El viaje que me cambió la vida (Parte 13).

Parte trece de la última historia que he escrito y que espero sea del agrado de mis lectores.

En cuanto subí al nuevo tren y logré mi objetivo de poder efectuar el desplazamiento sentado me centré en observar al resto de los viajeros esperando que surgiera algo interesante entre ellos pero, enseguida, me percaté de que lo único destacable era la conversación que estaban manteniendo las dos jóvenes que se habían acomodado a mi lado planeando usar la braga-pene que una de ellas llevaba en su bolso para poder dar por el culo a un compañero al que le motivaba de tal forma que esas guarras le sometieran que, según comentaron, casi no hacía falta estimularle para que echara la leche. Su intención era penetrarle analmente tanto por la mañana como por la tarde hasta dejarle de lo más predispuesto para “plantar un pino” con el propósito de que el “instrumento” de látex quedara bien impregnado en la “fragancia” de sus paredes réctales para, por la noche, poder chuparlo durante un buen rato antes de usarlo para penetrarse mutuamente lo que me hizo suponer que esas dos jóvenes vivían juntas y que mantenían una relación lesbica.

No sucedió nada más hasta que en la quinta estación subieron al vagón en el que me encontraba una bella y sugerente mujer y la que me supuse que era su sensual hija aunque me llamó la atención que, siendo tan joven, pudiera tener descendientes de aquella edad. La chavala, que se llamaba Miyu, no tardó en percatarse de que delante de otra de las puertas de acceso al tren, que se encontraba situada a mi derecha, viajaba una compañera suya por lo que, aunque quedaban un buen número de asientos vacíos, las dos féminas se fueron abriendo paso sin demasiadas dificultades entre los viajeros para acercarse a ella que permanecía de pie a pocos metros del lugar en el que me encontraba. Cuándo pasaron por delante de mí observé que, además de perfumadas, iban perfectamente conjuntadas luciendo unos ceñidos y elegantes vestidos con la falda bastante menguada de tela para que las dejara enseñar más sus esbeltas piernas. En cuanto llegaron al lugar en el que se encontraba la amiga, se dieron un par de besos en la mejilla y la supuesta madre, que se llamaba Himeko, tirando hacía abajo de su corta falda preguntó a la otra chica por su progenitora que, al parecer, lucía un espléndido “bombo” y estaba a punto de parir a un niño.

Enseguida me enteré de que la hembra embarazada era madre soltera y de que había pasado sus últimas vacaciones junto a una compañera de trabajo que se había quedado viuda unos meses antes. Una de las noches que salieron de marcha bebieron ó las hicieron beber tanto que terminaron con un “pedo” de impresión por lo que sus acompañantes y un nutrido grupo de amigos de estos decidieron ayudarlas a llegar al hotel en el que se alojaban. En cuanto entraron en la habitación que compartían las tumbaron en la cama, las desnudaron, las hicieron abrir las puertas, las sobaron, las “pusieron a tono” usando los pequeños excitadores a pilas y uno a uno, se echaron sobre ellas para penetrarlas vaginalmente, joderlas y soltarlas libremente su leche y algunos en más de una ocasión. La sesión se prolongó durante el resto de la noche y a la mañana siguiente se dedicaron a darlas por el culo cosa en la que se prodigó un hombre de color dotado de una pilila dura, larga y tiesa que no se cansaba de darlas leche y que, mientras las poseía por detrás, las decía:

- “Que culo más jugoso y tragón tenéis, putas cabronas” .

Unas semanas después de su regreso la madre de la amiga de Miyu decidió acudir al médico ya que no terminaba de bajarla el ciclo menstrual. El galeno, después de realizarla la prueba del embarazo, la comunicó que se encontraba preñada del que, al no haberse llegado a plantear el abortar, estaba a punto de convertirse en su segundo descendiente.

Correspondiendo a semejante confidencia, Himeko indicó a la amiga de Miyu que, en contra de lo que la gente pensaba, ella no era ni su madre ni su hermana mayor, lo que explicaba que siendo tan joven pudiera tener una hija de esa edad cosa que no acababa de asimilar desde que las había visto subir al vagón, ya que Miyu era hija única y su progenitora falleció en un aparatoso accidente de tráfico un año después de haberla parido y luciendo, de nuevo, “bombo”. Una vecina se ofreció a cuidarla pero, a pesar de su buena voluntad, el atender a su marido y a sus tres hijos la mantenía muy ocupada durante todo el día y a su padre no terminaba de gustarle que la cría pasara mucho más tiempo en el domicilio de la vecina que en el suyo por lo que comenzó a pensar que lo más idóneo era buscar una nueva compañera sentimental. Aún no se lo había planteado en serio cuándo se encontró con unos amigos que le dijeron que desde hacía unas semanas habían acogido en su domicilio a una cría, ella, que se había quedado huérfana después de que el resto de su familia pereciera en el incendio nocturno de su domicilio del que se había librado al pasar la noche en casa de una amiga. Aquel comentario le hizo pensar en la posibilidad de que, a cambio de alojarla y de mantenerla, la muchacha se fuera a vivir con él y le ayudara con la niña. Cuándo se lo expuso a sus amistades estos se mostraron de acuerdo. De esta manera, se vio en la obligación de dejar sus estudios para comenzar a vivir con Miyu y su padre que no tardó en comprobar que era muy afectuosa y tierna y que, a pesar de ser una cría, trataba a su hija casi con el mismo cariño que si la hubiera parido.

No la faltaba de nada y se sentía cómoda y a gusto conviviendo con ellos e incluso, pocos meses después volvió a retomar, aunque por libre, sus estudios. Pero el progenitor, harto de retozar una y otra vez con las dos vecinas que se prestaban a ello, empezó a fijarse en su llamativa pareja circunstancial y dándose cuenta de que cada día le cautivaba más, acabó encaprichándose de ella de tal manera que, acosándola, invadió su intimidad hasta que logró que accediera a cambiarse de ropa interior y a hacer sus necesidades delante de él lo que aprovechaba para enseñarla la pirula y pajearse. Más adelante, consiguió que, sin más ropa que la braga, se la “cascara” hasta que le sacaba la leche en el cuarto de baño por la noche, antes de acostarse y por la mañana, al levantarse. Después decidió intercalar las pajas con las felaciones, obligándola a hacérselas mientras permanecía acostado en la cama de su habitación y con las piernas muy abiertas para que la chavala se colocara boca abajo entre ellas y le pudiera forzar el ojete con sus dedos mientras le chupaba el pito e ingería íntegros sus copiosos “biberones”.

Con Himeko complaciéndole en todo como una dócil corderita, convivieron durante varios meses hasta que una noche decidió acostarse con ella. La joven estaba dormida pero se despertó al sentir que alguien se estaba metiendo en su cama. Al dormir de lado y en braga, el padre de Miyu pudo apretarla las tetas con sus manos mientras se frotaba en su culo a través de la prenda íntima, la besaba en el cuello y la indicaba que ardía en deseos de “clavarla” la polla. Después la obligó a ponerse boca arriba y mientras la besaba en la boca, la quitó la braga, la hizo abrirse de piernas y se echó encima de ella. Himeko no quería que la penetrara por lo que, en cuanto sintió que la iba a meter el rabo, empezó a patalear y se resistió pero el hombre, sentándose encima de ella, logró mantenerla más ó menos inmovilizada mientras procedía a amordazarla y a atarla de pies y manos a la cama con unas cuerdas que, suponiendo lo que iba a suceder, había dejado en la mesilla. Después se volvió a echar sobre ella, la introdujo hasta el fondo la tranca por vía vaginal sin que Himeko pudiera oponer resistencia y se la cepilló recreándose al máximo en ello. Estaba tan salido que un cuarto de hora más tarde y tras echarla dos soberbios polvazos, culminó meándose dentro de su chocho. Cuándo se la sacó, se puso de rodillas entre sus piernas y se dedicó a excitarla por vía vaginal con un plumero antes de abrirla todo lo que pudo el coño para poder meterla el puño hasta que hizo tope con el que la forzó con movimientos circulares hasta que, al vaciarla, Himeko alcanzó sus primeros orgasmos secos que la resultaron desagradables y molestos. El hombre aprovechó aquellos momentos para decirla que la machacaría a diario la cueva vaginal de aquella forma si no aceptaba de buen grado que se la follara por la noche por lo que no la quedó más remedio que claudicar y admitir en su cama al padre de Miyu que la obligaba a efectuarle una felación para poder darla “biberón”, que debía de recibir en su boca e ingerir íntegro, antes de penetrarla, incluso cuándo se encontraba con el ciclo menstrual, colocada a cuatro patas “clavándosela” unos días por vía vaginal y otros por el ojete, con lo que la desvirgó ambos agujeros, para rematar la faena tumbado sobre ella. Ese año la dejó preñada en dos ocasiones y en ambas la obligó a abortar.

Al alcanzar su mayoría de edad Himeko decidió hacerse la ligadura de trompas con intención de seguir disfrutando de una actividad sexual frecuente e intensa, a la que se había terminado por acostumbrar, con el padre de Miyu, que la solía llamar “mi cerda pedorra”, sin que existiera la posibilidad de que la volviera a preñar pero dos años más tarde se cansó de ella y comenzó a acosar a jóvenes colegialas uniformadas, por las que siempre se había sentido muy atraído, cuándo se dirigían a sus centros escolares. No tardó en engatusar a dos de ellas, que cursaban el último curso de lo que aquí conocemos como Bachillerato Superior, para que, a cambio de recibir ciertos regalos y pequeñas cantidades de dinero, se encontraran con él a primera hora de la mañana en un lugar muy poco frecuentado y mal iluminado en el que una de ellas se ocupaba de sacarle la leche meneándole la verga mientras se “morreaba” y “metía mano” a la otra. Más adelante, logró convencerlas para que, a días alternos, al salir del colegio le visitaran en su centro de trabajo en buena disposición a abrirse de piernas. Le agradaba comer la seta y lamer el orificio anal a una de ellas, acostada boca arriba en la mesa de su despacho, mientras la otra le efectuaba una lenta felación hasta que la daba “biberón”, que la joven de turno ingería entre evidentes muestras de satisfacción, para, a continuación y colocadas a cuatro patas, turnarse en penetrarlas por vía vaginal para acabar descargando dentro de su culo. Se llegaba a excitar tanto con ellas que una tarde, después de echarla a una de las chavalas su tercer polvo dentro del trasero, se desplomó al sacarla la chorra del ojete. Las muchachas, al ver que no reaccionaba y como no querían verse envueltas en problemas, decidieron recoger su ropa y abandonar aquel lugar. Un compañero del padre de Miyu las vio salir medio desnudas y tan apresuradamente que, suponiendo que algo había ocurrido, se dirigió hacía el despacho y lo encontró desnudo tirado en el suelo. Aunque estaba vivo y pudo contar a su compañero lo sucedido, falleció pocos minutos después de llegar al hospital puesto que su corazón no fue capaz de soportar el elevado grado de excitación que había llegado a alcanzar con las chicas. Desde entonces, Himeko y Miyu, dándose cuenta de que sólo se tenían la una a la otra, vivían juntas y en buena armonía ya que habían decidido compartir habitación y cama para poder darse mutua satisfacción sexual a través de una relación lesbica con penetración para lo que solían utilizar bolas chinas, bragas-pene, consoladores de rosca y vibradores a pilas.

C o n t i n u a r á