El viaje que me cambió la vida (Parte 11).
Parte once de la última historia que he escrito y que espero sea del agrado de mis lectores.
Más adelante nos encontramos con una pareja en la que la chica, en bolas, le estaba efectuando una cabalgada vaginal a un joven que permanecía sentado en un banco con el pantalón y el calzoncillo en sus tobillos. Observé que el chico la mantenía abierto el orificio anal con sus manos y que la ropa de la joven estaba amontonada en el suelo lo que me hizo suponer que habían sufrido un “calentón” repentino que la había obligado a desnudarse con celeridad. Aunque creo que se dieron cuenta de que nos habíamos parado delante de ellos para verles en acción no me pareció que les importara puesto que, incluso, debió de darles más morbo que lo hiciéramos ya que la menuda joven puso tal ímpetu en la cabalgada que el chico culminó enseguida echándola la leche dentro de la seta. En cuanto acabó de recibirla, la muchacha se incorporó ligeramente para extraerse el pito de la cueva vaginal y meárselo. Mis acompañantes me indicaron que el hecho de que el chico no hubiera dudado en eyacular dentro de la almeja de la joven hacía suponer que fueran novios. La chavala, en cuanto terminó de soltar la micción, se colocó de rodillas en el banco y se dobló para efectuarle una felación al mismo tiempo que le acariciaba los huevos mostrándonos su culo desnudo mientras su pareja no dejaba de acariciarla la raja vaginal. A pesar de que la joven, con su intensa mamada, parecía querer sacarle la leche con rapidez, la segunda eyaculación del chico se resistía a salir por lo que decidimos dejarles ocupados en ello para continuar con nuestro recorrido.
En la parte final del parque, próxima a sus muros, nos encontramos con una nueva pareja que estaba retozando encima de la hierba. No supimos como habían podido acceder a aquel privilegiado lugar puesto que nos encontramos con una alambrada que parecía no tener final y que nos impidió acercarnos más por lo que lo único que pudimos ver fueron las abiertas piernas de la chica, al hombre levantando y bajando su culo constantemente y que, después de echar a la chavala los primeros chorros dentro del chocho, la extrajo la polla, que dejó totalmente libre para que fuera escupiendo el resto sobre el cuerpo de la chica. Al finalizar de salirle leche, se limpió la punta del rabo en el “felpudo” pélvico de la muchacha, la lamió la raja vaginal y se lo enjeretó, de nuevo, por el coño. A escasos metros de ellos nos encontramos con un par de chicos que, con el pantalón y el calzoncillo en los tobillos, se estaban pajeando mientras observaban, detrás de una zona de matorrales, a una asiática que masturbaba y hurgaba analmente a una joven europea rubia, alta y delgada que permanecía tumbada sobre la hierba en bolas, manteniendo sus piernas sumamente abiertas y que era una autentica maquina alcanzando el clímax.
Para poder desplazarnos hasta el último lugar de aquella gira turístico sexual decidimos volver a coger el Metro que tenía una estación ubicada en los accesos al parque. Nos subimos a un vagón que iba repleto de gente y como me estaba reventando de ganas de follarme a mis guapas acompañantes, aproveché las apreturas para ir subiéndolas poco a poco la parte delantera de sus ceñidas faldas con intención de frotarme en su seta pero al ser bastante más alto que ellas me tuve que doblar para poder hacerlo obligándome a adquirir una posición que, además de no resultarme nada cómoda, propiciaba que los demás viajeros me empujaran y me clavaran los codos. Me mostré bastante contrariado ante tal adversidad mientras Airi, sonriéndome, decidió aliviarme el “calentón” para lo que me bajó la cremallera del pantalón y metiendo su mano derecha por la bragueta y el calzoncillo, procedió a “cascarme” la tranca sin sacarla al exterior. Ichika, al darse cuenta de lo que su prima me estaba haciendo, me acarició y se “morreó” conmigo. No tardé en sentir que me iba a sacar la leche lo que tampoco pasó desapercibido para Airi que, percatándose de que llevaba un pantalón claro y que si eyaculaba sin extraerme la verga iba a lucir una espectacular y llamativa mancha, se agachó como pudo, me sacó al exterior la chorra, se la metió entera en la boca y me la chupó consiguiendo que en escasos segundos “explotara” y la diera “biberón” que, a cuenta del elevado grado de excitación en el que había permanecido durante toda la tarde, resultó sumamente copioso y largo y que ingirió manteniendo los ojos cerrados mientras sentía un gusto muy intenso y me daba la impresión de que no iba a acabar de salirme leche. En cuanto terminé de darla el “lastre”, se la sacó de la boca y después de mirármela, la volvió a ocultar dentro del calzoncillo y del pantalón pero sin subirme la cremallera. Mientras Airi se incorporaba, Ichika introdujo su mano por la bragueta y tras comprobar que se me mantenía dura y tiesa, me la volvió a menear aunque al estar cerca de nuestra estación de destino no dispuso de tiempo para sacarme por segunda vez la leche y su posterior meada.
Cuándo salimos del Metro nos dirigimos a un cuarto de baño público existente en otro parque donde Ichika pudo culminar, tras conseguir que mi pantalón y mi calzoncillo se deslizaran hasta mis tobillos, lo que había iniciado en el tren mientras Airi nos observaba antes de que cada uno de nosotros meara delante de los otros dos y nos dirigiéramos, como no, a uno de los locales en los que durante todo el día se realizaban los vaciados anales y vaginales de los que tanto me habían hablado. En su interior, con zonas mal iluminadas, los hombres se dedicaban a mirar mientras las hembras, en su mayoría jóvenes, hacían cola y esperaban pacientemente a que las llegara el turno para desnudarse, lucir sus encantos, ponerse en posición en el centro del escenario y disfrutar de los enemas. Casi todas llevaban una bolsa con ropa de repuesto ya que se tenían que desnudar en un lateral y depositar en el suelo la que llevaban puesta de donde, sobre todo la íntima, no tardaba en desaparecer. Una vez que se quedaban en bolas se daban un paseo por una especie de pasarela en donde los varones las observaban con ojos lujuriosos y las incitaban a pararse delante de ellos, lo que casi todas hacían, para que muy abiertas de piernas, les mostraran su generalmente depilada almeja manteniéndose abiertos los labios vaginales con sus manos antes de que, dándose la vuelta, hicieran lo propio con su culo para lucir el orificio anal. Más de uno aprovechaba esos desfiles para pajearse mientras contemplaba los abiertos y jugosos chochos y los ojetes de aquellas preciosidades antes de colocarse con el culo en pompa en el centro del escenario y en voz alta, indicaban si pretendían disfrutar de un vaciado total ó sólo por vía vaginal ó anal. La mayoría elegía el integral, por los dos agujeros y enseguida, un par de hombres con el torso desnudo se colocaban a sus lados para ayudarlas a adquirir la posición más cómoda e idónea antes de que uno de ellos comenzara a sobarla la cueva vaginal y el otro se encargara de estimularla el intestino a base de masajearla la masa glútea y el ojete. Casi siempre el primer vaciado era el vaginal para lo cual, en cuanto empezaba a lubricar y el coño se la ponía húmedo, uno de los hombres la inyectaba a través del clítoris un líquido viscoso de color blanco mientras el otro la mantenía fuertemente apretados los labios vaginales. Después llegaba la segunda inyección que solía surtir un efecto inmediato puesto que no vi a ninguna que fuera capaz de aguantar más de dos y lo normal era que, según se la estaban poniendo, expulsara la primera de sus copiosas, intensas y largas micciones que salía con tanta fuerza que, a pesar de la distancia, llegaba a mojar a los espectadores situados más próximos al escenario. Mientras la cara de la dama reflejaba que estaba disfrutando de mucho gusto y satisfacción y sin importarla ser el centro de atención de los varones que la contemplaban con los ojos como platos, el líquido blanco que se había usado como enema iba saliendo al exterior mezclado con el pis que, al principio, no era demasiado perceptible pero como casi todas solían orinar tres ó cuatro veces consecutivas antes de notar que su vejiga urinaria estaba vacía, en los espumosos chorros de sus últimas meadas se podía apreciar perfectamente.
En cuanto se producía el vaciado vaginal y con la seta empapada y goteante, los dos hombres la estimulaban, de nuevo, el intestino con sus masajes antes de proceder a ponerla por el ojete la primera inyección, de mayor tamaño y de más volumen que las usadas para vaciarla la vejiga urinaria, con el mismo líquido blanco. Una vez depositado su contenido en su interior uno de los hombres la mantenía bien cerrado el orificio anal mientras el otro procedía a ponerla la segunda inyección. En este caso, unas mujeres demostraban que eran de fácil defecación y “explotaban” con el primer enema mientras otras necesitaban que las pusieran tres ó cuatro para llegar a liberar su esfínter pero, en cuanto hacían efecto y comenzaba a producirse el vaciado, expulsaban la mierda con la misma fuerza e intensidad con las que antes habían soltado el pis. La caca, convenientemente enmascarada por el enema, al principio salía muy aguada y en cuanto se producía la primera descarga, uno de los hombres la introducía dos de sus dedos en el ojete y la forzaba analmente hasta que notaba que se los estaba impregnando en mierda momento en el que se los sacaba, el otro varón la introducía por el ojete el largo rabo de una pera laxante y se daba prisa en echarla su contenido, que según me informaron mis acompañantes era agua muy caliente, con lo que, de inmediato, se producía una nueva y masiva defecación que contenía menos líquido blanco y era más sólida. Lo más normal es que la tuvieran que hurgar analmente una ó dos veces más y ponerla otras dos peras laxantes ó un nuevo enema antes de expulsar una última evacuación que se producía en forma de “bolas” ó de “chorizos” de escaso grosor y largura que recogían en una especie de palangana de plástico que la colocaban entre las piernas dejándola así unos minutos para, más tarde, asegurarse de que habían vaciado su intestino efectuándola unos exhaustivos hurgamientos anales con un aparato mecánico de un considerable grosor y largura que era algo similar a una mezcla de consolador de rosca y de vibrador que la iba echando en su interior más agua caliente hasta que los hombres que se encontraban sobre el escenario verificaban que, tras estrujarla al máximo el intestino, no lograba hacerla expulsar más excrementos.
C o n t i n u a r á