El viaje que me cambió la vida (Parte 2).
Segunda parte de una nueva historia que espero sea del agrado de mis lectores.
Desde aquella memorable tarde Andrea decidió que Anabel y Eva, a las que las gustaba vestir de una forma muy sugerente y a las que en cuanto “nos metíamos en materia” las agradaba lucir su ropa íntima con unas cautivadoras bragas bajas, se encargaran de sacarme la primera lechada unos días chupándome el pito y otros “cascándomelo” mientras ella nos observaba y se iba poniendo cachonda “haciéndose unos dedos” para que, después de mi descarga y delante de sus amigas que se ocupaban de acariciarme y de masajearme la espalda, de sobarme la masa glútea y de hurgarme analmente con sus dedos, me echara sobre ella y procediera a “clavarla” la polla por vía vaginal, incluso los días en que estaba menstruando, acostada boca arriba en la cama para que me la trajinara y la hiciera disfrutar sintiendo los devastadores efectos que causaba un miembro viril de las dimensiones del mío en su interior antes de echarla dentro de la almeja mi largo y masivo segundo polvo junto con su posterior meada. Andrea me decía que la encantaba que la jodiera permaneciendo echado sobre ella y sabiendo que mi segunda eyaculación tardaba bastante más en producirse que la primera para que pudiera darla un gusto mayor. En cuanto notaba que mi “explosión” era eminente, la agradaba que Anabel y Eva la permitieran ocuparse de forzarme el ojete con sus dedos para asegurarse de que la iba a echar una abundante descarga y de que iba a llegar al clímax mientras notaba caer mi leche dentro de su caldosa y magníficamente lubricada cueva vaginal.
Semanas más tarde Eva me comentó que su amiga pretendía que, a base de recibir mi lefa, la dejara preñada puesto que empezaba a ansiar el tener descendencia y su marido parecía ser incapaz de hacerla un “bombo”. Semejante confidencia mejoró aún más nuestra actividad sexual ya que, en cuanto acababa de cepillarme a Andrea, después de echarla mi leche y una de mis copiosas meadas en el interior del chocho, me colocaba a cuatro patas para que sus dos amigas me dieran satisfacción anal durante un buen rato mientras iba recuperando fuerzas con el propósito de que Anabel y Eva se encargaran de dar debida cuenta de mi virilidad sacándome el tercer polvo como culminación a una de sus lentas felaciones mientras hacíamos un sesenta y nueve. Más adelante, decidieron abrirse de piernas un día a la semana, los martes Anabel y los viernes Eva, para que se la “clavara” por vía vaginal y las echara en su interior esa última lechada que, al igual que me sucedía con la segunda, solía tardar bastante en producirse.
Pasados unos meses, Andrea comenzó a prodigarse en realizarme unas exhaustivas cabalgadas vaginales mientras que a Anabel y a Eva, los días en que las penetraba, las agradaba que me las zumbara colocadas a cuatro patas pero, para evitar que las dejara preñadas con mi abundante y largo polvo, Anabel, que se declaraba adicta al sexo anal ya que su actual pareja era bisexual y se prodigaba mucho más en metérsela por el culo que por el coño, me hacia extraerla el rabo cuándo estaba próximo a eyacular para que se lo metiera por el ojete y mientras la daba unos envites anales, “explotara” con ganas en su interior mientras Eva prefería chupármela para recibir mi leche en su boca y a Andrea la encantaba que se la echara con total libertad dentro de su jugosa seta.
Al llegar el verano Anabel y Eva se fueron a pasar unos días de vacaciones a la playa con sus respectivas parejas y como para entonces me había acostumbrado a echar tres polvos diarios, Andrea se dispuso a satisfacerme en solitario pero con la condición de que me la follara vaginalmente en distintas posiciones y de que la echara en el interior de la almeja, al menos, dos de mis tres lechadas. En aquel momento y sin haberme dicho nada, estaba siguiendo un tratamiento para favorecer su fertilidad y al enterarse de que el buen surtido de polvos que la había soltado hasta entonces dentro del chocho no había servido para nada ya que las posibilidades de fecundarla eran muy remotas si me meaba en su interior unos segundos después de echarla la leche, decidió disfrutar mientras recibía mi segundo polvo con su posterior micción y asegurarse de que acabaría haciéndola un “bombo” al echarla el tercero y en varias ocasiones, los tres. A finales de otoño me enteré de que había conseguido salirse con la suya ya que la había preñado y como supimos semanas más tarde, por partida doble. Desde el momento en que se confirmó su embarazo lo que más la gustaba era que la metiera la “salchicha” vaginalmente colocada a cuatro patas al mismo tiempo que comenzó a ofrecerme su culo en pompa diciéndome que, en su estado, la resultaba muy placentero que la poseyera regularmente por detrás.
Pero deseaba tanto convertirse en madre que, después de “cargarle el mochuelo” a su cónyuge, en cuanto el “bombo” empezó a hacerse evidente decidió dejarme en manos de Anabel y Eva alegando que, al estar dotado de una tranca tan dura, gorda y larga, podía llegar a causar algún daño a los fetos si se la seguía “clavando”. Sus amigas, además de prodigarse en pajearme el miembro viril para poder verme echar la leche y en chupármelo para que las diera “biberón”, no tardaron en decidirse a quitarse la braga y a abrirse de piernas para mí con más regularidad por lo que, además de alternarme por la tarde para hacerlo con una de ellas, algunas noches mantuve relaciones sexuales completas con ambas a la vez. A pesar de que retozaba con ellas a diario y las encantaba sentir caer mi leche dentro de su cueva vaginal, sólo me permitían descargar en su interior cuándo estaban seguras de que no las iba a fecundar por lo que, cuándo existía tal posibilidad, me obligaban a sacársela en cuanto notaba que se iba a producir mi eyaculación para que, al igual que antes, “explotara” en la boca de Eva mientras me la chupaba ó en el interior del precioso culo de Anabel a la que, tras mi descarga, me agradaba continuar poseyendo por detrás lo que me permitió llegar a adquirir bastante experiencia en la práctica sexual anal y originó que cada vez me sintiera más atraído por el trasero femenino.
Las dos hermanas lograron convencerme para que, antes de acabar nuestras sesiones sexuales, las efectuara una exhaustiva explotación visual y táctil de su cueva vaginal y de su ojete, las comiera el coño y las lamiera el orificio anal. Ambas me agarraban con fuerza de la cabeza para obligarme a continuar dándolas gusto mientras iba ingiriendo su “baba” vaginal y las muy guarras terminaban orinándose en mi boca. De esta forma entré en contacto con la micción femenina lo que, desde el primer día, me pareció una experiencia tan agradable, deliciosa y estimulante que llegué a sentirme cautivado por su lluvia dorada y me habitué a colocar mi boca en su raja vaginal para que me dieran sus concentradas y sabrosas meadas.
Como mi relación con Anabel y Eva duró más de cuatro años, Andrea volvió a unirse a nosotros diez meses después de parir y aunque la metí la verga un montón de veces por la seta, me entusiasmaba darla por el culo delante de sus amigas. Pero cada vez que se la “clavaba” vaginalmente y al igual que hacía con las dos hermanas, intentaba evitar descargar en su interior, aunque en más de una ocasión sentí tantísimo gusto que no fui capaz de sacársela y la solté todo el “lastre” dentro, por lo que la extraía la chorra cuándo estaba a punto de eyacular para que Andrea me la meneara con su mano mientras la iba mojando con mi leche el “felpudo” pélvico, el exterior de la cueva vaginal y la parte superior de las piernas.
C o n t i n u a r á