrada estabas?
L: No es eso. Es sólo que…
C: Bueno, ya. Ven, vamos a bailar.
Me llevó hacia dónde se encontraban los demás.
Cambiábamos de pareja constantemente, nadie se quedó sin bailar. En uno de los cambios, me tocó volver a bailar con Manuel.
L: Manu, ¿sabes algo de Adriana? ¿La has visto? – Le pregunté mientras bailábamos.
M: Sí.
L: ¿Hace mucho?
M: No, es más, la estoy viendo en estos momentos. – Me tomó de los hombros e hizo que girara, dándole la espalda. Mi mirada se centró sólo en una de las parejas que se encontraban bailando: Adriana y Javier. – Se nota que tu “amiguita” la está pasando muy bien. – Le divirtió su propio comentario.
L: Se nota que TU “AMIGUITO” no desaprovecha situaciones como esta. – No podía disimular mi molestia.
M: Sea lo que sea, era algo que se podía pronosticar. O ¿me vas a decir que no te diste cuenta de sus coqueteos en cada una de las clases y prácticas en las empresas? – Lamentablemente, era cierto. – Además, Adriana ya no es una niña, tampoco es una santa. – ¡Qué desubicado! ¡¿Cómo puede hablar así?!
L: Si lo es o no, la verdad, no me importa. – Respiré un par de segundos e intenté no explotar. – Disculpa, voy a los servicios, ya regreso.
M: ¡Lu, espera! – Me tomó de la mano, impidiendo que avance. – ¿Qué te pasa? ¿Te molestó algo?
L: No, Manuel. No me molesta, NADA. – Me miró sorprendido. – Disculpa, mi intención no es discutir contigo. Ya regreso. – Me solté y caminé, acelerando cada vez más el paso, en dirección a los servicios.
¡Soy una idiota! Manuel tiene razón, ¡sus coqueteos con evidentes! Por más que intentaba ignorarlos cada vez que me percataba de ellos, era prácticamente imposible. Javier era uno de los más guapos del semestre y, sin duda, el más coqueto. Además, el que trabaje en el mismo grupo de práctica con Adriana (al lado de 3 personas más), hagan las inspecciones a las empresas y estudien juntos, definitivamente ayuda a que se conozcan y entiendan cada vez mejor.
Y si le gusta Javier, ¿por qué sigue el coqueteo conmigo también? ¿O será que sólo es parte de una de mis confusiones generadas al intentar llevar siempre mis ilusiones (de este tipo) a la realidad? Pero lo que pasó hoy en mi habitación no lo pude haber imaginado, lo sentí. Sentí su miraba en mi cuerpo casi desnudo, distinta a cualquier otra; sentí sus manos rodear mi cintura, acercándome a ella; sentí sus labios posarse en los míos. Estoy segura de que eso fue real, mi imaginación no es tan fuerte.
Entré a los servicios, abrí uno de los grifos de agua del lugar y mojé mis manos. Las llevé a mi cuello, deseando relajarme un poco.
A: ¿Acalorada? – Abrí los ojos y la pude ver reflejada en el espejo, parada justo detrás de mí. ¿Qué haces aquí, Adriana? No sólo te gusta ponerme nerviosa, también disfrutas verme así, ¿verdad?
L: Un poco. – Bajé la mirada sin dar importancia a su presencia, intentando no derrumbarme. Abrí una vez más el grifo para repetir el acto que empezaba a calmarme.
A: Tengo que contarte algo, es sobre Javier, necesito oír tu opinión. – ¿Me está hablando en serio? ¿Quiere que la aconseje? ¿Me quiere volver loca con sus juegos? ¿Acaso no se da cuenta cuánto me afecta verla a su lado?
L: Discúlpame, Manuel me espera afuera. – Mentí. – ¿Hablamos después? – No esperé su respuesta, sólo salí rápidamente del lugar, como si intentara huir de algo, de alguien.
La ansiedad me consumía. Así, me acerqué a la barra.
L: Una botella de agua, por favor. – Agua no era exactamente lo que mi cuerpo pedía, pero opté por no escuchalo. – Y unos cigarros. – No lo escuché completamente. Uno de los jóvenes que atendía me la ofreció de inmediato, mientras yo buscaba dinero en mi bolso. – ¡¿Mi bolso?! ¡Maldición! Lo debo haber dejado con los de las demás chicas, en una de las mesas del grupo. – El barman me miraba divertido, creo que pensé en voz alta y se enteró de mi situación.
M: Yo pago la cuenta de la señorita. – Vi como Manuel entregaba unos billetes al joven.
L: ¡Qué vergüenza! Gracias, Manuel.
M: De nada, Lu. ¿Estás mejor?
L: Sí, discúlpame por lo de hace un rato.
M: No te preocupes. Aún no entiendo tu reacción, pero ya estás mejor, ¿cierto? – Al no saber cómo reaccionar, sólo pude asentir con un leve movimiento. – Eso es lo importante. – Se acercó a abrazarme. – ¿Vamos con los demás?
L: Vamos. – No estaba segura de querer volver a ese lugar, pero no sabía como seguir justificando mis actos ante Manuel.
Al llegar a las mesas en las que se encontraban mis compañeros, y en un acto sádico poco explorado en mí, busqué con la mirada a Adriana y a Javier, a quiénes, para mi fortuna, o desgracia, ubiqué un tanto alejados del grupo, con unos vasos medio vacíos (en un momento así, “vasos medio vacíos” era lo único que podía ver) de algo que parecía ser vodka, riendo y conversando de algún tema, seguramente, aún más estúpido que el insipiente sentimiento que iba creciendo dentro de mí.
El agua no me estaba ayudando y sé que el alcohol tampoco haría que olvide, por lo menos por un momento, lo que estaba empezando a sentir por ella, así que decidí dedicarme a bailar el resto de la noche, sin que me importe, ya, nada ni nadie.
Así lo hice. Me estaba divirtiendo y me ayudaba el saber que los demás también la estaban pasando bien. Sin embargo, vi a un grupo de amigas que estaban un poco alejadas, parecían aburridas, con ánimos de irse. Me acerqué a su mesa.
L: Dianita, vamos a bailar.
D: No, Lu, gracias, estoy cansada. ¿Tú no?
L: Un poquito. – Le sonreí.
D: Wow, me sorprende la energía que tienes. Después de las visitas que hicimos a las empresas esta tarde quedé muerta.
L: Ay Dianita, eso es lo de menos, dale, no me rechaces. – Le guiñé el ojo. Su mirada fue de aceptación.
No tuve que pensarlo dos veces. Me acerqué a su asiento y empecé a bailarle. Diana sonreía y se movía a mi ritmo. Las otras dos chicas sentadas junto a ella empezaron a reírse y a aplaudir. La canción que se escuchaba no había llegado ni a la mitad cuando nos dimos cuenta que ya teníamos al resto de nuestros compañeros alrededor de nosotras gritando y alentándonos a seguir con tremendo “espectáculo”. Las manos de Diana muchas veces tocaron mis piernas y trasero, lo que abría aún más los ojos de nuestros espectadores. Peor lo que ellos no sabían (y, tal vez, preferían no saber) era que éstos no estaban cargados de morbo, por el contrario, fueron gestos súper tiernos de mi amiga al intentar bajar mi vestido cada vez que notaba que éste intentaba dejar al descubierto algunas partes de mi anatomía “ no aptas para cardiacos ” (como ella las denominaba), producto de mis movimientos.
Ya habían pasado unas horas y la euforia del grupo iba en aumento. Las innumerables botellas vacías y vasos de todas formas y tamaños sobre las mesas que ocupábamos podían explicar, de alguna manera, el estado en el que nos encontrábamos. Bailé con todos y todas, excluyendo de esta lista, por obvias razones, a Adriana y Javier.
Nos acercábamos al amanecer, mis compañeros iban desapareciendo poco a poco y cada vez éramos menos los que quedábamos en pie.
Fiorella se despidió de mí un par de horas atrás. Andrés me aseguró que la dejaría en el departamento sin daños físicos ni psicológicos y “ enterita ” como se lo pedí. Sofía y Julio se fueron con ellos.
Los que quedaron en la discoteca sólo se dedicaron a brindar sin razón o, más bien, por los motivos que a esa hora sus alcoholizadas cabecitas lograban maquinar: “ por el examen de ayer, porque lo repruebo ¡seguro! ”, “ por la hija del profe Santiesteban que aún no me acepta en el Facebook, porque si aguanta a un padre así, puede aguantar a cualquiera ”, “ por ti, Raulito, porque es obvio que te estabas asfixiando dentro del closet ”…
Las botellas desparecían cada vez más rápido Oír las conversaciones “filosóficas” que sostenían algunos ya empezaba a aburrirme, nadie quería pararse de su asiento y yo aún tenía ganas de bailar.
Al parecer Diana se encontraba en la misma situación.
L: ¿Aburrida, Dianita?
D: La vedad, sí. Cuando los chicos se ponen así, jode tener que aguantarlos. Te aseguro que en 5 minutos empiezan con “ yo te quiero ”, “ no, YO TE QUIERO ”, “ pero yo te quiero más ” tan típico de ellos en ese estado. – Reímos.
L: Totalmente de acuerdo. Entonces, ¿nos vamos?
D: ¡Sí, por favor!
M: ¿Oí bien? ¿Están pensando en irse solas? – No había notado que Manuel estaba al lado de Diana.
L: Sí, tus amigos van a empezar a repartirse besos en un rato más y eso es algo que ni a Dianita ni a mí nos apetece ver. – Diana hizo un gesto de total desagrado que me causó gracia.
M: No las culpo. A mí tampoco me gustaría ser testigo de algo así, jajaja. Yo las llevo.
D: ¿Estás seguro? Nuestros departamentos están algo alejados del tuyo.
M: Lo sé, pero no importa. No voy a dejar que se vayan solas.
D: Oh, ¡qué lindo!
L: Ya, sí, muy lindo. ¿Nos vamos? – Me burlé.
D: ¡Qué insensible!
L: ¡Qué sentimental! – Reímos los 3.
Salimos de la discoteca y Manuel llamó a un taxi.
D: Lu, ¿Adriana no se va contigo? ¿O ya se fue con Fiorella y Sofía?
L: No sé, no me dijo nada, hace horas que no sé de ella.
M: Yo vi que salió de la discoteca con Javier poco después de que Fiorella y los chicos se fueran. Creo que lo mejor será que no la esperes despierta, Lu. – Sonrió.
D: ¡Oye! – Lo empujó levemente.
M: ¡Auch! Ya, es un chiste. – Tal vez Manuel sí estaba bromeando, pero su chiste tenía una gran posibilidad de convertirse en realidad y eso me dolía.
Llegamos al alojamiento de Diana. Fue muy divertido ver el gesto de angustia que aparecía en su rostro cada vez que marcaba el número de alguna de sus compañeras intentando pedir que le abrieran la puerta del departamento. La miré a los ojos pretendiendo transmitirle mi reproche.
D: Sí Lu, ya sé, me lo aconsejaste desde que llegamos a esta ciudad, pero me es complicado intentar sacar un duplicado a la única llave que tenemos. ¡Qué flojera!
L: Estamos aquí hace una semana. Ahora asume las consecuencias. Que tu flojera te haga buena compañía, mujercita. Bye. – Miré a Manuel para que me ayudara a sostener la joda.
M: Bueno Diana, nos vemos mañana.
D: ¡No, no se vayan! Esperen un poco, sé qué alguna de ellas oirá que… ¿Aló? ¿Sandra? Disculpa que te moleste a esta hora, pero ¿podrías abrir la puerta del departamento, por favor? Estoy afuera. – Se notaba avergonzada. Manuel y yo no podíamos parar de reír. – Y ustedes, – Levantó el puño para darle intensidad a su amenaza – me la van a pagar, ¡¿me oyeron?! – La puerta detrás de ella se abrió, por fin.
L: Bye Dianita, ¡qué descanses! – Me miró enojada pero ese gesto cambió gracias a una sonrisa que empezaba a aparecer en su rostro. Alzó la mano en señal de despedida.
Después de 5 minutos llegamos a mi departamento.
M: Bueno, señorita, usted también tiene que descansar.
L: Lo sé. Gracias por todo Manuel.
M: Lo hago con gusto, no te preocupes. – Le di un beso de despedida en la mejilla. Tomó mi rostro, lo giró unos centímetros y me miró fijamente. – ¿Podemos almorzar juntos más tarde?
L: Sí, claro. – Se acercó más a mi rostro, pero logré voltear y lo besé una vez más en el mismo lugar. – Te llamo luego.
Salí del auto y abrí la puerta del departamento. Caminé lentamente, paso a paso, intentando que la Pantera Rosa envidie mis elegantes y silenciosos movimientos. Así llegué a la entraba de mi habitación. Y cuando pensé haberlo logrado sentí una mano posándose sobre mi hombro, deteniendo en seco mis movimientos.
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