El viaje que me cambió la vida (Parte 12).

Parte doce de la última historia que he escrito y que espero sea del agrado de mis lectores.

Un varón asiático entrado en años que permanecía situado delante de mí se dio la vuelta y me indicó que los europeos teníamos que comenzar a usar con asiduidad los enemas y las peras laxantes con las féminas para que, como las muchachas a las que estábamos observando, se fueran convirtiendo en unas guarras salidas que se orinaban y liberaban su esfínter ante el menor estímulo. Le respondí que, por desgracia y aunque hubiera algunas excepciones, las europeas no eran tan abiertas y liberales como las asiáticas.

Cuándo salimos de aquel local Airi e Ichika me indicaron que las frecuentes cistitis y pérdidas ocasionales de orina que sufrían la mayoría de las hembras asiáticas más que una enfermedad eran consideradas como un estímulo sexual mientras que el estreñimiento y las hemorroides casi no existían entre las mujeres ya que, además de ponerlas enemas en cualquier lugar, en cuanto llevaban dos ó tres días sin defecar no dudaban en acudir a uno de estos sitios, que se encontraban repartidos por toda la ciudad, para que, a diario ó a días alternos y sin importarlas que las estuvieran mirando un grupo más ó menos numeroso de varones, las realizaran un vaciado hasta que su flora intestinal y sus evacuaciones se volvían a regularizar. Otras habían descubierto en los enemas un buen aliado para mantenerse en su peso e incluso, para reducirlo por lo que algunas damas acudían con frecuencia a los lugares en los que se efectuaban los vaciados para evitar que se produjera cualquier tipo de retención urinaria ó fecal en el interior de su cuerpo. Aunque no se atrevieron a asegurármelo parecía que los enemas eran bastante efectivos para estos propósitos puesto que, entre la población, era muy escaso el número de personas obesas.

Desde allí regresamos usando, de nuevo, un saturado Metro al hotel en donde, para no perder tiempo, cenamos lo que denominan utilizando una traducción muy literal, el plato del día que es algo similar a lo que aquí conocemos como un plato combinado. Aquella noche resultó memorable para los tres puesto que, tal y como me habían dicho, Airi e Ichika me dieron tralla hasta que, después de lograr sacarme seis polvazos a cual más copioso e intenso aunque los últimos resultaron un tanto aguados, mis gruesos huevos se encogieron evidenciando que tenía que darles un periodo un poco más prolongado de tiempo para poder reponer leche.

Durante mi cuarto día de estancia tuve que realizar varias gestiones y asistir a dos reuniones. Para desplazarme de un lado a otro volví a utilizar el Metro en el que, una vez más, me iba a encontrar con unos excitantes espectáculos sexuales. Como mi primer viaje iba a ser largo y quería tener la opción de poder realizarlo sentado, decidí viajar en un tren lleno de gente en dirección contraria hasta la estación de origen del itinerario en el que se encontraba mi destino. Sin proponérmelo, cuando subí al vagón me situé al lado de un chico y sus dos jóvenes acompañantes. Enseguida me di cuenta de que una de las chicas, que se llamaba Shinju y vestía una ceñida blusa de color rojo y una ajustada y corta falda blanca abierta por detrás, se encontraba colocada delante del varón que permanecía desnudo de cintura para abajo, con las piernas abiertas y luciendo una “salchicha” delgada pero de mayor longitud a la habitual entre los asiáticos. La muchacha le intentaba cubrir mientras se la “cascaba” con la mano derecha y le mantenía presionados los huevos con la izquierda. La otra chavala, llamada Kumiko, era muy joven, llevaba el cabello a mechas y lucía un escotado vestido en tono rosa con la falda abombada que la dejaba al descubierto toda la espalda, les observaba con atención e interés mientras sostenía el pantalón y el calzoncillo del chico. Shinju, sin apartar sus ojos del cipote del muchacho, que se llamaba Takumi, le animaba continuamente a que volviera a eyacular antes de llegar a la parada final de la línea mientras, a través de la conversación que mantenía con Kumiko, me enteré de que esta última era la hermanastra menor, hija de la misma madre pero de distinto padre, del chico. Pensé que Takumi había sufrido un “calentón” mientras viajaba con aquellos dos bombones y que Shinju se había apresurado a aliviarle pero la realidad fue que, como denotaba su aspecto exterior y su arrugada ropa y aunque allí no era muy habitual que se celebraran botellones y fiestas nocturnas ya que a partir de las diez de la noche las calles quedaban prácticamente desiertas y con lo único que podías toparte era con alguna pareja retozando en un parque, volvían de una “noche loca” a orillas de no sé que río en la que, mientras Takumi parecía no haber logrado encontrar toda la satisfacción sexual que buscaba y aún se mantenía caliente, las féminas se habían hartado de menear y de chupar la minga a un nutrido grupo de jóvenes para extraerles la leche. Kumiko, incluso, reconoció que dos de los participantes en la orgía se la habían metido al mismo tiempo por delante y por detrás y que habían “explotado” con todas sus ganas en su interior.

Cuándo comenzó a ser bastante evidente que Takumi estaba próximo a eyacular puesto que le temblaban hasta las piernas, Shinju dejó de estimularle para que Kumiko ocupara su posición ya que la gustaba más que a su amiga ingerir la leche masculina y estaba acostumbrada a tragarse el “lastre” de su hermanastro. La joven se dobló, lo que hizo que su culo se mantuviera en contacto directo con el de la hembra situada a su espalda, le volvió a apretar los huevos con su mano y se introdujo el nabo entero en la boca para chupárselo mientras su amiga se “morreaba” con el chico al que, tras acariciarle la masa glútea, localizó el ojete en el que le introdujo, de golpe y en seco, dos dedos. Aquel estímulo hizo que eyaculara casi de inmediato echando a Kumiko en la boca una pequeña cantidad de leche que la cría ingirió entre evidentes muestras de satisfacción para, acto seguido, succionarle la abertura del pene hasta que logró que se meara. Su espumoso pis debió de salir en tal cantidad y con tanta fuerza que Kumiko no fue capaz de ingerirlo a medida que lo iba recibiendo por lo que parte de la orina se la salió de la boca. Después y sin dejar de apretarle los testículos, le volvió a chupar la picha mientras colocaba su mano derecha sobre la falda de Shinju a la que acarició los glúteos antes de introducírsela por la abertura trasera con intención de tocarla la raja vaginal.

No dispuso de mucho tiempo para ello ya que el tren estaba llegando a su destino por lo que tuvo que sacar su mano de debajo de la falda de su amiga y dejar de presionar los huevos y de chupar la “salchicha” a Takumi que se quedó a media asta en cuanto Shinju dejó de estimularle analmente y le sacó los dedos del ojete para lucir flácida con la abertura mirando hacía el suelo cuándo Kumiko recogió del suelo la ropa de su hermanastro y le entregó primero el calzoncillo y más tarde el pantalón para que pudiera ocultar sus atributos sexuales. Al llegar a la estación que era final de trayecto de aquella línea, los tres salieron delante de mí. Takumi agarró a Kumiko por la cintura en el andén pero al llegar a las escaleras mecánicas se empeñó en que las dos jóvenes subieran juntas y tras darlas dos peldaños de ventaja, se colocó detrás de ellas. Mientras su hermanastra volvía a colocar su mano sobre la falda de Shinju con intención de tocarla el culo, el chico decidió acariciarlas la parte superior interna de las piernas.

Después de ascender dos largos tramos de escaleras consiguió convencer a Kumiko y a Shinju para que se quitaran el tanga en un rincón y se lo entregaran. En cuanto lo hicieron, olió las prendas íntimas y se las guardó en un bolso del pantalón. Unos segundos más tarde las introdujo sus manos por debajo de sus respectivas faldas y las sobó su desnuda almeja. Mientras iba notando su humedad vaginal las dijo que la tenían muy caldosa y las preguntó que si estaban dispuestas a abrirse de piernas para que se las pudiera tirar en un parque a lo que las muchachas le contestaron afirmativamente con la cabeza antes de que Shinju le indicara que, si se comprometía a culminar en la boca de Kumiko, estaba dispuesta a cabalgarle para sacarle toda la leche de los huevos. Me hubiera encantado poder seguirles para ver por donde se la “clavaba” a aquel par de cerdas y como se las trajinaba pero andaba un poco justo de tiempo por lo que, en cuanto dejó de sobarlas la raja vaginal, las sacó las manos de debajo de la falda y se dirigieron hacia la salida, me separé de ellos tomando otra dirección para coger la línea en la que se encontraba mi destino.

C o n t i n u a r á