El viaje que me cambió la vida (Parte 20).

Fiel a mi cita semanal publico la parte veinte de una de las últimas historias historia que he escrito y que espero sea del agrado de mis lectores.

El último día de mi estancia, que era sábado, mis obligaciones laborales solamente me ocuparon la mañana pero tuve que efectuar varios viajes en Metro para desplazarme de un lugar a otro. Pensé que aquel día la actividad sexual que se desarrollaría en los medios de transporte público sería sensiblemente inferior a la de los días anteriores pero no fue así puesto que el sábado era un laborable más en el que se trabajaba hasta media tarde y en cada uno de los viajes que realicé aquella jornada me encontré con más de lo mismo por lo que, mientras iba de un lado para otro, pude continuar observando como los varones aprovechaban las apreturas para frotarse con las mujeres, casi siempre jóvenes, antes de intentar subirlas la falda y bajarlas la braga que a algunas las cortaban con unas pequeñas tijeras para poder conservar su prenda íntima como recuerdo de aquel encuentro sin necesidad de quitársela.

Aquel día tuve la sensación de que, como los asiáticos, me estaba acostumbrando a la actividad sexual que se desarrollaba en el transporte público puesto que mi “salchicha” no reaccionó con tanta rapidez como en días anteriores y en ciertos momentos lo que estaba viendo me resultó un tanto monótono, repetitivo y rutinario mientras continuaba observando que la mayoría de las féminas, al sentirse acosadas, intentaban evitar que el varón que las había tocado en suerte consiguiera llevar a cabo su propósito bajándose la falda cada vez que se la subían ó volviéndose a abrochar la blusa cuándo se la abrían con intención de verla las tetas enfundadas en el sujetador pero todas claudicaban en cuanto lograban que lucieran la “delantera” ó que su braga dejara de ocultar sus encantos para calentarse enseguida, dejarse hacer y acabar convertidas en unas autenticas perritas en celo.

A los hombres les gustaba poder restregarse vestidos en su desnudo culo al mismo tiempo que las sobaban las tetas para, luego, sobarlas hasta la saciedad la cueva vaginal, tocarlas la masa glútea y meterlas uno ó dos dedos en el orificio anal para forzarlas mientras las obligaban a apretar lo que era suficiente para que más de una se los impregnara en su caca e incluso, liberara su esfínter y defecara sin necesidad de ponerla ningún enema antes de masturbarlas y de una manera tan exhaustiva y prolongada que, aunque pretendieran evitarlo, terminaban “rompiendo” y tras alcanzar el clímax, la mayoría se solía orinar. Después de verlas mear el hombre, extrayéndolas los dedos de la seta, se los mostraba una y otra vez impregnados en su “baba” vaginal, lo que a casi todas parecía darlas cierta repugnancia y agarrándolas del cabello, las obligaban a chupárselos con cara de asco antes de volver a “hacerlas unos dedos” con el propósito de que recularan mientras iban sintiendo que, aunque no quisieran, las estaba viniendo un nuevo orgasmo.

Después y usando los estimuladores, las excitaban vaginalmente hasta dejarlas tan sumamente “burras” que, además de echar una ingente cantidad de “baba” vaginal y de salírselas la orina de una forma bastante continuada, se encontraban tan deseosas y entregadas que ninguna se oponía a colocarse en cuclillas ó de rodillas delante de ellos para chuparles la chorra hasta que las daban “biberón” que, casi todas ingerían, antes de ponerse a cuatro patas ó tumbadas boca arriba en el suelo para, abiertas de piernas, permitir que se las follara un varón tras otro. Algunos culminaban descargando con total libertad dentro de su almeja pero la mayoría seguía demostrando que tenían bien asumido que una cosa era disfrutar del sexo y otra muy distinta dejar preñada a la hembra por lo que se la solían sacar cuándo estaban a punto de eyacular y la soltaban la leche en la boca, en las tetas, en la cara ó tras penetrarlas analmente, en el culo.

Entre polvo y polvo los varones aprovechaban para ponerlas unos enemas, tanto vaginales como anales, de efecto casi inmediato con los que, después de mantenerlas bien apretados y cerrados los labios vaginales ó el ojete, vaciaban su vejiga urinaria y su intestino con tanta fuerza e intensidad que la orina y la mierda, junto al líquido laxante blanco ó incoloro usado en los enemas, llegaba a depositarse varios metros por delante de la posición de la dama.

Las mujeres eran penetradas y jodidas hasta que la virilidad de los hombres no daba para más por lo que terminaban exhaustas y empapadas de leche a la vista de todo el mundo lo que las obligaba a superar sus escozores y molestias con celeridad para evitar que otro desaprensivo se fijara en ellas y le entraran las ganas de tirárselas por lo que, a duras penas, volvían a vestirse y en cuanto podían, abandonaban aquel medio de transporte sintiéndose avergonzadas, cansadas y vejadas pero complacidas por haber sido elegidas para dar satisfacción a los varones que las habían humillado en público.

Ese día regresé al hotel un poco después de las cuatro de la tarde y lo primero que hice fue llamar a Airi e Ichika que, suponiendo que iba a poder disponer de la mayor parte de la tarde libre, habían aplazado hasta el lunes siguiente las sesiones de masaje que tenían comprometidas para ese día. Me dijeron que en menos de una hora estarían en mi habitación. Mientras las esperaba y como aún estaba en ayunas, decidí salir a comer algo lo que, a esas horas, era bastante complicado por lo que tuve que entrar en varios restaurantes y cafeterías hasta que en una de ellas me ofrecieron el plato del día del que di debida cuenta en menos de diez minutos. Cuándo las dos jóvenes, elegante y seductoramente vestidas, se reunieron conmigo me propusieron aprovechar el resto de la tarde realizando un nuevo desplazamiento turístico sexual pero, en cuanto las indiqué que al día siguiente tenía que levantarme temprano para poder coger el avión que me iba a traer de regreso, decidieron encerrarse conmigo en mi habitación.

Nos llegamos a desfondar de tal manera que, además de superar el número de polvos que había llegado a echar las noches anteriores, consiguieron sacar al exterior mis instintos sexuales más salvajes por lo que, comportándome como un autentico poseso, las di tanta tralla que, a las cuatro de la mañana, volvía a tener el cipote enrojecido mientras ellas sufrían los efectos de una acusada incontinencia urinaria y permanecían acostadas boca arriba en la cama totalmente despatarradas sintiéndose incapaces de cerrar sus piernas.

Pero lo que más agradable me resultó de nuestra última velada sexual fue que se prodigaran en “cascarme” y chuparme la minga para cortarme, ejerciendo una fuerte presión en la base del nabo con sus dedos en forma de tijera, una y otra vez la eyaculación cuándo estaba a punto de producirse hasta hacerme sentir que me reventaba de las inmensas ganas de descargar que iba acumulando y que solventaba en cuanto se la podía “clavar” a una de ellas, con lo que evitaba que me pudieran cortar más veces la eyaculación, para “explotar” con celeridad en su interior y echándolas una impresionante cantidad de chorros de leche que parecía que no iban a acabar de salir.

A las cinco y cuarto me metí con ellas en la ducha y mientras nos iba cayendo el agua encima se fueron turnando para chupármela con intención de sacarme un nuevo polvo, tan largo y masivo como los anteriores pero cada vez más aguado, antes de recibir en su boca mi última micción. Después de ayudarme a terminar de hacer mi equipaje, me despedí de ellas en la habitación introduciéndolas al mismo tiempo mis manos a través de su falda y de su braga para poder masturbarlas hasta que se mearon, mojaron sus prendas íntimas y formaron un buen charco en el suelo con su pis. Mientras se limpiaban, salí de la habitación y tomando un taxi, me dirigí al aeropuerto.

C o n t i n u a r á