El viaje que me cambió la vida (Parte 17).
Parte diecisiete de la última historia que he escrito y que espero sea del agrado de mis lectores.
El chico se colocó detrás de ella y la hizo desplazarse hacía las escaleras traseras que, además de dar acceso al reducido aseo del vehículo, solían utilizar los viajeros para salir. Por el pasillo y siendo el varón alto y la muchacha de baja estatura, parecían el punto y la i. Cuándo logré llegar hasta su nueva ubicación y me acomodé en un asiento desde el que podía observarles, la sensual joven se acababa de desnudar y procedía a doblarse entre las piernas de su acompañante, que se había despojado del pantalón y del calzoncillo, con intención de efectuarle una felación. Mientras le chupaba la tranca, el chico se recreó sobándola las tetas y acariciándola con una de sus manos la masa glútea antes de pasarla dos dedos de arriba a abajo y de abajo a arriba por la raja del culo haciendo intención de metérselos por el ojete cada vez que llegaba a su ubicación. No estoy seguro de que la diera “biberón”, aunque creo que sí, pero, cuándo varios minutos más tarde la muchacha se sacó la verga de la boca, lucía espléndida. El varón, incorporándose, la hizo colocarse doblada y bien ofrecida una escalera por encima de su posición, procedió a introducirla hasta el fondo la chorra por vía vaginal y la dio unos buenos envites mientras la joven demostraba con sus constantes gemidos que la encantaba que aquel musculoso y rubio chico la estuviera jodiendo. Unos minutos más tarde se la sacó, se sentó en la escalera superior y la hizo acomodarse en cuclillas sobre él, dándole la espalda, para que se metiera el cipote dentro de la almeja y le efectuara una cabalgada vaginal mientras la sobaba las tetas y la estimulaba el clítoris. Aquello no duró demasiado puesto que el varón no tardó en indicarla por gestos que estaba a punto de eyacular por lo que la joven se incorporó para extraerse la minga del chocho y pasando por encima de él, se puso de rodillas en el pasillo, muy próxima a mi posición, en donde, luciendo sus encantos, esperó a que el chico se colocara delante de ella abierto de piernas y la metiera la “salchicha” en la boca para poder chupársela mientras recibía su leche y su posterior meada obligándola a mantenerse fuertemente apretada a él agarrándola del cuello.
La joven, colocándole sus manos en la masa glútea para acariciársela y mantenerle presionado a ella, se la continuó chupando hasta que el varón se la sacó de la boca para ayudarla a incorporarse y hacerla avanzar hasta el final del vehículo en donde se colocó detrás de ella, la obligó a ponerse de rodillas sobre el asiento central enfilado con el pasillo, doblarse adecuadamente dándole, de nuevo, la espalda y mostrarse bien ofrecida para poder volvérsela a “clavar” vaginalmente. Una vez más, tuve que cambiarme de asiento puesto que desde mi posición actual sólo veía que el culo del chico no dejaba de moverse hacía adelante y hacía atrás. Suponiendo que no les importaría que les observara de cerca, pasé junto a ellos y me senté en uno de los asientos de la última fila mientras la daba unos buenos envites con los que la pequeña pero tersa “delantera” de la joven no paró un momento quieta. Un poco después, se la sacó bien empapada en la “baba” vaginal de la chica y abriéndola con sus dedos el ojete, se la metió de golpe y de una manera un tanto brutal por el orificio anal. Desde ese momento y a pesar de las ligeras protestas iniciales de la chavala, a la que acababa de desvirgar el culo, cambió con relativa frecuencia de agujero pero fuera en el vaginal ó en el anal la continuó dando unos impresionantes envites con los que pretendía ver a sus tetas en constante movimiento excepto cuándo se echaba sobre la espalda de la joven y se las apretaba con sus manos. La virilidad del chico estaba fuera de toda duda pero me hubiera gustado saber con exactitud el número de polvos que consiguió echarla dentro de su jugoso coño y de su cada vez más abierto ojete ya que, aunque me encontraba en una posición privilegiada y había visto que ambos agujeros devolvían leche, no tenía ninguna certeza de las veces que había descargado en su interior durante los casi cincuenta minutos que se la estuvo tirando en esa posición. Cuándo la extrajo el nabo pude observar que la seta y el orificio anal de la muchacha se mantenían tan abiertos y dilatados que resultaba más que evidente que la había jodido a conciencia y que dentro de cada uno de ellos había depositado, al menos, una buena lechada.
Después de mearse empapándola con su pis la masa glútea, la zona pélvica y la parte superior de sus piernas, el chico se la volvió a “clavar” vaginalmente. Después la agarró del cabello y la hizo permanecer con la cabeza echada hacía atrás mientras no cesaba de llamarla golfa, guarra, puta, ramera y zorra, la besaba una y otra vez en la boca, la escupía en la cara y en las tetas y la exigía que continuara moviéndose a pesar de que la muchacha, que sufría escozores y pérdidas urinarias casi constantes, evidenciaba que sus fuerzas se encontraban bajo mínimos. Pero parecía estar tan encantado del rendimiento que estaba obteniendo de aquella bella “yegua” que, denotando haber alcanzado un elevado estado de frenesí, se dispuso a trajinársela con tanto ímpetu y con tan poca delicadeza y sensibilidad que llegué a temer por la integridad de la almeja y del culo de la chica hasta que el varón, sintiendo que se iba a producir otra descarga, se la sacó del ojete para soltarla su abundante pero un tanto aguado “lastre” en el exterior del chocho y en los glúteos. Después y a pesar de estar perdiendo la erección, se la volvió a “clavar”, una vez más, por el coño en cuyo interior se orinó de nuevo. En cuanto acabó de soltarla su breve micción, se percató de que había vaciado sus huevos con aquella cerda y que el pene, a pesar de lo delicioso que le resultaba mantenerlo dentro de la seta y del orificio anal de la joven, no pasaba de mantenerse a media asta, por lo que no le quedó más remedio que extraérselo mostrándose bastante contrariado por ello puesto que pretendía sacar más provecho de aquella “perrita” en celo por lo que, después de depilarla a tirones y con rabia parte de su arreglado “felpudo” pélvico mientras la muchacha demostraba que se encontraba tan agotada que era incapaz de oponerse ó de chillar a cuenta del dolor, la hizo incorporarse y comenzó a empujarla hasta que tropezó y cayó boca abajo sobre los asientos en los que se había acomodado una pareja de turistas que acababa de subir al autobús. Mientras se miraba la picha, que se le había quedado flácida y fofa, le dijo al hombre que, si le apetecía, aquella golfa salida aún estaba en condiciones de darle placer y satisfacción. Después la pasó varias veces dos de sus dedos por la raja del culo haciendo intención de metérselos por el ojete y se dirigió a las escaleras en donde había dejado su ropa, que cogió del suelo junto con la de la muchacha que se llevó con él, se vistió rápidamente y en la siguiente parada se bajó del autobús mientras la chica, a la que los turistas se apresuraron a acariciar el cabello y a cubrirla el cuerpo con una chaqueta de punto, le miraba con unos ojos en los que se reflejaba que, a pesar de las pérdidas urinarias que sufría y de los escozores y de las molestias que sentía, la había encantado que la hubiera jodido tratándola como a una autentica fulana.
Una noche más llegué al hotel empalmado y deseando poder desahogarme trajinándome a Airi e Ichika a mi antojo. Las dos geishas, de nuevo, se prodigaron en darme placer, en complacerme en todo y en sacarme leche y pis hasta que acabé con la pilila enrojecida y escocida lo que originó que sintiera ciertas molestias al orinar hasta bastante avanzada la mañana siguiente. Lo que más me agradó de ellas durante aquella velada nocturna es que fueran constantes con sus hurgamientos anales ya que, a cuenta de sus masajes prostáticos, conseguí sentir tanto gusto en la pirula como en el culo y una de las veces, al eyacular, sentí mi intestino totalmente lleno lo que no debió de pasarlas desapercibido ya que me hurgaron con sus dedos haciéndome apretar hasta que se los impregné en mi mierda y en cuanto me los sacaron, pudieron deleitarse viendo como iban apareciendo y saliendo por mi ojete, que según me dijeron se abría considerablemente para facilitar su expulsión, dos compactos y largos “chorizos” que una vez que se depositaron en la sábana de la cama no se cansaban de ver, de oler y de lamer diciéndome que ningún asiático era capaz de evacuar folletes de tal grosor y tamaño antes de que decidieran depositarlos por separado en unos recipientes de cristal en los que, según me dijeron, iban a conservarlos.
En cuanto terminaron de recoger y de envasar mis excrementos decidimos darnos un descanso para reponer fuerzas. Después de reponer líquidos y de fumarme un cigarro, nos tumbamos en la cama con intención de permanecer unos minutos abrazados y despatarrados. Mientras observaba que aquellas dos guarras a esas horas de la madrugada volvían a tener bastante flojo el “fuelle” lo que ocasionaba que la orina no dejara de gotearlas y que sufrieran frecuentes pérdidas, las indiqué que me asombraba que, aunque la mayoría intentara evitar descargar dentro de su almeja, los varones se la “clavaran a pelo” a las mujeres. Ichika me explicó que allí los anticonceptivos estaban al alcance de todo el mundo siendo, incluso, más baratos que los condones y que la mayoría de las asiáticas en edad de fecundar los ingería a diario para evitar que las hicieran un “bombo” desde que sus progenitores se los daban cuándo las bajaba por primera vez el ciclo menstrual por lo que se convertían en algo cotidiano y sólo dejaban de ingerirlos cuándo deseaban que su cónyuge ó su pareja las dejara preñadas. No obstante y aunque los asiáticos los usaran con mucha menos asiduidad que los occidentales, allí también existían los preservativos y los hombres, sabiendo que la mayoría de las féminas cuidaba mucho su higiene personal, solían utilizarlos cuándo se cepillaban a alguna fulana ó a una hembra que, por su descuidado aspecto, les hiciera pensar en la posibilidad de que podía llegar a transmitirles alguna enfermedad venérea.
C o n t i n u a r á