El viaje que me cambió la vida (Parte 22).

Fiel a mi cita semanal publico la parte veintidos (la penúltima) de una de las últimas historias que he escrito y que espero sea del agrado de mis lectores.

Para aumentar aún más mi desasosiego me vi en la obligación de viajar a cierta capital europea por motivos laborales. Aunque mi estancia fue corta, cuatro días, pude comprobar que las asiáticas que residían en esa ciudad se comportaban de forma similar a las que vivían en su país de origen puesto que, cada vez que subían al Metro, se emplazaban cerca de una de las puertas de acceso y manteniendo la mirada baja parecían esperar a que algún hombre decidido se acercara a ellas con intención de acosarlas, sobarlas, joderlas y humillarlas en público por lo que, aunque no resultara tan memorable, tuve ocasión de presenciar como dos varones maduros “metían mano” a un par de jóvenes asiáticas antes de dejarlas con sus encantos al aire con el propósito de recrearse sobándolas y masturbándolas. No sé como acabaría aquello puesto que tuve que abandonar el tren cuándo las estaban forzando la vejiga urinaria para que se mearan delante de ellos.

La última noche de mi estancia tuve que acudir a una cena de negocios en la que me hice ciertas ilusiones con la seductora ejecutiva de ceñido y corto vestido, voluminosa “delantera” y culo pronunciado que tuve a mi lado. Aunque mantuvimos una animada y fluida conversación durante la cena, al acabar me di cuenta de que no se encontraba demasiado dispuesta a pasar el resto de la velada nocturna retozando conmigo puesto que, en cuanto la hice una ligera insinuación, me sonrió y me enseñó su anillo de compromiso. Un poco más tarde y mientras tomaba una copa en una cafetería cercana con otro hombre que había cenado con nosotros, le comenté que me encontraba desilusionado por la negativa de tan sensual joven a acostarse conmigo y el varón me comentó que había sufrido un “patinazo” ya que la ejecutiva a la que había pretendido seducir era lesbiana, que formaba pareja con una conocida modelo que no usaba ropa interior por lo que los fotógrafos se las ingeniaban para conseguir que su depilada raja vaginal y su culo fueran portada con frecuencia de ciertas revistas y que vivían en una amplia y confortable mansión emplazada en una zona residencial rodeadas de criadas con su misma tendencia sexual a las contrataban para que las “sirvieran en todo”.

Cuándo salí de la cafetería y al tener una entrada emplazada a poca distancia del local, cogí el Metro. En unas escaleras interiores me encontré a una cría asiática que, desnuda de cintura para abajo y luciendo su redondo y terso trasero, estaba realizando una cabalgada vaginal a un joven incitándole a eyacular mientras ella se meaba. En el vagón prácticamente vacío en el que me subí para cubrir el trayecto que me separaba del hotel, un hombre de color, dotado de una buena polla y unos gruesos huevos, se la estaba “clavando” a una fémina asiática de mediana edad que, en bolas y muy abierta de piernas, permanecía a cuatro patas sobre dos asientos. Casi enfrente de ellos otra oriental, más joven que la anterior, estaba realizando una lenta felación a un varón de raza blanca con una poblada barba que no tardó en darla “biberón” que la chica ingirió manteniendo los ojos cerrados mientras le continuaba chupando el rabo. Después procedió a “cascárselo” con su mano pero. en cuanto vio que el miembro viril perdía la erección, optó por hacerle levantar las piernas para poder hurgarle analmente con sus dedos mientras se daban un buen “morreo” y el varón de la otra pareja propinaba unos envites impresionantes a la hembra a la que se estaba cepillando que se meaba de autentico gusto, alcanzaba un orgasmo tras otro y le pedía que la echara de una vez su leche cosa que deduje que estaba sucediendo cuándo, junto con la otra pareja, me disponía a abandonar el tren y entre jadeos, la oí exclamar:

“Así, así, dámela toda, cabronazo” y “sigue mojándome que me da mucho gusto” .

Me sorprendió que aquel hombre hubiera sido capaz de aguantar tanto tiempo antes de echarla su leche pero, mientras observaba a la otra pareja besarse en el andén antes de encaminarse al aseo existente en la estación, pensé que, si había tardado en eyacular, era debido a que ese no había sido el primer polvo que la había soltado esa noche.

Al regresar de este último viaje encontré consuelo en Helen una atractiva joven mestiza que era originaria de cierto país centroamericano y que residía temporalmente en España en busca de trabajo. La chica, de ondulado cabello negro, era alta y bastante delgada y vivía, junto a dos compatriotas, en el ático del edificio en el que residía Patricia. La gustaba lucir su canalillo y sus preciosas y largas piernas usando faldas de volantes muy cortas que, en cuanto hacía un poco de viento ó se descuidaba, la dejaban el tanga al descubierto y ponerse botas altas ó zapatos con finos y largos tacones de aguja que, según me confesó, se solía meter con frecuencia tanto por delante como por detrás para darse gusto. Helen, que se había acostumbrado en su país de origen a que la dieran mucha tralla y sobre todo a recibir por el culo, permitió que me desahogara a diario con ella echándola a mi antojo cuatro polvos y dos meadas durante las primeras semanas indicándome que me encontraba dotado de una tranca tan dura, gorda y larga que cada vez que lo hacía conmigo lograba superar el número de orgasmos que estaba habituada a alcanzar en una misma sesión sexual pero, luego, comenzó a controlarme para que no la echara mi “lastre” más de tres veces diarias y me dijo que si pretendía seguir dándola el cuarto y disfrutando de sus manos, de su boca, de su abierta, amplia y jugosa almeja y de su culo “tragón”, tenía que permitir que los martes y los viernes por la noche y los domingos por la tarde me la “cascara” delante de Aurora y Karen, sus dos compañeras de piso.

Como no me importaba e incluso me daba morbo que las otras dos jóvenes, una de ellas mestiza y la otra de color, me vieran lucir mis encantos accedí. Helen me recalcó hasta la saciedad que, antes de llamar a su puerta, me bajara la cremallera del pantalón puesto que si, al abrirme, mi bragueta estaba cerrada no me dejaría pasar. Aunque nunca llegué a entender que sentido tenía aquello, me imaginé que sería una costumbre en su país con la que los hombres evidenciaban sus deseos de que una determinada dama les sacara el “lastre” por lo que me limité a seguir sus indicaciones. Aurora y Karen me solían esperar en la cocina, en ropa interior y cómodamente sentadas. Delante de ellas me tenía que quitar la ropa y en cuanto me quedaba en bolas las gustaba verificar que mi miembro viril se encontraba duro y tieso y que el grosor de mis huevos era considerable antes de que Helen me lo meneara sin la menor pausa hasta que, después de sacarme dos lechadas seguidas, me meaba. A Aurora y Karen, que solían tocarse mutuamente y estimularse usando unos consoladores de rosca mientras observaban como su compañera le “daba a la zambomba”, las agradaba recoger en frascos mis copiosas descargas para poder comprobar cual de las dos era la más abundante antes de congelar la leche en unos pequeños recipientes con intención de írsela tomando mezclada con café y medir, en busca de un nuevo récord, la distancia a la que había sido capaz de depositar mi pis al mearme.

Después las tres jóvenes me efectuaban unas “chupaditas” antes de despojarse de sus prendas íntimas con intención de que, manteniendo sus piernas levantadas y mostrándose bien ofrecidas, comiera el chocho y lamiera el ojete a una de ellas mientras masturbaba a la otra y Helen me forzaba el ojete con sus dedos. Cada una de ellas, durante su turno, me agarraba con fuerza de la cabeza para mantenerme bien apretado a su raja vaginal y a su orificio anal mientras se mostraban de lo más dispuestas a darme su jugosa “baba” vaginal, a tirarse pedos en mi cara y a mearse en mi boca.

Más tarde la llegaba el turno a Helen que ocupaba el lugar de Aurora y Karen para que, al igual que a ellas, la comiera el coño y la lamiera el orificio anal mientras me obligaban a permanecer a cuatro patas con el propósito de que una de sus compañeras me “cascara” lentamente la verga cortándome la eyaculación, dándome unos golpes bastante secos en los huevos, en cuanto notaba que la punta se me estaba humedeciendo mientras la otra me acariciaba los cojones y me hurgaba en el ojete con un vibrador a pilas metálico con el que me llegaba a dar tanto gusto en los testículos que, cuándo me permitían echar la leche, descargaba de una forma realmente “electrizante” y masiva. Para acabar solían darme por el culo usando una braga-pene provista de un miembro duro, largo y rígido hasta que conseguían dejarme de lo más predispuesto para la defecación que, cuándo era necesario, no dudaban en provocarme poniéndome una ó dos peras laxantes.

Pero Helen no se contentó con aquello e incitada por Aurora y Karen, empezó a pedirme dinero y a que la hiciera ciertos regalos a cambio de poder seguir disfrutando de sus encantos y de los de sus compañeras. Al principio, las cantidades que me pedía eran pequeñas por lo que se las entregaba pero, viendo que se la terminaba el periodo de residencia y que no era capaz de encontrar un trabajo digno que tampoco buscó con mucho interés, comenzó a exigirme más que a pedirme que la hiciera regalos más costosos, que la diera cantidades importantes de dinero puesto que tenía que alimentarse y ayudar a unos familiares muy necesitados en su país y que la costeara el conseguir una prórroga para continuar en el país ofreciéndome a cambio la posibilidad de introducirlas la chorra por el culo a Aurora y Karen con la frecuencia y durante todo el tiempo que me diera la gana lo que empecé a hacer casi de inmediato después de aceptar la condición de que, dos veces a la semana, tendría que dejar que me ataran a una cama bien abierto de piernas para hacerme todo lo que las diera la gana hasta que mis huevos se vaciaran de leche. Helen y sus dos guarras amigas aprovechaban mi inmovilidad para mostrarse muy dominantes y sádicas y prodigarse en colocarme unas gomas en la base del cipote para que se me mantuviera bien tieso mientras me iban metiendo por la abertura una especie de finas pajas para beber que, poco a poco, llegaban hasta mis huevos. Después y chupando por el otro extremo me iban sacando la leche a borbotones y cuándo no me salía más, aprovechaban que la erección se mantenía por la presión que ejercían las gomas para cabalgarme una y otra vez sabiendo que, aunque me meara dentro de su seta, no las iba a poder echar ni una sola gota de lefa por lo que me seguían cabalgando hasta que cada una de ellas alcanzaba un montón de orgasmos y acababa reventada. La experiencia no me resultaba demasiado satisfactoria puesto que, además de volver a sufrir los efectos de una importante incontinencia urinaria, terminaba lleno de escozores y molestias pero no me quedaba más remedio que soportarla si pretendía continuar dando por el culo a Aurora, Helen y Karen.

Aunque me llegó a amenazar con hacer público que ella “me había corrido” y con colgar en unas páginas guarras de Internet algunos de los vídeos que, sin saberlo, habían grabado con cámaras ocultas durante las sesiones sexuales que manteníamos con Aurora y Karen, sólo la daba la mitad de la mitad de lo que me pedía y no me llegué a plantear el iniciar los trámites para que la prorrogaran su periodo de residencia por lo que me alegré de que, sin avisarme, un día desapareciera junto a sus dos compañeras de piso, que también debían de tener algunos problemas para continuar en el país. Pero, antes de ello, Helen había colgado un vídeo en el que, distorsionando sus caras y la mía, se podía ver como una de ellas me tiraba de los huevos mientras otra me forzaba el orificio anal con su puño hasta provocarse la defecación y la tercera me obligaba a chupar el largo “instrumento” de una braga-pene ó como me iban sacaban la leche con las pajas para beber antes de pasarse horas y horas cabalgándome en lo que llamaban “sexo limpio”. Quince días después conseguí que el vídeo desapareciera de la red y a través de Patricia, me enteré de que aquellas tres guarras se estaban prostituyendo en un burdel de carretera para no tener que volver a su país.

C o n t i n u a r á