El viaje que me cambió la vida (Parte 18).
Parte dieciocho de una de las últimas historias historia que he escrito y que espero sea del agrado de mis lectores.
Como en jornadas anteriores, el quinto día de mi estancia volví a coger por la mañana el Metro. En esta ocasión el viaje fue bastante tranquilo hasta que una bella mujer de mediana edad subió al tren y se colocó al lado de un joven que se encontraba ubicado junto a una de las puertas de acceso con su hombro derecho apoyado en la chapa y con la mirada perdida en el exterior al que, sin el menor recato, comenzó a sobar el pito a través del pantalón. El chico, al que veía perfectamente desde mi posición, se sorprendió por la conducta de la fémina que, sin darle tiempo a reaccionar, se encargó de que el pantalón y el calzoncillo descendieran hasta sus tobillos. En cuanto le dejó con los atributos sexuales al aire se los tocó repetidamente mientras le comentaba que, tal y como la había dicho una amiga mutua, se encontraba muy bien dotado. Después y haciendo que se colocara dándola la espalda con las piernas abiertas, se puso detrás de él, le pasó las manos por el medio de sus extremidades y con la izquierda le acarició los huevos mientras con la derecha le “cascaba” la polla, que enseguida adquirió unas buenas dimensiones, con movimientos enérgicos y vigorosos. Cuándo se le puso dura y tiesa y lució un abierto y espléndido capullo, que se reflejaba en el cristal, la hembra le dejó de estimular los testículos para poder introducirle de golpe y en seco dos dedos en el orificio anal con los que le forzó intentando excitarle a través de su “punto g” sabiendo que, con aquel estímulo, eyacularía con más rapidez y echaría una mayor cantidad de “lastre”. Los masajes prostáticos resultaron de lo más efectivos ya que el varón “explotó” y con ganas, pocos segundos más tarde. Mientras la mujer se la seguía meneando, sus espesos y largos chorros de leche se fueron depositando en los cristales y en la chapa de la puerta del vagón desde donde se deslizaban lentamente hacia el suelo.
La fémina, que no se perdió detalle de tan soberbia eyaculación a pesar de encontrarse detrás de él, siguió “dándole al manubrio” al mismo tiempo que continuaba forzándole y con igual intensidad, el ojete hasta que, dándose cuenta de que no perdía la erección, dejó de “cascársela” y de estimularle la próstata durante unos instantes para limpiarse la mano derecha impregnada en leche en los glúteos del joven, abrirse la blusa y bajarse el sujetador para dejar sus voluminosas tetas al descubierto. Después se colocó a su lado y tras sonreírle, le incitó a que se las tocara lo que el chico hizo de inmediato mientras ella volvía a meneársela y a hurgarle analmente. Como la hembra parecía saber mantenerle excitado y no estaba dispuesta a dejarle con ganas de echar “lastre”, se lo tomó con calma para hacerle disfrutar mientras le “cascaba” muy despacio el rabo por lo que cada vez que el convoy se detenía en una estación y se abrían las puertas, los viajeros que subían al tren por donde ellos estaban miraban con indiferencia como la mujer, luciendo su “delantera”, se la “pelaba”. Más de una fémina y sobre todo las de mediana edad, mantuvo sus ojos fijos en la tranca del joven pensando, seguramente, que una verga de aquellas dimensiones no se veía todos los días y llegando a anhelar que sus cónyuges ó parejas no se encontraran dotados de unos huevos tan gruesos y de una “salchicha” de tan estimable tamaño y con el capullo tan abierto como la que tenían delante. En cuanto subían al vagón la mayoría giraban su cabeza para mirarle el culo y las más decididas llegaron a acariciarle la masa glútea mientras observaban como le forzaba el ojete.
Impasible a todo lo que sucedía a su alrededor, la hembra continuó centrada en lo suyo hasta que, viendo que la segunda eyaculación del muchacho se demoraba demasiado, se la volvió a menear con movimientos mucho más rápidos al mismo tiempo que intensificaba sus hurgamientos anales haciéndole arquear las piernas para que la facilitara el poder meterle más profundos sus dedos en el intestino mientras el hombre mantenía ocupada una de sus manos en las espléndidas tetas de la mujer y se decidía a introducir la otra por debajo de la falda para, a través de la braga, tocarla el trasero y pasarla sus dedos repetidamente por la raja del culo con lo que la fémina acabó demandándole que la perforara de una vez el orificio anal en lo que no tardó en complacerla debiendo de agradarle tanto el poder hurgarla que, mientras la hembra le seguía animando a eyacular, se produjo su descarga, que resultó más abundante que la anterior para, pocos segundos después y mientras le seguía “cascando” la chorra, echar una copiosa y larga micción.
En cuanto terminó de salirle pis, la mujer le agitó el cipote para que expulsara las últimas gotas y dejó de meneársela, le extrajo los dedos del ojete, se los llevó a la boca para chuparlos, le dio un manotazo en el miembro viril y mientras le mantenía presionados los testículos le dijo algo al oído. El chico, que continuaba luciendo una minga dura y tiesa, se giró y sin extraer sus dedos del orificio anal de la fémina, la levantó la parte delantera de su corta y fina falda y procedió a bajarla la braga. No hay palabras para describir la cara que puso al descubrir que aquella agraciada dama era en realidad un transexual operado que seguía estando dotado de una rosada “colita” flácida y de pequeño tamaño y de unos huevos de poco grosor. El transexual, sosteniéndose la falda y mostrándose mucho más dominante, le obligó a quitarle la prenda íntima, a olerla y a arrodillarse delante de él para efectuarle una felación lo que el joven hizo pero evidenciando que no le resultaba agradable. Aunque muy lentamente la “colita” fue adquiriendo algo de grosor y de dureza hasta ponerse a media asta mientras el chico, instado por el transexual, le realizaba unos enérgicos hurgamientos anales como si, además de pretender entrar en contacto directo con su mierda, quisiera sacársela con sus dedos.
De vez en cuando el joven se extraía la “salchicha” de la boca para recuperar la respiración lo que el transexual aprovechaba para “cascársela” con su mano intentando evitar que perdiera su escasa erección lo que me permitió ver que aquel miembro viril posiblemente fuera capaz de dar leche pero que tendría que resultar bastante costoso el sacársela. Así fue y como la eyaculación no se producía a pesar de que el joven se la chupó un buen rato sin dejar de hurgarle el orificio anal, el transexual, tras decirle que le había hecho sentirse como una puta poseída por el culo, le hizo sacarle los dedos del ojete, chupárselos y lamerle el orificio anal antes de obligarle a ponerse a cuatro patas posición en la que girándole el nabo, de forma que su abierto y brillante capullo quedara mirando hacía sus pies, volvió a “darle a la zambomba” con movimientos enérgicos y sin dejar de insultarle mientras le realizaba unos hurgamientos anales tan exhaustivos que pensé que, además de sacarle la caca, le iba a desgarrar el ojete.
Creo que al transexual le excitaba tener entre sus manos y poder ordeñar un pene de aquellas dimensiones y más sabiendo que el suyo era muy pequeño y que se convertía en un autentico colgajo en cuanto se lo dejaban de estimular pero a lo que no parecía dispuesto es que, a cuenta del ordeño, el joven llegara a culminar por tercera vez por lo que, viendo que se aproximaba a su nueva eyaculación, le dejó de estimular, le extrajo los dedos del ojete y entre lo que me imagino que fueron algunos insultos, le propinó unos cuantos cachetes en la masa glútea y procedió a pasarle repetidamente su “colita” por la raja del culo hasta que fue adquiriendo dureza y tersura y ante la sorpresa del joven, le abrió el orificio anal con sus manos y se la “clavó” por detrás. Durante más de veinte minutos y permaneciendo echado sobre su espalda para poder tocarle la picha cuándo le apetecía con intención de mantenérsela en condiciones pero sin llegar a estimularle lo suficiente como para que llegara a echar más “lastre”, le dio unos buenos envites mientras no dejaba de hablarle al oído y le obligaba a colaborar apretando con fuerza sus paredes réctales. Cuándo se la sacó resultaba bastante evidente que, al final, había conseguido echarle un polvo dentro del culo y el transexual, sin dejarle cambiar de posición y tras contemplar sonriente como el ano del chico devolvía una parte de su leche, volvió a hurgarle con sus dedos al mismo tiempo que le mantenía el capullo abierto. A pesar de que el joven hizo verdaderos esfuerzos por evitarlo, el transexual consiguió que se meara por segunda vez y que liberara su esfínter para defecar delante de él. Sus excrementos, en cortos y delgados folletes, se fueron depositando en el suelo impregnados en la leche del transexual mientras este, muy complacido, se ponía bien la ropa y miraba a su alrededor para ver, como así fue, si algún viajero más se había percatado de la espléndida evacuación del muchacho.
En cuanto terminó de defecar se colocó en cuclillas detrás de él, le hizo levantar el culo para poder limpiarle meticulosamente el ojete con su lengua y una vez más, volvió a menearle la pilila al mismo tiempo que le mantenía fuertemente presionados los huevos. Aunque no le tuvo que resultar demasiado agradable, el chico, que estaba totalmente entregado, complació al transexual unos minutos más tarde echando una cantidad increíble de leche que se depositó íntegra en el suelo. Estaba eyaculando todavía cuándo el tren entró en una nueva estación y el transexual dejó de “cascársela” y de presionarle los testículos, para volver a limpiarse las manos en su masa glútea. Después se incorporó, le insultó, le propinó una brutal patada en los huevos para que no pudiera seguirle y abandonó el vagón. El chico, con sus atributos sexuales al aire, se estuvo retorciendo de dolor por el suelo durante un par de minutos sin que nadie se atreviera a acercarse a él antes de que, acordándose de toda la familia del transexual y de una manera muy especial de su madre, se pudiera incorporar para volver a ponerse el calzoncillo y el pantalón. En la siguiente estación se bajó del tren con la cremallera del pantalón abierta y el cinturón desabrochado. Me pareció que aquel no era su destino y que lo que pretendía era cambiar de convoy ó de vagón ya que en aquel se sentía muy incomodo después de que muchos viajeros hubieran presenciado como le había vejado un transexual.
C o n t i n u a r á