El viaje que me cambió la vida (Parte 21).

Fiel a mi cita semanal publico la parte veintiuna de una de las últimas historias que he escrito (que está llegando a su final) y que espero sea del agrado de mis lectores.

Ha transcurrido algo más de un año desde que regresé de aquel viaje. Las primeras semanas mi pene siguió estando bastante bien atendido, disfrutaba a diario de unos exhaustivos hurgamientos anales con sus oportunos masajes prostáticos y logré convencer a Ingrid para que me facilitara el realizar periódicamente tríos con ella y alguna de sus amigas al igual que comencé a hacer con Patricia y Carolina ( Carol ), una vecina suya que lucía “bombo” y que resultó ser una golfa salida y viciosa, pero no conseguía quitarme de la cabeza la mayor parte de la actividad sexual que había presenciado durante mi estancia lo que ocasionaba que cuándo retozaba con Ingrid ó con Patricia, recordara a Olga, la escultural azafata ó a la joven del autobús a la que dio tralla el chico supuestamente alemán ó que cuándo hacíamos los tríos me acordara de Airi e Ichika ó de Himeko y Miyu. A pesar de que reconocía que, gracias al buen hacer de las geishas para aliviar mis “calentones”, había aprendido a sacar mucho más provecho de las féminas, “exprimiéndolas” y a disfrutar durante más tiempo de mis sesiones sexuales, desde que regresé y a pesar de que no solía dar tregua a mi picha, sentí un gran vacío sexual por lo que me continuaba desazonando el ver a las hembras vistiendo de manera elegante y sugestiva, luciendo pronunciados escotes ó sus piernas usando faldas menguadas de tela e incluso, evidenciar que llevan puesto tanga cuándo la raja del culo se las marca de una forma más pronunciada y provocativa en sus ceñidos pantalones para, a la hora de la verdad, resultar ser unas estrechas, recatadas y secas a las que lo único que parece importarlas es el pijoterismo y el pasarse el día con el móvil al oído.

Para intentar reducir mi desasosiego sexual logré convencer a Patricia para que se prodigara aún más en efectuarme felaciones y hurgamientos anales pero, un mes más tarde, tuvo la mala suerte de caerse de una escalera cuándo se encontraba en un archivo y además de darse un fuerte golpe en la cabeza, se fracturó la pierna izquierda por varios sitios lo que ha ocasionado que, después de tener que pasar tres veces por el quirófano, continúe de baja médica ya que, a pesar de los largos periodos de rehabilitación a los que la someten, la extremidad no termina de recuperar su flexibilidad, fuerza y movilidad anterior por lo que me vi en la obligación de acudir a su domicilio para que me chupara el pilila ó para cepillármela pero con la salvedad de que, por unos motivos ú otros, no siempre la podía visitar cuándo tenía ganas de soltar “lastre”.

Pero lo peor de todo fue que, a cuenta de su estado, su madre y Josefina, su hermana menor, se fueron a vivir con Patricia para poder ayudarla hasta que se recuperara lo que, al estar siempre acompañada por una de ellas, nos imposibilitaba para hacer nada y acabó por dar al traste con nuestra relación sexual. Ante aquella adversidad, consideré que lo más adecuado era recurrir a su sustituta natural, Carol, pero la alta y atractiva vecina me dijo que, aparte de que la quedaban pocas semanas para parir por lo que su movilidad se estaba reduciendo día a día, la remordía la conciencia por haber “puesto los cuernos” a su pareja desde que accedió a participar con Patricia y conmigo en los tríos por lo que había tomado la determinación de que no iba a dejar que se la metiera ningún otro hombre que no fuera él.

Su negativa me obligó a “camelar” a Josefina, que era cuatro años menor que Patricia y estaba dotada de un físico tan apetecible como el de su hermana. La muchacha accedió a “cascarme” y a chuparme la pirula diario y tampoco se opuso a que la comiera el chocho; la masturbara; la metiera el puño para forzarla y vaciarla; nos lamiéramos el ojete y nos efectuáramos todo tipo de hurgamientos anales; ingiriéramos la orina del otro y a pesar de reconocer que la caca no la atraía, nos viéramos defecar pero se mostró en total desacuerdo con la penetración diciéndome que aún no había superado el trauma que sufrió en una de sus primeras visitas a una discoteca en donde unos jóvenes la retuvieron contra su voluntad y la sobaron mientras la obligaban a presenciar como se trajinaban a una amiga suya en el cuarto de baño del local follándosela tanto por delante como por detrás lo que originaba que cada vez que un varón se la “clavaba” y la jodía, en vez de gusto, sintiera arcadas y náuseas y que, en vez de llegar al clímax, vomitara al notar que la estaba mojando con su leche.

El no poder mantener relaciones sexuales completas con Josefina y las continuas disputas que teníamos a cuenta de ello, ocasionó que rompiéramos para no tardar en sustituirla por una compañera de trabajo, llamada María José, una elegante solterona próxima a alcanzar la barrera psicológica de los cincuenta años que se encontraba en pleno periodo menopáusico lo que, entre otras cosas, originaba que, incluso cuándo estaba en bolas, sudara como un pollo. La mujer, que se declaraba bisexual y acababa de salir de una relación lésbica compleja y un tanto complicada, quería volver a disfrutar del sexo hetero pero, a pesar de su buena voluntad, no me terminaba de llenar puesto que me iba dando cuenta de que me atraía mucho más el poder comer el coño ó el lamer el ojete a una chavala que no rebasara la mitad de su edad y varios días me sacó de quicio con sus constantes y excesivos calores. La gustaba chuparme la “salchicha” con sus carnosos labios pintados e ingerir mis “biberones” y mis meadas; subirse la falda, que solía ser larga y llegarla hasta los tobillos, quitarse el sujetador y la braga y abrirse de piernas para que la masturbara, la comiera la seta, la lamiera el orificio anal y la metiera el pito por donde más me apeteciera pero, aunque me daba mucho gusto y satisfacción y a pesar de su edad aguantaba perfectamente, me pareció que nuestra relación nunca se iba a consolidar por lo que, tras mantener relaciones diarias durante tres meses, decidí dejarla.

Después me dediqué a ir “de flor en flor” pero con ninguna me encontraba a gusto puesto que no eran capaces de hacerme olvidar durante unos minutos mis recuerdos hasta que me topé con Ana, una joven de la que obtuve un buen rendimiento sexual y mucha satisfacción pero que vestía siempre con pantalón para no tener que depilarse las piernas en las que tenía casi tanto vello como yo. Alegaba que el rasurarse la resultaba un suplicio ya que su piel era muy fina pero una tarde que decidimos hacerlo en su casa me encontré su habitación totalmente desordenada, con montones de ropa tirada en el suelo, lo que sirvió para darme cuenta de que, además de guarra y viciosa, era una dejada lo que me llevó a romper con ella y sin darla muchas explicaciones, después de tirármela una docena de veces.

C o n t i n u a r á