El viaje que me cambió la vida (Parte 1).
Comienzo a publicar esta semana una nueva historia que espero sea del agrado de mis lectores.
Desde que, a temprana edad, comencé a mantener relaciones con Andrea, una joven vecina de cabello rubio, alta, delgada y dotada de un físico más que apetecible, mi vida sexual es frecuente e intensa. Como era profesora de un centro escolar me habitué a pasar las tardes con ella en su domicilio para que me ayudara con los deberes a cambio de colaborar en determinadas labores domésticas como barrer la cocina antes de que ella la fregara ó recoger la ropa cuándo la terminaba de planchar. Un día festivo me invitó a merendar y mientras veíamos una película en la televisión se mostró sumamente cariñosa y tierna conmigo hasta que, entre caricia y caricia, me preguntó que si me gustaba y tras responderla afirmativamente, me dijo que, entonces, no me importaría ponerme de pie y quitarme el pantalón y el calzoncillo para enseñarla mis atributos sexuales. No dudé en hacer lo que me había indicado y en cuanto me los vio, se quedó gratamente impresionada observando que me encontraba dotado de un miembro viril gordo, duro, largo y tieso y de unos gruesos huevos. Después de exhibirme, me hizo acercarme más y tras decirme que a poco que creciera al estimularme mi “salchicha” era más gorda y larga que las de Frankfurt, la bella dama se dedicó a sobármela durante unos minutos hasta que se me puso inmensa y me realizó unas muy breves “chupaditas” sin dejar de alabar lo apetecible y deseable que se mostraba el abierto capullo. Cuándo terminó me encontraba tan sumamente complacido que, siguiendo sus indicaciones, me di la vuelta y permanecí doblado un buen rato manteniéndome abierto el ojete con mis manos para poder facilitarla que, como pretendía, me pudiera lamer el orificio anal al mismo tiempo que me acariciaba la chorra y los cojones antes de penetrarme con uno de sus dedos y realizarme unos hurgamientos anales. Al finalizar y mientras se limpiaba el dedo y me volvía a vestir, me preguntó que si ya era capaz de dar leche a lo que la contesté que si y cuándo estaba a punto de abandonar su domicilio me dijo que la encantaría poder repetir la experiencia de esa tarde con frecuencia, cada vez que estuviéramos solos.
A cuenta de lo sucedido me mantuve empalmado el resto de la tarde y por la noche, antes de acostarme, me tuve que aliviar haciéndome una paja en el cuarto del baño delante del lavabo y del espejo pensando en ella. Cuándo eyaculé en su honor, solté un gran cantidad de leche que, además de en el lavabo, se depositó en los azulejos y en el suelo. Me la seguí moviendo un poco más mientras, interiormente, la dedicaba aquel polvazo.
Al día siguiente la comenté lo que había hecho la noche anterior. Andrea, sonriéndome, me dijo que se sentía muy complacida y halagada por ello y se interesó por saber en donde me la había “cascado”, por lo que había tardado en sacarme el “lastre” y sobre todo, por la cantidad de leche que había expulsado y en donde había caído. Me indicó que la agradaba que demostrara tener tanta confianza en ella al contárselo y que la servía para entonarse puesto que tenía que recurrir a sus dedos con demasiada frecuencia para darse satisfacción puesto que, a pesar de que solían retozar casi todas las noches en la cama, su cónyuge se encontraba provisto de un cipote muy normalito, eyaculaba precozmente y echaba poca cantidad de lefa por lo que siempre se quedaba con ganas de más.
Después de aquellas confidencias, Andrea me dijo que, a partir de ese momento, quería ser ella la que se ocupara de menearme la minga para sacarme la leche lo que empezó a hacer después de seguir el ritual de la tarde anterior. Mientras me la “cascaba” me animaba a eyacular y me iba excitando con su conversación. Al ser la primera fémina que me pajeaba, en cuanto la veía “dándole a la zambomba” y acariciándome los huevos me ponía tan sumamente “burro” que, aunque intentaba retenerlas lo más posible, mis eyaculaciones se producían con celeridad lo que a Andrea no parecía importarla ya que era raro el día en que no hacía mención a lo gratamente impresionada que se encontraba a cuenta de las excepcionales dimensiones que llegaba a adquirir mi nabo, de lo sumamente abierto que se mantenía el capullo, de lo apetecible que lucía la abertura y sobre todo, de mis largas y masivas descargas.
Unos días más tarde y para intentar que mis eyaculaciones no se produjeran con tanta rapidez, optó por menearme la “colita” hasta que las gotas previas de lubricación hacían acto de presencia por la abertura momento en el que me dejaba de excitar y me daba un manotazo en el pene y unos golpes secos en los huevos con lo que conseguía evitar mi “explosión” y esperaba pacientemente a que la “salchicha” comenzara a perder la erección para volver a “cascármela”. Esta operación se repetía una vez tras otra y Andrea aprovechaba aquellas pausas para lamerme a conciencia el orificio anal hasta que decidía que había llegado el momento de extraerme la leche para lo que me metía hasta el fondo uno de sus dedos en el ojete y procedía a forzarme analmente mientras me meneaba la picha con lo que no tardaba en lograr sacarme una cantidad impresionante de “lastre” que expulsaba con fuerza, en espesos y largos chorros.
Semanas después, una vez que consiguió que mis descargas tardaran algo más en producirse, comenzó a chuparme la “salchicha” con intención de que pudiera culminar dándola “biberón”. Para que me excitara más me repetía hasta la saciedad que mi leche, abundante y caliente, era el manjar más exquisito que podía darla. Desde que se la solté por primera vez y con bastante rapidez, en la boca se prodigó mucho en efectuarme mamadas aunque, dos veces a la semana, me pajeaba para poder verme eyacular ó para dejar sus tetas al descubierto con el propósito de que se las empapara con mi lefa que, acto seguido, debía de extenderla con mis manos.
Una tarde, cuándo llevábamos más de seis meses manteniendo aquellos contactos sexuales, me estaba haciendo una de sus pajas lentas cuándo llamaron a la puerta. Me indicó que no me moviera de la cama y que continuara tumbado boca arriba y bien abierto de piernas puesto que se iba a deshacer rápidamente de la persona que acababa de llamar para seguir dándome gusto. Mi sorpresa fue mayúscula cuándo la vi entrar en la habitación acompañada por sus mejores y más íntimas amigas, dos hermanas llamadas Ana Isabel ( Anabel ) y Eva María ( Eva ), que, en cuanto me vieron en bolas y luciendo mis atributos sexuales, se quedaron, al igual que Andrea en su día, con la boca abierta y con la mirada fija en ellos. Anabel, tras la sorpresa inicial, comentó con su hermana y su amiga que la parecía imposible que un chico tan joven pudiera estar tan magníficamente dotado. Después de quedarse en ropa interior y sentarse junto a mi a ambos lados de la cama, Eva pidió permiso a Andrea para poder culminar lo que ella había iniciado y en cuanto se lo dio, se puso de rodillas entre mis abiertas piernas, me perforó el ojete con uno de sus dedos que previamente había ensalivado y mientras me hurgaba analmente, me meneó la pilila lentamente. Aquel cambio de mano me encantó por lo que no tardó en extraerme el “lastre” que, como era habitual, expulsé de manera abundante, a chorros y con fuerza.
Eva, que no se perdió el menor detalle de mi portentosa eyaculación, me la continuó “cascando” mientras indicaba a Anabel y a Andrea que, después de mi espectacular descarga, la erección se me mantenía lo que hacía suponer que mis gruesos huevos podían dar más lefa. Anabel decidió comprobarlo por lo que, ocupando el lugar de Eva, procedió a pajearme intercalando movimientos rápidos con otros sumamente lentos al mismo tiempo que su hermana continuaba hurgándome analmente con su dedo y me acariciaba los huevos. La joven demostró tener mucha paciencia puesto que, sin desalentarse y sin dejar de animarme, siguió con su cometido hasta que consiguió sacarme una impresionante cantidad de leche, que resultó aún más copiosa que la de la primera eyaculación, mientras sentía un gusto muy intenso. Pero esa no fue la única sorpresa ya que, pocos segundos después de terminar de descargar y mientras Anabel me la seguía meneando lentamente manteniéndome el capullo muy abierto y sin poder hacer nada por evitarlo, solté una excepcional y larga meada llena de espuma que pareció complacerlas tanto como el haberme visto eyacular dos veces seguidas hasta el punto de que Eva no dudó en poner su boca en el chorro para “catar” mi orina mientras Anabel, en cuanto acabó de salir la micción, me la agitó para extraerme las últimas gotas y me pasó varias veces la lengua por la abertura. Para finalizar la sesión decidieron premiarme con unos buenos hurgamientos anales y tras hacer que me colocara a cuatro patas, las tres se fueron turnando en lamerme el ojete y en meterme muy profundos sus dedos con intención de forzarme, que era algo que me agradaba desde que comenzó a hacérmelo Andrea, mientras me acariciaban la pirula y los huevos. Me realizaron unos hurgamientos tan continuos y enérgicos que, al obligarme a apretar, lograron que me tirara un par de sonoras ventosidades antes de liberar el esfínter y de terminar defecando en el cuarto de baño.
C o n t i n u a r á