El viaje que me cambió la vida (Parte 8).

Octava parte de la última historia que he acabado de escribir y que espero sea del agrado de mis lectores.

Después de aquella agradable experiencia juvenil, el tercer día de mi estancia resultó bastante movidito en mi faceta de mirón. Ese día usé por primera vez el Metro y en mi viaje inaugural observé como una cría vestida con lo que me imaginé era su uniforme colegial, compuesto por una blusa de color blanco con varios botones desabrochados lo que la permitía lucir la parte alta de las tetas y el canalillo, falda corta a cuadros y calcetines hasta la altura de las rodillas, pasaba por delante de mí abriéndose paso entre los viajeros. Aunque era temprano y la joven daba la impresión de encontrarse más dormida que despierta, me pareció que era una autentica leona en celo y estaba a punto de levantarme de mi asiento para seguirla, cuándo se detuvo a escasos metros de mi posición y se colocó delante de un hombre de mediana edad elegantemente trajeado que sujetaba un maletín con su mano izquierda mientras con la derecha se mantenía agarrado a una barra de sujeción. En cuanto se puso delante de él me di cuenta de que la muchacha pretendía tomarse un “biberón” para desayunar y que acababa de elegir a quien iba a dárselo. Para incitarle no le dejaba de mirar con ojos lujuriosos mientras se pasaba la lengua por los labios pero, viendo que el varón no la prestaba la menor atención, decidió aprovechar los acelerones y los frenazos del tren para echarse sobre él y frotarse. Unos minutos más tarde observé que le estaba sobando el miembro viril a través del pantalón y aunque el hombre intentó separarse de ella, lo único que logró fue que le empujaran y acabar mucho más apretado a la muchacha que, muy sonriente, utilizó sus dedos para comprobar las dimensiones que había adquirido la “colita” a cuenta de los frotamientos y de los sobamientos viendo desde mi posición como los dedos de la chica lograban que el pene se le marcara perfectamente en el pantalón.

La chavala, sin dejar de sonreír, le bajó la cremallera e introduciendo su mano a través de la bragueta le sacó al exterior la picha y los huevos. Se recreó mirándole la “salchicha””, que se encontraba a media asta y era de unas dimensiones bastante normales y le acarició pausadamente los testículos antes de comenzar a meneársela. Enseguida se le puso tiesa pero hacía adelante en vez de hacía arriba y aunque la cría parecía estar dispuesta a sacarle la leche con celeridad, al varón debía de costarle eyacular puesto que, aunque su cara denotaba que le estaba gustando que aquella muchacha le “diera al manubrio” y la pilila había alcanzado un estimable grosor y largura, no era capaz de culminar. Al cabo de unos minutos y viendo que no llegaba a descargar, la joven se colocó en cuclillas delante de él con lo que se la subió la falda del uniforme dejándola al descubierto la parte inferior de la braga en tonalidad rosácea que llevaba puesta y sin dudarlo, se metió la pirula en la boca y procedió a efectuarle una felación sin dejar de acariciarle los huevos con lo que el varón no tardó en denotar que se encontraba a “punto de caramelo”. Al darse cuenta de que iba a soltar el “lastre” de inmediato, la joven se sacó el pito de la boca y se lo meneó con su mano con intención de que la echara la leche en la cara. Enseguida le comenzó a salir y con fuerza por lo que algunos chorros sobrepasaron a la muchacha para depositarse en los cristales y en la chapa de una puerta del tren. La chica recibió con muestras de satisfacción la lefa que, como quería, la fue cayendo mayoritariamente en la cara y mientras intentaba recogerla con su lengua para poder saborearla, se fue deslizando para depositarse en su blusa. En cuanto terminó de salirle “lastre”, la muchacha se lo volvió a chupar y con bastante intensidad mientras se acariciaba la raja vaginal a través de la braga pero, a pesar de su mamada, la polla perdió enseguida la erección.

Después de incorporarse y de limpiarse las manos con unos pañuelos de papel, se desentendió de él y cruzando el vagón a lo ancho, se situó delante de una de las puertas de acceso mirando hacía el exterior. El hombre, luciendo su flácido miembro viril, se apresuró a ponerse detrás de ella, la subió la parte trasera de la falda y la bajó ligeramente la braga con lo que la joven abrió sus piernas y el varón comenzó a restregar su rabo en el culo de la cría mientras la tocaba la “delantera” a través de la ropa y la hablaba al oído. Después de besarla varias veces en el cuello y de hacerla un “chupetón”, lo que no pareció agradarla, la abrió la blusa y la rompió el sujetador para dejarla las tetas al descubierto que la sobó durante unos minutos poniéndola los pezones sumamente erectos. Más tarde, la acarició y la pellizcó la masa glútea mientras continuaba hablándola al oído. La joven, para evitar que la siguiera tocando el culo, se dio la vuelta lo que el hombre aprovechó para besarla en la boca mientras, metiendo su mano por debajo de la falda, la pasaba dos dedos por la raja vaginal. El varón no tardó en notar que se estaban humedeciendo en algo que no era la “baba” vaginal de la muchacha que, observando que la tranca se le volvía a poner dura y tiesa, le comentó que, aunque estaba haciendo todo lo que la era posible por evitarlo, no iba a poder retener la salida de su orina durante mucho tiempo. Su pareja, muy gesticulante, la propuso bajarse en la siguiente estación para que pudiera dirigirse al cuarto de baño con intención de empaparle la verga con su micción antes de efectuarle una cabalgada para sacarle otra lechada. La joven aceptó y después de propinarle un buen manotazo en la chorra y sonreír mientras observaba como se le movía, volvió a recuperar su posición inicial para que siguiera tocándola las tetas y restregándose en su culo.

En cuanto el convoy entró en la estación el hombre se separó de la chica que se puso bien la braga y la falda y ocultó sus tetas debajo de la blusa sin poder evitar que, ante la ausencia del sujetador que quedó en el suelo, se la marcaban perfectamente los pezones mientras su acompañante se apresuraba a colocar su tieso cipote dentro del calzoncillo y del pantalón para salir juntos del vagón cogidos de la mano. El tren todavía no había reanudado su marcha cuándo observé que el hombre volvía a levantar la parte posterior de la falda a su sonriente acompañante para, delante de todo el mundo, introducirla la prenda íntima en la raja del culo con intención de poder sobarla, de nuevo, los glúteos al mismo tiempo que la hacia doblarse ligeramente hacía adelante para poder tocarla la cueva vaginal a través de la braga lo que fue suficiente para que la joven expulsara un buen chorro de pis que, a través de su prenda íntima, cayó al suelo. Haciendo verdaderos esfuerzos para retener la más que eminente salida de su orina viéndose obligada a mantener las piernas apretadas y cerradas, observé que entraba apresuradamente en el aseo unisex existente en la estación seguida de cerca por el varón que, al ver que la chavala no podía retener por más tiempo su pis, se iba abriendo el pantalón.

En el viaje de regreso resultó a la inversa ya que fue un varón que, como yo, era extranjero el que, en cuanto subió al tren, buscó a una joven asiática con la que poder desahogarse no tardando en elegir a una que se encontraba sentada leyendo un libro. El hombre se colocó delante de ella, dejó su maletín en el suelo, miró de arriba a abajo y de abajo a arriba con todo detenimiento a la muchacha y sin pensárselo, se bajó la cremallera del pantalón y a través de la bragueta sacó al exterior sus atributos sexuales que la puso delante de la cara. La chica, levantando sus ojos, se los contempló impasible durante unos instantes antes de cerrar el libro y meterse la minga en la boca para efectuarle una felación. El varón, de mediana edad y bastante bien dotado, debía de estar bastante salido puesto que, enseguida, obligó a la muchacha a dejar de chupársela para que se pusiera de pie y se la “cascara” mientras él la introducía su mano derecha por debajo de la falda y de la braga para tocarla la raja vaginal y el culo. El hombre, luciendo un nabo inmenso y sin dejar de sobarla sus zonas íntimas, la dijo que se había pasado toda la mañana empalmado a cuenta del vestuario que usaba una compañera ya que la muy cabrona parecía haberse propuesto mantenerle todos los días excitado y ahora que estaba entrando en contacto con la almeja de la viajera, la encontraba tan sumamente húmeda que, del gusto que le daba sentirla así, estaba a punto de salírsele la leche. La joven apenas tuvo tiempo para sonreírle antes de sacarle una gran cantidad de lefa cuyos chorros, además de caer en la ropa de la muchacha, se depositaron en la de las otras dos hembras que permanecían sentadas junto a ella y estaban observando el desarrollo de los acontecimientos.

La chica se la continuó meneando hasta que empezó a perder la erección y el hombre la sacó su mano, impregnada en su “baba” vaginal, de la braga y la falda. Al llegar a la siguiente estación se apresuró a ocultar su pene en el calzoncillo y el pantalón, acarició la cara a la chavala, recogió su maletín y salió del vagón mientras la joven volvía a tomar asiento y después de limpiarse las manos con una toallita húmeda y comentar con las otras dos mujeres a las que las habían caído los chorros de leche en la ropa, las excelentes dimensiones de la picha de aquel varón y que confiaba que se le hubiera pasado el “calentón” tras su impresionante descarga, volvió a abrir el libro y continuó leyendo.

C o n t i n u a r á