El viaje que me cambió la vida (Parte 5).
Quinta parte de la última historia que he acabado de escribir y que espero sea del agrado de mis lectores.
Meses más tarde años conocí a Ingrid, una escultural y preciosa joven de origen nórdico que resultó ser tan ardiente y viciosa como Jennifer. La encantaba que la echara mis dos primeros polvos seguidos, sin sacarla la “salchicha” y más desde el momento en que se percató de que mi segunda descarga tardaba en producirse lo que la permitía disfrutar de un mayor número de orgasmos antes de que cambiara de agujero y se la metiera por el ojete, cuyo interior casi siempre la mojaba con mi tercera lechada. Como la gustaba sentir como la caía la lefa a chorros dentro de la almeja, lo que era una manera infalible de que alcanzara el clímax, me prodigaba en “clavársela a pelo” por vía vaginal para complacerla pensando que, al igual que Jennifer, iba a poner los medios necesarios para evitar que la hiciera un “bombo”. Pero no fue así y terminé dejándola preñada lo que, semanas más tarde, me obligó a contraer matrimonio con la joven que acababa de alcanzar su mayoría de edad.
Durante nuestros primeros años de matrimonio y aunque seguí descargando con más frecuencia dentro de su culo que en el interior de su abierto y chorreante chocho, la hice otro par de “bombos” por lo que, en cuanto parió a nuestro tercer hijo con veintiún años recién cumplidos, decidió hacerse la ligadura de trompas con intención de poder continuar llevando una activa e intensa vida marital sin temor a que la volviera a dejar en estado propiciando que nuestra actividad sexual siguiera siendo muy satisfactoria. Pero, con el paso de los años y mientras nuestros hijos iban creciendo, el apetito sexual de Ingrid fue disminuyendo y como me había acostumbrado a tener el rabo ocupado, comencé a no perder ninguna oportunidad para poder “meter mano” y retozar fuera de mi domicilio y siempre de una manera ocasional y sin compromiso, con las distintas damas, la mayoría de ellas extranjeras, que se me ponían a tiro. A cuenta de ello, inicié una relación estable con Patricia, mi joven y seductora secretaria, que comenzó a ocuparse de efectuarme todos los días unas intensas felaciones hasta que, tanto por la mañana como por la tarde, la daba un buen “biberón” y con la que me gustaba pasar la tarde de los sábados, aprovechando que Ingrid y nuestros tres hijos solían desplazarse al pueblo en el que residen sus padres para visitarlos y pasar el día con ellos, trajinándomela en su domicilio pudiendo comprobar que era una cerda salida a la que la encantaba darme y recibir placer. Incluso, cuándo me surgía algún viaje por motivos laborales, solía adelantar mi partida y retrasar mi regreso con intención de pasar unas horas en su vivienda follándomela a conciencia.
En esta situación me encontraba cuándo me informaron de que, al ser el único ejecutivo que se defendía en su idioma, me iba a tener que desplazar por motivos laborales a un país asiático. La noticia no me hizo ninguna ilusión al principio pero, en cuanto se enteraron, varios compañeros y conocidos me animaron a realizar tal viaje diciéndome que me iba a “poner las botas” en plan mirón observando la gran actividad sexual que en aquel país se desarrollaba en lugares públicos y sobre todo en el transporte puesto que, como podía comprobar en los vídeos colgados en ciertas páginas guarras de Internet, había un buen número de varones y de hembras que aprovechaban sus desplazamientos para, además de leer comics, poder desahogarse y darse satisfacción sexual. Sus comentarios me parecieron desproporcionados y aunque me imaginé que algo habría, no llegué a pensar que fuera tanto.
Emprendí el desplazamiento una vez que entre Ingrid y Patricia me dejaron lo suficientemente complacido como para que durante mi estancia no tuviera la menor inquietud sexual pero, al llegar al hotel en el que me alojé, la bella y joven recepcionista que me atendió me habló de la posibilidad de disponer de compañía femenina por la noche a cambio de un pequeño incremento, equivalente a unos diez Euros, en el precio de la habitación. Como una de las posibilidades que me ofreció fue la de retozar con dos mujeres al mismo tiempo y siempre me he sentido especialmente atraído por los tríos, acepté su propuesta sin pensármelo por lo que, al volver al hotel por la noche, no tardaban en llamar a mi puerta dos geishas, que eran primas y se llamaban Airi e Ichika, que enfundadas en unos cortos y muy vistosos quimonos debajo de los cuales no llevaban nada, se encontraban dispuestas a pasar la velada nocturna conmigo complaciéndome en todo.
Aunque eran modelos publicitarias, no las llamaban con tanta frecuencia como ellas deseaban y se veían obligadas a obtener buena parte de sus ingresos dando masajes a domicilio, en los que no descuidaban las tetas, el coño y el culo de la dama, a féminas de una clase social acomodada. Además de jóvenes, resultaron ser autentica porcelana y desde la primera noche me sentí atraído y cautivado por Airi, la de menos edad, a pesar de que tenía el inconveniente de encontrarse dotada de un cerrado y estrecho ojete que tardaba bastante en dilatar por lo que, cada vez que pretendía darla por el culo, me tenía que armar de paciencia y tomármelo con calma hasta que lograba meterla entera la tranca por el orificio anal mientras que Ichika, más experta, disponía de un magnífico físico con una abierta y amplia raja vaginal y un culo muy “tragón” y cuándo era necesario adiestraba a su prima. Con ellas me vacié y a muy a gusto todas las noches y además de permitirme que hiciera con ellas lo que me diera la gana y sin oponerse a que se la “clavara a pelo” tanto por vía vaginal como anal y que descargara con total libertad dentro de su seta ó de su culo, me permitían recuperar fuerzas entre polvo y polvo mientras me mostraba especialmente sádico con ellas masturbándolas entre constantes insultos hasta que soltaban unas micciones impresionantes y las vaciaba de flujo e incluso, de mierda ya que, tras darlas cachetes y azotarlas la masa glútea, solía lamerlas el ojete y se lo forzaba con mis dedos obligándolas a apretar con lo que no tardaba en dejarlas predispuestas para defecar.
Como las agradaba que siguiera masturbándolas mientras evacuaban acomodadas en el “trono”, una noche Ichika aprovechó aquellos instantes para indicarme mientras continuaba apretando para expulsar su caca que, de la misma forma que los hombres europeos nos ponemos “burros” cuándo podemos disfrutar de los encantos de las hembras asiáticas, ellas estaban encantadas de que fuera un europeo el que abusara de ellas y las jodiera ya que estábamos dotados de un miembro viril más duro, largo y tieso, tardábamos algo más en eyacular y al ser mucho más viriles, éramos capaces de descargar más de una vez y darlas una mayor cantidad de leche para que sintieran mayor deleite y satisfacción.
Después de evacuar me gustaba que una de ellas se colocara a cuatro patas sobre la cama para, bien ofrecida, poder introducirla mis puños al mismo tiempo por la raja vaginal y el ojete. Con la que más me recreé de esta forma fue con Ichika ya que su orificio anal dilataba con mucha más rapidez que el de Airi y se mantenía muy abierto tras la defecación. Su prima, mientras tanto, se ocupaba de que las pequeñas pero juguetonas tetas de Ichika se mantuvieran en movimiento, de mamárselas y de tirar de ellas hacía abajo como si pretendiera ordeñarla hasta que lograba que aquella cerda se vaciara empapándome con su “baba” vaginal y su orina hasta el codo y llegara a alcanzar orgasmos secos con lo que, aparte de convulsionársela todo el cuerpo, era incapaz de mantener quieto su culo que llegaba a ponerme a la altura de la cara.
C o n t i n u a r á