El viaje que me cambió la vida (Parte 4).
Cuarta parte de la última historia que he acabado de escribir y que espero sea del agrado de mis lectores.
Cierta tarde indicó a mis padres que, como estaba harta de residir en una vivienda en la que no conseguía quitarse de la cabeza sus recuerdos, había decidido rehacer su vida yéndose a vivir con el hombre que la visitaba con tanta frecuencia aunque reconoció que no sabía donde. El sábado siguiente les despertó la discusión que Andrea y su pareja mantuvieron a altas horas de la madrugada durante la cual el varón la intentó agredir en varias ocasiones. Por lo que pudieron oír, Andrea le estaba recriminando que la hubiera dejado preñada mientras el hombre la exigía que abortara y que lo hiciera abriéndose de piernas delante de un amigo suyo que, aunque aún no era médico, había usado en varias ocasiones el “cucharón” para extraer el feto a otras féminas preñadas. Al final, terminaron retozando en plan salvaje. Después de dos horas y media de sosiego y de tranquilidad, cuándo empezaba a amanecer les oyeron salir de casa, con los críos en brazos y arrastrando unas maletas. Desde entonces la vivienda permanecía cerrada y no habían vuelto a saber nada de Andrea.
A Anabel y Eva tardé casi una semana en localizarlas ya que habían cambiado de domicilio, de teléfono y Eva, incluso, de pareja pero cuándo lo conseguí quedamos en encontrarnos al día siguiente en el domicilio de Andrea del que tenían llaves. Al verlas me quedé de lo más sorprendido de que ambas lucieran “bombo” lo que me hizo pensar que se habían puesto de acuerdo para que las preñaran casi al mismo tiempo. Eva me dijo que estaba de cinco meses mientras que a Anabel la quedaban unas seis semanas para parir. Cuándo las pregunté por Andrea, Eva me comentó que, al volver de sus vacaciones a finales del mes de Agosto, la pareció verla sin más ropa que un tanga en el arcén de una carretera delante de un burdel. Estaba tan segura de que era ella que hizo detener el coche a su pareja para volver andando hasta el lugar en el que la había visto pero, al acercarse, observó que se estaba “dando el morreo” con un transportista que había parado su camión delante de ella y mantenía su mano derecha introducida en el tanga resultando bastante evidente que la estaba sobando el chocho. En cuanto dejó de besarla, la extrajo la mano de la prenda íntima y la ayudó a subir al camión que emprendió su ruta antes de que Eva consiguiera llegar a su altura. Aunque volvió lo más rápido que pudo a su coche con intención de seguirlos, su pareja no fue capaz de darles alcance por lo que pensó que, seguramente, Andrea había convencido al camionero para que tomara el primer cambio de sentido con intención de dirigirse al burdel en el que, con más comodidad, podría “darse el lote” con ella. Unos días después se decidió llamar por teléfono a aquella casa de putas donde la dijeron y hasta la aseguraron antes de colgarla, que allí no trabajaba ninguna chica llamada Andrea.
Como había tardado en dar con ellas y sólo me quedaban tres semanas de vacaciones, decidimos retomar nuestra actividad sexual a días alternos por la tarde en el domicilio de Andrea. Anabel y Eva, después de permitirme que las desnudara, se encargaban de chuparme el pene para que las diera tres “biberones”, que ingerían íntegros entre evidentes muestras de satisfacción y entre polvo y polvo, dejaban que me recreara masturbándolas, sobándolas, lamiéndolas el ojete, hurgándolas en su interior con mis dedos y efectuándolas un exhaustivo examen de la cueva vaginal actividad a la que dedicaba, sobre todo con Anabel, un buen rato. Pero a la hora de “clavársela”, Eva me pidió que las hiciera unas breves penetraciones vaginales y que, después, se la introdujera a ella por el culo durante todo el tiempo que quisiera por lo que siempre recibió mi cuarto polvo y su posterior meada en su interior. Los últimos días a Anabel la estaba subiendo la leche materna a las tetas y lucía unos pezones sumamente erectos que no me dejó ni tocarla ya que, según me explicó, los tenía tan sensibles que la molestaba hasta el simple roce del sujetador y sufría unas pérdidas tan continuas de lubricación vaginal y de orina que, a pesar de que no me permitía recrearme durante mucho tiempo, me resultaba una autentica delicia el mantener la picha dentro de su cada día más abierto coño. En nuestro último encuentro me pareció verlas un tanto cansadas, decaídas y a Anabel bastante irascible puesto que todo parecía molestarla, pero me explicaron que era algo normal de su estado y más cuándo en los últimos días las había dado mucha más tralla que sus respectivas parejas desde que lucían “bombo”.
Después de reintegrarme a mi ocupación laboral seguí inmerso en una atípica actividad sexual hasta que, a finales del mes de Enero, conocí a Jennifer, una espigada joven de color y origen americano que estaba cursando sus estudios universitarios y hacía sus pinitos en las pasarelas como modelo, con la que decidí compartir piso pocas semanas después de conocernos y con la que mantuve relaciones sexuales completas durante algo más de dos años. Aquella alta y delgada joven resultó ser la más ardiente, cerda y viciosa hembra que había tenido ocasión de conocer. Durante el día la encantaba hacerme pajas y chuparme lentamente la pilila hasta que culminaba dándola “biberón” con toda la “salchicha” introducida en su boca a cambio de que la separara el tanga de la raja vaginal y la masturbara en lugares públicos, lo que la daba mucho morbo, hasta que se orinaba y formaba un buen charco con su pis en el suelo. Era una joven que lubricaba de maravilla y a la que la encantaba mearse mientras me la cepillaba y que coleccionara sus prendas íntimas tras haberlas usado con las que decidí decorar las paredes de la habitación, del cuarto de baño y del salón de nuestro “nidito de amor” junto a unas fotografías ampliadas de Jennifer luciendo sus encantos en tanga ó en bolas y en posiciones muy sugerentes.
Con ella me olvidé por completo de los condones ya que la encantaba que se la “clavara a pelo” y que descargara con total libertad dentro de su abierta, amplia y jugosa seta, de su boca glotona y de su redondo y prieto culo por el que “tragaba” de maravilla y que me decía que me centrara en darla satisfacción mientras la jodía ya que ella se ocuparía de que no la hiciera ningún “bombo”. La joven fue obteniendo un excelente rendimiento de mi miembro viril al que, aunque entre polvo y polvo me dejaba reponerme y recuperar fuerzas, daba mucha tralla para intentar superar un día tras otro el número de orgasmos que alcanzaba mientras me la follaba por lo que llegó a ser habitual que en cada una de nuestras sesiones sexuales nocturnas me sacara cuatro lechadas y un par de copiosas, espumosas y largas meadas varias de las cuales llegó a ingerir íntegras. Para estimularme la encantaba lamerme y chuparme los pezones al mismo tiempo que me acariciaba los testículos y me masajeaba la pirula que no tardaba en ponerse inmensa. La gustaba que los viernes y los sábados hiciéramos unos exhaustivos sesenta y nueves y que me recreaba forzándola con mis puños por vía vaginal y anal, experiencia que me enseñó a practicar y con la que, aunque Jennifer sufría un gran desgaste, me ponía muy “burro”. Nunca se opuso a lamerme el ojete ni a realizarme con sus dedos todo tipo de hurgamientos anales, tanto colocado a cuatro patas como tumbado boca abajo, hasta dejarme de lo más predispuesto para defecar y no tardó en convencerme para que se lo hiciera también a ella a pesar de que liberaba enseguida el esfínter y era de evacuación bastante fácil por lo que siempre acababa con mis dedos bien impregnados en su mierda y en cuanto se los extraía, la veía cagar ya que sus excrementos hacían acto de presencia de inmediato por el ojete y no era capaz de moverse para ir a defecar al cuarto de baño. Al igual que durante mi relación con Anabel, Andrea y Eva, me solía beber de tres a cuatro veces diarias, la concentrada, exquisita y masiva lluvia dorada de Jennifer.
Cuándo llevábamos casi un año de convivencia mutua decidió adquirir una braga-pene provista de un “instrumento” flexible y largo con la que, al terminar de efectuarnos nuestros mutuos hurgamientos anales, me daba por el culo de domingo a jueves mientras me “cascaba” lentamente el pito con intención de extraerme más leche.
Al acabar sus estudios universitarios Jennifer pensó que nos habíamos dado tanta tralla y que habíamos probado tantas nuevas experiencias sexuales que tenía que encontrarme un poco harto de verla en bolas y de tirármela. A pesar de que no me planteaba nada serio y menos el compartir el resto de mi vida con una mujer de raza negra por muy buena que estuviera, logré convencerla de que la seguía deseando y de que no me había llegado a plantear el cambiar de “yegua” para poder retenerla a mi lado durante un año más pero, al final, decidió regresar a su país en busca de un trabajo que aquí no encontraba diciéndome que allí la estaría esperando un gigoló de color dotado de una polla tan dura y larga como la mía que vivía de las féminas a las que se cepillaba aunque a ella la jodía a conciencia cada vez que tenía ganas y nunca la había pedido nada a cambio de echarla unas lechadas.
C o n t i n u a r á