El viaje que me cambió la vida (Parte 19).
Parte diecinueve de una de las últimas historias historia que he escrito y que espero sea del agrado de mis lectores.
A media tarde fue una escultural, espigada y joven azafata la que se vio acosada y humillada en el autobús, esta vez articulado y con un carrozado de tipo urbano, en el que regresé al hotel en el que me alojaba. La chica, luciendo el ceñido uniforme de la compañía aérea para la que trabajaba, subió muy pensativa al vehículo y arrastrando una maleta, pasó por delante de mí y se situó en un rincón, próximo a mi posición, al fondo del autobús en el que permaneció de pie, sola y cabizbaja. Su estatura, su poblado cabello rubio recogido en forma de cola de caballo, su piel tostada por el sol y sus facciones me hicieron suponer que era una europea que trabajara para una empresa asiática lo que pude confirmar en cuanto me di cuenta de que de la parte superior de su falda colgaba una tarjeta plastificada con el anagrama de la compañía aérea, una fotografía suya y su nombre, Olga y su apellido, de difícil escritura y más complicada pronunciación por el elevado número de consonantes que contenía por lo que me imaginé que sería originaría de algún país del este europeo. Lo que iba a tener ocasión de comprobar es que, a pesar de su juventud, dominaba varios idiomas y entre ellos, el inglés, el francés y el español.
Un par de paradas más adelante subió al autobús un nutrido grupo de jóvenes que se situó a su lado. Los chicos, queriendo lucirse ante las jóvenes que les acompañaban, comenzaron a mofarse de la auxiliar de vuelo preguntándola cuantas veces se la había chupado a algún viajero en el avión ó si les cabalgaba en los reducidos cuartos de baño del aparato para hacerles el desplazamiento más agradable y ameno. Al no querer continuar oyendo sus impertinencias, Olga se dio la vuelta y mirando hacía el exterior, continuó centrada en sus pensamientos hasta que uno de los chicos la dijo que era una maleducada por no contestarles y la empezó a insultar mientras otro se colocaba detrás de la joven y apretándose a ella, se restregó en su culo hasta llegar a empotrarla contra la chapa del vehículo en el momento en que el conductor redujo bruscamente la velocidad para efectuar una nueva parada. A la azafata, que era un autentico bombón y se encontraba dotada de un físico impresionante, de lo más apetecible y seductor, no pareció importarla mucho el sentirse emparedada entre la chapa y el cuerpo del chico que no tardó en hacer ver a los demás que disponía de una buena “delantera” que, sin apenas encontrar oposición por parte de Olga, no tardaron en dejarla al descubierto en cuanto lograron que volviera a darse la vuelta para que, incluso las chicas, la tocaran las “peras” y los más decididos, se las mamaran.
La esbelta y joven auxiliar de vuelo parecía tener su cabeza en otra parte y permanecer ajena a lo que la estaba sucediendo en aquellos momentos por lo que los muchachos se pudieron “dar un buen lote” con sus magnificas tetas. Mientras unos se las sobaban y se las mamaban, otros la decían verdaderas barbaridades y otros no cesaban en su empeño por conocer si se la había chupado a algún viajero en el aire. Olga no reaccionó hasta que uno de los chicos, tras succionárselo, la mordió un pezón y tras conseguir que se apartaran de ella y tranquilizarse, les indicó, permaneciendo con su “delantera” al aire, que siempre había sentido una especial predilección por poder ordeñar a los varones y que, aunque no solía perder ninguna ocasión para “cascar” una buena pirula occidental que eran de mejores dimensiones y solían dar más leche que las orientales, no había mantenido ningún contacto sexual en el aire. Una de las chicas se interesó por conocer que era lo que la tenía tan absorta y la azafata, sonriéndola, la respondió que regresaba de un viaje en el que había podido disfrutar de unos días de vacaciones durante los cuales había hecho amistad con un par de jóvenes que se habían prodigado en penetrarla al mismo tiempo por delante y por detrás y que temía que, al llevar un tiempo sin tomar anticonceptivos orales y haberles permitido descargar con total libertad dentro de su cueva vaginal en sus días fértiles, la hubieran preñado lo que obligaría a dejar de volar y entrar a formar parte del personal de tierra.
La bella azafata dispuso de unos instantes de sosiego y tranquilidad hasta que las chicas del grupo mostraron interés por saber si aquella preciosidad usaba braga ó tanga, de que color era y si hacía juego con el menguado sujetador en tono plateado que lucía bajo sus tetas. Como Olga no estaba dispuesta a sacarlas de dudas, algunos de los chicos intentaron subirla la falda pero era tan ceñida que se dieron cuenta de que no iban a conseguir nada a menos que pudieran bajarla la cremallera para quitársela por los pies. Uno de los muchachos pensó en colocarla entre las piernas el espejo que una de las jóvenes llevaba en su bolso mientras otros dos la levantaban ligeramente la falda y el resto la entretenía. Aquello les permitió comprobar que usaba braga baja, que era de color plateado como el sostén y que la tenía bastante mal colocada puesto que, aunque la cubría el glúteo izquierdo, tenía casi al descubierto el derecho y que era tan ajustada como su falda por lo que se la marcaba perfectamente la raja del culo y la vaginal.
Los jóvenes, absortos por su belleza, la pidieron que les dejara seguir sobándola y mamándola las tetas puesto que a ninguna hembra la disgustaba que la hicieran algo así a lo que la azafata accedió durante unos minutos hasta que los varones volvieron a propasarse con ella y mientras la mamaban y la succionaban las “peras”, intentaron sin éxito introducir su mano por debajo de la falda para poder tocarla el chocho y el culo a través de su prenda íntima.
La actitud de esos chicos hizo que se enfadara y que decidiera dejar de mostrarles las tetas y permanecer con las piernas cerradas. Aún se estaba abrochando la blusa cuándo un frenazo ocasionó que estuviera a punto de perder el equilibrio por lo que no tuvo más remedio que agarrarse a uno de los jóvenes para no caerse. El chico aprovechó para retorcerla el brazo derecho mientras la decía que, si no quería que se lo rompiera, a partir de ese momento tendría que convertirse en una dócil corderita y dejarse hacer de todo. Olga, temerosa, asintió con la cabeza y les rogó que no la causaran ningún daño. Otro de los chicos se acercó a ella, la agarró con fuerza de la cola de caballo con la que mantenía recogido su cabello y la besó en la boca. Aprovechando el “morreo”, dos jóvenes se colocaron detrás de ella y la desgarraron la cremallera de la falda que, en cuanto quedó por debajo de su culo, cayó al suelo por su propio peso. La visión de la cautivadora azafata en braga les excitó tanto que mientras dos robustos jóvenes la mantenían inmovilizada y las chicas la indicaban que lo mejor para poder conservar su integridad física era dejarse hacer, otros la separaron la prenda íntima de la cueva vaginal y la comenzaron a sobar el coño hasta que el grato sonido de su humedad vaginal y la “fragancia” de sus jugos se hizo perceptible lo que originó que los chicos comentaran en voz alta que aquella mujer era una “calentorra con ganas de vicio”.
Sin que Olga fuera capaz de hacer nada para impedirlo y sin oponer resistencia, la desgarraron la blusa y el sujetador para dejarla, de nuevo, las tetas al descubierto, la amordazaron con un pañuelo y la ataron, abierta de piernas y obligándola a permanecer doblada, con sus cinturones a las barras de sujeción del autobús con intención de mantenerla inmovilizada mientras se les mostraba bien ofrecida. Cada uno de los chicos se la fue “clavando” a su antojo por vía vaginal todas las veces que quiso mientras las chicas se ocupaban de forzarla el ojete y de magrearla las tetas. Entre polvo y polvo, las chavalas la “hacían unos dedos” para que el flujo vaginal no dejara de gotearla ó la comían y succionaban la seta. Olga debió de pensar que estando amordazada y bien atada de pies y manos en aquella posición y teniendo ante ella un número tan elevado de agresores salidos no podía hacer otra cosa que no fuera aceptar su destino con resignación permitiendo que esos chicos se la follaran y la llenaran la almeja de leche y que si los jóvenes con los que había retozado durante su periodo vacacional no habían conseguido preñarla quizás lo hicieran aquellos.
Una vez que todos ellos la poseyeron vaginalmente echándola con total libertad su leche dentro del chocho, las chicas les incitaron a darla por el culo por lo que, con la azafata totalmente entregada, no tardaron en conseguir que, manteniéndose doblada, chupara el pito a una parte de los jóvenes mientras el resto esperaba su turno para “clavársela” por el ojete y las chavalas se recreaban en forzarla vaginalmente, en excitarla a través del clítoris y en sobarla su frondoso y rubio “felpudo” pélvico entre continuos insultos hasta que, a cuenta de la presión que los chicos ejercían en su vejiga urinaria con su miembro viril mientras la poseían por detrás, no pudo retener su pis y se orinó al más puro estilo fuente. El verla mear de aquella forma entusiasmó al grupo de jóvenes mientras que a mí me acabó de excitar por lo que, sin dudarlo, me levanté del asiento y tras quitarme el pantalón y el calzoncillo, me puse en la cola luciendo mis atributos sexuales para, cuándo me llegó el turno, poder trajinármela por vía vaginal comprobando que se encontraba dotada de una muy abierta y jugosa cueva vaginal y que lubricaba de maravilla. Me resultó tan delicioso, excitante y placentero el mantener la polla introducida en su chorreante coño que, a pesar de que pensaba sacársela al sentir la proximidad de mi eyaculación, me recreé tanto que, al final, la solté toda la leche dentro de la seta. Después de mi portentosa descarga la continué jodiendo vaginalmente logrando que Olga llegara a colaborar unos instantes moviéndose convenientemente hasta que, tras haber disfrutado durante varios minutos de su chorreante conducto vaginal, sentí que iba a volver a eyacular y se la saqué para metérsela hasta el fondo por el orificio anal en cuyo interior y mientras sentía la presión que sus paredes réctales ejercían sobre mi “salchicha”, no tardé en echarla mi “lastre”. Se la extraje en cuanto terminé de darla mi lefa para, una vez más, “clavársela” por la almeja con intención de depositar en su interior mi masiva micción con un montón de chorros de espumoso pis con lo que, me pareció, quedaba bastante complacida. Un poco más tarde se la tuve que sacar para dejar que otro de los varones del grupo ocupara mi lugar mientras las chavalas, impresionadas por las dimensiones que lucía mi miembro viril, mantuvieron sus ojos fijos en mis atributos sexuales hasta que, bien impregnados en la “baba” vaginal de la azafata, en mi leche y en mi orina, los oculté en el calzoncillo y el pantalón.
El autobús estaba a punto de llegar a su destino cuándo todos los chicos habían descargado al menos una vez en la boca, el chocho y/ó el culo de Olga. Mientras se volvían a poner bien la ropa, las chicas tuvieron tiempo de comerla y succionarla la cueva vaginal al mismo tiempo que la hurgaban analmente obligándola a apretar con lo que consiguieron que liberara el esfínter y defecara. Mientras observaban como se la salía el pis a cuenta de la incontinencia urinaria que sufría y que por su dilatado orificio anal estaba haciendo acto de presencia su mierda, decidieron aprovechar que el vehículo se detenía ante una nueva parada para abandonarlo, dejando a Olga doblada y ofrecida, despatarrada, amordazada, atada y rota. Me dispuse a liberarla de la mordaza y de las ataduras mientras aquella preciosidad me miraba con cara de pena y en cuanto pudo se apresuró a colocarse en cuclillas para terminar de evacuar, bastante avergonzada al ver que no la quitaba la vista de encima, expulsando una considerable cantidad de caca en forma de bolitas impregnadas en leche y una posterior y sonora descarga de mierda líquida. En cuanto acabó, se incorporó y resignada, accedió a abrirse de piernas y a doblarse delante de mí para que, a pesar de que la daba cierta repugnancia, pudiera limpiarla el ojete con mi lengua antes de comenzar a buscar su ropa pero la braga y el sujetador plateados no aparecieron por ningún lugar y el uniforme se lo habían desgarrado de tal forma que estaba inservible por lo que, arrastrando su maleta hasta un asiento en el que acomodó su desnudo culo, la abrió y sacó de su interior un conjunto de ropa interior, esta vez dorado y un elegante, escotado, fino y largo vestido de noche. No dejé de mirarla mientras se vestía y pensaba que a aquella cautivadora y fascinante fémina bien se la podría llamar “la chica de la braga de oro”.
Cuándo llegamos a la terminal la ayudé a bajar del autobús, bajo la atenta mirada del conductor que a través de los espejos retrovisores debía de haber observado parte de lo que había sucedido y tras darme las gracias e indicarme que vivía cerca de allí con su pareja, se separó de mí totalmente rota arrastrando su maleta. Aunque la había lamido su precioso orificio anal para limpiárselo después de su defecación, pensé que, entre tantos, no se habría percatado de que era uno de los varones que se la habían tirado en el autobús y que, si me lo proponía, aún podía obtener provecho sexual de aquella agraciada “yegua” por lo que me volví a aproximar a ella y la acompañé hasta el portal del edificio en el que residía en donde conseguí que se arrodillara delante de mí para efectuarme, con pocas ganas, una felación que culminó dándola “biberón”, que ingirió íntegro. La hembra se extrajo mi rabo de la boca y se incorporó en cuanto terminó de tragar mi leche y a pesar de que accedió a mostrarme de nuevo su sensual ropa íntima, me indicó que, además de cansada, había mantenido la suficiente actividad sexual por aquel día después de habérsela cepillado un montón de jóvenes y de recibir dentro de su boca, de su coño y de su culo un montón de lechadas por lo que, aunque la gustaría complacerme durante más tiempo y darme más satisfacción, no la quedaban ni ganas ni fuerzas. Mientras volvía a ocultar mis atributos sexuales en el calzoncillo y el pantalón se dirigió a uno de los ascensores y entró en él. Al cerrarse las puertas la dejé de ver por lo que salí del portal y me dirigí al hotel encontrándome en el recibidor con Airi e Ichika que me invitaron a cenar y a pasar con ellas la noche en el coqueto apartamento de reducidas dimensiones pero bien aprovechadas en el que vivían. Como tuve tiempo para reponerme, el haberme desahogado con la seductora azafata echándola por tres veces la leche, no hizo mella en mi rendimiento sexual nocturno por lo que las dos jóvenes pudieron sacarme medía docena de polvos antes de que mis testículos se encogieran evidenciando que habían conseguido vaciármelos y que necesitaban un periodo prudencial de tiempo para reponer “lastre”.
Fue entonces cuándo Airi e Ichika decidieron aprovechar que estábamos en su domicilio para poder usar sus bragas-pene conmigo por lo que, haciendo que me colocara y permaneciera a cuatro patas, Ichika me penetró analmente mientras Airi me obligaba a chupar el otro “instrumento” manteniendo un buen trozo de la verga de látex dentro de mi boca. Al cabo de unos minutos intercambiaron su posición y lo siguieron haciendo durante más de media hora hasta que decidieron que me acostara boca abajo sobre una toalla que habían puesto en la sábana para echarse sobre mí y seguir poseyéndome por el culo en aquella posición mientras con sus envites me obligaban a frotar la tranca en la toalla. Mi sorpresa fue mayúscula al ver que, poco a poco, se me volvía a poner dura y tiesa y que unos minutos más tarde y mientras Airi, introduciendo su mano entre la toalla y mi cuerpo, me la meneaba eché una gran cantidad de “lastre” que se depositó íntegramente en la toalla con lo que me di cuenta de que aquellas dos guarras habían conseguido que mis huevos volvieran a dar leche mucho antes de lo habitual.
C o n t i n u a r á